Mi primera dominación fue todo un éxito (3ª parte)

Cuento la tercera parte de como fue mi primera experiencia en el arte milenario de la dominación

Continué con mis tareas rutinarias hasta la hora fijada. En esta ocasión, opté por la impuntualidad. No era mi fuerte la verdad, pero, quería que en esta ocasión ella me esperase haciendo honor a su enorme puntualidad. Esperándome en aquella calle prácticamente aislada del resto de la civilización. Observando los escasos coches que pasarían por delante de ella con detenimiento, decepcionándose al ver que los ocupantes de aquella pobreza de  vehículos no era el de su amo. Esa persona que podría jugar con ella a su antojo, moviendo sus hilos vírgenes aún este arte milenario.

Mi puntualidad no viajaba sola. La acompañaba la curiosidad. La misma, le obligó como en el mismo juego que estaba inmerso con mi putita, a seguir examinando si su puntualidad seguía fértil. La fertilidad de aquella puntualidad seguía fortaleciendo su sumisión. Pasé con mi coche a la hora fijada y, estaba clavada en la calle como si se tratase de una simple señal de tráfico, inerte, esperando que algún gamberro le rociase su pintura en spray sobre su base matálica. No pudo reconocerme por dos motivos. El primero y más lógico es que, en la primera toma de contacto en la terraza, no me vio bajar de mi coche, siendo imposible que lo reconociese. La segunda, es que estaba camuflado bajo las sombras de unas gafas de sol y una gorra que ocultaba mi voluminosa melena.

Al pasar por su vera, no distraje mi mirada hacia su figura, camuflándome aún más entre los demás. No le di detalles sobre la vestimenta que debería llevar, observando lo que había aprendido y comprendido en la mesa de la terraza. Su vestimenta alimentaba la enorme pasión y deseo que tenía de poseerla, hacerla mía, hacerla sentir mujer de una manera desconocida para ella, como una auténtica puta. En aquella ocasión había escogido para resguardarse de la fina brisa gélida de aquella tarde, una chaqueta vaquera bastante ajustada. Resaltando aquellos hermosos senos, moldeándolos de la misma manera que la de un carpintero la madera para dar forma a sus artesanías. Agarrando la mano de la chaqueta vaquera, la prenda que custodiaba el fruto de su placer, era del mismo tejido.

El mismo efecto que la chaqueta causaba ese pantalón, dando forma a ese cuerpo que la naturaleza le había desarrollado durante la misma adolescencia, siendo, la perdición y el martirio de cada uno de los chavales de la misma edad con las hormonas hirviendo, cociéndose cada una de ellas a fuego lento al ver los continuos balanceos de ese jugoso trasero. Podría decirse que su cuerpo era como el mismísimo puerto de montaña de Despeñaperros , lleno de curvas, a derechas y a izquierdas, inconducibles hasta para el más experimentado piloto de fórmula 1.

Paré en una taberna para hacer tiempo mientras me tomaba una cerveza, aumentando las ansias y la desesperación de la llegada de su amo. Al darle el último trago a la rubia, me puse de nuevo en el volante de mi coche para pasar de nuevo por su vera, pero, estaba vez, para realizar un autoestop y recogerla. Me adentré de nuevo en la misma calle. Ella seguía en la misma losa de la acera. Una losa que llevaba más de 15 minutos soportando su peso.

— Hola mi gatita— le dije mientras bajaba mi ventanilla.

— Hola mi amo— me respondió abriendo la puerta del acompañante.

— Antes de subir, debes de enseñarme el contrato con tu firma incrustada— le dije pulsando el botón del cierre centralizado con el dedo índice de mi mano izquierda. Oyéndose el famoso ruido al accionarse el cierre centralizado y cerrar todas las puertas del vehículo, impidiendo tanto la entrada como la salida del mismo. A la misma vez, desplace el mismo dedo al botón del elevalunas, subiendo el cristal del acompañante, dejando una fina ranura similar a la de los buzones.

— Aquí lo tiene amo— obedeció introduciendo el trozo de papel que me deba la  libertad de robarle la suya por la minúscula apertura del cristal.

— ¿Estas manchas en tu contrato de que son putita?— pregunté algo inquieto pensando de que pertenecían a la mamada que le obligué a realizar a su marido si firmaba.

— Son los flujos de mi coñito de aquella tarde al llegar a casa amo— me respondió en el interior de mi coche al pulsar de nuevo el botón del cierre centralizado—. Es para que supiese amo lo cachonda que me puso en la terraza— sus labios volvieron a reproducir aquel tono sensual que tanto me costó deshacerme en la conversación telefónica de la misma mañana.

— ¿Estas manchas son tus flujos perrita?— mi mano derecha y mis palabras fueron por el mismo camino agarradas de la mano, juntas, pero no revueltas. Mis palabras a su oído, mientras que, mi mano derecha, por fin obtuvo lo que llevaba tres días esperando, masajear férreamente la entrepierna de su primera puta—. ¿Estas manchas provienen de esta rajita?— como si fuese la misma batalla alocada de los espermatozoides al fertilizar el óvulo y darse su propio festín, mi dedo índice ganó la carrera, siendo el primero de los diez dedos de ambas manos en sentir el tacto carnoso de la tan ansiada entrepierna— Estas manchas podrían haber sido de ayer o de hace un rato. Tienes el coñito como lo debe de tener una perra como tú, levemente mojadito—  le dije al notar ese primer dedo la matriz de aquella ligera corriente de humedad.

— Llevo tres días de la misma manera amo, con mi rajita empapada. Se lo dije amo, tuve que follar con mi marido para quitarme el calentón que tenía— me iba comentando mientras el ganador de la carrera desabrochaba el botón metálico del vaquero. Apartando su egoísmo e instinto carroñero para compartir el jugoso y cada vez más lubricado trozo de carne con sus otros tres hermanos—. Solo me quite con mi marido uno de los muchos orgasmos que he tenido durante estos tres días. No he dejado de entrar en el baño buscando intimidad para masturbarme pensando en su polla amo, pensando en este día, en las nuevas órdenes que cumpliré como una sumisa— Los cuatro dedos de mi mano derecha proseguían en su suculento manjar. Encorvados ligeramente simulando las garras de un águila al atrapar su presa en el aire. Sus yemas, se deslizaban por su mojada víctima con la misma suavidad que los pelos del pincel de un pintor sobre el fino papel de su cuadro. Al llegar a la parte inferior, cambiaban su dirección, regresando a la posición inicial, la linde de su tanga rosa, siguiendo el camino de la leve corriente de fluidos de su propia cascada—. Amo, no se podía imaginar todas las veces que he gozado en el baño estos tres días sintiendo sus dedos debajo de mi tanga acariciando mi coñito, me estaba enloqueciendo de placer— al aumentar considerablemente el volumen de fluidos en su cascada, mostraban la autenticidad de aquellas palabras. Verificando que realmente su servicio en esos tres días de espera se había impregnado del mismo aroma que empapó en la terraza.

— Tranquila, todo eso me lo seguirás contando, pero, a su debido tiempo— al igual que el aroma en su servicio, mis dedos al salir de las pieles de poliéster que recubrían el exquisito manjar, se impregnaron de aquella excitación, recorriendo las gotas en cada uno de mis dedos de la misma manera que recorren el agua de la lluvia sobre un cristal—. Ahora, abre la guantera, pero, antes debes de limpiar mis dedos de la misma manera que lo hiciste debajo de la mesa— Me cogió de la muñeca y comenzó a limpiarlos de otra manera. No se los introdujo en la boca como pensaba. Sacó su lengua y recorrió los escasos diez centímetros de cada uno de mis dedos. Al terminar con la limpieza abrió la guantera. —. ¿Ves el trozo de tela blanco?— me afirmaba ella con un ligero balanceo de su cabeza mientras que mantenía el peso de la guantera en su mano— Quiero que te tapes con él los ojos. Te estarás preguntando el porqué, ¿verdad?— me volvió afirmar de la misma manera— Muy fácil. Como te dije en la terraza no soy ni tu amigo, ni tu amante, ni tu polvo ni nada por el estilo. Solo soy un desconocido que ha comprado una perra en la perrera y quiere que sea suya. Quiero que te tapes los ojos para que no sepas donde vivo. No debes saber nada de mí, solamente debes reconocer mi número de teléfono en tu móvil para complacerme sin preguntas.

Con la mano izquierda cogió el trozo de trapo del interior de la guantera, la cual, soportaba el peso con la otra mano. El trozo de tela no era más que cualquier trapo que se puede adquirir en cualquier tienda de 20 duros, o, hoy día, en cualquier tienda de chinos. La mano derecha dejó de sentir el áspero tacto del plástico de la guantera para sentir la lisa textura del simple trapo, encerrando su vista entre los barrotes de algodón recreando fielmente la orden que le había encomendado. Arranque el coche y comencé el trayecto hacia mi casa.

— Sabes que si quisiese podría llevarte a un simple descampado, abusar de ti de la manera que más me complaciese y dejarte tirada como a una simple perra, atada y desnuda ¿verdad?— el efecto que quise lo conseguí. Aunque tuviese los ojos bajo los barrotes del algodón, pude ver como su cara se derritió de la misma manera que un helado en verano—. Recuerda que has firmado tu contrato y que me da derecho de complacerme de la manera que vea más oportuna. ¿No sabías que los contratos tienen letra pequeña puta?— la tenía como quería, desorientada, sin saber dónde estábamos por los pocos minutos de carretera e indefensa. En aquel momento aquellos barrotes de algodón se convirtieron en los barrotes fríos y gélidos de la mismísima cárcel de Carabanchel. El miedo y desesperación de los distintos presos se apoderaron de ella por la frialdad de aquellos barrotes metálicos—. Por la carita que has puesto, me imagino que cuando llegaste a tu casa lo firmaste sin pensar en los efectos secundarios o en la letra pequeña. Veo que tengo que enseñarte aún muchas cosas— le decía mientras nos dejamos a nuestras espaldas unos cinco kilómetros.

— ¿Letra pequeña amo? Yo no vi ninguna letra pequeña en el contrato— me respondió mientras que aquel martirio le iba recorriendo las venas, apartando tanto la sangre como el oxígeno de aquellas diminutas tuberías internas.

— ¿No las viste?— tuve que responder como lo hice un par de veces en la terraza, con una ligera carcajada— Es que esas letras no eran físicas, eran metafóricas, era el énfasis de aquel contrato. No te asustes, como te comenté, todo a su debido a tiempo, tú, solo déjate llevar. No por el miedo, sino, por el deseo, la lujuria, el placer— mis dedos de la mano derecha volvieron a sus andadas. En esta ocasión, en vez de dirigirse a su mojada cascada, se dirigieron a su suculento canalillo, descendiendo su loma con la soltura de sus experimentados esquís. Protagonizando aquellos esquís el mismo descenso vaporoso del cubata de un borracho, palpando como la condensación del hielo al vaso de cristal va recorriendo de un extremo a otro la palma de su mano.  Primero saboreó el tacto de la izquierda, masándola, con la misma ansia que las manos de un panadero a la harina. Al terminar de sobarla, se dirigió a la derecha, repitiendo la misma ansia con ella. A diferencia del primer festín de hacía apenas 10 minutos, mis palabras congelaron todo su ser, sus sentimientos y sus deseos—. ¿Dónde te has dejado la sensualidad de antes?— mi mano derecha se había desprendido de mí, yendo por libre.

— Es que tengo miedo amo de lo que me pueda hacer— la incertidumbre seguía recorriendo milímetros en la autovía de sus venas.

— Te voy a decir una cosa que quiero que tengas muy clara, no te lo repetiré. A un amo no se le debe temer, ni asustarse cuando el teléfono suena con su número. A un amo se le debe tener respeto, obediencia y hasta admiración. Admiración porque es la única persona que ha convertido a una simple mujer en una esclava, una perra obediente que mueve la cola cada vez que lo ve o le oye. Es una persona que debe respetar incluso por encima de su propia vida. El primer hombre que la ha convertido en toda una vulgar puta, una puta que le gusta que le traten de manera humillante, sucia, turbia e incluso violenta en la cama, sintiéndose mujer por una vez en la vida en todo su resplandor y con cada una de sus letras— con la inyección de tranquilidad que le introduje, aquel martirio fue perdiendo terreno a marchas forzadas. Proseguí para que aquella inyección fuese lo más instantánea posible—. La diferencia entre una simple mujer a una puta, es que, una puta sabe diferencia el respeto y la vergüenza con el miedo. Una simple mujer no. Tiene miedo de pedirle a su marido, novio o amante que la traten como a una puta. Eso lo que voy a conseguir contigo, voy a conseguir que me supliques que te folle como a una vulgar puta, que te haga sentir mujer y que te corras como nunca lo has hecho o nunca te lo han hecho— mi mano derecha hurgando en su tanga rosa hizo que la inyección volatizase aquella desesperación súbitamente. Volviendo a encerrar sus ojos en los barrotes de algodón de aquel simple trapo. Los gemidos volvieron a iluminar sus labios resquebrajados por los continuos roces entre ellos mismos, secándolos por completo—. Recuerda, entre antes aprendas a comportarte como una puta, antes comenzaras a sentir el enorme placer que he comentado.

— Amo, mmmm, no he dejado de pensar en ello en el baño, sentir como me hacía su vulgar puta— mis dedos comenzaron a realizar uno de los muchos movimientos que iré escribiendo, movimientos y posturas existentes pero con un toque personal, cambiándoles el nombre. El primero era el movimiento campana. No era más que una simple masturbación pero, con la diferencia de, ir estimulando el clítoris con ese movimiento de vaivén simulando la campana de una iglesia. Lo llamaba el “huesecillo”, el tacto era parecido al hueso tierno de la muñeca de la mano. Era el nombre que le puse con la primera mujer que estuve, con 16 años, de ahí lo infantil del nombre. Era una táctica infalible, con el primer mismo vaivén, los gemidos se incrementaban, lo mismo que la oleada progresiva de lubricante natural a medida que se va realizando. Esa misma reacción estaba experimentando mi puta.

Fui en contra de mis instintos. En vez de pisar el acelerador para llegar antes a mi casa y darme un buen festín con mi puta sumisa, aflojé el pie del mismo, alargando la travesía, alargando el tormento de mi sumisa al experimentar por primera vez que siente una mujer al ser tratada como una vulgar puta, como una perra en celo, solo suplicando que la monten una y otra vez, hasta que haga “la postura de la coneja” (es el segundo nombre reinventado por mí) o, según las francesas, el nombre real es la petit mort, la pequeña muerte. El nombre de “la postura de la coneja” es por la enorme similitud de la coneja después de haber terminado con su macho, desmallándose, entrando durante unos pocos segundos en un estado de shock, cayendo su cuerpo a plomo por el inmenso placer que experimentan. Lo suelo llamar, entrar en un coma etílico de placer. La misma excitación le va mandando pequeñas descargas eléctricas, provocando unos temblores incontrolables. A esos temblores le precede unas vibraciones en forma de burbujas efervescentes en su entrepierna, horneándola, hasta que, finalmente, experimentan la explosión del volcán. Sintiendo como toda su lava interna ardiente sale por su cráter, entrando en el más grande éxtasis reconocido hasta el día de hoy.

Sin duda, para que alcanzase esa postura (con las pocas sumisas que he tenido, lo he conseguido. Mi vida privada es un tema aparte, no concierne a este relato), debería antes de comportarse como la puta que deseaba tener, un juguete que estaría a mi libre disposición 24 horas, como una simple gasolinera.

Tras pasados 20 minutos, finalmente lleguemos a mi casa. Abrí con el mando el portón exterior para adentrar mi coche en el garaje y subir a mi puta a la que sería, a partir de ahora, su segunda casa, respetando a su marido y sobre todo, a las necesidades de su hijo pequeño. Dije que no iba a dar explicaciones de mi vida privada, pero, se puede decir que es una casa de la propiedad de mi padre que cuando puedo hago allí mi vida o, parte de ella. (Puedo entender que un chaval de 22 años que tenga casa propia no es demasiado creíble). Mientras que el portón se terminaba de abrir, vi a mi vecina. La típica vecina que parece un perro. Cuando escucha el coche de algún vecino, levanta las orejas y sale a la calle a ladrar. Me asusté al ver como miraba a mi puta, no sabía que iba a pensar de mí. Si no era más que un simple pervertido, un degenerado o hasta, desgraciadamente, un puto violador. Me daba igual lo que pensase de mí aquella anciana entrometida, ella, no jugaba a mi juego, no lo entendería.

Al abrirse completamente el portón, las paredes de mi garaje dieron cobijo a mi coche. Me bajé del coche antes que ella, instintivamente miró hacía mi asiento, en su parte izquierda, siendo totalmente inútil, al escuchar como me bajaba del coche.

— Ya te puedes quitar la venda de los ojos— le dije iluminando el garaje por el calor luminiscente de la bombilla.

Al quitarse la venda, los ojos los abrió entrecortados por consecuencia de la oscuridad de los barrotes de algodón. Causándole una leve molestia al encontrarse cara a cara con el destello fluorescente de la lámpara del garaje.

— Sígueme— le dije girando el pomo de la puerta, dándome acceso a la intimidad de ladrillos y cemento que buscaba con mi primera muñeca. Una muñeca con el cuerpo emplastecido aún por la fragilidad de la débil porcelana—. Ahora cierra la puerta— le dije traspasando la misma.

Como sumisa que era, obedeció sin más. Ya estábamos en el salón, el lugar escogido para comenzar el juego que le tenía preparado. Lo suelo llamar el interrogatorio. Soy muy morboso, de ahí a que juegue al interrogatorio con todas las mujeres con las que me suelo acostar. Es obvio, lo de suelo es por el motivo que las mujeres de mi vida privada tengo una serie de limitaciones en el arranque, en este juego, no. Es un deleite oír como a medida que su placer sube como la espuma, aumenta el erotismo y la sensualidad embarniza los detalles de las respuestas de mis preguntas.

— Quiero que te desnudes— le dije sentado en mi sofá—. Piensa que no soy un simple amante, soy tu amo. Espero que estés a la altura de deleitarme como mi putita que eres.

— ¿Cómo la putita que soy?— dijo imitando aquella sonrisa tan sensual que me volvía loco— Me desnudaré de la misma manera que en mis fantasías en el baño. Quiero ponerle la polla dura a mi amo para probarla de nuevo— me dijo cerrando ligeramente sus ojos.

— ¿Para probarla de nuevo?— respondí astutamente— Mi polla la probarás siempre y cuando te lo ordene. no quería que mi muñeca perdiese toda la sensualidad que recubría sus labios, pero, tenía que saber quién era el feroz tigre y quien tenía el papel del inofensivo e inocente conejito. Un tigre que se resguarda entre la maleza observando a su conejito, inmóvil, ausente, camuflado entre las finas hierbas de la espesura de los matorrales, esperando el momento clave para saciar su hambre desgarrando con sus afilados colmillos las frágiles carnes del conejito. Así me comporté, ausente hasta que, tuve que desgarrar sus frágiles carnes con mis colmillos. Aquellos colmillos eran mis uñas, las cuales, se clavaron sin piedad en la espesura de su pelo, tirando de él en un tirón seco por la fuerza de la gravedad, como las antiguas bocinas de los trenes de vapor— ¿Pensabas que esto era Jauja? ¿Pensabas  que estabas con el cornudo de tu marido? ¿Pensabas que a mí me podías torear como toreas los cuernos de tu marido con tu capote?— le decía mientras mis uñas aún seguían aferradas a su espeso pelo moreno, agrietando sus raíces por la fuerza de mi garra derecha— Te lo dije, soy tu amo y señor, y tendrás que mostrarme no un respeto, si no, el respeto con sus siete letras. Lo irás adquiriendo a lo largo de estos seis meses— ya estaba jugando con las dos garras. La derecha seguía agrietando las raíces de su pelo, mientras que, la garra izquierda, apretaba férreamente su mandíbula, basculando más el ángulo de su cabeza.

— ¿Seis meses amo?— preguntó con la cabeza aún encorvada hacia atrás.

— Si mi putita. Es el tiempo que durará tu esclavitud. Es el ciclo de vida de la mancha de tu bolígrafo sobre el contrato. Te prometo que, cuando se borre la tinta de tu firma del contrato, estarás deseando volver a mancharlo con tu firma. Se te pasará este medio año tan corto como las vacaciones de verano de un niño de primaria, sin darte cuenta, tendrás que volver a preparar la mochila o, a coger el bolígrafo. Una cosa quiero que la tengas clara. No te puedo ni te voy a obligar a que vuelvas a retintar tu firma. Será bajo tu responsabilidad, principios o deseo volver o no estar bajo mis órdenes, seguir a mi vera otros seis meses más— me remonté a la técnica que empleé en la terraza, la de humedecer su oído izquierdo con aquellas palabras—. Ahora, sigue con lo que estabas empezando. Recuerda quien soy, no lo olvides— mis garras se volvieron dóciles, retornando a la espesura de los matorrales, acechando al siguiente ataque proveniente de la falta de respeto o sumisión de mi putita.

De nuevo, mi trasero se posó en la suavidad del cuero del sofá, observando como mi muñeca cumplía la orden. Comenzó desabrochando uno a uno los botones metálicos de color bronce de su chaqueta vaquera. Imitó el interminable tormento durante la travesía en la autovía al aflojar el pie del acelerador. En vez de ir aflojando aquellos botones de la parte superior de su chaqueta, dejando libre la moldura de algodón del sujetador sobre sus tetas, se limitó a aflojar los botones de la parte inferior. Los iba contando de la misma manera que un preso marca los días de su exilio con bloques de 6 días sobre la pared . Los desabrochaba sin desviar su mirada de la mía, sabiendo donde estaban cada uno de esos seis botones, sabiendo sus dedos la separación exacta entre los seis botones. No sería la primera vez que aflojaba aquellos botones de aquella misma manera, sin desviar la mirada a un objetivo.

Al desabrochar el cuarto botón, aprecié la base de ese molde de algodón del mismo color que sus braguitas, de color rosa. Los dos últimos botones que le faltaban para liberar sus carnes, los fue sacando con suma lentitud, intentando provocar en mí un descontrol. Intentando cambiarnos los papeles, ella la tigresa y yo, el inofensivo e inocente conejito. Mi dio a entender que ella era la tigresa y su cornudo marido no era más que un simple ratoncillo. Me cambié de postura, posando ambos brazos sobre la loma del sofá, sentando ligeramente mi cabeza en la misma posición que mis brazos, dándole a entender que su ratoncito se lo había dejado en su cama.

El primero de los dos ya estaba colgando, dejando libre su suculento sujetador. Solo faltaba el último escalón para poder apreciar aquella lona de tela rosa recubrir sus tetas, resguardándolas con recelo entre sus fibras. El juego de manos para soltar ese último botón, se unió con una sonrisa de satisfacción de mi muñeca. Esa sonrisa en sus labios mostraba que estaba gozando, recreándose en las más turbias fantasías de los días pasados en la intimidad que encontró en la fría ducha. Finalmente, sus manos se desprendieron del tacto del último botón, quedando todos los botones en una hilera simétrica vertical, simétricamente en paralelo con los agujeros que eran sus ganchos en la chaqueta. Con un movimiento de caderas digno de la danza del vientre, se desprendió rápidamente de la chaqueta de sus hombros. Le había salido el tiro por la culata, pensando que se había traído la jaula para su ratoncillo, pero, no se dio cuenta de que, su amo, se trajo su conejera.

Deslizó su mano derecha lentamente por su cuerpo, como si fuese un barco de papel en un río. Al llegar a la compresión de sus voluminosos senos al llegar a su lona de tela rosa, como si se tratase de una bifurcación, aisló el dedo pulgar de sus cuatro hermanos, dejándole para él solo uno de los dos. Al salir del peaje de los aros de su sujetador, los cinco hermanos se volvieron a reunir, siguiendo con su travesía juntos, de la misma manera que un rasgado en una guitarra flamenca. Tras el sujetador, le tocó el turno a aquella barriguita tan sensual y provocativa, con unas insignificantes curvas que podría enloquecer a quien quisiese. Aquel rasgado flamenco, finalmente llegó al siguiente peaje, la cerradura de sus pantalones. Repitió el mismo juego de manos que con la chaqueta, pero, en su cara no estaba dibujada una sonrisa. Su labio inferior estaba siendo mordido por los dientes de la balda superior, engrandando su erotismo al estar ambas manos jugando con el único botón que resguardaba la puerta de poliéster de aquella rajita que ansiaban tanto mi lengua como el duro acero de mi estoque, deseando entrar a matar.

El juego de manos había terminado, formando una “V” perfecta al abrir el cerrojo con ese último botón y deslizar suavemente la cremallera por sus carriles. Su mano derecha se colocó en el vértice de la “V” de ese mismo costado, doblándolo como si fuese un simple papel, dejando ver completamente la parte derecha del tanga, incluso, mostrándome las huellas que había dejado los cuatro dedos de mi mano derecha sobre su fina tela rosa durante el viaje. Como si fuese una stripper profesional, giró sus caderas, obligando a su cuerpo a seguirlas, dejando solamente la cabeza ligeramente inclinada, buscando sus ojos encontrarse con los míos. Utilizó su cuerpo como si fuese la barra del escenario, deslizando sus manos sobre él, inclinando su cuerpo a la velocidad que le marcaba el rastro de sus manos, hasta que, encontró lo que estaba buscando. No buscaba otra cosa que un triángulo recto de su cuerpo, dónde, ese mismo ángulo, ese vértice, no era otro que ese culito respingón ganado a base de muchas horas en el gimnasio.

Aquel rastro se evaporó al llegar de nuevo a la abierta cerradura, materializándose por la bajada de sus apretados pantalones vaqueros. Sus manos se posaron en los extremos de las caderas del vaquero, deslizándolo con suavidad sobre su sabrosa piel, quitando la corteza que cubría las carnes jugosas de aquel culito que era mi martirio en aquel momento, dejándolo, bajo la protección del minúsculo tanga rosa. Aquel efímero tanguita, cubría, con algo más de tela, su conejito. Un conejito que mi olla lo quería cocerlo, sacándole todo el jugo con el calor de las llamas de las candelas, para, finalmente, echarle las especies por encima para darle mayor sabor.

Sus manos volvieron a recorrer su cintura y su pecho, pero, en este caso, en el sentido adverso, guiando a su cuerpo para que se levantase. El mismo gesto adverso realizaron sus  caderas, contoneándose, mostrándome como su ropita interior era la única prenda que aún le rozaba su piel. Sus manos no volvieron a bajar como la vez anterior, se quedaron en el ala norte de su cuerpo, buscando la hebilla del sujetador. La encontraron bastante rápido al igual que su desencaje. Seguro que unos 20 años le respaldaban para esa rapidez al encontrar al tacto la hebilla. Abrió sus manos como si fuesen las alas de un pájaro al alcanzar el vuelo, dejando libre a sus tetas de la moldura de sus anillos. El sujetador a diferencia de lo que pensaba, no era ningún molde ni realzaba su pecho, sus tetas, eran firmes y estaban moldeadas a pesar de sus 33 años y haber amamantado a su niño pequeño. Dejó caer el sujetador, dejando sus manos libres para alcanzar las últimas fibras que rozaban su piel con su increíble juego de manos. El mismo volvió a ocurrir por tercera vez consecutiva, pero, imitando a la primera, descendiendo. A diferencia de la primera, al llegar a sus voluminosas y redondeadas tetas, sintió el caliente y suave tacto de sus pieles. Las olvidó para acariciar su vientre, su ombligo, las fibras rosas de su tanguita, recreo el juego de manos de mis cuatro hermanos, introduciendo su mano, acariciando la suavidad del pelo de aquel conejito que tenía a mi olla con el agua hirviendo.

— No— le dije cuando quería desprenderse de sus braguitas— una auténtica puta debe ser como un torero, antes de entrar a matar, tiene que pedirle permiso al presidente de la plaza.

— ¿Puedo bajarme el tanga amo?— fue la respuesta o la interpretación que les dio mi muñeca a mis palabras.

— No quise decir eso. Lo que quise decir es que tienes que olvidarte de la iniciativa. No puedes hacer nada por cuenta ajena. Todo lo que hagas debo saberlo antes—mi dedo índice se doblaba para decirle que se acercase, se arrimase a mi vera—. Ahora, te enseñaré como a partir de ahora, hasta que, termine el contrato, debes de hacer con tus braguitas— como una sumisa, hizo caso sumiso a la llamada de mi dedo—. Siempre que te vayas a quitar las braguitas, antes, debes colocarte en esta misma posición— la posición era enfrente mía. Yo sentado en el sofá y ella de pie enfrente mía—, colocarte los dedos de tu mano derecha sobre la gomilla de tu tanga y, tirar hacia abajo todo lo posible, dejando espacio para que yo, tu amo, pase mi mano sin dificultades, disfrutando del coño de mi puta.

Sin negarse, acto que llevaba durante toda la tarde sin realizarlo, obedeció. Saco su mano del interior de sus braguitas, posándolas sobre la linde de su tanga, de la misma manera que le había ordenado, a diferencia de su dedo pulgar, dejándolo como gancho. Pellizcando la gomilla de su tanga, tiró hacia abajo aproximadamente un palmo, mostrándome, finalmente, el suculento manjar, aquel trozo de carne que disgustaron mis dedos en el coche. Se podría ver los hilillos de sus flujos en su rajita. El bello, lo tenía de la manera que más me fascinaba. El bello de su conejito era una fina hilera de bello, de unos escasos 5 centímetros. Me vuelve loco cuando una mujer tiene su rajita maquillada con esa fina capa de bello, no me puedo resistir a colocarme las gafas de buceo y bucear por sus profundidades.

Mi dedo penetró la rajita de su conejito en seco, sacando un gemido de la boca de mi putita. Lo volví a sacar, y volvió a penetrar su barrera con más fuerza, acompañado de su hermano, eran dos los dedos que estaban follando en ese momento el coñito de mi muñeca. A medida que el tacómetro de mis dedos aumentaban, aumentaban la fuerza de los gemidos de mi puta, acompañando a las revoluciones de mis dos dedos. Por mis venas corría la lujuria de coger a mi puta, ponerla contra la encimera de la cocina y empezar a follarla como la puta que era. Pero, tenía que mantener mi papel. Al igual que la canción, a este juego se debe jugar con majestad y sabiduría. A diferencia de un simple amante, cuya sangre se calienta recorriendo cada rincón de su cuerpo, concentrándose en un único punto, la sangre de un dominante, se debe congelar, concentrándose en un único punto, la cabeza. La mano que sujetaba la ondulación de su tanguita rosa, temblaba, variando esa ondulación que le había pedido, ese palmo de distancia que me permitía ver y jugar a mi antojo con su conejito.

— Súbete a los lomos de tu caballo y siente la dureza de sus riendas— le decía mientras que mi gatita colocaba sus uñas sobre mis hombros para colocarse lo más abierta posible y sentir la dureza de mi polla—. ¿Sientes como se pone de dura mi polla con putas como tú?— volví a agarrarla de su espesa melena con mi garra derecha, de la misma manera de antes del estupendo estriptis.

— Si amo, noto como está su polla de dura— respondía mientras que se mecía buscando el roce de mi grueso miembro con su rajita húmeda, humedeciendo mis vaqueros negros.

— ¿Te gusta poner las pollas así de duras?— su mecedora no paraba de balancearse— Seguro que sí. ¿Me equivoco si te digo que mi puta es una vulgar calientapollas?

— No se equivoca amo, su puta es una calientapollas, quien disfruta notando como las pone duras y gordas como tiene la suya amo— la mecedora se convirtió en un péndulo, agarrándose sobre su eje para balancearse. Ese eje no era otro que mis hombros, buscando en ellos el punto de apoyo perfecto para su sincronizado roce con mi polla. Sabía que no podía darle tanta libertad, a lo mejor ustedes queridos lectores y amantes de este mundillo, me miréis por este gesto por encima del hombro, pero, como le prometí en la terraza, entre antes aprenda a ser una auténtica puta, antes recibiría el enorme placer que le prometí. Soy un hombre de principios y valores, entre ellos, se encuentra mi palabra. Era igual que la desvirgación de una adolescente, todas sueñan que, será algo bonito lleno de pétalos de rosas… vamos a dejarlo por la hipocresía de esa primera vez. Lo mismo quería que experimentase mi puta, que su desvirgamiento fuese lo más parecido a ese sueño adolescente, claro, siempre bajo las normas de este arte milenario.

— A partir de ahora te iré diciendo los nombres de mi propio kamasutra. Solamente los repetiré una vez sus nombres, no te debes de equivocar, si no, atente a las consecuencias— le dije quitándole el punto de apoyo de su péndulo y dejase de balancear, buscando ese roce que le estaba proporcionando ese enorme placer—. El primer apellido de mi kamasutra se llama “doble L invertida”— era una doble “L”, pero, el termino o la coletilla de invertida, era, porque no estaban  enfrente una de la otra, si no, con una simetría perfecta. La sumisión ganaba terreno, camuflándose con la sangre en las vías de servicio de sus venas. Se colocó de aquella posición, dejando caer su voluminoso y perfumado pelo moreno sobre mi pecho, dejándome espacio y libertad suficiente para practicar mi furtivo ataque, “la campana”, mencionaba unas páginas más arriba.

— ¿Al cornudo de tu marido también le pones la polla así de dura o solo te pone cachonda ponerlas así a los demás, como una auténtica puta?— le decía mientras mi mano recreaba el mismo descenso que las suyas hacía apenas pocos minutos.

— Hace tiempo que no me pone cachonda ponerle la polla dura a mi marido— los efectos de aquel furtivo ataque, estaba dando sus frutos. Su respiración se comenzaba a entrecortarse, sus pechos cogían aire muy despacio, intensificándolos a cada respiración. Su lengua empezó a lamer su labio superior, arrastrando primero a un lado su caliente saliva, luego, lo arrastraba al otro lado, simulando en lo que se había convertido, una gatita, usando su lengua para lamerse.

— Supongo que sí hace tiempo que no te pone cachonda la polla de tu marido, la mamada que le hiciste hace tres días te resultó desagradable y hasta me atrevería a decir que repulsivo te resultó tener su polla en tu boca —El juego de manos buscando la estimulación de la “venilla” o, como mencioné anteriormente, el huesecillo.

— Disfrute como en la noche de bodas, solo tuve que pensar que esa polla que tenía en mi boca, la que estaba chupando…— un intenso gemido entrecortó la frase, interrumpiendo el relamido de su lengua— era la suya amo. Se la chupaba…

— Shhh— de nuevo el gesto del dedo posado en sus labios, volvió a surgir. A diferencia de la primera vez, en esta ocasión, su lengua recorrió muy lentamente el que era su silencio—. No quiero que me des detalles de esa mamada. ¿Sabes por qué puta?— el balanceo de su melena morena me dio a entender de que no— Porque me lo vas a demostrar en directo. Quiero que me demuestres si es verdad eso de que disfrutaste como en la noche de bodas chupándome, metafóricamente, mi polla— mis dedos seguían con su peculiar balanceo, recreando fielmente la campana sobre la “venilla” de su clítoris—. Te voy a hacer tu primera galleta, recuerda, eres una perra. Cuando te portes malamente tendrás tu castigo, pero, cuando te portes malamente, te daré tu galletilla— sus labios se alargaron recreando una enorme sonrisa. No sé que clase de galleta se pensaba que le iba a dar—. Quiero que te folles tu coñito con tus dedos y, durante, el tiempo que te deje, lleves tú el ritmo de mis dedos. Ellos se guiarán por la velocidad de la follada de tus dedos— volví a la técnica de los susurros en el oído, estimulando además de su clítoris con mis dedos, su oído con mis susurros.

— No amo, quiero que me follen sus dedos, sentirlos dentro de mí…— otro gemido aún más intenso y profundo debilitó sus palabras, entrecortándolas de la misma manera que el aire en sus pulmones— los míos han aborrecido mi coño de tanto follárselo estos días en el baño.

— ¿Lo han aborrecido puta de tanto follarse a tu coño?— volví a sacar las afiladas uñas de mis garras contra su suave e inocente pelo— ¿Cuántas veces te han follado tus dedos zorra?

— Ufff, perdí la cuenta el mismo día amo, no sabría decírselo con exactitud.

— No sabrías no, lo sabes y quero saber lo guarra que es mi perrita con sus dedos— mis susurros estaban dando efecto, estimulando su oído derecho—. Solo te permitiré un error de más o menos 2. Si lo han aborrecido, es porque serán bastantes las violaciones de tus dedos a tu coño— nunca había sentido lo que estaba corriendo por mis adentros, el poder. Su desenfreno era incontrolable por mis entrañas, marchitando valores como la honestidad, decencia y justicia, valores que me costó muchos años encontrarlos. Se desvanecían por otros completamente diferentes, rabia, violencia, abuso. Solo quería cumplir mi fantasía, tratar a una mujer como a una perra, sin sentimientos, sin cariño, sin amor, solo movido por la enorme excitación animal. La misma excitación que siente un perro de presa al atacar a su propio dueño, su amigo, olvidando todos los valores y principios que le había inculcado durante su existencia.

— 14 veces me follé a mí misma amo. Se lo dije en el coche amo, nunca me había pasado nada parecido. Nunca había disfrutado tanto corriéndome. En mi vida tuve mi rajita en carne viva de tanto tocarla— sus palabras finales empezaron a tambalearse al comenzar los indicios de su primer orgasmo. La primera corrida bajo mis órdenes. Un orgasmo que iba a disfrutar yo más que ella.

— ¿14 veces te has corrido estos días puta? ¿Desde el viernes hasta hoy?— al igual que ella, estaba llegando a un climax desconocido. Un estatus sexual en que ninguna otra mujer me había inducido con aquellos detalles y con aquella suciedad en sus labios. Suciedad que me enloquecía, saciando todas y cada una de mis fantasías—. No me creo que el baño haya sido el único lugar donde te bajabas las bragas para follarte. Dime todos los sitios donde te has estado follando estos días perra— los cuatro hermanos de mi mano derecha proseguían en su ataque furtivo, el peculiar movimiento “campana”, acelerando el ritmo al ver como el pantano de mi puta iba a abrir las compuertas, vaciando parcialmente el embalse con el orgasmo que estaba de camino.

— EL baño de mi casa no ha sido el único sitio amo, ha habido más baños.

— Porque no me lo dijiste desde un principio puta— le dije con voz ronca, una voz que simula un grito, seca y profunda. De nuevo, mis garras volvían a acechar las raíces de su pelo sedoso, acercando su cabeza para que oyese mis palabras.

— Me daba vergüenza amo. No sabía lo que iba a pensar de mí.

— ¡Qué tenías miedo de lo que podía pensar de una puta como tú!— las uñas de mis garras renunciaron de la suavidad de aquella espesura negra, para, saciarse con fuerza de su cuello. Recreando el ataque en cautividad de un tigre sobre su presa, clavando sus fieros colmillos sobre los frágiles huesos de su cuello— Te lo dije en el bar. No soy tu amigo, ni amante ni el cornudo de tu marido. Solo soy un cabrón que te va a tratar de la manera que más me plazca y más placer y morbo me dé. ¿Y que pienso de ti? ¿Qué quieres que piense de una zorra que está casada y que durante seis meses la van a estar follando como a una perra? Solo puedo pensar una sola cosa de ti, que eres una vulgar puta. Pero, no me extraña. Estoy seguro, que el cabrón de tu marido— lo de cabrón se lo dije por los cuernos que tenía a esas alturas—, no te da lo que te gusta. Te trata como una simple muñeca de porcelana, a diferencia de tu amo, que te está tratando y te tratará como una simple muñeca de trapo. Una muñeca que no dudará en romper sus costuras si hace falta, romper sus ropajes con un cuchillo, arrancarle el pelo de cuajo— el orgasmo empezó al girar la llave de la cerradura de su cautiverio, avisándome de su salida por adelantado. Mis garras aún seguían disfrazadas de colmillos sobre su cuello—. Ahora vamos a jugar a un juego, al que yo llamo, el interrogatorio— era el nombre que le puse a ese juego. Al igual que un policía debía saber las cuartadas de un sospechoso, yo, debía saber cada una de sus intimidades. Sabiendo, hasta donde había llegado como un hombre—. No hace falta que te diga en que consiste este juego, ¿verdad zorra?— Las disfrazadas uñas de mi mano izquierda volvieron a resguardarse en la espesura de los matorrales, no siendo otro que, sus dos hermosas tetas, sobándolas como si fuese virgen mi mano, como si nunca hubiese sentido el blando tacto del pecho de una mujer. Traspasando la cólera de nuevo a su disfraz, el de los colmillos.

— No amo— respondió con un contoneó de cabeza al tener su pelo negro y cuello libres—. Le responderé a cada una de las preguntas que me ordene con todo lujo de detalles.

— Aún no me has dicho toda la verdad sobre estos días. Dime, ¿en qué lugares te has masturbado aparte de tu baño?

— En el coche.

— ¿En el coche te has tocado tu rajita?— le dije algo sorprendido.

— Sí amo.

— Piensas que con eso me voy a conformar zorra— solo use mi voz grave y seca para obligarla a que lo dijese detalladamente—. Quiero que uses las palabras más sucias y turbias que tengas en tu diccionario.

— Fue el sábado. Estaba conduciendo por el camino San Rafael, escuchando la radio tan tranquila. Cuando de repente, sonó la canción suave de Calle 13. Recordé lo cachonda que me dejó la tarde anterior en la terraza y no pude soportarlo, por mucho que lo remediase, el deseo se apoderó de mi cuerpo. Me subí la falda, rozando con mis dedos mi tanga. Al principio solo acariciaba mi coño, pero, sin darme cuenta, lo estaba masturbando. Me estaba masturbando con el coche en marcha. Mi tanga comenzó a mojarse por los flujos de mi rajita— cada vez hablaba más pausado, más despacio. Su voz, se debilitaba. Sin embargo, sus gemidos, eran directamente proporcionales. Se alargaban en sus labios, absorbiendo el poderío de su voz. Su número se agrandaba a ritmos vertiginosos—… me separé todo lo que pude mis muslos, para tocarme el coño directamente. No quería tocar más mi tanga— las pausas en su relato, eran cada vez más frecuentes. La profundidad de sus gemidos se mezclaban sin pedir permiso con sus palabras—, quería sentir como de mojadito tenía mi coño.

— ¿Lo tenías muy mojado zorra?— mis dedos seguían con su trabajo estimulando su clítoris.

— No amo— aceleré astutamente la velocidad de mis dedos, arrancándole otro ruido de sus labios. Realmente, de sus labios, fue lo que salió ruido. Una mezcla entre gemido y grito. Al oírlo, disminuí la velocidad que le di a mis dedos, alargando todo lo posible su orgasmo. Quería supusiese que se podría correr, siempre y cuando, yo quisiese. Pero, como llevaba los tres días dándole a entender, todo tenía su tiempo y hora en mi juego—. Ahora la tengo mucho más mojado que el sábado.

— No pares puta de contar la historia. No sabes lo dura que me estás poniendo la polla. Seguro que la sientes en tu culito lo gorda y dura que está— le dije levantando mi cuerpo, dándole un pollazo para clavarle en su culito lo poquito que dejaba la gruesa textura de mi vaquero— ese gemido que dio al recibir el pollazo en su culo, me hizo comprender que el orgasmo ya estaba subiendo por su faringe, estando a punto de estallar en sus labios.

— Conducía solamente con una mano. La otra mano… no podía salir de mi tanga, ni yo… quería que saliese. Me paré en el semáforo. Todos me estaban mirando como… una de mis dos manos estaba jugando con mi rajita.

— ¿Veo que mi puta ha perdido la vergüenza? ¿Qué sentiste en ese momento? ¿Al presenciar toda esa gente la escena de zorra que estabas realizando?— mantenía un pulso conmigo mismo. El pulso era mantener la compostura antes que ella. Es decir, que el orgasmo, la pérdida del control del cuerpo, lo tuviese antes ella que yo.

— Me encantó amo ver como toda esa gente me veía mientras me estaba follando el coño en el semáforo…— su cuerpo se balanceó en sentido anti-horario, aterrizando levemente sus pieles con las mías. Sus manos las llevó a mi melena, enredándolas con su suavidad y lisura. Sus labios buscaron los míos, para fundirlos a fuego lento con pasión. La llama de mi candela la apagué con la brisa de mis cabellos al apartar mis labios de los suyos, un común y vulgar, “cobra”. Sus piernas las cerró, aferrándose con fuerza con mi mano, impidiendo que siguiesen mis cuatro dedos con su faena. Jugando sus cartas para sacar la ansiada escalera de color y sentir con la mayor profundidad aquel primer orgasmo bajo mí mando.

— Aún no putita— le dije al oído con voz suave, fundiendo ese beso, volviendo a encender la llama de mi candela al besar sus labios—. Hasta que no termines de terminar la historia, no te voy a permitir que te corras— como si fuese una simple gatita, ronroneo para que le permitiese que se corriese, sacando de sus adentros todo ese ardor. La mano que se turnaba un pecho y otro, los abandonó para liberar a su hermana de entre las piernas de mi zorra. El ronroneo al abrirles las piernas fue bastante mayor, notando, ambas manos, como sus piernas empezaban a temblar al obligarlas a separarlas, impotentes al no poder controlar esa cólera por separado—. Cuando termines te prometo que te permitiré correrte, que saques ese orgasmo que con tanta paciencia llevo esperando hace minutos. Quiero ver como mi perra ladra cuando se corre— su oído fue de nuevo el receptor del mensaje, arrancándole de sus labios otro gemido al lamerlo con dulzura y pasión—. Si no te acuerdas, estabas cuando la gente te estaba viendo como te follabas tu rajita como la zorra que eres ¿nadie te reconoció?

— No, llevaba mis gafas de sol. Nadie pudo reconocerme— mi decepción fue alta al oír que llevaba gafas de sol. En fin, no se puede pedir todo.

— ¿En qué semáforo fue ese zorra?— mis labios y mi lengua proseguían en darle placer por otro orificio, el oído.

— El que está enfrente del lavadero de coches…— esta vez no paró con un gemido o un grito. Paró al introducirle uno de mis dedos de mi mano izquierda en su boca.

— Me parece que la polla de tu marido se quedó bastante satisfecha el viernes— le dije al ver la forma tan guarra en que me estaba lamiendo mi dedo. Su boca se deslizaba lentamente por mi dedo, mojándolo a cada centímetro que profundizaba con sus carnosos labios. Al tener los diez centímetros de mi dedo en su boca, volvió a sacarlo de su boca de la misma manera, lentamente. Al llegar a la uña y haberse desprendido esos diez centímetros de su boca, comenzó a darme pequeños bocaditos en la yema, tiernos pero firmes. Sus dientes al igual que su boca, se deslizaban por mi dedo, pero, de otra manera. Esa manera era escalonada, de unos dos centímetros aproximadamente era cada escalón. Para ayudar a subir su boca del fondo de mi dedo, se valió de su lengua, mojando aún más mi inocente dedo, recorriendo aquellos diez centímetros de nuevo— ¿Así se la chupaste al cornudo de tu marido el viernes puta?

— Sí amo. Le hice la mejor mamada que le había hecho a él y a cualquier otro hombre. Llevaba más de dos años sin chuparle la polla a mi marido— me dijo intentando volver a cerrar sus piernas. Ambas manos se quedaron entre sus piernas. La derecha seguía engrandando aquel placer, mientras que, la izquierda, se quedó en la torre de vigilancia. Velando que sus piernas no se volvieran a juntar, provocando el temblor de tierra del estallido del volcán

— ¿Qué te decía el cornudo de tu marido cuando se la estabas chupando como una puta?

— No decía nada. Solo hacía gemir como un cerdo— sus labios, al no permitirle fundirlos con los míos a fuego lento, buscó derretirse con otra parte de mi cuerpo. Apoyó su cabeza sobre mi hombro y comezó a besar esa parte, mi cuello. Lo besaba con una intensidad descomunal, como si fuesen aquellos besos fallidos que tanto anelaba. Sus dientes recordaron los dulces y tiernos mordiscos que le habían dado a mi dedo inocente disfrazado de mi polla, aún, desaparecida en combate en aquella encarnizada batalla de sudor y flujos—. Solo me dijo que a que se debía esas ganas de chuparle la polla después de tanto tiempo… Que hacía tanto que no se la chupaba que no se acordaba ni como era una mamada.

— ¿Una mamada?— el receptor de mis palabras seguía siendo su oído, teniéndolo muy cerca al tener sus labios besando mi cuello— ¿qué hiciste con su leche al terminarle la mamada que te obligué a realizarle?— Sus labios se despegaban de mi cuello solo para responder.

— Cayó sobre las sábanas. Perdóneme amo, pero, en el contrato, no ponía nada sobre lo que debía de hacer con su semen. No quería tragarme el semen de una polla que aborrezco. Sin en cambio— otro gemido agudo interrumpió su historia—, el suyo— esta vez, otro agudo gemido no vino solo. Vino con una abundante corriente de fluidos que inundó por completo mi mano robotizada entre sus piernas—, deseo tragármelo todo amo. Me muero de ganas de sentir como su leche bien calentita como se deshace en mi boca, como baja por mi garganta poco a poco— otro temblor eléctrico en sus piernas mojó aún más el cuero de mi sofá, aislando nuevamente ese primer orgasmo. Sus labios abandonaron mi cuello, descendiendo por mi cuerpo, buscando, besar mi pecho—. Me fui al recinto ferial, buscando la intimidad que necesitaba en ese momento entre las casetas— volvió de nuevo a la historia. Sabía muy bien la recompensa que tendría si la acababa—. Me quite las bragas sin pensármelo— cogía aire al no poder respirar con aquellos ronroneos tan profundos que salían de sus labios. Unos ronroneos tan ardientes, que, al entrar en contacto con mi piel, la ardía—, y me empecé a follar mi coño con el cartucho de las gafas de sol…— sus manos se posaron sobre sus tetas, simulando la masturbación en la caseta— necesitaba algo duro y gordo amo. No tenía otra cosa a mano, solo, el cartucho delas gafas. Me quité la chaqueta, desabroché el sujetador y empecé a tocarme las tetas por debajo de mi camiseta. Amo, por favor, déjeme que me corra, no aguanto más. Necesito correrme— otro calambrazo eléctrico intentó juntar sus puertas, saliéndole el tiro por la culata por el soldado que las vigilaba.

— ¿Te las estabas tocando como te las tocas ahora puta?— dije colocando mi mano izquierda sobre su misma mano, relevando su puesto el siguiente al mando, mi rodilla, quién, se interpuso entre las dos piernas impidiendo que asfixiaran de nuevo mi mano derecha.

— Sí amo, de la misma manera— mi mano izquierda apartó la suya, para, poder degustar el tacto exquisito de aquellas tetas de nuevo. Mi rodilla se retiró de la zona de conflicto, dándole la libertad que tanto ansiaban sus piernas.

— Lo has hecho muy bien gatita. Como soy un hombre de palabra, lo prometido es deuda. Tu amo te va a permitir que te corras. Quiero que mi puta me enseñe lo morbosa que se pone cuando se corre— al dejar que se corriera, mi mano derecha le ayudó para que esa explosión fuese lo más gratificante posible, aumentando el ritmo de aquella longeva masturbación.

Sus piernas se juntaron de la misma manera que la anterior, asfixiando mi mano, dejándola inutilizada entre sus piernas. Las ambas manos con las que se estaba sobando las tetas, las colocó en medio de la asfixiada mano derecha, como si se tratase de un sándwich, en la que, mi mano, era el fiambre, en un intento habilidoso de inhabilitar por completo aquella mano, tirando por tierra todo el trabajo que se había ganado con creces. Solo inhabilitó astutamente el campaneo de mi mano, pero, no pudo evitar otro juego de manos. Mis dedos se desprendieron de su ama, comenzaron a darle fuertes e intensivas folladas en su rajita. Su cuerpo, lo dejó caer en vacío sobre el mío, rozando su sudorosa piel con la mía, impregnándola de su inconfundible aroma. Sobre mi hombro derecho a recaer peso, pero, en este caso, era del cuello. Su cabeza la dejo en el aire, siendo este, su soporte, cayendo su pelo moreno sobre mi espalda.

Aquellos gemidos y ronroneos se convirtieron en gritos salvajes, dignos de una fiera silvestre. Su cuerpo comenzó a vibrar, sabía que, era la hora. La hora en la que tendría ese estupendo y merecido orgasmo. Mis dedos no paraban de follarle de la manera más brava aquella rajita, con envestidas dignas de un toro en el ruedo, penetrando incansablemente el capote del torero con sus cuernos. Finalmente el volcán, estaba en errupción al notar, como aquellos dedos que proseguían con sus embestidas, se llenaban de la lava ardiente del cráter de aquel volcán, descendiendo por sus piernas como si fuese la loma del volcán.

Ya estaba satisfecha, había logrado lo que me llevaba minutos consiguiendo, una corrida descomunal. Una corrida que llevaba minutos asilándola de la salida de su rajita. Sus labios volvieron a querer fundirse con la llama de los míos, en este caso, no me negué. El fuego lento de mis labios derritió los suyos en el beso más placentero que había dado hasta mi corta edad de 22 años. Sus piernas volvieron a abrirse, descansando después de la enorme presión que habían ejercido durante aquellos segundos de orgasmo. Sus manos, abandonaron la mía para volver a adentrarse en la selva de mi melena morena, acariciándola, abrazando cada uno de mis pelos de la misma manera que un peine. Como dos enamorados, proseguimos aquel cálido y apasionado beso durante más de un minuto. Mi mano izquierda acariciaba su cara, su mejilla, apartando su pelo para atrapar en su palma su cabeza sobre aquel oído sobreexcitado por la continua palabrería sobre él.

— ¿Te has corrido a gusto gatita?— pregunté abandonando aquellos labios.

— Nunca me había corrido de esta manera amo— me dijo volviendo a fundir sus labios con los míos.

— Ahora me toca a mí correrme, ¿no crees zorra?— sus ojos eran unos ojos de pasión, lujuria, deseo. No tengo palabras para describir o cualificar con un adjetivo la manera que me miraban aquellos ojos llenos de placer, llorosos de tanta pasión—. Todo el placer que te he estado dando, quiero, que me lo devuelvas ¿sabes lo que me vas a hacer puta?— mi mano derecha, después de aquellos interminables minutos de desenfreno en su rajita, la abandonó. La fui subiendo hasta llegar a su boca, hasta llegar a la calidez de sus labios, hasta llegar a la fogosidad de su lengua—. Te imaginas lo que te voy a meter en esa boca de zorra que tanto llevo deseando probar.

Continuará…

Nota: A los que habéis leído la primera y segunda parte, os habréis fijado que he modificado la forma de escritura. No sé si ha sido buena idea. No sé si en un relato sobre la dominación es adecuado añadir prosa y metáforas. No sé si ha sido buena idea mezclar el arte milenario de la dominación con el arte milenario de la literatura y la prosa. Me gustaría oír diferentes comentarios al respecto, para saber, si las partes que me quedan por escribir aún, volver a la antigua escuela o, seguir por este camino “poético”. Espero comentarios sobre los dos bandos, hombre y mujeres. Pienso que una mujer, al leer un relato de este tipo, lo siente más que nosotros, le hace falta algo más que una simple palabrería guarra. Le hace falta, en resumen, sentirse llena. Que os voy a contar sobre las mujeres que no sepáis señores jaja.