Mi primer trio
La amistad y la confianza fueron mis mejores aliados para descubrir una nueva experiencia
Me gusta el sexo. Me gusta y no me avergüenzo por ello. Me siento bien al hacerlo y considero que es un acto de sinceridad conmigo misma disfrutar plenamente de esta sexualidad que tanto me apetece. A los quince años ya había perdido mi virginidad con un compañero de instituto y esa precocidad me granjeó una fama que no me abandonaría en mucho tiempo. Precisamente por tener esa fama nunca me faltaron pretendientes y consiguientemente me resultaba mucho más fácil elegir compañía de mi gusto para tener sexo. He de decir que yo nunca he necesitado estar enamorada o sentir algo especial por algún chico para follar con él, bastaba y basta con que me guste físicamente, como persona o que tenga algún detalle que me produzca un cierto morbo.
A pesar de mi promiscuidad he tenido novios más o menos duraderos con los que he mantenido una relación bastante más profunda que únicamente el sexo. No quiero decir que estuviese enamorada de todos, pero si que existía una sincera amistad y un tierno cariño que complementados con buen sexo hacían de ellos la pareja permanente adecuada.
Yo tenía por aquel entonces veinte añitos y en ese momento me encontraba sin pareja. Salía con amigos y amigas o incluso sola en ocasiones, sin más preocupación que pasar un buen rato y si además conocía a alguien interesante, pues mejor.
Ocurre que, al frecuentar las mismas zonas coincides habitualmente con las mismas personas, y si además has tenido “encuentros” en esos lugares, lo más fácil es que vuelvas a coincidir con ellos más veces. Así me ocurrió con un par de amigos con los que había salido hacía unos cuantos meses. Primero con uno y cuando lo dejamos, con el otro. La coincidencia se hizo repetitiva y sin proponérmelo acabé juntándome con los dos varios fines de semana consecutivos. Lo cierto es que eran divertidos y resultaba muy agradable su compañía, aunque no sintiera nada especial por ellos ni sexualmente me despertaran la inquietud de antaño. Pero eso no era impedimento para el divertimento y los tragos.
Nos conocíamos bastante bien, incluso íntimamente como era obvio, y eso nos desinhibía mucho en el trato y en nuestras conversaciones. Por otra parte podía suponer que entre ellos se habrían contado de todo y por tanto no me servía de nada hacerme la estrecha, por lo que las conversaciones que manteníamos alcanzaban cada vez más temperatura y era solo cuestión de tiempo que saltase la chispa que incendiase el casto trío que hasta entonces formábamos.
Aquella noche los generosos cubatas estaban haciendo su efecto y la prudencia, tan necesaria en estos casos, hacía tiempo que había desaparecido. Los simples comentarios morbosos de otras ocasiones habían dado paso a verdaderas provocaciones. Estaba en medio de un fuego cruzado entre dos machitos que no paraban de echarla cada vez mas gorda, y para colmo terminaban sus hazañas con un “¿verdad Lucía?”, lo que me ponía en una situación bastante comprometida. El ambiente se iba caldeando por momentos y los morbosos recuerdos traídos al presente hacían también su efecto en mí, cada vez más receptiva al juego que ambos se traían entre manos.
Las palabras dieron paso a los roces, los roces a las caricias y las caricias a los besos. Sentía sus manos subir por mis muslos, sus bocas buscar la mía, mi cuello, mis hombros, mi escote…Entre risas, caricias, alcohol y besos no nos dimos cuenta del numerito que estábamos organizando, los tres, en la barra del bar, ante los ojos de la numerosa clientela que lo llenaba y que disfrutaba de un espectáculo erótico totalmente gratuito. Decidimos marcharnos.
En este punto ya no había marcha atrás. Yo deseaba que ocurriese y ellos…, bueno, ellos estaban absolutamente desbocados. Fuimos a su casa y sin dar tiempo a encender la luz del recibidor, fui atacada por dos lobos sedientos de sexo que se abalanzaron sobre mí sin darme opción. Durante un momento la confusión y la excitación nublaron mi mente y no era capaz de pensar en lo que estaba sucediendo. Solo podía dejarme hacer y sentir, sentir intensamente como me comían la boca y los pechos al unísono, como unas manos se deshacían de mi tanga mientras las otras hurgaban ya en el interior de mi sexo. Sentir como, atrapada por la muñeca, mi mano era dirigida hasta alcanzar un pene duro y erecto, extremadamente cálido, que palpitaba al roce de mi mano. Decidí cerrar los ojos, para no ver, para solo sentir y me abandoné completamente a los juegos sexuales que aquellos dos amigos me ofrecían. Tan solo una vez tomé la iniciativa y fue para poder sentirles en mi boca. Ellos de pié, juntos, con sus manos apoyadas en la pared, yo en cuclillas, con la pared a mi espalda. Solo en ese momento frenaron su ímpetu permitiendo que fuese yo quien marcase el ritmo, con suavidad, de forma alternativa, lento y profundo como sabía que a ellos les gustaba. Pero tanta calma no podía durar mucho, enseguida fui incorporada y despojada de la poca ropa que aun me quedaba. Fui llevada en volandas hasta la cama y allí, ambos, también desnudos, uno a cada lado, prosiguieron con sus besos y caricias, recorriendo milímetro a milímetro cada rincón de mi cuerpo y buscando con ahínco en el interior de mi sexo húmedo, dispuesto y entregado.
El momento no podía esperar más y rápidamente se colocaron sendos preservativos. Estaba excitadísima y deseando ser penetrada lo antes posible. Una vez listos uno de ellos me hizo un gesto para que me sentase sobre él. Coloqué su pene en mi sexo y me dejé caer lentamente. Estaba tan húmeda que entró con una suavidad deliciosa, sintiendo como ocupaba por completo mi vagina. Me resultaba muy difícil controlar los deseos y los impulsos, tan solo quería sentir, disfrutar, gozar intensamente de ese momento sin pensar en lo que estaba haciendo. De forma instintiva cabalgaba con fuerza sobre su pene, disfrutando una y otra vez la penetración, rítmica, dura y profunda, mientras sus manos se desesperaban por asirse a mis pechos. Las manos del otro chico me empujaron desde atrás inclinándome hasta juntar mi boca con la boca de su amigo, que me besaba y me abrazaba mientras con sus golpes de cadera seguía metiéndomela con fuerza. Atrapada por su abrazo y por mi propia excitación, me encontraba totalmente entregada y dispuesta para lo que quisiesen hacer conmigo. Sentí como por detrás, el otro extendía con su dedo sobre mi ano un frío y suave gel para seguidamente introducírmelo, primero uno y luego dos, tratando de dilatar mi esfínter para favorecer la inminente penetración. A pesar de no haberlo hecho por ahí desde hace tiempo y de no haber tomado las medidas higiénicas previas, mi creciente excitación y la proximidad de un orgasmo, impidieron que reaccionase y sencillamente me deje hacer. Una leve mueca de dolor se dibujó en mi cara cuando sentí la penetración y un incontenido gemido, ahogado por la boca de su amigo, se escapó de mi garganta. Pero esa inicial molestia desapareció rápidamente porque las sensaciones previas al orgasmo estaban invadiendo todo mi cuerpo. Ambos jóvenes se movían con destreza como si ya tuviesen una amplia experiencia, entrando y saliendo rítmica y alternativamente, provocándome una combinación de sensaciones nuevas e intensas que me descubrían posibilidades inexploradas extremadamente placenteras. Yo solo dejaba que todas esas sensaciones crecieran y terminaran por explotar. Pronto, pequeñas convulsiones recorrieron mi vientre y como pude me deshice de la boca que me ahogaba para emitir un grito profundo y sentido que dio rienda suelta a un intenso y largo orgasmo como hacía tiempo no había experimentado.
Jadeante y sudorosa, extremadamente sensible como consecuencia del orgasmo, empezaba a ser consciente de aquella situación que me había llevado a las más altas cotas del placer por mí conocidas. Aunque ya había llegado, seguía disfrutando plenamente del momento. Mis terminaciones nerviosas estaban al máximo de su sensibilidad y me hacían sentir el placer sexual que ambos chicos continuaban ofreciéndome. No tardaron mucho en correrse, casi al mismo tiempo los dos. Sus gemidos y sus golpes de cadera intermitentes daban testimonio de sendos orgasmos que invadían sus cuerpos y les liberaban de una furia sexual que descargaban dentro de mí, únicamente contenida por los preservativos.
Tras ese instante, todavía estuvimos un tiempo inmóviles, penetrada por ambos chicos que me envolvían con sus cuerpos en un abrazo carnal, sudorosos, cansados y con la inigualable sensación de haber experimentado el mejor sexo posible.