Mi primer viaje a Egipto (II)
Segunda parte de mi primer viaje a Cairo, donde sigo descubriendo las delicias que me depara el mundo árabe y donde el riesgo de acabar metiéndome en problemas convierte todo en una aventura de lo más excitante.
Para los que me leéis por primera vez, en este segundo relato retomo la historia que os contaba hace unos días aquí:
https://todorelatos.com/relato/147078/
Os recomiendo que le echéis un vistazo antes para no perder el hilo.
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Ring, ring, ring -me despertó con brusquedad el teléfono de la habitación.
- ¿Sí?... I mean... yes? -contesté desorientado mientras volvía del mundo de los vivos.
- Sir, I am calling from the hotel reception, I have your colleagues here with me. They asked me to check on you.
- Why? Did anything happen? -contesté aún sin entender muy bien qué pasaba. Entonces miré el móvil. ¡Mierda! Eran las nueve y cuarto pasadas de la mañana y con todo lo que había ocurrido el día antes me había quedado sobado. - Oh, sorry, I guess they are waiting for me, right?
- Correct, sir. Is everything fine? -contestó educadamente el recepcionista.
- Yes, yes, sorry, I had a small unforeseen -mentí descaradamente - but I will be down in a minute.
- Very well, sir. -y colgó el teléfono.
Salí disparado como un tiro de la cama y me di una de las duchas más rápidas que me he dado en mi vida: con una mano me esparcía jabón como podía y con la otra me cepillaba los dientes, muy cómico. Me vestí y salí corriendo. Mientras esperaba al ascensor me cagué en todo. Ya no solo por perderme el desayuno o incluso por no poder ir al gimnasio, no. Lo que más que jodía era hacer gala de la misma falta de profesionalidad por la que el día antes había juzgado a Roy al verle aparecer tarde al desayuno.
- Everything fine, dear? -me dijo Samira en cuanto me vio entrar en la sala de reuniones. Allí, sentados en la mesa redonda y discutiendo unos storyboards estaban ya las tres personas de la agencia, incluido Roy, y mis dos compañeras de trabajo.
- Yes, yes, don’t worry. I just had a bit of stomach ache. Must have been the food. -profundicé en mi trola. Al fin y al cabo, era habitual que a los extranjeros nos sentara todo fatal cuando íbamos a estos países.
Me fijé en Roy buscando una mirada de complicidad, pero se limitó a darme los buenos días como si nada hubiera pasado entre nosotros la noche anterior. Sin darle mayor importancia, me puse al día con lo que ya se había discutido y me junté a la discusión. Por mucho que intentaba alejarlo de mi mente, el recuerdo de tener la noche antes a aquel libanés musculado de metro noventa desnudo de rodillas delante de mí mientras se pajeaba su monstruosa verga y me miraba con ojos negros de deseo, era demasiado fuerte. Aquello me puso cachondo varias veces a lo largo del día y me tuve que recolocar el paquete y cubrirlo con la americana para que las compañeras que tenían al lado no se dieran cuenta de la tienda de campaña que se me estaba formando en esos ya de por sí apretados pantalones de traje. A lo largo del día intenté establecer contacto visual con Roy. Sabía que era un juego peligroso y que si nos descubrían podríamos acabar perdiendo nuestro trabajo o algo peor, pero eso lo hacía si cabe más excitante. Para mi sorpresa al principio, y mosqueo después, Roy pasaba olímpicamente de mí. Aquel macho elevado a la categoría de semidiós tanto en el terreno profesional, por obra y gracia de su cargo directivo en la prestigiosa agencia, como en el sexual, por su polla sin igual, me trataba como a uno más. De nuevo, eso polarizó aún más mis sentimientos hacia él: por un lado me jodía esa indiferencia pero por otro me hacía intentar atraer su atención con más ahínco si cabe. Como os conté en el primer relato, soy un tío competitivo y no me gusta dejar escapar a mis presas fácilmente. Tras el lunch, y viendo que la situación con Roy no mejoraba y que no era posible hablar a solas de una manera orgánica, decidí enviarle un WhatsApp: “hi there! I had fun last night, how are you doing?”. Aquello me ayudó a tranquilizarme y, en lo que quedaba de tarde, me centré en el trabajo decidido a no mirar el teléfono hasta acabar las reuniones. Ahora la pelota estaba en su tejado.
Cuando acabamos, hacia las seis de la tarde, miré de nuevo mis mensajes y vi el característico doble tick azul pero sin ninguna respuesta. “ ¡Será hijo de puta! ” pensé, “ ¿quién coño se ha creído que es el moro de los cojones? ”. Sin querer amargarme más por el asunto y con la idea de despejarme, decidí ir un rato al gimnasio antes de la cena aprovechando que los demás iban a ir a visitar un centro comercial. Subí rápido a la habitación, metí el móvil en la caja fuerte, me puse mi ropa deportiva, cogí el bañador para poder nadar un rato en la piscina y bajé a la sala de fitness.
Al llegar reconocí al joven entrenador del día anterior tras el mostrador. Aquel día se le veía especialmente atractivo. Me recordó a la famosa estrella del fútbol egipcio Mohamed Salah, jugador del Liverpool y presente en todas las pancartas publicitarias de la ciudad debido a la Copa del Mundo, que se celebraba esos días. De pelo negro rizado y espesa barba, pero con unos maravillosos y poco habituales ojos verde esmeralda a modo de distintivo, aquel chavalín risueño me resultó una cara amable en medio de la mala hostia que me había dejado el día.
- Hi, sir! You didn’t come this morning! -me saludó sonriente mientras se ponía de pie con un cierto intrusismo impropio del respeto y discreción con los que el personal de este tipo de hoteles es instruido para el trato con sus huéspedes.
- Oh, hello! -respondí sorprendido del recibimiento- Yes, I had a long night yesterday. -le revelé sin entrar en más detalles.
-So you have already tried the Middle Eastern forbidden pleasures?! -me dijo mientras soltaba una carcajada algo forzada y me guiñaba un ojo. El comentario me generó un escalofrío que se plasmó en mi cara inquisitiva de no entender o no querer entender de qué me estaba hablando: ¿acaso el tío sabría lo que había pasado la noche anterior?
- Maybe a bit too much Egyptian wine? -prosiguió mientras sonreía - It is not allowed in our religion, but I know westerners like you really like it.
- Perhaps! -le contesté mientras me relajaba de golpe y mi paranoia se desvanecía.
- Enjoy your training! -me dijo mientras me daba una de esas toallas enrolladas de gimnasio y me hacía firmar en la hoja de control - let me know if you need anything. I am Ahmed, by the way, and I am a certified trainer! -me dijo orgulloso de su titulación.
Le di las gracias y entré en la sala tras una puerta de cristal a través de la cual el entrenador podía controlar que todo estaba en orden desde su mostrador. Como el día anterior, allí no había nadie más. Cogí el mando de las televisiones que colgaba en las paredes y busqué un canal internacional con música latina. Aunque siempre odié el reggaeton de joven, ya que lo asociaba a gente de barrios marginales, en los últimos años he descubierto que es la música ideal para mantenerme energético durante el entrenamiento. Empecé con mi rutina de calentamiento al ritmo de Shakira. Me hizo gracia pensar cómo de escandaloso, y excitante al mismo tiempo, debía ser ver a esa muchachita colombiana con poca ropa moviendo sus caderas y cantando guarradas para un musulmán como Ahmed que llevaba toda su vida reprimiendo los placeres de la carne.
Cuando llevaría 20 minutos de entrenamiento, y en medio de un ejercicio de elevaciones laterales con mancuernas, vi que Ahmed entraba a la sala.
- Everything alright, sir? -me preguntó.
- Yes, thank you. -le contesté un poco molesto de su interrupción innecesaria.
- Can I tell you something, sir? -continuó.
- Sure, what is it? -le dije intrigado.
- You are doing the exercise wrong… -me dijo dándose cuenta de inmediato de la falta de tacto con la que estaba corrigiendo a un huésped sin siquiera haber sido consultado -. .. well, I mean, not wrong, but you would get better results if you did it a bit different -se autocorrigió.
- Really? -le pregunté cada vez más molesto. No tenía el día para que un mocoso, por muy “entrenador certificado” que fuera, viniera a dárselas de listo. Pero decidí ser amable - Why don’t you show me?
El joven Ahmed, feliz de poder poner en práctica sus conocimientos en un gimnasio que parecía más bien vacío a lo largo del día, se me acercó con una sonrisa y se colocó detrás de mí.
- So, I noticed you are rising your arms too high! When you do that, you are risking getting hurt. -me explicó. - You will see, do it again, but now go slowly.
Ahmed, de pie detrás de mí, a escasos centímetros de mi espalda, colocó sus manos sobre mis hombros. Empecé a elevar las mancuernas. Según iba subiendo, noté que sus manos iban deslizándose a lo largo de mis brazos hacia la mano. Por el reflejo del espejo en frente de mí podía observar como sus manos, masculinas, de piel morena, dedos largos y ligeramente vellosas, acariciaban de manera delicada mis antebrazos peludos hasta llegar a mis manos. Aquello me excitó un poco pero rápidamente intenté pensar en otra cosa. Si me ponía duro con mis shorts de deporte iba a ser imposible esconder el bulto, y lo último que quería era tener una situación embarazosa con un árabe convencido.
- Stop! -me dijo sacándome de mi ensimismamiento - See? That’s high enough, your arms need to go no further than 90 degrees from your body.
Bajé las mancuernas, me di la vuelta, le sonreí y le agradecí su ayuda.
- Sure, anytime, sir! -me dijo.
- You don’t need to call me sir all the time, you know? -le contesté. Aquello me hacía sentir viejo y me retraía a los tiempos del colonialismo británico - I am Jordi.
- As you wish, Sir … ehr… Jordi.
- Do you get many visitors here? Or is it always this empty. -le pregunté viendo que tenía ganas de conversación y que haría una obra de caridad si le dedicaba unos minutos a esa pobre alma aburrida.
- It really depends, but in general it is quite empty, yes. I guess people don’t come to a hotel next to the pyramids to go to the gym! -dijo con una cierta resignación.
- I see… -dije sin saber muy bien qué contestar a eso. - Are you from Cairo, Ahmed?
- I was born in a village a few hours from here, but I lived here for some years now.
- That’s interesting, so you are village boy, eh? -le dije- When did you come here?
- Oh! It’s a long story, sir. -dijo sin poder reprimir esos formalismos fosilizados en su lenguaje diario.
Viendo que aquello iba a ir para largo, y que probablemente ya no pudiera deshacerme de él sin ser grosero, di el entrenamiento por acabado.
- Well, I have some time. -le dije sabiendo que acabaría arrepintiéndome del ofrecimiento- Would you like to go to the swimming pool so I can chill down while you tell me more? I would be curious to know.
Ahmed dudó, me dijo que como empleado no le estaba permitido hacer uso de las instalaciones en horas de trabajo, pero viendo cómo de vacío estaba todo y sin poder reprimir las ganas de charlar con alguien, accedió.
Tras abandonar la sala de musculación entramos en el vestuario. Mientras nos desvestíamos, pude ver de reojo su joven cuerpo musculado. No era especialmente alto, mediría 1,70. Al quitarse la camisa, pude observar unos pectorales bien definidos, con ese vello incipiente de los principios de los veinte, y unos abdominales sin un gramo de grasa que nada tenían que envidiar a los míos por los que bajaba una fina línea de pelo que se perdía en sus shorts. Se notaba que el entrenador se aplicaba a sí mismo lo que nos enseñaba a los demás.
- You are quite hairy! -me dijo con su características espontaneidad.
- Yeah, you are starting to grow some there too! -le dije señalando a su pecho mientras se reía.
Cuando se quitó sus shorts me decepcionó que ya llevara el bañador puesto. Era blanco, de estilo slip. Aquel bulto prominente que había hecho volar mi imaginación el día antes se veía realmente grande ahora con una capa menos. Sus piernas estaban bien musculadas y completamente recubiertas de vello oscuro y ligeramente rizado, probablemente se extendiera cubriendo sus nalgas. De nuevo, evité deleitarme demasiado tiempo con esa imagen por el riesgo de que mi polla empezara a crecer incontrolablemente. Me quité rápidamente mi pantaloneta y boxers y me coloqué mi bañador, speedo negro.
- Ready? -me dijo mientras me aguantaba abierta la puerta que conducía del vestuario a la piscina.
La piscina no era muy grande, sería de 10 x 20 metros, y el agua estaba agradablemente templada.
- So, what’s the story then? -retomé la conversación mientras me apoyaba con los codos en el borde de la piscina.
Él se colocó a mi lado en una posición similar desde la que podía ver sus musculados brazos, con unos sobacos bajo los que crecía una varonil mata de pelo. Estuvimos un buen rato conversando. Me explicó cómo siempre había sido bueno jugando al fútbol en su pueblo, lo cual me cuadraba con las piernas musculadas que acababa de ver, y que por eso había decidido dedicarse al mundo del deporte. Me contó que era el mayor de una familia de cuatro hermanos y que cuando su padre había muerto teniendo él 15 años había tenido que buscar una profesión para sostener a la familia. La vida en el Egipto rural no era fácil. Me contó que hacía un año, cuando tenía 20, encontró trabajo en ese hotel y que la paga era buena pero que a veces se encontraba un poco solo. Le pregunté si tenía novia y me dijo que sí, apresurándose a decirme que no fuera mal pensado, que ellos no tenían sexo, que eso tampoco lo permitía Allah. Me reí quitándole hierro al asunto mientras para mis adentros pensaba en el desperdicio de semejante cuerpo virgen inutilizado para los grandes placeres de la vida. En cierto modo me recordó a los jóvenes de la España rural y religiosa de hace unos años, tan ingenuos, tan nobles... enternecedor.
Cuando la conversación fue decayendo, Ahmed me preguntó si quería ver la sauna, casi orgulloso de la cantidad de instalaciones de las que disponían. Como aún quedaba tiempo para la cena, accedí. Volvimos al vestuario. Mientras me quitaba el bañador pude ver por primera vez lo que se escondía debajo de aquel slip blanco. Aunque lo tenía de espaldas a mí, cuando se lo bajaba pude ver un culo perfectamente redondeado y cubierto de algo de vello rizado. Aquello empezó a ponerme duro, ahora sí, irremediablemente. Mi pene estaba fuera de control. Cuando se agachó para secarse los pies pude ver unos huevos grandes que colgaban entre sus nalgas y una polla que me pareció muy gruesa. Me excitó el pensamiento de ver aquellos huevos cargados de su juvenil lefa acumulada a falta de sexo. Se giró y justo antes de que pudiera enredarse la toalla a la cintura pude ver por un breve instante que efectivamente era una verga gorda, como pocas había visto antes, con fina capa de vello rizado y recortado que cubría su pubis. Rápidamente, me di media vuelta para evitar que pudiera verme mi polla en su máximo esplendor, cosa que le hubiera escandalizado. Como buenamente pude utilicé el nudo de mi toalla para esconder mi erección y con voz temblorosa le dije que yo le seguía.
Le seguí a la sauna, fijándome de nuevo en ese perfecto culo escondido ahora bajo el blanco de la toalla. El espacio no era muy grande: no llegaría a los 10 metros cuadrados. Había dos gradas de bancos de madera dispuestos en forma de U. Dejé mis chanclas fuera y me senté en un banco de la grada superior. Ahmed entró cerrando la puerta tras de sí y se sentó en el banco opuesto al mío.
Entre el calentón que llevaba encima y los 50 grados del lugar, mi corazón bombeaba sangre a toda pastilla. Mi erección no bajaba y la visión que tenía enfrente no ayudaba: Ahmed estaba reclinado hacia atrás sobre sus antebrazos, con los ojos cerrados. El calor de la sauna hacía que las gotas de sudor recorrieran su esculpido torso, atravesando su pecho claramente marcado, bajando por aquellos abdominales perfectos y perdiéndose en la toalla que aún llevaba enrollada en su cintura. Cuando movía sus piernas, podía ver brevemente esa joven y gruesa polla y que se veía aún más grande debido al calor inflamante. Me tenía hipnotizado.
En una de esas, noté que Ahmed se dió cuenta de que le observaba. Desvié la mirada hacia el suelo, pero ya era demasiado tarde. Escuché que se levantaba y me temí que abandonara la sauna molesto, pensando que yo era homosexual, cosa imperdonable en la ley islámica. Pero en vez de irse, se sentó a mi lado, reclinándose de nuevo hacia atrás y cerrando los ojos. Me giré hacia él y observé de nuevo su cuerpo en silencio. Pude ver que un bulto iba apareciendo bajo su toalla blanca. Se veía enorme y, conforme siguió creciendo, hizo que el nudo de la toalla se deshiciese, dejando ver su muslo cubierto de vello rizado y, sobre este, aquella inmensa polla que si bien no muy larga se veía extremadamente dura y gruesa, casi como mi muñeca. Por debajo, sus enormes testículos, dilatados por el calor, subían y bajaban con su respiración.
Tras unos segundos de duda, la lujuria pudo con mi prudencia y posé mi mano en la pierna del joven, dirigiéndola lentamente hacia su polla, que comenzó a dar saltitos despegándose del muslo para lentamente ir desplazándose hacia su abdomen. Aquella gruesa polla juvenil, circuncidada y con el glande en punta incapaz de equiparar su grosor al del tronco, palpitaba de excitación con mis caricias. Me fijé en su cara. Su sonrisa de placer, mientras mantenía sus ojos verdes fuertemente cerrados, me mostraba su aprobación tácita. Abandonando todo recato, me arrodillé delante de él en la primera grada y empecé a saborear esos cojones, incapaz de metérmelos a la vez en la boca. Ahmed respiraba fuerte y su polla continuaba palpitando con cada uno de mis movimientos. Podía notar su corazón bombeando a toda velocidad. La mezcla de sabor a huevos sudados y el cloro de la piscina me volvieron loco. Despacio, empecé a subir por el tronco de aquella polla con mi lengua hasta llegar a su glande. Esta vez, al mirar su cara vi que aquellos inocentes ojos verdes me miraban fijamente con el semblante ahora serio y nervioso. Podía sentir el debate moral interno que el joven egipcio debía estar viviendo en medio de la ola de placer prohibido al recibir una mamada por primera vez. Mientras nuestras miradas se cruzaban, empecé lentamente a meterme su enorme polla en la boca. Era tan grande que aún abriendo la boca del todo casi no me cabía. Empecé a succionar su capullo. Ahmed volvió a cerrar los ojos mientras emitía un largo gemido de placer. Aquella polla tenía un cierto regusto a semen. Me imaginé la cantidad de pajas que el pobre chico debía hacerse en el aburrimiento del gimnasio con su joven cuerpo dominado por las hormonas. Tras menos de un minuto de mamada, noté que su respiración empezaba a acelerarse. Paré en seco. No iba a dejar que ese niñato se corriera tan fácilmente.
Le indiqué que se diera la vuelta y se arrodillara sobre la grada, exponiéndome ese culo que tan burro me había puesto. El joven, dudoso pero obediente, hizo caso. Mientras mis manos masajeaban aquellas musculosas y redondeadas nalgas me fije en aquel culo virgen. Su raja estaba recubierta de una zona más espesa de pelo. Con mis dedos, separé sus nalgas dejando su palpitante ojete a la vista. Aquel orificio, nunca antes penetrado, se me antojó irresistible. Con cuidado, empecé a pasar mi lengua por él, como si aquella fuera la fórmula mágica para conseguir abrir la cueva mágica de Alibaba. Ahmed se estremecía con cada lametón. Cuando mi juguetona lengua empezó a tratar de abrirse paso entre su estrecho esfínter, pude escuchar los gemidos de placer del entrenador, quien incluso en cierto momento me agarró la cabeza presionándola con más fuerza entre sus nalgas tonificadas tras años de entrenamientos de fútbol. Estaba listo, a punto de caramelo.
Ayudado de mi saliva, hice que mi dedo índice se abriera paso. Un dedo dio paso a dos, tres e incluso cuatro. Se notaba caliente y húmedo. Saqué los dedos, a lo que el chaval me preguntó que por qué paraba. Le dije que se diera la vuelta y se tumbara sobre la grada. Puse sus piernas encima de mis hombros de tal manera que su orificio perfectamente dilatado quedara a la altura de mi verga. La suya seguía dura como una piedra posada sobre sus abdominales. Me recubrí mi polla de saliva y, en una maratón de decisiones imprudentes, empecé a penetrarle a pelo. Conforme mi rosado capullo se perdía en su agujero virgen, podía escuchar sus quejas y gemidos. Aquello me puso aún más duro. Pensaba que me iba a explotar la polla. Poco a poco su estrechísimo agujero fue dilatándose hasta que mis 18 cm estuvieron instalados dentro de él y mis peludos huevos se posaron sobre sus nalgas. Mientras se acomodaba a su nuevo inquilino, nos besamos por primera vez. Me acariciaba la barba en las mejillas con ternura mientras me pedía que le follara con cuidado.
Con delicadeza, empecé a meter y sacar rítmicamente mi polla, notando cada milímetro de su estrecho canal rozando mi glande. El placer, sin las limitaciones del condón, era indescriptible. Ahmed empezó a masturbar su gruesa polla que no dejaba de emanar líquido preseminal cada vez que la mía presionaba su próstata. Pronto, el movimiento de mete y saca se convirtió en una frenética serie de embestidas y los gemidos de dolor de Ahmed se convirtieron en gemidos de placer intenso. En ocasiones, sacaba mi polla del todo y cuando veía su ojete palpitante, se la volvía a meter hasta dentro. “ Fuck me faster ” me exigió el chico, que había parado de masturbarse por miedo a correrse. Yo aceleré el ritmo de mis embestidas. En cierto momento, empecé a notar que su ano empezaba a cerrarse con más fuerza sobre mi dura polla y supe que el final estaba cerca. Seguí bombeando mientras los cojones de Ahmed ascendían y de su polla, sin que nadie la tocara, empezaba a brotar con fuerza una cantidad de semen que no había visto nunca antes, cubriendo su abdomen y deslizándose hacia el banco de madera con cada una de mis embestidas. Al correrse, su ano empezó a comprimir con aún más fuerza mi polla, que no pudo contenerse más y empezó a bombear con fuerza mi semen dentro de su canal mientras gemía de placer y me desplomaba sobre él.
Nos quedamos unos minutos abrazados, recuperándonos de el que probablemente ha sido uno de los mejores polvos de mi vida. Cuando saqué mi polla aún dura de sus entrañas, que ya nunca más serían vírgenes, pude ver cómo mi semen empezaba a salir lentamente cayendo sobre la grada y mezclándose con el suyo.
Cuando miré el reloj me di cuenta de que ya casi era la hora a la que habíamos quedado para cenar con Roy y los demás. Ahmed y yo nos pegamos una ducha rápida. Se le veía cambiado, liberado en cierto modo. Aún bajo el agua de la ducha, se giró hacia mí y con esos ojitos verdes, de un modo adorablemente inocente, me pidió que no le contara esto a nadie, que si sus compatriotas lo supiera acabaría muerto. Nos abrazamos y se tranquilizó. Nos vestimos mientras observaba una vez más, ahora sin tapujos, ese maravilloso cuerpo desnudo que acababa de ser mío.
- Bye, Ahmed -le dije cuando ya me iba.
- Thank you, Jordi. I hope to see you again soon. -me contestó mostrándome aquella sonrisa que me había cautivado.
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