Mi primer trabajo como camarera
Me había vestido super sexy para mi primera entrevista de trabajo. Pero no sospeché que eso atraería las bajas pasiones de mi entrevistador.
Estaba por concluir mis estudios universitarios cuando decidí buscar un empleo para seguir pagando mi tratamiento hormonal. Rafael, mi novio (ver el anterior relato) deseaba apoyarme con eso pero no me pareció del todo correcto y decidí intentarlo por mi cuenta. El problema es que no hay buenos trabajos para becarios profesionales, y esto llegó conforme el tiempo pasaba, llegó a desanimarme un poco. Intenté entre los telemarketing, en las plataformas de empleo y con el envío de mi curriculum a cuántas empresas se cruzaron por mi cabeza, pero al final muchas de ellas solo eran ganchos para generarse autopublicidad. Me abatia la idea de pensar que no hallaría un medio de pagar mis gastos, y que después de tanto esfuerzo si iba a depender de mi hombre para comprar mis hormonas, hasta que una tarde finalmente sucedió: había un letrero frente a un restaurante bar llamado lookies (cuyo concepto replicaba en todo a Hooters), que decía que estaban contratando meseras. El anuncio era muy explícito respecto al tipo de empleo de que se trataba, y sobre todo por lo que hacía al tipo de chica que estaban buscando. Debían ser delgadas, de buen cuerpo, atractivas. Se mostraba una foto de una joven hermosa con el uniforme típico de ese restaurante, uno de los conceptos visuales más sexys del mercado restaurantero y un número telefónico, al que había que llamar para solicitar una cita. Lo apunté en mi celular y llamé. El gerente concertó una reunion conmigo para esa misma noche a las 22:00 hrs.
Cómo pude, le avisé a mi mamá que llegaría tarde a casa y le pedí a Rafael que me permitiera cambiarme de ropa en su departamento. Pasé por las llaves a su oficina y, cómo no vivía tan lejos de donde trabajaba, llegué hacia las 17:30 de ese día. Tomé una ducha en la que depilé los escasos vellos que había en mi piel y me puse unos calzoncillos tipo culotte de color blanco, un sujetador con relleno que hacía juego con mis cacheteros- porque mis pechos aún no son muy grandes-una coqueta blusa ajustada del mismo tono, minifalda negra de piel, pantimedias y zapatillas del mismo color. Me alacie el cabello, puse un poco de maquillaje a mi cara y perfume en zonas estratégicas. La verdad es que me veía preciosa y sexy.
Llegué a la cita unos diez minutos antes de la hora, y pude entretenerme viendo la forma en que se desempeñaban las labores en ese sitio. Las chicas no solo eran hermosas, sino que se les notaba que eran ágiles en el servicio sin descuidar en momento alguno su arreglo personal. Me agradaba el imaginarme siendo una niña lookies, siendo sexy y servicial a la vez, risueña pero profesional, con un dejo siempre de coquetería y sensual trato a los clientes del lugar. En ese momento, una de ellas me llamó. Dijo que el gerente se hallaba ahora en su oficina, señalando un largo corredor por dónde podría acceder a su privado. Caminé con el pronunciado movimiento de caderas que mis zapatillas me imponían y llegué hasta donde un hombre de unos cuarenta años se encontraba viendo el monitor de su computadora. El lugar lucía sucio y olía a tabaco barato, y al pedirme que tomara asiento, solo encontré uno que no tenía papeles encima. Le entregué mi currículum y esperé con impaciencia a que lo acabara de revisar.
-Asi que tú eres Daniela- dijo por fin cuando acabó de escudriñar en mi hoja de vida.- ¿Tienes algo de experiencia como camarera?
-En realidad no señor- dije con cortesía mientras lo miraba a los ojos.
-Hugo muñeca. Llámame Hugo. Y eso no va en tu favor, porque hubiera sido útil para que le entendieras más rápido, pero bueno. Nadie nace sabiendo. A ver, levántate y déjame verte- pidió sin delicadeza, pero con profesionalismo, por lo que no desobedeci la orden.- si estás buena preciosa- agregó en lo que se acercaba mucho a mí y me hacía girar en mis talones. Tomó mi trasero con una de sus manos, lo apretó y sobó a todo lo largo de mis dos turgentes nalgas. Admito que no me agradó del todo, pero entendí que era parte de la entrevista cuando me dijo:
-Tus glúteos son naturales. Y grandes, lo mismo que tus caderas. Hay bastante de dónde sacarte jugo nena.
-Gracias- le contesté al instante en el que no alcanzaba precisar si su descripción era un halago o una ofensa. Entonces le pregunté con sincera ingenuidad, intentando llevar el encuentro a un terreno menos sexual: ¿Necesita otro documento de mi parte o algo así?
-Aunque tienes pocas chichis- dijo procaz, omitiendo mi pregunta, mientras ponía su mano en uno de mis senos.- Pero eso se arregla fácil con la ropa adecuada. Mira, quiero que te pongas el uniforme de las chicas, a ver si das el ancho con eso.- solicitó a la par que me acercaba uno de los atuendos que estaba colgado en su librero.
-Ok- acerté a contestar- ¿Hay algún sitio en donde pueda cambiarme?
El gerente emitió una sonora carcajada, en lo que caminaba hasta la puerta y le echaba llave.
-¿Te da pena cambiarte frente a mi? Jajaja que delicada me salió esta princesa. No mi vida, aquí se cambian todas donde pueden o donde me da la gana. ¿Si quieres el empleo o no?
-Bueno, si.
-Entonces cámbiate aquí.
Volví a obedecerle -lo que me disgustó, porque solía calentarme mucho el ser dominada, pero ya tenía macho- y comencé por quitarme la blusa y ponerme la playera blanca del lugar. Luego me desprendi de la minifalda, para intentar colocarme el shortcito amarillo que utilizan las meseras de ese bar. Y si, me costó un poco de trabajo, dado el tamaño de mis nalgas y caderas en relación con mi breve cintura, pero finalmente lo conseguí. No fue necesario quitarme las medias ni mis cacheteros, pero si quedé descalza frente a él.
-Mira nada más. Si estás riquísima- dijo Hugo sin pudor alguno.-De mis mejores adquisiciones, llegarás a ser la reina de este lugar.- calculó en lo que volvía a tocarme mi trasero y mis piernas. Yo estaba ya entre caliente y ofendida, porque si bien sentirme tan sumisa era parte del tema por el que me gusta ser mujer, lo cierto es que no quería serle infiel a Rafael.
-¿Que hace?- alcancé a decir en lo que sentía como me atraía hacia el e intentaba besarme y bajarme el short.
-Te voy a poseer aquí mismo muñeca. Es el último requisito para poder darte el empleo- sostuvo, en lo que forcejeaba conmigo para quitarme la ropa.
-Espere, noo. Que tengo novio- pedí en lo que su mayor fuerza conseguía poner el pantaloncillo hasta abajo y jalaba mis medias en la misma dirección. Yo puedo asegurar que no sabía cómo reaccionar: realmente estaba muy excitada, pero mi amor por Rafa aún era más fuerte. El aprovecho esa confusión de mi parte para dejarme en ropa ínterior, y en eso se sacó una tranca que no debía medir más allá de catorce centímetros en estado erecto, aunque su anchura fuera otra cosa. Entonces yo intenté forcejear un poco más, pero fue inútil y él consiguió despojarme de la última prenda que cubría mis partes más íntimas.
-Pero si eres un mariconcito- dijo al ver que de mi ingle colgaba un pequeño pene.- Que rico va a estar esto. Voltéate
-Nooo- grité ahora con desesperación, intentando llegar a la puerta de acceso a su oficina.
-jajaja- volvió a reír destempladamente- estamos muy lejos de la gente y nadie te escuchará. Además de que la música está a todo volumen. Ahora haz lo que te pido.
-Noo- lo encare mientras intentaba zafarme de sus fuertes manos. Entonces me dió una cachetada que me sentó en el suelo. Me levantó como a un trapo y volteó mi cuerpo de tal forma que mi trasero quedaba a su merced. Cómo dije, la idea me había calentado mucho, y sin embargo no había manera de que me sintiera a gusto con eso. Entonces me preparé, sabiendo que la estocada sería inevitable, cuando de pronto se abrió de golpe la puerta del despacho. Y ahí estaba Rafael, mi hombre, listo para defender su honor.
-¿Que le pasa?- le dijo en lo que le golpeaba en la cara a mí casi abusador. Hugo no pudo reaccionar, y después de algunos puñetazos de mi novio, acabó por ser noqueado.
-¿Estás bien princesa?- me preguntó en lo que me cubría con su gabardina y procuraba protección.
-Si- le contesté temblando de frío y sobre todo de deseo.
-Vamonos de aquí- sugirió en ese momento. Pero yo me encontraba ya muy excitada con todo eso y solo pude contestarle con un gran beso y una frase en su oído que decía: por favor, tómame.
El reaccionó a mis urgentes besos y preguntó: ¿Aquí? Pero yo le respondí frenéticamente tallando mi cuerpo con el suyo, buscando sus músculos, sus labios, su piel y su sexo. Abrí su cremallera y extraje sin delicadeza el pedazo de carne que me hacía suspirar, al tiempo que lo masturbaba para conseguir la dureza qué me volvía loca. No tuve que hacerlo por mucho tiempo, porque Rafa también necesitaba a su hembra y eso ayudó a qué rápidamente hubiera un mástil venoso y listo para realizar la cópula. Yo ya no podía esperar, lo necesitaba dentro de mí, así que, sin dejar de abrazarlo, di un salto y el me cargó apoyando mis nalgas con sus colosales manos. Así colocó su verga en la entrada de mi ano, y sin soltarme, fue dejando que mi propio peso le auxiliara a realizar poco a poco la penetración. Yo ya había probado de esa bestial herramienta algunas veces, pero ahora yo estaba en vilo, flotando literalmente mientras su verga volvía a apropiarse del culito que ya no era más mío. Y fuí sintiendo cómo entraba despacio, firmemente, llenando mis cavidades con su herculea virilidad. Y cuando entró toda, yo entendí que había sido felizmente empalada, que mi macho me tenía sujeta con un trozo de carne, musculo y sangre sobre el que yo brincaba ya gustosa, esperando el momento en qué terminara de venirse en mí. Salté sobre el una y otra vez, hasta que Rafael emitió unos jadeos descomunales que permitieron que de mi pene- clítoris surgiera leche tibia y femenina.
-Vente ahora amor- le pedí con frenesí- vente. Vente ya.
Rafael aún tomó un par de minutos para acceder a mi petición, en lo que conseguía horadar del todo mi estrecho hoyito. Entonces de su boca se desprendieron gritos ahogados en lo que me decía:
-Ahora si amor. Me deslecho, me hundo en ti. Ahhh- pude escuchar, mientras sus líquidos invadían por completo lo más íntimo de mi cavidad.
Nos quedamos parados, abrazados por no se cuánto tiempo, hasta que su pene ya flácido salió de la cueva que tanto le gustaba.
-Creo que es momento de irnos- dijo en lo que me depositaba de nuevo en el suelo y me volvía a cubrir.
-Esta bien amor- respondí en lo que tomábamos rumbo a la salida.
El me abrazó, con sincero cariño e intención de protegerme de los monstruos del mundo, en lo que proferia:
-Ok princesa. Y por ahora no quiero que trabajes. ¿De acuerdo?
-Lo pensaré amor- le contesté emocionada, mientras llegábamos al coche que había dejado en el estacionamiento del lugar.