Mi primer viaje a Egipto (y III) -con traducción
¿Conseguiré que Roy y su enorme pollón de semental árabe vuelvan a interesarse por mí? ¿Qué esconderán las callejuelas de la ciudad medieval alejadas del bullicio de turistas y comerciantes? ¿Acabaré metiéndome en problemas?
Esta es la tercera y última parte del relato sobre lo que me sucedió hará cosa de un año cuando viajé por primera vez a Egipto. Si quieres saber más sobre quién soy, cómo llegué a este punto y quién es el jodido Roy, puedes echarle un ojo a los dos relatos anteriores, especialmente al primero ( https://todorelatos.com/relato/147078/ ).
Como apunte, y a la vista de los comentarios de usuarios ofendidos por el uso del inglés en los diálogos, finalmente he decidido seguir manteniendo el mismo formato en el relato principal con la finalidad de garantizar que la narración transmite con mayor fidelidad la realidad que experimenté aquellos días en el extranjero. No obstante, para los que os resulte complicado, podéis encontrar una traducción íntegra al español al final de este relato bajo la barra de asteriscos (
).
Serían las nueve de la noche pasadas cuando vi que las cuatro chicas, con el pavito de Roy en mitad del grupo vestido con sus habituales pantalones cortos deportivos y su camiseta sin mangas, entraban en la gran sala comedor del hotel. Venían conversando alegremente y cargados con bolsas de conocidas marcas de moda.
- I see it was a productive shopping evening! -les recibí levantándome de la mesa en la que les esperaba.
- Oh, we had a blast! You should have come -me dijo Samira mientras se quitaba el abrigo y se sentaba a mi lado. - How was your evening?
- Uneventful. You know, the usual: gym, sauna… I really needed it. -contesté.
- You definitely look freshened up. -intervino de repente Roy. Supongo que podía leer en mi cara que aquello sólo era una verdad a medias y que el polvazo que acaba de echar, vaciando mis cargados huevos en el culo virgen de Ahmed, se me notaba en la cara.
Durante la cena me contaron los chascarrillos que les habían ocurrido en su tarde de compras. Siempre me ha aburrido sobremanera cuando un grupo de amigos te cuenta con todo lujo de detalles lo que han hecho en tu ausencia, pero aguanté estoicamente. Las muy pijas habían acabado tomando té al equivalente de 20 dólares la taza en una lujosa pastelería de la ciudad. Aquel exceso me pareció una frivolidad en un país donde la mayoría de la población vivía con mucho menos de esa cantidad al día, pero no dije nada. Preferí centrarme en observar a Roy. Silencioso, sentado enfrente de mí, su mirada se fijaba firmemente sobre la mía durante breves instantes. Sabía que, pese a mis intentos por disimularlo, aquellos avispados ojos negros podían leer en mi cara la falta de interés como un libro abierto. Aquella indefensión, a la que tan poco acostumbrado estaba el Jordi dominante, me provocó un escalofrío. Aún más cuando noté cómo su zapatilla jugueteaba con mis pies por debajo de la mesa mientras me sonreía, despreocupado de que nuestras compañeras pudieran acabar oliéndose que ahí había algo más que una estricta relación profesional. Aquella repentina atención tras un día ignorándome me acabaron de descolocar. ¿A qué estaba jugando ahora?
Debía ser cerca de la medianoche cuando pagamos la cuenta y salimos del restaurante en dirección a los ascensores de las habitaciones. Las chicas se bajaron primero, quedando Roy y yo solos por unos segundos que a mí se me hicieron bastante incómodos. Ninguno se atrevió a romper el silencio. Con la cabeza cabizbaja para evitar el contacto visual directo me fijé en esas piernas velludas y musculadas. Seguí subiendo, para ver cómo se rascaba la polla, gorda pese a su flacidez, que se movía libremente bajo su pantaloneta de algodón. El muy hijo de perra no llevaba ni calzoncillos. Roy se bajó en la quinta planta. Antes de que la puerta se cerrara, se giró hacía mí y con su brazo apoyado sobre la puerta evitó que se cerrara del todo. Puso esa sonrisa de malote que el día anterior me había vuelto loco, y me guiñó un ojo antes de dejar que el ascensor siguiera su trayecto. Definitivamente, el tío estaba jugando conmigo y yo le iba a seguir la partida.
Conforme estaba abriendo la puerta de mi habitación me vibró el móvil. Era Roy: “ You want to discover the real Cairo? Meet me in 90 minutes at Bab al-Futuh. You won’t regret it. ”. Busqué en Google Maps: Bab al-Futuh, una de las tres puertas remanentes de la vieja muralla del Cairo antiguo, a algo más de una hora del hotel. ¿De verdad me estaba invitando a dar un paseo turístico a esas horas de la madrugada? ¿O tenía algo más en mente? ¿Querría llevarme de fiesta? ¿Cómo iba a conseguir mantenerme despierto en las reuniones que comenzaba en escasas horas? Aquel enigmático mensaje fue suficiente para hacerme abandonar la idea de una noche tranquila en la soledad de mi habitación.
El Uber atravesó las calles de El Cairo tan congestionadas de madrugada como de día. Aquella ciudad vivía en permanente hora punta. La hora de viaje se me hizo larga. En el asiento trasero de aquel coche, mi razón se batía en duelo a muerte con mis instintos más pasionales. Yo, que pese a mi juventud había conseguido hacerme respetar convirtiéndome en una de las personas más jóvenes en ser promocionadas a mi cargo, estaba poniéndolo todo en riesgo por pensar con la polla. Varias veces estuve tentado de decirle a conductor que diera media vuelta, pero la curiosidad y atracción animal que aquel maromo ejercía sobre mí eran irresistibles.
- It is here, sir. -me indicó el conductor señalándome, a escasos metros de dónde había estacionado, la enorme puerta de piedra custodiada por dos imponentes torres. Le di las gracias y observé cómo el coche se perdía de nuevo en el tráfico infernal dejándome solo a los pies de una de las entradas del antiguo núcleo urbano. Procedente de la megafonía de una mezquita cercana, con una sonoridad que hacía reverberar el espacio y encoger el alma, pude escuchar el inconfundible canto en árabe llamando a los musulmanes de bien a observar la última plegaria del día. Miré el móvil: era la 1:18 de la madrugada, a escasos minutos de la hora que me había fijado Roy.
Me fui acercando a la milenaria puerta y una corpulenta figura fue perfilándose bajo las tenues luces del alumbrado público: Roy, aún con su pantaloneta corta pero con su cabeza cubierta por la capucha de una sudadera negra, estaba apoyado contra los muros mientras fumaba un pitillo. Vi que me sonreía satisfecho cuando me vio aparecer, incorporándose y deshaciéndose del pitillo.
- Follow me. -me ordenó echando a andar sin mediar más palabra.
Cruzamos la puerta y nos adentramos en las empedradas calles del viejo Cairo. Quedé boquiabierto por el maravilloso conjunto arquitectónico que se desplegaba ante mis ojos. Me resulta difícil capturar con palabras aquello. Si no has estado nunca en Cairo y quieres hacerte una idea de la magia que las medievales fortificaciones me transmitían, te recomiendo que vayas a Google Imágenes y busques “El-moez street”.
Conforme nos fuimos acercando a lo que luego supe era el famoso bazar Khan el-Khalili, el tráfico de gente se fue intensificando. Pese a la avanzada hora, aquella ciudad parecía no dormir, con una mezcla de turistas y locales revoloteando de tienda en tienda buscando las mejores gangas. Los vendedores trataban de captar a los turistas como nosotros con souvenirs, colorida ropa, bisutería, lámparas y especias. Algunas de aquellas piezas y artefactos eran extremadamente cautivadores y, en otras circunstancias, me hubiera detenido a regatear. Roy, sin embargo, rechazaba sistemáticamente con la mano todas las ofertas que los insistentes vendedores le lanzaban y seguía avanzando a paso firme. Yo le seguía, con un ojo fijado en ese espectáculo y con el otro tratando de no perderle entre la multitud. Era fácil despistarse.
Roy torció a la izquierda, ascendiendo por una callejuela oscura, alejada del bullicio de la calle principal. Subió unas escalinatas y se detuvo ante la puerta de una casa que aparentemente no tenía nada de especial. Con los nudillos llamó a la puerta. Antes de que nadie contestara se giró hacia mí: “let me do the talking”. Unos segundos después la puerta se entreabrió. Un hombre de barba canosa que pasaría la cincuentena y ataviado con una chilaba blanca nos inspeccionó con la mirada. Roy intercambió unas breves palabras en árabe con el viejo y le ofreció unas cuantas libras. El hombre abrió la puerta completamente y nos invitó a pasar. ¿Dónde cojones nos estábamos metiendo?
La tenue luz parpadeante de unas lámparas de aceite dispuestas a lo largo de un pasillo iluminaban el espacio. Seguimos al viejo, que nos dejó solos en lo que me parecieron unos vestuarios. La sala, pequeña pero cálida, disponía de un par de bancos con unas toallas dobladas sobre ellos. Antes de que pudiera preguntarle dónde estábamos, Roy se quitó la sudadera y la camiseta de una, dejándome ver una vez más ese voluminoso pectoral perfectamente definido. Viendo mi cara de desconcierto, se giró hacia mí, me agarró por la nuca y, empujándome hacia él, por primera vez me dió un morreo. Mientras su lengua se perdía en mi boca, su otra mano me desabrochaba con habilidad la camisa botón a botón dejándome a mí también con el torso desnudo.
- Better? -me preguntó como zanjando el tema.
Roy se quitó la última prenda de ropa que le quedaba. Al bajarse los shorts pude ver que, efectivamente, el muy perro no llevaba ropa interior. Me miró con cara de vicio mientras su manaza zarandeaba sus genitales. Su enorme polla, aún flácida, y sus impresionantes huevos bailoteaban delante de mí. El tío llevaba puesto un cockring metálico que reforzaban aún más aquel aspecto de bestia empotradora. ¿Lo llevaría puesto desde la mañana? Lentamente, se enrolló una de las toallas en la cintura y me invitó a hacer lo mismo. Me quité mis pantalones y la ropa interior, quedándome en bola picada, y también me ceñí una toalla.
Depositamos nuestras pertenencias en una taquilla y salimos por una puerta opuesta a la que habíamos entrado. En la sala contigua, de unas dimensiones mucho mayores, una muy densa neblina de vapor en la que se reflejaba el tono anaranjado de las lámparas me impedía ver más allá de un par de metros. Roy me dio una palmada en el culo y desapareció tras un “ have fun! ”. El cabrón me abandonó a mi suerte allá en medio de lo que parecía un enorme baño turco. De fondo podía escuchar música árabe que se mezclaba con el delicado sonido de unas fuentes de agua que mis ojos no alcanzaban a ver.
Bordeando la piscina central, fui familiarizándome con aquel gigantesco espacio que nunca habría creído se escondía en el corazón mismo de la capital egipcia. El calor y la humedad que desprendían aquel Hammam pronto hicieron que mi cuerpo, aún hinchado por el entrenamiento, empezara a sudar. Sobre la música y el sonido del agua, escuché unos leves gemidos. Entre el vapor, pude ver unas figuras masculinas que se movían rítmicamente, casi danzando. Me acerqué lentamente. Un joven negro, que apenas llegaría a la mayoría de edad, pero fuertemente musculado, yacía sobre un banco de mármol blanco con sus piernas sobre los hombros de un chico de edad similar, piel morena y pelo rizado que le penetraba sin cuartel al ritmo de la música. Me quedé absorto viendo el espectáculo. Su polla, dura como una piedra, iba penetrando sin condón el culo del negro extasiado. Los cojones se posaban sobre sus nalgas, como intentado introducirse aún más adentro de lo físicamente posible, solo para volver a salir y repetir el hipnótico e imparable mete y saca. Ellos, ajenos a mi presencia o incluso excitados por ella, seguían su función. La polla de aquel chavalín, que me recordó a la de Ahmed por ser gruesa como pocas y con unos colgantes huevos, emitía rítmicas y largas embestidas, deleitándose con cada una de ellas. Sacaba la polla casi del todo y volvía a meterla lentamente hasta que sus huevos se posaban sobre el culazo del negro que, extasiado, no podía reprimir sus gemidos de placer.
En estas me hallaba cuando noté que una mano se posaba sobre mi hombro. Me giré y pude ver a un joven algo más bajo que yo que me miraba fijamente a los ojos. Aquel tío, de ojos avellanados, no llegaría a los 30. Tenía una barba negra espesa de un par de semanas, bien arreglada, y un pecho y abdomen bien definidos. No era especialmente velludo, pero me fijé en la fila de pelos que se perdía bajo su toalla, ligada de tal manera que dejaba ver la parte superior de su vello púbico recortado. Su mano siguió acariciando mi cuerpo, deleitándose en mi pecho cubierto de pelo, hasta llegar a mis pezones. Acercó su boca a uno de ellos y empezó a mordisqueármelo mientras con la mano me pellizcaba el otro. La visión de los chavalines penetrándose y el placer que me producía aquel tío hicieron que mi polla creciera rápidamente. El tío se percató del paquete, y con una sonrisa, me cogió de la mano y tiró de mí, dándome a entender que le siguiera.
La curiosidad de saber qué más escenas me encontraría en aquel lugar me hicieron dejar de lado a los chavalines, y seguir al moro. Le acompañé a lo largo de aquella sala. Pude ver más hombres que practicaban sexo, en parejas o en grupo, y otros que simplemente me observaban fijamente, comiéndose mi cuerpo con sus miradas y acariciándose sugestivamente. Ni rastro de Roy.
Entramos en una sala lateral. Era circular, coronada por una cúpula y con una especie de altar de piedra rectangular como elemento central. “ Lay down ”, me susurró sensualmente al oído mientras me quitaba la toalla, desnudándome por completo. Me acomodé boca abajo sobre el altar. El tío empezó a masajear mi cuerpo bañado en sudor y vapor. Empezó por los hombros, bajando por el surco de mi columna, y pasando a mis piernas, pero sin tocar mis nalgas. Sabía lo que se hacía. Yo podía notar mi polla dura, apretada entre mi abdomen y la piedra. La incomodidad fue creciendo hasta que me di media vuelta, quedando tumbado boca arriba, con mi polla de 18 cm sin circuncidar, aún recubierta por el prepucio, palpitante. Su cara de sorpresa dio paso a la de lujuria, y sus manos volvieron a posarse sobre mi cuerpo, esta vez abalanzándose directamente sobre mi polla, que empezó a masturbar, descapullándola lentamente. Con la cabeza ladeada, podía ver cómo el bulto bajo su toalla había crecido considerablemente. Estiré el brazo y tiré de la tela, que cayó al suelo, liberando aquel trozo de carne. Bajo su tableta de chocolate nacía una polla de piel oscura, ligeramente inclinada hacia abajo, y por lo demás perfectamente proporcionada. Con el prepucio totalmente retraído a causa de la erección descomunal que el chaval llevaba encima, podía ver su capullo enrojecido y notablemente hinchado. Sin previo aviso empezó a comerme la polla. Cerré los ojos. Exceptuando la tragada de lefa de Roy, era la primera vez que un árabe me comía el rabo. ¡Y menuda comida! El tío pronto consiguió que me retorciera de placer sobre aquel banco de piedra, tensionando cada uno de mis músculos e implorándole que no parara. Abrí los ojos para observar cómo se comportaba aquella putita. Succionaba con gusto, tratando de meterse la polla entera en la boca. Con una mano aguantaba la base de mi polla y con la otra me masajeaba las pelotas. Cuando mi glande presionaba contra su garganta, atragantándole, podía ver como sus babas escapaban por las comisuras de su boca, cayendo sobre la base de mi polla y resbalando por mis huevos hasta que la extendían por la piedra. Parecía que no había comido en meses y que le molaba el salchichón español, que definitivamente no era halal.
En medio de una de las mejores mamadas que me han hecho nunca, vi que un hombre nos observaba apoyado sobre el marco del portón de la sala. Acariciándose un enorme bulto por encima de la toalla mientras nos miraba atentamente, aquel toro de metro noventa sólo podía ser Roy. Sus ojos negros se fijaban directamente sobre los míos, más interesado en las expresiones faciales que aquel chaval me estaba generando que en el acto en sí. Mientras nos mirábamos sin pestañear, empecé a follarme la boca de aquel pobre chaval como si me estuviera follando a Roy, quien de un plumazo se quitó también su toalla, mostrando una polla aún más grande de lo que ya la había visto el primer día, totalmente recubierta de venas gracias a la presión adicional del cockring. Aquello no podía ser sano. Se escupió sobre la mano y empezó a acariciarse el capullo, ensalivándoselo completamente. Aquel semental estaba listo para la acción, podía verlo en sus ojos.
Roy se acercó hacia el altar y le dijo algo ininteligible al chaval, que paró de comerme la polla y se piró visiblemente molesto. Antes de que yo pudiera protestar, Roy retomó lo que el otro había dejado a medias mientras con su mano me empujaba el pecho, volviéndome a recostar. Cuando pensaba que aquella mamada no podía mejorar, el semental árabe demostró otra de las razones por las que los príncipes saudíes pagaban lo que pagaban por sus servicios. Empezó a succionar violentamente mi polla a la vez que me daba lametones en los huevos. Tras un buen rato jugando gustoso con mi polla, me cogió de los tobillos, abriendo mis musculadas piernas velludas de par en par y exponiendo mi ano palpitante, que empezó a comerse provocándome un placer indescriptible. Podía notar cómo su lengua intentaba hacerse paso dentro de mi estrecho culo que hacía meses no había sido follado por nada ni nadie. Yo me dejé hacer mientras con la mano me masturbaba, acercándome peligrosamente al orgasmo en varias ocasiones. Cuando consideró que aquel esfínter estaba lo suficientemente relajado, se chupó el dedo índice.
- What are you doing? -le dije poniéndome serio al intuir sus intenciones.
- What do you think I am doing, genius? -me dijo irónicamente con voz suave y grave pero sin dejar de sonreír. - I’ll just play a bit with it, we don’t need to go further than that.
Me volví a tumbar, dándole a entender que accedía a que siguiera jugando con mi ano. Empezó a meterme el dedo, deleitándose mientras me sonreía con malicia en medio de mis quejidos. Nunca había sido muy pasivo, y aunque podía disfrutarlo de vez en cuando con la persona correcta si me relajaba, aquel desconocido no acaba de generarme la confianza suficiente. Noté cómo habilidosamente empezaba a masajear mi próstata. Aquello me dio una descarga de placer, acompañada de unas gotas de precum que empezaban a brotar de mi polla dura a reventar. Las recogió con su otra mano y se lamió los dedos como si fuera un exquisito néctar, para continuar chupándomela después. A ese semental le gustaba dejarme seco, me lo había demostrado el día anterior y me lo volvía a demostrar ahora. Cerré los ojos de nuevo, con mi cuerpo al límite del placer, ocasionado por esa mamada ahora acompañada de ese dedo que seguía ordeñando mi próstata. Así estuvimos un buen rato. El tío trasladaba su boca de mi polla a mis pezones convenientemente cuando sentía que mi orgasmo estaba cerca, tirando de mis huevos para hacerme regresar al nivel pre-clímax. Me hubiera podido pasar la noche en esas oleadas de edging .
En cierto momento, noté que el tío sacaba el dedo. Debía estar cansado, pensé. Antes de que mi agujero pudiera volver a cerrarse, sin embargo, noté un inmenso dolor agudo que me hizo soltar un gruñido y abrir los ojos de par en par. El muy cabrón me había metido aquella polla de 22 cm hasta el fondo sin avisar. Notaba cómo me ardía el ano. Intenté liberarme de él, pero sus musculados brazos me impedían sacar esa bestia de dentro de mí. Mientras forcejeaba con él, empezó a mover sus caderas lentamente. Aquello hizo que mi esfínter, poco a poco, fuera adaptándose a aquella enorme vara que me estaba violando literalmente. El dolor inicial fue dando lugar a un increíble placer. Podía notar cómo aquella polla, la más grande que había tenido dentro con diferencia, inundaba cada espacio de mi recto. La ligera inclinación hacia arriba de su polla hacía que su capullo se restregase con fuerza sobre mi próstata, haciendo que mucho más líquido preseminal siguiera brotando de la mía. El tío lo recogió de mi abdomen y, se untó con él el vástago de la suya sin llegar a sacarlo del todo. Aquella lubricación adicional hizo que el dolor se desvaneciera del todo. Empecé a masturbar mi polla, pero la sensación era tan intensa que apenas podía hacerlo por intervalos de escasos segundos. Aquel semental, con una polla ya de por sí descomunal, y ahora más dura que nunca gracias a aquel cockring que hacía que todas sus venas se marcaran como nunca antes había visto, gruñía de placer con cada embestida. El sonido de sus piernas golpeando mis glúteos llenaba el aire, reverberando contra la cúpula y mezclándose con los gemidos y respiración agitada de los dos. Me estaba taladrando el ojete sin piedad. Noté que su respiración empezaba a acelerarse.
- Don’t cum inside me! -le exigí.
Pero ya era demasiado tarde, pude notar que el tío apretaba el ritmo mientras gemía y que su semen empezaba a llenar mi ano. Entonces, de golpe sacó su polla en plena ebullición y continuó masturbándola con la mano. Sus lefazos salían disparados en todas las direcciones, a más de dos metros de él, impactando contra mi boca primero y sobre mi pecho después. Más de seis trallazos de semen conté que salían antes de que el tío volviera a hundir su polla dentro de mi agujero, mientras seguía bombeando. Aquella escena fue demasiado para mí, que empecé a correrme también en todas direcciones. Las contracciones que mi ano ejercían sobre aquella enorme polla hicieron que Roy empezara a gemir de placer. Mientras me corría, Roy volvió a meterse aquella manguera descontrolada en la boca, tragándose hasta la última gota y provocándome escalofríos de placer.
Estuve por lo menos cinco minutos recuperándome del polvazo, jadeando, con Roy tumbado a mi lado mientras distraído esparcía el semen sobre mi pecho y me sonreía con una cara de absoluta satisfacción. Cuando fui capaz de incorporarme, pude ver que varios jóvenes árabes estaban montándoselo a nuestro alrededor, extremadamente excitados del espectáculo que habían presenciado sobre aquel altar, de tono casi místico. La noche no acabaría allí. En las horas previas al amanecer, entre Roy y yo nos follamos a varios jovencitos, que estaban maravillados por mi exotismo y por el pollón descomunal de Roy. Pero eso me lo guardo para mí.
Con este relato acabo la entrega de mi primera serie. No os negaré que, cuando empecé, lo hice más por mí que por vosotros: la memoria va difuminando lo que viví y quería ser capaz de volver a revivirlo en el futuro. Si bien ha sido un ejercicio agradable a ratos (me tuve que hacer varias pajas para poder continuar), e incluso agradecido (sois varios los que me habéis enviado mensajes positivos mostrando vuestros comentarios), también es verdad que son muchas las horas de redacción y ajuste invertidas, incluso para un relato verídico como este. A lo largo de la narración he tratado de transportaros con la mayor fidelidad posible a las escenas que viví, intentado capturar no solo la parte puramente sexual, sino el contexto y el carácter de los personajes. Estos primeros relatos me han ayudado a ser consciente del esfuerzo que supone para los escritores aficionados como yo redactar un texto como este. Por eso, quería agradeceros vuestros mensajes y animaros a que sigáis mandándome vuestras valoraciones y sugerencias sobre cómo mejorar el estilo y contenido, pero también contándome sobre quiénes sois y desde dónde me leéis: ¿Qué partes os han resultado más interesantes y/o excitantes? ¿Cuáles os han aburrido? ¿He conseguido que te corras con alguna parte? ¿Qué más os hubiera gustado saber? ¿Os resultan pedantes el lenguaje utilizado y la corrección ortográfica o por el contrario os ayudan a meteros en la historia? Espero vuestros e-mails (por supuesto confidenciales) en: jordimasfarrer90@gmail.com
VERSIÓN ÍNTEGRAMENTE EN CASTELLANO
Serían las nueve de la noche pasadas cuando vi que las cuatro chicas, con el pavito de Roy en mitad del grupo vestido con sus habituales pantalones cortos deportivos y su camiseta sin mangas, entraban en la gran sala comedor del hotel. Venían conversando alegremente y cargados con bolsas de conocidas marcas de moda.
- Veo que habéis tenido una tarde de compras productiva -les recibí levantándome de la mesa en la que les esperaba.
- ¡Lo pasamos genial! Deberías haber venido... -me dijo Samira mientras se quitaba el abrigo y se sentaba a mi lado. - ¿Qué tal tu tarde?
- Sin nada remarcable. Ya sabes, lo habitual: gimnasio, sauna... Me hacía falta. -contesté.
- ¡Ciertamente se te ve rejuvenecido! -intervino de repente Roy. Supongo que podía leer en mi cara que aquello sólo era una verdad a medias y que el polvazo que acaba de echar, vaciando mis cargados huevos en el culo virgen de Ahmed, se me notaba en la cara.
Durante la cena me contaron los chascarrillos que les habían ocurrido en su tarde de compras. Siempre me ha aburrido sobremanera cuando un grupo de amigos te cuenta con todo lujo de detalles lo que han hecho en tu ausencia, pero aguanté estoicamente. Las muy pijas habían acabado tomando té al equivalente de 20 dólares la taza en una lujosa pastelería de la ciudad. Aquel exceso me pareció una frivolidad en un país donde la mayoría de la población vivía con mucho menos de esa cantidad al día, pero no dije nada. Preferí centrarme en observar a Roy. Silencioso, sentado enfrente de mí, su mirada se fijaba firmemente sobre la mía durante breves instantes. Sabía que, pese a mis intentos por disimularlo, aquellos avispados ojos negros podían leer en mi cara la falta de interés como un libro abierto. Aquella indefensión, a la que tan poco acostumbrado estaba el Jordi dominante, me provocó un escalofrío. Aún más cuando noté cómo su zapatilla jugueteaba con mis pies por debajo de la mesa mientras me sonreía, despreocupado de que nuestras compañeras pudieran acabar oliéndose que ahí había algo más que una estricta relación profesional. Aquella repentina atención tras un día ignorándome me acabaron de descolocar. ¿A qué estaba jugando ahora?
Debía ser cerca de la medianoche cuando pagamos la cuenta y salimos del restaurante en dirección a los ascensores de las habitaciones. Las chicas se bajaron primero, quedando Roy y yo solos por unos segundos que a mí se me hicieron bastante incómodos. Ninguno se atrevió a romper el silencio. Con la cabeza cabizbaja para evitar el contacto visual directo me fijé en esas piernas velludas y musculadas. Seguí subiendo, para ver cómo se rascaba la polla, gorda pese a su flacidez, que se movía libremente bajo su pantaloneta de algodón. El muy hijo de perra no llevaba ni calzoncillos. Roy se bajó en la quinta planta. Antes de que la puerta se cerrara, se giró hacía mí y con su brazo apoyado sobre la puerta evitó que se cerrara del todo. Puso esa sonrisa de malote que el día anterior me había vuelto loco, y me guiñó un ojo antes de dejar que el ascensor siguiera su trayecto. Definitivamente, el tío estaba jugando conmigo y yo le iba a seguir la partida.
Conforme estaba abriendo la puerta de mi habitación me vibró el móvil. Era Roy: “ ¿Quieres descubrir el Cairo de verdad?Reúnete conmigo en 90 minutos en Bab al-Futuh. No te arrepentirás. ”. Busqué en Google Maps: Bab al-Futuh, una de las tres puertas remanentes de la vieja muralla del Cairo antiguo, a algo más de una hora del hotel. ¿De verdad me estaba invitando a dar un paseo turístico a esas horas de la madrugada? ¿O tenía algo más en mente? ¿Querría llevarme de fiesta? ¿Cómo iba a conseguir mantenerme despierto en las reuniones que comenzaba en escasas horas? Aquel enigmático mensaje fue suficiente para hacerme abandonar la idea de una noche tranquila en la soledad de mi habitación.
El Uber atravesó las calles de El Cairo tan congestionadas de madrugada como de día. Aquella ciudad vivía en permanente hora punta. La hora de viaje se me hizo larga. En el asiento trasero de aquel coche, mi razón se batía en duelo a muerte con mis instintos más pasionales. Yo, que pese a mi juventud había conseguido hacerme respetar convirtiéndome en una de las personas más jóvenes en ser promocionadas a mi cargo, estaba poniéndolo todo en riesgo por pensar con la polla. Varias veces estuve tentado de decirle a conductor que diera media vuelta, pero la curiosidad y atracción animal que aquel maromo ejercía sobre mí eran irresistibles.
- Es aquí, caballero. -me indicó el conductor señalándome, a escasos metros de dónde había estacionado, la enorme puerta de piedra custodiada por dos imponentes torres. Le di las gracias y observé cómo el coche se perdía de nuevo en el tráfico infernal dejándome solo a los pies de una de las entradas del antiguo núcleo urbano. Procedente de la megafonía de una mezquita cercana, con una sonoridad que hacía reverberar el espacio y encoger el alma, pude escuchar el inconfundible canto en árabe llamando a los musulmanes de bien a observar la última plegaria del día. Miré el móvil: era la 1:18 de la madrugada, a escasos minutos de la hora que me había fijado Roy.
Me fui acercando a la milenaria puerta y una corpulenta figura fue perfilándose bajo las tenues luces del alumbrado público: Roy, aún con su pantaloneta corta pero con su cabeza cubierta por la capucha de una sudadera negra, estaba apoyado contra los muros mientras fumaba un pitillo. Vi que me sonreía satisfecho cuando me vio aparecer, incorporándose y deshaciéndose del pitillo.
- ¡Sígueme! -me ordenó echando a andar sin mediar más palabra.
Cruzamos la puerta y nos adentramos en las empedradas calles del viejo Cairo. Quedé boquiabierto por el maravilloso conjunto arquitectónico que se desplegaba ante mis ojos. Me resulta difícil capturar con palabras aquello. Si no has estado nunca en Cairo y quieres hacerte una idea de la magia que las medievales fortificaciones me transmitían, te recomiendo que vayas a Google Imágenes y busques “El-moez street”.
Conforme nos fuimos acercando a lo que luego supe era el famoso bazar Khan el-Khalili, el tráfico de gente se fue intensificando. Pese a la avanzada hora, aquella ciudad parecía no dormir, con una mezcla de turistas y locales revoloteando de tienda en tienda buscando las mejores gangas. Los vendedores trataban de captar a los turistas como nosotros con souvenirs, colorida ropa, bisutería, lámparas y especias. Algunas de aquellas piezas y artefactos eran extremadamente cautivadores y, en otras circunstancias, me hubiera detenido a regatear. Roy, sin embargo, rechazaba sistemáticamente con la mano todas las ofertas que los insistentes vendedores le lanzaban y seguía avanzando a paso firme. Yo le seguía, con un ojo fijado en ese espectáculo y con el otro tratando de no perderle entre la multitud. Era fácil despistarse.
Roy torció a la izquierda, ascendiendo por una callejuela oscura, alejada del bullicio de la calle principal. Subió unas escalinatas y se detuvo ante la puerta de una casa que aparentemente no tenía nada de especial. Con los nudillos llamó a la puerta. Antes de que nadie contestara se giró hacia mí: “ yo hablo, tú ni abras la boca ”. Unos segundos después la puerta se entreabrió. Un hombre de barba canosa que pasaría la cincuentena y ataviado con una chilaba blanca nos inspeccionó con la mirada. Roy intercambió unas breves palabras en árabe con el viejo y le ofreció unas cuantas libras. El hombre abrió la puerta completamente y nos invitó a pasar. ¿Dónde cojones nos estábamos metiendo?
La tenue luz parpadeante de unas lámparas de aceite dispuestas a lo largo de un pasillo iluminaban el espacio. Seguimos al viejo, que nos dejó solos en lo que me parecieron unos vestuarios. La sala, pequeña pero cálida, disponía de un par de bancos con unas toallas dobladas sobre ellos. Antes de que pudiera preguntarle dónde estábamos, Roy se quitó la sudadera y la camiseta de una, dejándome ver una vez más ese voluminoso pectoral perfectamente definido. Viendo mi cara de desconcierto, se giró hacia mí, me agarró por la nuca y, empujándome hacia él, por primera vez me dió un morreo. Mientras su lengua se perdía en mi boca, su otra mano me desabrochaba con habilidad la camisa botón a botón dejándome a mí también con el torso desnudo.
- ¿Mejor? -me preguntó como zanjando el tema.
Roy se quitó la última prenda de ropa que le quedaba. Al bajarse los shorts pude ver que, efectivamente, el muy perro no llevaba ropa interior. Me miró con cara de vicio mientras su manaza zarandeaba sus genitales. Su enorme polla, aún flácida, y sus impresionantes huevos bailoteaban delante de mí. El tío llevaba puesto un cockring metálico que reforzaban aún más aquel aspecto de bestia empotradora. ¿Lo llevaría puesto desde la mañana? Lentamente, se enrolló una de las toallas en la cintura y me invitó a hacer lo mismo. Me quité mis pantalones y la ropa interior, quedándome en bola picada, y también me ceñí una toalla.
Depositamos nuestras pertenencias en una taquilla y salimos por una puerta opuesta a la que habíamos entrado. En la sala contigua, de unas dimensiones mucho mayores, una muy densa neblina de vapor en la que se reflejaba el tono anaranjado de las lámparas me impedía ver más allá de un par de metros. Roy me dio una palmada en el culo y desapareció tras un “ ¡diviértete! ”. El cabrón me abandonó a mi suerte allá en medio de lo que parecía un enorme baño turco. De fondo podía escuchar música árabe que se mezclaba con el delicado sonido de unas fuentes de agua que mis ojos no alcanzaban a ver.
Bordeando la piscina central, fui familiarizándome con aquel gigantesco espacio que nunca habría creído se escondía en el corazón mismo de la capital egipcia. El calor y la humedad que desprendían aquel Hammam pronto hicieron que mi cuerpo, aún hinchado por el entrenamiento, empezara a sudar. Sobre la música y el sonido del agua, escuché unos leves gemidos. Entre el vapor, pude ver unas figuras masculinas que se movían rítmicamente, casi danzando. Me acerqué lentamente. Un joven negro, que apenas llegaría a la mayoría de edad, pero fuertemente musculado, yacía sobre un banco de mármol blanco con sus piernas sobre los hombros de un chico de edad similar, piel morena y pelo rizado que le penetraba sin cuartel al ritmo de la música. Me quedé absorto viendo el espectáculo. Su polla, dura como una piedra, iba penetrando sin condón el culo del negro extasiado. Los cojones se posaban sobre sus nalgas, como intentado introducirse aún más adentro de lo físicamente posible, solo para volver a salir y repetir el hipnótico e imparable mete y saca. Ellos, ajenos a mi presencia o incluso excitados por ella, seguían su función. La polla de aquel chavalín, que me recordó a la de Ahmed por ser gruesa como pocas y con unos colgantes huevos, emitía rítmicas y largas embestidas, deleitándose con cada una de ellas. Sacaba la polla casi del todo y volvía a meterla lentamente hasta que sus huevos se posaban sobre el culazo del negro que, extasiado, no podía reprimir sus gemidos de placer.
En estas me hallaba cuando noté que una mano se posaba sobre mi hombro. Me giré y pude ver a un joven algo más bajo que yo que me miraba fijamente a los ojos. Aquel tío, de ojos avellanados, no llegaría a los 30. Tenía una barba negra espesa de un par de semanas, bien arreglada, y un pecho y abdomen bien definidos. No era especialmente velludo, pero me fijé en la fila de pelos que se perdía bajo su toalla, ligada de tal manera que dejaba ver la parte superior de su vello púbico recortado. Su mano siguió acariciando mi cuerpo, deleitándose en mi pecho cubierto de pelo, hasta llegar a mis pezones. Acercó su boca a uno de ellos y empezó a mordisqueármelo mientras con la mano me pellizcaba el otro. La visión de los chavalines penetrándose y el placer que me producía aquel tío hicieron que mi polla creciera rápidamente. El tío se percató del paquete, y con una sonrisa, me cogió de la mano y tiró de mí, dándome a entender que le siguiera.
La curiosidad de saber qué más escenas me encontraría en aquel lugar me hicieron dejar de lado a los chavalines, y seguir al moro. Le acompañé a lo largo de aquella sala. Pude ver más hombres que practicaban sexo, en parejas o en grupo, y otros que simplemente me observaban fijamente, comiéndose mi cuerpo con sus miradas y acariciándose sugestivamente. Ni rastro de Roy.
Entramos en una sala lateral. Era circular, coronada por una cúpula y con una especie de altar de piedra rectangular como elemento central. “ Túmbate ”, me susurró sensualmente al oído mientras me quitaba la toalla, desnudándome por completo. Me acomodé boca abajo sobre el altar. El tío empezó a masajear mi cuerpo bañado en sudor y vapor. Empezó por los hombros, bajando por el surco de mi columna, y pasando a mis piernas, pero sin tocar mis nalgas. Sabía lo que se hacía. Yo podía notar mi polla dura, apretada entre mi abdomen y la piedra. La incomodidad fue creciendo hasta que me di media vuelta, quedando tumbado boca arriba, con mi polla de 18 cm sin circuncidar, aún recubierta por el prepucio, palpitante. Su cara de sorpresa dio paso a la de lujuria, y sus manos volvieron a posarse sobre mi cuerpo, esta vez abalanzándose directamente sobre mi polla, que empezó a masturbar, descapullándola lentamente. Con la cabeza ladeada, podía ver cómo el bulto bajo su toalla había crecido considerablemente. Estiré el brazo y tiré de la tela, que cayó al suelo, liberando aquel trozo de carne. Bajo su tableta de chocolate nacía una polla de piel oscura, ligeramente inclinada hacia abajo, y por lo demás perfectamente proporcionada. Con el prepucio totalmente retraído a causa de la erección descomunal que el chaval llevaba encima, podía ver su capullo enrojecido y notablemente hinchado. Sin previo aviso empezó a comerme la polla. Cerré los ojos. Exceptuando la tragada de lefa de Roy, era la primera vez que un árabe me comía el rabo. ¡Y menuda comida! El tío pronto consiguió que me retorciera de placer sobre aquel banco de piedra, tensionando cada uno de mis músculos e implorándole que no parara. Abrí los ojos para observar cómo se comportaba aquella putita. Succionaba con gusto, tratando de meterse la polla entera en la boca. Con una mano aguantaba la base de mi polla y con la otra me masajeaba las pelotas. Cuando mi glande presionaba contra su garganta, atragantándole, podía ver como sus babas escapaban por las comisuras de su boca, cayendo sobre la base de mi polla y resbalando por mis huevos hasta que la extendían por la piedra. Parecía que no había comido en meses y que le molaba el salchichón español, que definitivamente no era halal.
En medio de una de las mejores mamadas que me han hecho nunca, vi que un hombre nos observaba apoyado sobre el marco del portón de la sala. Acariciándose un enorme bulto por encima de la toalla mientras nos miraba atentamente, aquel toro de metro noventa sólo podía ser Roy. Sus ojos negros se fijaban directamente sobre los míos, más interesado en las expresiones faciales que aquel chaval me estaba generando que en el acto en sí. Mientras nos mirábamos sin pestañear, empecé a follarme la boca de aquel pobre chaval como si me estuviera follando a Roy, quien de un plumazo se quitó también su toalla, mostrando una polla aún más grande de lo que ya la había visto el primer día, totalmente recubierta de venas gracias a la presión adicional del cockring. Aquello no podía ser sano. Se escupió sobre la mano y empezó a acariciarse el capullo, ensalivándoselo completamente. Aquel semental estaba listo para la acción, podía verlo en sus ojos.
Roy se acercó hacia el altar y le dijo algo ininteligible al chaval, que paró de comerme la polla y se piró visiblemente molesto. Antes de que yo pudiera protestar, Roy retomó lo que el otro había dejado a medias mientras con su mano me empujaba el pecho, volviéndome a recostar. Cuando pensaba que aquella mamada no podía mejorar, el semental árabe demostró otra de las razones por las que los príncipes saudíes pagaban lo que pagaban por sus servicios. Empezó a succionar violentamente mi polla a la vez que me daba lametones en los huevos. Tras un buen rato jugando gustoso con mi polla, me cogió de los tobillos, abriendo mis musculadas piernas velludas de par en par y exponiendo mi ano palpitante, que empezó a comerse provocándome un placer indescriptible. Podía notar cómo su lengua intentaba hacerse paso dentro de mi estrecho culo que hacía meses no había sido follado por nada ni nadie. Yo me dejé hacer mientras con la mano me masturbaba, acercándome peligrosamente al orgasmo en varias ocasiones. Cuando consideró que aquel esfínter estaba lo suficientemente relajado, se chupó el dedo índice.
- ¿Se puede saber qué haces? -le dije poniéndome serio al intuir sus intenciones.
- ¿Qué te crees que estoy haciendo, listo? -me dijo irónicamente con voz suave y grave pero sin dejar de sonreír. - Simplemente jugaré un poco con él, no hace falta que hagamos nada más allá de eso.
Me volví a tumbar, dándole a entender que accedía a que siguiera jugando con mi ano. Empezó a meterme el dedo, deleitándose mientras me sonreía con malicia en medio de mis quejidos. Nunca había sido muy pasivo, y aunque podía disfrutarlo de vez en cuando con la persona correcta si me relajaba, aquel desconocido no acaba de generarme la confianza suficiente. Noté cómo habilidosamente empezaba a masajear mi próstata. Aquello me dio una descarga de placer, acompañada de unas gotas de precum que empezaban a brotar de mi polla dura a reventar. Las recogió con su otra mano y se lamió los dedos como si fuera un exquisito néctar, para continuar chupándomela después. A ese semental le gustaba dejarme seco, me lo había demostrado el día anterior y me lo volvía a demostrar ahora. Cerré los ojos de nuevo, con mi cuerpo al límite del placer, ocasionado por esa mamada ahora acompañada de ese dedo que seguía ordeñando mi próstata. Así estuvimos un buen rato. El tío trasladaba su boca de mi polla a mis pezones convenientemente cuando sentía que mi orgasmo estaba cerca, tirando de mis huevos para hacerme regresar al nivel pre-clímax. Me hubiera podido pasar la noche en esas oleadas de edging .
En cierto momento, noté que el tío sacaba el dedo. Debía estar cansado, pensé. Antes de que mi agujero pudiera volver a cerrarse, sin embargo, noté un inmenso dolor agudo que me hizo soltar un gruñido y abrir los ojos de par en par. El muy cabrón me había metido aquella polla de 22 cm hasta el fondo sin avisar. Notaba cómo me ardía el ano. Intenté liberarme de él, pero sus musculados brazos me impedían sacar esa bestia de dentro de mí. Mientras forcejeaba con él, empezó a mover sus caderas lentamente. Aquello hizo que mi esfínter, poco a poco, fuera adaptándose a aquella enorme vara que me estaba violando literalmente. El dolor inicial fue dando lugar a un increíble placer. Podía notar cómo aquella polla, la más grande que había tenido dentro con diferencia, inundaba cada espacio de mi recto. La ligera inclinación hacia arriba de su polla hacía que su capullo se restregase con fuerza sobre mi próstata, haciendo que mucho más líquido preseminal siguiera brotando de la mía. El tío lo recogió de mi abdomen y, se untó con él el vástago de la suya sin llegar a sacarlo del todo. Aquella lubricación adicional hizo que el dolor se desvaneciera del todo. Empecé a masturbar mi polla, pero la sensación era tan intensa que apenas podía hacerlo por intervalos de escasos segundos. Aquel semental, con una polla ya de por sí descomunal, y ahora más dura que nunca gracias a aquel cockring que hacía que todas sus venas se marcaran como nunca antes había visto, gruñía de placer con cada embestida. El sonido de sus piernas golpeando mis glúteos llenaba el aire, reverberando contra la cúpula y mezclándose con los gemidos y respiración agitada de los dos. Me estaba taladrando el ojete sin piedad. Noté que su respiración empezaba a acelerarse.
- ¡Ni se te ocurra correrte dentro! -le exigí.
Pero ya era demasiado tarde, pude notar que el tío apretaba el ritmo mientras gemía y que su semen empezaba a llenar mi ano. Entonces, de golpe sacó su polla en plena ebullición y continuó masturbándola con la mano. Sus lefazos salían disparados en todas las direcciones, a más de dos metros de él, impactando contra mi boca primero y sobre mi pecho después. Más de seis trallazos de semen conté que salían antes de que el tío volviera a hundir su polla dentro de mi agujero, mientras seguía bombeando. Aquella escena fue demasiado para mí, que empecé a correrme también en todas direcciones. Las contracciones que mi ano ejercían sobre aquella enorme polla hicieron que Roy empezara a gemir de placer. Mientras me corría, Roy volvió a meterse aquella manguera descontrolada en la boca, tragándose hasta la última gota y provocándome escalofríos de placer.
Estuve por lo menos cinco minutos recuperándome del polvazo, jadeando, con Roy tumbado a mi lado mientras distraído esparcía el semen sobre mi pecho y me sonreía con una cara de absoluta satisfacción. Cuando fui capaz de incorporarme, pude ver que varios jóvenes árabes estaban montándoselo a nuestro alrededor, extremadamente excitados del espectáculo que habían presenciado sobre aquel altar, de tono casi místico. La noche no acabaría allí. En las horas previas al amanecer, entre Roy y yo nos follamos a varios jovencitos, que estaban maravillados por mi exotismo y por el pollón descomunal de Roy. Pero eso me lo guardo para mí.
Con este relato acabo la entrega de mi primera serie. No os negaré que, cuando empecé, lo hice más por mí que por vosotros: la memoria va difuminando lo que viví y quería ser capaz de volver a revivirlo en el futuro. Si bien ha sido un ejercicio agradable a ratos (me tuve que hacer varias pajas para poder continuar), e incluso agradecido (sois varios los que me habéis enviado mensajes positivos mostrando vuestros comentarios), también es verdad que son muchas las horas de redacción y ajuste invertidas, incluso para un relato verídico como este. A lo largo de la narración he tratado de transportaros con la mayor fidelidad posible a las escenas que viví, intentado capturar no solo la parte puramente sexual, sino el contexto y el carácter de los personajes. Estos primeros relatos me han ayudado a ser consciente del esfuerzo que supone para los escritores aficionados como yo redactar un texto como este. Por eso, quería agradeceros vuestros mensajes y animaros a que sigáis mandándome vuestras valoraciones y sugerencias sobre cómo mejorar el estilo y contenido, pero también contándome sobre quiénes sois y desde dónde me leéis: ¿Qué partes os han resultado más interesantes y/o excitantes? ¿Cuáles os han aburrido? ¿He conseguido que te corras con alguna parte? ¿Qué más os hubiera gustado saber? ¿Os resultan pedantes el lenguaje utilizado y la corrección ortográfica o por el contrario os ayudan a meteros en la historia? Espero vuestros e-mails (por supuesto confidenciales) en: jordimasfarrer90@gmail.com