Mi primera dominación fue todo un éxito (2ª parte)

Cuento la segunda parte de como fue mi primera experiencia en el arte milenario de la dominación

Lo comentado en el final de la primera parte, no era del todo cierto. Sí que estaba allí, pudiendo observar todo lo que ocurría gracias a la gran periferia visual que me otorgaba la luna delantera de mi coche. Presencie, como, al salir de abonar la cuenta en el interior del bar, encontrarse con la sorpresa de haberme volatilizado en el espacio y, al haber caído de nuevo sobre la atmósfera, no ser más que un simple trapo húmedo. Aquel trozo de tela de un color cálido, no fue más que la prueba inerte de que aquella tarde.

Una tarde en la que me demostré a mí mismo que, era una de esas personas que eran dignas de poseer el poder para ejercer este arte. Un arte tan antiguo como el mismo ser humano, un arte primitivo, carnívoro. Aquel arte, que a pesar de su polvorienta caja debido al paso de los siglos, aún seguía arrastrando la misma esencia primitiva desde su creación en la época de los dioses y de los demonios. La destrucción psicológica de otro ser humano. Observar como ese ser humano va renegando de toda libertad, de personalidad, coherencia y del mismísimo respeto hacia su propia persona.

Enfermando a pasos agigantados por falta de una simple medicación. Esa simplicidad no era otra que haberse transformado en un vulgar animal, un inocente cacho de carne, algo inerte dispuesto a realizar todo lo que le ordene su amo, su dueño, esa persona que poseía sobre su víctima el mismo poder que un demonio, al haberse apropiado de esa alma pura. Aquella persona que por una parte debería respetar más que a su propia vida y, por otro lado, aquella persona que admiraba con recelo al sentir como había empleado sus habilidades en este arte milenario, llegando a sentirse por primera vez en su vida complacida al ser su marioneta, su títere, llegando a un climax y a un placer que con ningún otro hombre había experimentado hasta ese momento.

Durante unas décimas de segundo, estuvo observando sus propias bragas humedecidas sobre aquella mesa, totalmente extendidas, de la misma manera que las dependientas de tiendas de ropa las colocan en sus estanterías. Con la peculiaridad, de que las suyas las había colocado boca abajo, palpando como los flujos que atrapaba el tejido de algodón de aquella prenda que escondía el verdadero río de flujos que era su entrepierna, había comenzado a presentarse con una ligera sombra de humedad. No sobre la áspera mesa de metal de la terraza, si no, aquella ligera silueta se estaba recreando sobre un papel escrito con un mensaje que me traje en el bolsillo izquierdo de mi pantalón.

Obviamente, ese papel doblado en mi bolsillo solamente lo hubiese colocado debajo de sus bragas si estas estuviesen totalmente mojadas. Debido al éxito de aquella primera toma de contacto, tomé en consideración colocarlas sobre aquel papel para que los comensales de aquella terraza admirasen como aquella tarde había dejado de húmeda la entrepierna de la que había conseguido que fuese mi putita, aunque, esa misma tarde no había firmado aún su contrato.

Cogió tanto el papel como sus bragas bajo la atenta mirada de los demás. Una serie de personas que su número se había incrementado al ver semejante espectáculo de mi putita, calentándome la polla a mí y al resto, en especial, a los dos chavales de la mesa de enfrente, separando sus piernas dejando al descubierto tanto el aroma como los jugos de su fruta afrodisiaca. El mensaje estaba escrito de la misma manera que en antaño, bajo la tinta de un bolígrafo, recreando los primeros telegramas que recorrían los caminos de tierra bajo los lomos de los burros. “Chúpale la polla a tu marido esta noche y hazlo pensando en que la que tantas ganas has tenido pero que no te ha tu amo. La próxima vez que nos veamos lleva este mismo papel con tu firma. Será tu contrato”.

Pasaron tres días para que volviese a oír mi títere mi voz por el altavoz de su teléfono móvil. Opté por dejar ese espacio de tiempo para confundirla, cumpliendo con el principio básico de este arte milenario, la ferocidad en la que se hunde en el más profundo abismo a la víctima.

— ¿Si?— pronunciaron sus labios al transcurso de aquellos 3 días.

— ¿Se te ha olvidado en estos tres días la voz de tu amo, gatita?

— No amo. Es que pensaba que no me iba a llamar. Como hace 3 días que…

— ¿Sabes lo que dicen de los carteros?— pregunté interrumpiéndola.

— No, ¿qué dicen de los carteros?

— El cartero siempre llama dos veces— comenté con una picaresca de las mías—. Además, ya sabes o tendrías que saber suficientemente bien que al ser tu amo, no puedes replicar mis actos. Si he estado 3 días sin llamarte, tendré mis razones. Razones que no deben tener importancia para ti. No tengo que darte explicaciones de lo que hago o dejo de hacer. A diferencia de ti, la que me tendrás que dar y argumentar todas las explicaciones que vea oportunas— esta última frase la dije con la voz un poco más ronca. Dándole a entender que esa frase resaltaba sobre las demás, siendo la más importante,  debiéndola de memorizar al igual que los niños de primaria con las tablas de multiplicar.

— Lo sé amo, que no me debe darme ningún tipo de explicación. Solamente pensaba que no me iba volver a llamar— respondió autoexculpándose. Suponiendo que lo que me dijo era cierto, era lo último que debería hacer, corregirla en aquel primer minuto de conversación al supuestamente haber firmado el contrato.

— ¿Tenías miedo a que te dejase tirada como a un perro?— esta siguiente pregunta iba acompañada con una leve risa.

— Si amo. Pensaba que iba a hacer eso conmigo— Estaba aprendiendo de una manera sutil. Esas palabras no querían decir que no lo volviese hacer, pero, sin en cambio, su tono de voz me lo estaba comunicando.

— ¿Dejarte tirada? Lo puedo hacer cuando quiera. Ten presente que eres mi putita, mi perra. Puedo hacer contigo lo que me plazca. Te puedo tratar de la manera más ruin, despreciable. Pero, como estuvimos hablando en la terraza, antes del gran sprint final y llegar a esa meta marcada por mi cinta, tendrás que realizar una serie de calentamientos y algunos maratones— Le comenté volviendo a recuperar brevemente la extensa conversación de la primera tarde que jugué con mi marioneta—. Recuerda que los calentamientos lo realizaste en su día. A partir de ahora, el único obstáculo hasta esa meta serán esos maratones, dejando las tonterías de los calentamientos en aquella terraza. O mejor dicho, sobre tu contrato— quería saber indirectamente, sin ningún tipo de preguntas sobre el paradero de aquel contrato que le dejé sobre la mesa, humedecido por las bragas de mi primera putita.

— ¿Ya no van a haber más calentamientos?— Preguntó en primer lugar, dejando mi insinuación para más adelante—. Pensaba que los calentamientos iban a durar algo más que una simple tarde— algo decepcionada seguía evitando aquella insinuación.

— ¿Pensabas que siempre iba a darte ese cuartelillo? Sabías muy a lo que aceptabas y firmabas— fue la segunda vez que se lo insinué. Sabía que era bastante más fácil preguntárselo directamente y haber acabado antes. Pero, quería enseñarla a que me respondiese con la más mínima insinuación. Sabiendo que en todo momento, aparte de realizar todas las fantasías de un chaval de 22 años, debería de estar atenta a toda palabra que saliese de mi estricta boca.

— La verdad que me hubiese gustado algo más de cuartelillo. El otro día con ese cuartelillo me lo pase bastante bien la verdad. No podía imaginarme que sentiría lo que sentí— me dijo con una sonrisa. Esas sonrisas que me daba al principio de que empezase a jugar con ella en la terraza.

— ¿Lo que sentiste?— respondí de la misma manera que ella— ¿qué sentiste, mi gatita?— Me gustaba alternar su apellido. Unas veces putita y otras, como aquella vez, gatita. Sentía el morbo recorrer mis venas al pensar en la escena de ella de rodillas, dándome placer con su boca y, al coger aire para  seguir, hacer el gesto de una gatita con una  de sus manos. Otra escena paralela a la anterior, era la de usar su lengua ronroneando en busca de su leche calentita. La otra, obviamente, estaría ocupada sujetando el beneficiario de aquel intenso placer

— Sentí un buen calentón. Nunca me he puesto tan cachonda en público y, mucho menos, hacer lo que te hice— esta segunda sonrisa, me dio a entender, que fue la misma a la que le obligué a realizar haría 3 días. Con el dedo índice colocado superficialmente en su labio inferior de su boca.

— ¿Lo que me hiciste o lo que te obligué a hacerme, gatita?— La misma escena volvió a recorrer los sistemas nerviosos de mi mente—. Recuerda que en un principio te negabas a tener entre tus manos mi polla por debajo de la mesa.

— Temía a que alguien me viese. Pero, debo reconocer que me puso muy cachonda tener tu polla en público. Cada vez quería más y más. Pero al salir estaba sola. Bueno, realmente no estaba sola— finalmente empezó a detallarme las continuas insinuaciones que le había dado—. Al salir de pagar la cuenta en la barra, estaba mi tanga encima del contrato. El contrato estaba bien mojadito por mi tanguita— lo verificó con voz sensual.

— ¿Estaba bien mojadito tu tanguita, putita?— De nuevo, mi escopeta se iba llenando de pólvora.

— Sí. Estaba bastante mojadito. Al igual que mi coñito— me seguía diciendo con la misma voz sensual. La conversación se estaba transformando en un simple sexo telefónico. Cosa que, le dije en multitud de ocasiones durante nuestras primeras charlas por la red, que no toleraría. Que el sexo se practica en persona, con un contacto físico. Como decía uno de mis chistes preferidos, el del tonto y el del mariquita: “Tú la has puesto así, tú serás la que la vas a volver a bajar”—. Tuve que coger el contrato y el tanga y salir corriendo. Toda la terraza me estaba mirando como me habías colocado mis braguitas llenas de mí encima de la mesa. En especial, los dos muchachos de la mesa de enfrente. Me estaban comiendo con la mirada. Creo que vieron todo. Desde que te estaba haciendo una paja, hasta que, me tragué toda la leche y te dejaba tu polla bien limpita— Tenía que parar esa charla como fuese. No quería fallar en la sorpresa que le tenía preparada para nuestra siguiente toma de contacto.

— ¿Leíste el mensaje que te puse en el contrato?

— De arriba abajo, cumpli…

— ¡No!— dije rápidamente cortando aquella conversación absurda. Absurda al transmitirse por las líneas telefónicas— Tranquila. La próxima vez que nos veamos, me contarás con pelos y señales ese detalle y muchos, pero muchísimos más. Quiero ver, hasta qué grado es de puta mi gatita— era la sorpresa que le tenía preparada a mi putita en cuanto la viese—. Haz memoria sobre lo que te dije por el messenger del cibersexo y todos sus derivados.

— Es que llevo 3 días ansiosa por escuchar nuevas órdenes. Imagínate lo cachonda que he estado estos tres días que, he tenido que follar con mi marido, que llevaba más de cuatro meses sin follarlo— su voz ya no era tan sensual como la anterior. Era la misma voz que da un pobre mendigo en un semáforo, de necesidad. La necesidad de llevarse algo a la boca para no caerse muerto por la misma.

— No te preocupes. Me parece que vas a tardar otros cuatro meses en volver a follar con tu marido. Claro está, dependerá del tiempo que tardes en comportarte en toda una putita. Ese comportamiento, te permitirá entrar en un mundo de placer, que, por ser primeriza, será una experiencia inolvidable, exquisita. Será como el bocado a una naranja, un sabor intenso, fuerte, áspero, pero si le añades un poco de sal, ese bocado se queda dulce. Con esto, quiero decir que la primera experiencia será algo desagradable, pero, con una pizca de sal, se convertirá en una sensación apetitosa. Lo mismo que me acabas de afirmar hace un rato en la terraza. Al principio te resultó incómodo. Pensar que alguien pudiese verte, pero, con la pizca de sal que le echaste, te olvidaste de la gente. Solo te llevaste por tus más instintos primitivos, el deseo, el placer, comportándote como la puta que tú misma ansias llegar a ser. Si no, ¿porqué aceptaste y firmaste el contrato?— Quería que quedase constancia que, en ningún momento yo le obligué a firmar ese contrato. Cuya firma la plasmó en el contrato por aquellos instintos primitivos y por su propia voluntad. Una firma que, la plasmó sin saber que debería hacer.

— ¿Una pizca de sal? ¿Con esa pizca de sal estaré otros cuatro meses sin follarme a mi marido y gozar de la misma manera que en la terraza?— por mucho que intentase, esa voz erótica no la lograba extinguir de sus labios. Con aquel último comentario, aquel tono voz fue acompañado con un gemido — Quiero gozar como gocé aquella tarde. Por primera vez, disfrute sin complejos, solo pensando en hacer gozar a un hombre sin pensar si estaría a la altura o no, dejándome arrastrar. Fue una experiencia excitante. Siempre he tenido ese miedo cuando conozco a un hombre.

— ¿Siempre has tenido el miedo de no estar a la altura con un nuevo hombre, gatita? Supongo que te refieres a comportarte como una linda putita, ¿me equivoco?—

— Siempre me he querido comportar como una linda putita con los hombres. Es un deseo que siempre he tenido, pero, hasta el día de hoy, solo lo realice contigo en la terraza. No sé qué clausulas llevará mi contrato, pero, con que solamente sean la mitad de buenas que hace tres días, no estaré arrepentida en absoluto de haberlo firmado.

— No te preocupes, te iré dando las instrucciones como la primera vez, a cuenta gotas. La primera gota caerá ahora misma. Te he estado permitiendo que hablemos, no como de amo a sumisa. Tampoco como dos amigos, pero le he dado algunos minutos más a ese cuartelillo que tanto te gusta. Eso ya se ha acabado, solo quería que te despidieses de la que era tu vida, para formar parte de la que será a partir de ahora— al fin pude extinguir aquel tono de voz de sus labios y de los continuos gemidos, con aquella introducción—. En este mundillo, en el que has firmado, la piedad y la benevolencia son palabras que no están en el diccionario. En su defecto, aparecen palabras como, frialdad, miedo, humillación…y las más importantes, obediencia y respeto. Estas últimas dos, solo se corresponden con el dominador, el macho alfa, tu hombre y señor. Solamente te permitiré que te niegues a quedar conmigo en dos ocasiones— un profundo silencio se apoderó de su altavoz—. La primera, es porque te tengas que ocupar de tu hijo pequeño. Temas sanitarios, escolares…etc, no me meteré por medio de una madre y de su hijo. La segunda, será por temas personales de alto rango. Me explico. Reuniones organizadas de antemano, bodas y demás. El resto de escusas que me des, serán ignoradas completamente ¿entendido? Ese será el único cuartelillo que te dejaré— Era consciente de que debía de meterme a esas alturas en la piel de aquel macho alfa. Olvidando a aquel principiante. Un simple aspirante a ser el amo y señor de aquella mujer casada, dispuesta a complacerme en todos mis deseos sexuales.

— Sí. Lo he entendido.

— La siguiente gota será la forma de referirte a mí. Esa forma, ese apellido hacia mi persona, no será otro que amo, señor o cualquier sinónimo digno de este mundillo. No toleraré otro apellido hacia mí que no sea de este mundillo. Si es así, atente a las consecuencias. El recreo de niños que fue la primera toma de contacto, olvídala. Al firmar el contrato automáticamente se te han caído las alas de la libertad, impidiéndote volver a volar hasta que te lo vuelva a ordenar y terminemos los dos este juego de la dominación, ¿entendido?— las alas que se les cayeron, me las incruste yo en los lomos de mi espalda. Aquellas alas me permitieron hacerla volar hacia mi terreno, hacia mi juego.

— Sí amo.

— Dime el lugar donde quieres que te recoja esta misma tarde ¿no tendrás ninguna excusa para esta tarde? Te prometí discreción y tu amo, será todo lo que pienses, pero, te puedo asegurar que, es un  hombre con principios, valores. No suele defraudar tu primer amo sobre las raíces de esos principios y valores— le dije, para que supiese que confiese en aquel que quería que fuese su primer amo.

— No amo, no tengo ninguna excusa para que esta tarde venga a por mí ni por la hora que usted me ordene. Me gustaría que quedásemos en la calle paralela al Martín Carpena, si le parece bien amo.

— No tengo problema mi gatita por recogerte en esa calle. Es poco transitada y perfecta para la distracción que estabas buscando. Sin más, a las 7 quiero verte en la calle paralela del Martín Carpena. Antes de colgarte, finalizaré con una última cosa. No me puedes llamar a mi teléfono, bajo ningún concepto. Te lo prohibo terminantemente. Solo te lo permito por aplazar la hora o el día por los dos motivos que fije antes.

Como solía estar acostumbrada, le colgué el teléfono sin una simple despedida. Dejándole tan solo el frío pitido del teléfono a la hora de colgar.