Mi primer trío

Mi primer trío fue una mezcla de curiosidad e indiscreción y el resultado de mi afán por mostrarme la más osada y liberal de todas.

MI PRIMER TRÍO

Era uno de esos sábados en los que con tanta facilidad nos entregamos al alcohol, donde las normas se relativizan hasta desvanecerse en la euforia y nuestros más firmes deseos luchan por imponerse al sentido de lo correcto. Estaba yo con unos amigos charlando tranquilamente acerca de todo y de nada. Como casi siempre suele suceder en estos casos, al poco rato empezamos a hablar de sexo, un poco en broma, como se suele hablar entre amigos. Uno de los chicos insistía en que una de sus fantasías todavía no realizadas era hacer un trío: él y dos tías, cómo no. Ya no recuerdo los comentarios que hicimos, la mayoría se lo tomaron a pitorreo. Pero, mira por donde, a mí eso del trío no me sonaba mal. Y casi al final de la noche le dije que a mí también me haría ilusión hacer un trío. El chico en cuestión –al que me referiré como Pepe– y yo nunca nos habíamos acostado juntos. Solíamos ir en la misma panda, y aunque éramos amigos, nunca había surgido entre nosotros ninguna excusa para llegar más lejos, ni tampoco yo lo había pretendido. Pero lo que yo no sabía en aquel entonces es que Pepe había soñado muchas veces con follar conmigo, que me deseaba, y, claro, cuando yo le dije eso, pues se ve que se le encendieron los ojillos y se le disparó la libido. A la semana siguiente, hizo un aparte conmigo y me preguntó si todavía quería hacer un trío. Yo, que aún no me había empezado a tomar el tema muy en serio, le dije que sí, por supuesto, y entonces él me explicó que tenía una amiga a la que también le iba eso del trío. En ese momento me di cuenta de que Pepe no iba de farol, de que me estaba hablando en serio. Sin embargo, en un primer momento la idea me dio cierto miedo: yo conocía a Pepe desde hacía un par años más o menos, y como ya he dicho no éramos muy íntimos. ¿Realmente quería llegar a algo más con aquel chico? Pero una mezcla de pudor y temor a parecer una simple bocazas me hizo decirle que bien, que por mí no había inconveniente, si es que realmente me estaba hablando en serio. Y tan en serio que hablaba: en unos segundos fue a hablar por teléfono y al volver me dijo que a las once la amiga de que me había hablado nos esperaba en su casa. Estuve a punto de decirle que no, que todo era una broma… es decir, que sí, que me apetecía hacer un trío pero que no tan deprisa, no sin conocer antes a la otra persona. Estaba confusa, algo me decía que no estaba haciéndolo del todo bien. Pero Pepe actúo más rápido que yo: me tomó de la mano y me llevó hasta su coche. "Si vieras las veces que he soñado con esto", me decía. Recuerdo que apenas pronuncié palabra durante el trayecto. No sabía muy bien qué hacía con aquel tipo en aquel coche dirigiéndome a casa de una desconocida para hacer un trío. Pensaba incluso en el día siguiente, en lo que iría diciendo por ahí o a lo que podría dar lugar entre nosotros. Estaba nerviosa, sobre todo porque sentía que aquello se escapaba a mi control. Pero no dije nada, y a los pocos minutos Pepe me llevó a casa de su amiga. La chica en cuestión parecía saber muy bien cómo conducir el asunto: me dio dos besos al entrar y se presentó con cierta simpatía. Yo notaba que Pepe estaba ya muy excitado, yo qué sé las cosas que se le habrían pasado por la cabeza durante el camino. Pero yo me sentía más fría que un helado. Estuvimos tomando algo unos minutos y conversando acerca de mil cosas menos del trío que íbamos a hacer; yo, que me notaba todavía un poquito tensa, me tomé tres cubatas seguidos, y eso que no me gusta mucho el alcohol de fuerte graduación. Por fin, Pepe se levantó y nos miró a las dos como diciendo "venga, tías, vale de preámbulos, vamos a lo nuestro". La otra chica se levantó tras él y se dirigió a una de las habitaciones. Yo, todavía sin estar del todo convencida de lo que íbamos a hacer, me incorporé tras ellos. Antes de entrar, bajo el vano de la puerta, Pepe y la chica se besaron en la boca y se empezaron a tocar. "Bueno", recuerdo que pensé, "¿alguien me podría explicar en qué consiste esto?". Se ve que la chica me vio tan parada que me cogió de la mano y me metió en la habitación. Pepe se comenzó a desvestir enseguida; su polla ofrecía ya una considerable erección. La chica se empezó a quitar la ropa despacio, con una lentitud extrema, pero sin quitarme ojo de encima. En ese momento me sentí como la pobre chica virgen a la que se van a follar por primera vez, y quizá por eso, el frío inicial fue dejando paso a una leve excitación, a una comezón nerviosa que prometía poner en marcha todos mis sensores sexuales. Pepe, una vez desnudo, se vio hasta mí y comenzó a besarme y a tocarme. Yo aún no me había desnudado del todo: llevaba puesto el sujetador, los pantalones y las bragas. La chica, ya completamente en pelotas, se llegó también hasta mí y me desabrochó el pantalón. Mi corazón comenzaba a latir a velocidades estratosféricas. Entonces supe que no debía hacer nada, que lo mejor era dejarme hacer, ponerme en sus manos como una víctima indefensa se entrega a sus violadores. Pepe me quitó el sujetador y la chica las bragas. Ya estaba yo también en pelotas. Pepe me besaba a mí y a la chica consecutivamente, y ésta se entretenía sobándome las tetas y los pezones, que ya estaban extraordinariamente erectos. Su lengua rodeaba mis aréolas y luego presionaba sobre su pedúnculo con vigor, con inusitada fiereza; mis pezones alcanzan un grado de erección realmente considerable, y eso la ayudó a aferrarlos con los labios y a golpear consecutivamente sobre su puntita con la lengua.

Al mismo tiempo, una mano se llegó hasta mi coño y restregó los dedos sobre sus ya pringosas humedades. Un escalofrío de placer recorrió mi cuerpo de abajo arriba. Iba a exhalar un pequeño suspiro de agrado, pero una lengua viva me vetó todo derecho a expresarme. Yo tenía los ojos cerrados; prefería no ver quién de los dos estaba hurgando con tanta maestría en mi concavidad sagrada. Hasta ese momento, mi actitud era completamente pasiva, en parte porque no sabía muy bien qué podía hacer, y en parte porque aquello me agradaba más de lo que nunca hubiera imaginado.

Entonces, me llevaron los dos casi en volandas hasta la cama y por primera vez me atreví a llevar mi mano hasta la polla dura de Pepe. Estaba inmensamente dura, y sentí unas ganas inmensas de llevármela a la boca. Tengo que decir que yo evitaba tocar a la chica, nunca he sentido ninguna clase de inclinación lesbiana, pero ella, por el contrario, parecía estar más interesada en mí que en Pepe. Mientras yo se la chupaba a él, ella empezó a hacerme un cunilingus como ningún otro chico me había hecho jamás. La verdad es que yo estaba excitadísima. Nunca había sentido sobre mi cuerpo las manos y la boca de otra mujer. Para mí todo esto era nuevo, y tengo que insistir en que no soy bollera: no me van las tías. Pero la situación era extraña, irreal: yo no era yo y probablemente la chica tampoco era ella.

Me costaba chupársela bien a Pepe porque la lengua vigorosa de la chica me provocó un par de orgasmos. Creo que Pepe lo notó, porque sacó su polla de mi boca y se vino detrás de mí. Con la ayuda de la otra chica, me pusieron a cuatro patas sobre la cama. Yo seguía dejándome hacer. Entonces abrí los ojos y la vi a ella junto a mi costado, vi cómo se humedecía los dedos de su mano derecha y cómo a continuación los restregaba suavemente sobre el agujero de mi culo. Giré un poco más la cabeza y vi a Pepe justo detrás de mí, con su poderosa polla apuntándome amenazante. No tuve tiempo a decir nada; en ese mismo momento, la chica introdujo uno de sus dedos en mi ano y yo no pude dejar escapar un pequeño chillido de dolor. "No te preocupes –oí su voz suave, melodiosa, leve como un suspiro–, te va a gustar más de lo que te imaginas". Y tenía razón, porque mi esfínter fue dilatándose lentamente hasta permitir la entrada de un segundo dedo. ¡Era increíble lo que me gustaba aquello!

Desde luego que no era la primera vez que me daban por el culo, pero sí la primera que una mujer me metía sus dedos. Sin embargo, el momento cumbre vino segundos después, cuando ella retiró la mano. Y lo hizo para coger el rabo de Pepe e introducírmelo poco a poco en el recto. Fue impresionante. Yo estaba ya como loca, nunca había disfrutado tanto con una sodomización como en ese instante. Pepe era bueno, tengo que decirlo, pero también ayudaba el que la chica se pusiera a masajearme el clítoris con una maestría inaudita. Aquella conjunción de placeres estaba a punto de hacerme explotar. Yo me sentía violentada por la polla salvaje de Pepe, notaba su musculatura recorrer mi intestino y forzarme el esfínter hasta producirme un placer desconocido hasta entonces. Pero además estaba ella, su mano sabia, mi clítoris tremendo, mis pezones enhiestos y duros que, por si fuera poco, empezó a pellizcarme con su otra mano.

Yo seguía a cuatro patas como una perra (me sentía una perra, disfrutaba sintiéndome una perra), recogiendo los envites cada vez más violentos de Pepe, su polla inmensa, prodigiosa diría yo. Pero no llegó a correrse. Cuando lo consideró conveniente, extrajo su polla de mi culo y con la ayuda de la otra chica, me pusieron ambos boca arriba sobre el colchón. Yo volví a abrir los ojos y vi su rostro dominado por el ansia. Por cómo me miró, supe que era algo que había imaginado cientos de veces antes, que había deseado hacerme en numerosas ocasiones. Y la misma polla que había tenido dentro de mi culo se clavó como un proyectil en mi coño rebosante de flujo. Yo ya no era dueña de mis actos: quería que me ultrajaran, que me violaran, que me sometieran a todo tipo de perversiones y vejaciones. Mientras Pepe trataba de llegar cada vez más dentro de mi coño con cada una de sus envestidas, la chica me besaba en los labios, me pellizcaba los pezones, me masajeaba los senos, me acariciaba el clítoris… Yo me sentía como una diosa con todo un harén a su servicio. Al final, Pepe se corrió dentro de mí al tiempo que ella metía su lengua viscosa en mi boca buscando mi lengua con ambición y glotonería. Le gustaba besarme mientras me corría. No sentí ascos entonces, pero ahora me repele un poco recordarlo. Cuando terminamos de follar, la chica nos invitó a pasar la noche en su casa, pero yo le dije a Pepe que no había dicho nada a mis padres, así que tenía que volver a dormir a mi casa esa noche. Sin embargo, la verdad es que no pude pegar ojo. Todo había sido tan extraño que no dejaba de darle vueltas. Cuando vi a Pepe una semana después, se comportó conmigo como si él y yo nunca hubiéramos follado juntos, como si no hubiera metido su polla en mi boca, en mi culo y en mi coño, como si no me hubiese llenado el coño con su semen denso y agridulce. Nunca supe el nombre de aquella chica ni la volví a ver jamás. No me cabe duda de que gracias a mí satisfizo una de sus fantasías más preciadas. Lo cierto es que yo lo agradecí. Pero me dije que la próxima vez cuidaría mejor con quien me hacía un trío.