Mi primer trabajo
Incorporo de nuevo relato que escribí hace ya muchos años y que luego eliminé. Para los nuevos lectores... una chica busca ilusionada su primer empleo. En la entrevista, los supuestos empresarios abusan de ella.
Me llamo Cristina y tengo 21 años. Lo que voy a contar me pasó cuando tenía 18 años y, aunque hace ya mucho tiempo, todavía siento rabia e impotencia ante aquel engaño y humillación por los que pasé. Voy a contaros el caso por si puede servir de ayuda a alguna chica ingenua que se encuentra ante una situación similar.
Por aquella época yo no quería seguir estudiando y, sin que lo supieran mis padres, me puse a buscar un trabajo, mi primer trabajo. Os podeis imaginar que por mi inexperiencia, me creía todo lo que me contaban.
Buscando en un periodico local, de esos que reparten gratuitamente por los buzones, vi un anuncio que decía así más o menos:
"Para empresa de nueva creación se necesita chica de 16 a 18 años. Llamar al teléfono ..... ".
Yo ilusionada con el trabajo, llamé al teléfono que decían y me citaron para una entrevista a la mañana siguiente.
Yo, aunque pecando de inmodestia, os diré que físicamente estoy bastante bien, pero quería parecer mejor aún así que me vestí con mis mejores ropas para causar buena impresión. Supongo que como todo el mundo cuando acude a una entrevista de trabajo.
A la hora citada, me presenté en el sitio que me habían dicho. Era una especie de oficina en un edificio de apartamentos bastante lujosos.
Me abrió la puerta un chico de unos 25 años, alto, delgado, muy serio, que se presentó como Oscar y enseguida pasamos a la entrevista.
La oficina tenía una especie de recepción y dos despachos cerrados. Abrió la puerta de uno de ellos y me invitó a sentarme en una silla delante de una gran mesa de escritorio donde se colocó el.
Me contó que buscaban un puesto de recepcionista, para coger teléfonos, concertar citas y esas cosas. Luego empezó a preguntarme por mis estudios, si había trabajado antes, etc.
Después de unos 20 minutos de charla me dijo:
"Como supondrás, ha venido mucha gente por aquí, así que vamos a seleccionar entre toda la gente a la persona más adecuada y si te elegimos ya te llamaremos".
Yo salí de allí convencida de que nunca más volverían a llamarme. Habría miles de chicas mejores que yo para el puesto y con experiencia, asi que, a los 3 días cuando sonó el teléfono de casa y preguntaron por mi, casi se me había olvidado ya todo aquello.
- ¿Cristina García?
- Si soy yo.
- Mira soy Oscar, te llamamos por la entrevista de trabajo que hiciste el otro día, para comunicarte que, en principio, nos interesas para el puesto. ¿Podrías venir mañana por aquí para concretar algunas cosas y unos últimos requisitos?
- Si claro, por supuesto.
- De acuerdo pues te espero en el mismo sitio a las 10 de la mañana. Trae una fotocopia de tu DNI para empezar a tramitar el contrato.
Yo alucinaba de contenta. Ni siquiera sabía el sueldo que ganaría ni el horario pero me daba igual. El caso es que estaba a punto de conseguir mi primer trabajo. Pero todavía no diría nada a mis padres hasta que estuviera todo claro.
A las 10 en punto como me habían dicho me presenté en la oficina. Me volvió a abrir el mismo chico de hacía 4 días que esta vez me saludó más cordialmente con dos besos y pasamos a su despacho.
- Bueno Cristina, ¿contenta?
- Si, mucho. La verdad es que no me lo esperaba.
- Bueno, pues has sido elegida para el trabajo. Sólo nos quedan dos pequeños trámites que son firmar tu contrato cuando lo hayan preparado en la gestoría y un reconocimiento médico de entrada a la empresa. ¿trajiste el DNI?
- Si, aquí está.
- Bien, bueno, como no me preguntas tu, voy a contarte algo sobre tu sueldo y horario. En principio ganarás lo que marca el convenio, unas 85.000 pesetas al mes, aunque en función de tu trabajo se te podrán dar algunos pluses. En cuanto al horario, será de 8 a 4 de lunes a viernes y algún sábado cuando sea necesario. ¿Qué te parece?
- Me parece bien. (Yo estaba alucinada. Nunca había tenido ese dinero en mis manos, ¡85.000 al mes!, todo lo que podría hacer con eso).
- Bueno entonces nos falta sólo lo del reconocimiento médico. Sabrás que la ley nos obliga a hacer un chequeo médico a todos los trabajadores al entrar en la empresa y luego cada año unas revisiones.
- Si, si, dije. (Aunque la verdad no tenía mucha idea de todo eso, suponía que sería verdad porque había escuchado a veces a mi padre decir que tal día le tocaba reconocimiento médico en la empresa).
- Bien pues ¿cuando te viene bien hacerlo?.
- Cuando quiera.
- Pues mira, casualmente está ahora aquí en el despacho de al lado el médico de la empresa. ¿Te parece que le preguntemos si tiene un momento libre y lo pasas ahora?. Así ganamos tiempo.
- Si, si, vale.
- Pues ven conmigo.
Salimos de aquel despacho y fuimos al de enfrente. Llamó a la puerta y entramos allí. Era una especie de consulta médica donde había una báscula, una camilla, un aparato de medir la altura, etc. Sentado en la mesa frente a dos sillas estaba otro chico, de más o menos la misma edad y vestido con una bata blanca.
- Antonio, te presento a Cristina, la nueva compañera que se va a incorporar con nosotros. ¿Tienes un momento ahora para hacerle el reconocimiento?.
- Si, por supuesto, pasad y sentaros.
- Bueno Cristina, en primer lugar enhorabuena. Primero te voy a hacer unas preguntas médicas y luego haremos algunas pruebas. Oscar, para ganar tiempo podías ir tu apuntando las cosas en la ficha.
Y así el médico comenzó a hacerme preguntas sobre mi salud. Me preguntó si había tenido alguna enfermedad grave, si me habían operado de algo, si me había roto algún hueso, etc. Yo a todo iba contestando y el chico de antes, Oscar, iba apuntando todo en una especie de ficha. Después de unas cuantas cuestiones, el médico se puso en pie y dijo:
- Bueno, vamos a explorarte. Por favor, levántate y descúbrete de cintura para arriba y perdónanos porque tenemos encargado un biombo para cambiarse de ropa pero aún no nos lo han traído.
Aquel día yo iba vestida con unos vaqueros azules ajustados, una blusa blanca y una chaqueta de punto por encima. Muy cortada empecé a quitarme la chaqueta delante de ellos que me miraban. Luego muy despació saqué la parte baja de la blusa de dentro del pantalón y empecé a desabrocharla botón a botón hasta quitármela.
Y me quedé allí, con mi sujetador blanco y frente a ellos, parada.
- Por favor, el sujetador quítatelo también.
Ahí fue cuando empecé a sentir bastante vergüenza, pero sin rechistar me saqué el sujetador, lo dejé en el respaldo de la silla junto a la blusa y la chaqueta y me quedé allí firme y asustada, con mis pechos al descubierto y sintiendo la mirada de los dos hombres en ellos. Me apetecía tapármelos con las manos pero no me atreví.
Entonces el médico se acercó a mi y empezó a palpármelos y estrujarlos con sus dedos. Mis pechos son pequeñitos, con el pezón muy clarito como toda mi piel, y redondeados, y fácilmente los abarcaba con una mano.
En un momento de la larga exploración me dijo:
- No se, noto aquí un bultito ... Oscar, por favor. Ven tu a ver si lo notas o soy yo que tengo obsesión con estas cosas.
Y así Oscar, el que me había hecho la entrevista, me estaba también tocando mis pechos buscando el bultito. Recuerdo que en aquel momento pensaba que aquello me estaba pareciendo un abuso. Aquel tío, sin ser médico, se había quedado dentro de la consulta, me estaba viendo medio desnuda y ahora también me tocaba mis tetitas, pero no dije absolutamente nada.
Después de que me dieron un buen sobo, decidieron que no había tal bulto.
Oscar se volvió a sentar para escribir y el médico me tomó tensión.
- La tienes bien, luego después de unos ejercicios te la volveré a tomar. Bueno, vamos a mirarte los reflejos de las rodillas. Por favor, quítate el pantalón.
Cuando oí aquello se me vino el mundo encima. Con lo vergonzosa que yo era, jamás se me había pasado por la cabeza que me fueran a pedirme eso. Con mis 16 años, nunca había estado desnuda delante de ningún hombre y por supuesto, era virgen.
Dudé unos segundos pero un gesto del médico con la mano como diciendo que me apresurara, me hizo empezar a desabrocharme mis vaqueros.
Muerta de vergüenza empecé a bajarme los pantalones allí de pie, delante de los dos. No me atrevía a mirarles pero de reojo veía como estaban fijos en mis braguitas que ya había quedado a su vista. Aquel día llevaba unas braguitas blancas de algodón bastante usadas y también sentía vergüenza por eso. Quien iba a pensar que aquel día iba a tener que enseñarlas.
Para sacarme los pantalones por los tobillos tuve que quitarme también los zapatos, así que ahora, la única prenda que llevaba puesta eran las bragas. Me dijo que me sentara en la camilla y con el mazo empezó a darme golpecitos en las rodillas para comprobar los reflejos.
Enseguida me dijo:
- Bueno, vente para la báscula, vamos a pesarte.
Me subí en la báscula que estaba colocada junto a la pared, quedando de espaldas a los dos chicos. Les oí hablar algo entre ellos pero no llegué a entenderles. Allí permanecí inmovil de pie sobre la báscula por lo menos un par de minutos, supongo que mientras ellos contemplaban mi cuerpo y mi culo tapado por mis braguitas.
Después de pesarme, me pidieron que hiciera unas cuantas flexiones de rodilas, brazos, etc. para tomarme de nuevo luego la tensión.
Yo me sentía ridícula alli, haciendo gimnasia casi desnuda frente a ellos, que no paraban de mirarme.
Aunque tenía mucha ilusión y muchas ganas de conseguir el trabajo, reconozco que en esos momentos se me pasó por la cabeza decir que me iba y que no me interesaba el trabajo. Me sentía muy humillada y la vergüenza invadía todo mi cuerpo. Ojalá lo hubiese hecho.
En esos momentos, más que las ganas de conseguir el trabajo, era la vergúenza y lo por sorpresa que me pilló todo aquello, lo que me impedían abandonar aquello. Cada minuto pensaba, "seguro que ya estamos terminando, no lo dejes ahora".
Me tomó de nuevo la tensión. Estaba perfectamente, me dijo.
- Vamos a comprobar tu columna vertebral.
Me pidió que me pusiera de pie contra la pared y levantara los brazos apoyándolos en la pared y fue recorriendo con sus dedos mi espalda vértebra a vértebra desde el cuello hasta abajo. Cuando llegó al final, sin decir nada, tomó mis braguitas por los dos lados con sus manos y tiró de ellas un poco hacia abajo. Por un momento me temí lo peor, pero apenas las bajó unos centímetros, y solo un poquito de la rajita de mi trasero quedaba al descubierto.
Estuvo palpando el final de mi columna y finalmente me dijo que ya podía bajar las manos y que viniera hacia la camilla.
Por supuesto, lo primero que hice fue volver a subirme la braguita por completo.
- Por favor, túmbate en la camilla boca abajo y con las manos bajo tu barbilla.
Obedecí y enseguida se acercaron allí de pie los dos. El médico (o supuesto médico) empezó a obscultarme mientras el otro apuntaba lo que le iba diciendo.
Aquí fue el momento en que definitivamente me quedé helada, sin habla y sin poder reaccionar. Sin mediar palabra, agarró con las dos manos el elástico de mis braguitas y tiró de ellas hacia abajo decididamente, hasta sacármelas por los pies.
Me quedé paralizada y ahora, además de mucha vergüenza, empecé a sentir miedo.
Comenzó a tocarme las piernas como explorando mis articulaciones, flexionando mis rodillas y abriendo mis piernas, de tal manera que supongo que mi sexo quedaba perfectamente a su vista. Pero lo peor estaba por llegar:
- Por favor, gírate. Ponte mirando para arriba.
Sacando fuerza de no se dónde lo hice, pero coloqué mis manos tapando mi sexo. Ahora era peor, podía verles como me miraban y yo ahí, tumbada en la camilla y completamente desnuda.
Comenzó de nuevo a obscultarme, está vez por el pecho, luego bajó a mi vientre y de nuevo, sin vacilar, tomó mis manos y las apartó de mi sexo, dejándolo al aire y ante sus ojos por primera vez.
Yo quería morirme, mi escaso vello púbico estaba ante sus ojos y lo miraban con gozo.
Pronto flexionó mis rodillas y las separó, quedando perfectamente abierta de piernas y mi vagina completamente al descubierto. Si hasta entonces lo había pasado mal, ahora comenzaron los peores momentos.
Sin mediar palabra, comenzó a tocarme mis parte con sus manos. Yo respiré profundamente y creo que empezaron a brotar lágrimas de mis ojos.
Tras unos momentos de rozamientos, sentí como su dedo presionaba la entraba a mi ser y decididamente y con algún esfuerzo, introdujo su dedo dentro y enseguida fueron dos dedos los que me introdujo en la vagina. Mi vagina estaba completamente seca y yo emití algún leve quejido porque me dolió aquella penetración, pero más que el dolor físico era el dolor moral lo que estaba acabando conmigo.
- ¿Te hago daño?, preguntó
Yo no podía ni hablar por lo que me limité a decir que si con la cabeza y seguí emitiendo leves quejidos de dolor y lamento.
Ante esto, el respondió metiéndome los dedos hasta el fondo y moviéndolos dentro, causándome un enorme dolor. Era la primera vez que algo se introducía dentro de mi tesoro. Yo alguna vez, masturbándome, me había metido un poquito mi dedo, pero nunca me había metido nada tan adentro.
Después de un par de minutos de sufrimiento, los sacó.
- Por favor, date la vuelta de nuevo.
Tal y como estaban las cosas, aquella petición de volverme de espaldas, me resultaba un alivio. Por lo menos perdía de vista las caras de aquellos dos hombres que me miraban mientras yo me sentía humillada y ultrajada.
Me tumbé boca abajo y enseguida me dijeron que me colocará a gatas sobre la camilla.
Me tenían ahora a 4 patas, subida en la camilla. Se colocaron detrás de mi junto a mi culete y pronto noté como intentaban introducirme algo por mi ano. Enseguida noté que era un dedo y, aunque no lo se con seguridad, creo que no era del médico sino de Oscar que estaba junto a el. Sentí una sensación muy desagradable pero no de dolor. Supongo que se habría echado alguna crema porque el dedo resbalaba muy bien y entraba y salía de dentro de mi sin mucho esfuerzo. A mi el estómago se me empezaba a revolver.
Y en esa misma posición, el mismo dedo que estaba en mi culete, perforó de nuevo mi vagina.
- Bueno Cristina, hemos terminado. Puedes vestirte.
Y allí, por última vez delante de ellos, comencé a ponerme toda mi ropa. Cuando estuve vestida, me dijeron:
- Todo esta perfecto. Te esperamos aquí el próximo lunes para que empieces a trabajar.
Yo lo más rápido que pude, me despedí de ellos (me dieron dos besos cada uno como despedida) y salí de allí. Ya en el ascensor mientras bajaba rompí a llorar amargamente y todo el trayecto a mi casa lo hice llorando.
Por supuesto no podía contarles todo aquello a mis padres y nunca se lo conté. Lo que tenía claro es que no podía volver allí para trabajar. ¿Cómo iba a ser la secretaria de esas personas que me habían visto desnuda y me habían ultrajado y humillado?. Me moriría de vergüenza. Cada vez que me miraran sentiría en su mirada como estaban recordándome desnuda.
Decidí que nunca volvería allí y nunca contar a nadie lo que me había sucedido. Solo ahora, y de forma anónima estoy contando todo aquello.
A los dos meses me enteré por los periódicos que una chica había puesto una denuncia por el mismo caso que a mi me había ocurrido. Por lo que relataban, no tengo duda que eran los mismos. Pero además, la noticia terminaba así. " cuando la chica se presentó en su primer día de trabajo en las oficinas, resultó que el trabajo no existía y las supuestas oficinas eran un apartamento de alquiler que se alquila por días o por horas. ".