Mi primer orgasmo: me masturbé con la almohada
Un relato de autosasifacción donde narro cómo fue mi primer orgasmo, en mi habitación, masturbándome con una almohada.
Recibí el 2018 sola… bueno, en realidad con mi familia, pero es como si hubiese estado sola. Aún no llega esa etapa a mi vida donde una puede pasarse esas festividades en otro lado: a huevo con la familia. Y no es que los odie, los amo, pero verlos casi diario en casa me hace pensar que no hay nada de novedoso en fechas decembrinas, sólo quizás la comida y que todo el mundo está optimista. Sí, soy Vianney, Viany aquí en este portal; mi primer relató lo publiqué el 8 de enero de 2014, el último fue publicado un 2 de diciembre de 2016. Dos años después (y no sé cuánto tiempo dure esta vez), he vuelto a escribir mis experiencias. ¿Qué me ha pasado en esos dos años? Los relatos ya lo contarán a detalle. Lo importante aquí es que hay una noticia nueva que quizás le maraville a todos los que leen y disfrutan de mis relatos (abro un paréntesis especial para HombreFX un gran asiduo de este portal, un excelente lector y un gran comentarista de cada uno de mis relatos –de esos que comentan sobre el relato y no vulgaridades–; gracias HombreFX ojalá estés aquí todavía y sigas leyendo mis escritos).
Pero bueno, hecho el agradecimiento con dedicatoria, les doy la nueva noticia: ¡Abrí mi cuenta en Twitter! Así es, ahora me ha dado también por eso de la minificción, el haiku, y esa brevedad que te ofrece dicha red social. Así que, mis estimados lectores, ahora podrán interactuar conmigo si también usan Twitter, aunque no prometo contestar de inmediato, quizás encuentren ahí más actividad que con los relatos.
Les dejo mi cuenta: @vianysauza
Bien, creo que es el momento de iniciar con este relato. ¡Tercera llamada!
Haciendo un ejercicio de memoria sobre las cosas que les había contado, me percaté que no les había platicado sobre mi primer orgasmo a través de la masturbación, de la autosatisfacción; y sí, fue demasiado placentera.
Cuando pasé a nivel secundaria, mis padres estaban por terminar de construir un nivel más a la casa; lo que daba como resultado el ansiado deseo de tener un espacio para mí sola: mi habitación. Aún recuerdo que la pinté de colores rosas con morados (estaba de moda pintar un par de paredes de un color y el resto de otro); también mis primeros muebles: una cama bonita, un espejo de cuerpo completo para verme antes de salir, una lámpara para leer en las noches, un ropero que olía a madera fresca; en fin, todo era lindo, la luz de la ventana me encantaba porque el sol no entraba de forma directa, sino que podía ver el atardecer. En fin, estaba emocionada por tener un espacio para mí.
También en la secundaria conocí nuevas amistades, aunque había algunos compañeros y compañeras que conocía de otros grupos y de mi mismo grupo en la primaria (primaria y secundaria quedaban a pocas calles de distancia entre sí). Una de esas nuevas amistades era Paola, una chica muy bonita y con la que de inmediato tuve una conexión de amistad. No pasó ni el primer bimestre de evaluación cuando ya nos habíamos contado toda nuestra vida mutuamente, sabíamos los gustos, temores, deseos y anécdotas familiares más graciosas. Justo por estas fechas decembrinas, en vacaciones, ella vino a mi casa y se quedó una noche a dormir. Pero no pasó nada; aún éramos muy niñas, tampoco había despertado (y creo, nunca lo hizo) mi lado lésbico y si acaso hablamos de los chicos que nos gustaban. Eso sí, ambas coincidíamos en que nuestro cuerpo era raro, que no teníamos pene, y que aquello que nos decían como “conchita” no era otra cosa sino la vagina… nunca entendí el mundo de los adultos de no querer nombrar las cosas como son.
De regreso a la escuela, una profesora de ciencias sociales nos pidió un trabajo de historia, hacer una investigación de una civilización antigua; obtener la información de internet y preparar una “exposición” del tema. Ambas estábamos nerviosas, pues aunque el trabajo en equipo podíamos decidir con quién trabajar, nunca nos había gustado pararnos enfrente del salón. Entonces fui a su casa el fin de semana siguiente, yo no tenía computadora porque mis papás habían gastado mucho dinero en la renovación de la casa y en la compra de todos esos muebles en mi habitación. Desde que entré, Paola me parecía un tanto extraña, como pensando en otra cosa; su mamá tuvo que salir rápido a dejar unas cosas a su trabajo y regresaba, así que mi amiga aprovecho para decirme que fuéramos al estudio donde se encontraba la computadora, no pensé que fuera tan matada para hacer el trabajo. Y la realidad es que no era así, igual que yo, no destacábamos mucho en la escuela, apenas y una que otra materia por demás del promedio. Su premura se debía a que tenía la casa sola. Y me contó que había encontrado “algo” en internet… una página, fue así como conocí el porno. Me dijo que hace unos días había empezado a ver la página, ver videos y esas cosas. Me dijo que si ya me había masturbado, que si no sentía cosquillas; y cuando le dije que no entendía, que lo más que sentía era algo en el estómago por un chico de la escuela, me dijo: “yo ya me toqué, y es demasiado rico, mira”.
Entonces miré, me puso un video donde una mujer joven, muy atractiva de cuerpo, un cabello corto y lacio de color negro, con luces color uva, se encontraba sola en una habitación muy oscura, sólo se veía la cama blanca, y la tenue iluminación de velas. La mujer estaba desnuda sobre la cama, a la vista podía observarse un par de senos majestuosos, grandes, firmes, con los pezones parados; su mirada retadora, como incitando a que alguien entrara y la tomara. Comenzó a recorrer su cuerpo con sus propias manos, algo así como un masaje, no pude evitar sonreír, pensé que a eso Paola se refería con “tocarse”, pero estaba equivocada. Poco a poco, sus manos comenzaron a descender hacia su vientre, sus manos con dedos largos y uñas pintadas de color uva se acercaban cada vez más a la vagina, la cual se veía empapada (tras un acercamiento de la cámara) y hasta me pareció ver que latente, que palpitaba como un corazón (años después entendería el por qué la vagina se mueve por sí sola). Ver la humedad en su vagina me hizo sentir humedad en la mía, y quizás también a Paola, a quien no volteé a mirar porque no quería perderme nada de lo que estaba viendo.
La mujer pasó su dedo medio por encima de sus dedos vaginales, mientras arqueaba poco a poco su cuerpo, con el índice y dedo medio, tocaba con cierta fuerza sus labios exteriores, de arriba para abajo y de nuevo hacia arriba hasta concentrarse en un punto de carne pequeño, con un tono más claro de color (años después sabría que se le dice clítoris). Entonces metió su dedo en su vagina húmeda y la reacción, el fuerte suspiro, jadeo o gemido (no sé… más bien ya no recuerdo que fue) de su rostro me hizo sentir ese dedo dentro de mí, esa necesidad fiera, urgente por también hacer lo mismo que se estaba haciendo. Así que eso era tocarse, como decía Paola. El movimiento era despacio, pero iba en aumento, después metió al mismo tiempo su dedo anular; pensé que sentiría dolor, no me imaginaba que por aquella pequeña abertura podría caber tanto, pero su rostro decía todo lo contrario, parecía que disfrutaba de tener no uno sino dos dedos dentro de sí, que incluso sus movimientos se hicieron más rápidos y se movía de un lado para otro encima de la cama, sus gemidos fueron en aumento, había perdido la noción del tiempo y anhelaba saber cómo terminaría el video. Pasaron sólo un par de minutos más para que la mujer del video pasara a la mejor parte, cambió de posición, dejó de meterse los dedos, colocó las almohadas en medio de la cama, hizo con ellas como un monte y se posó encima de ellas, entonces, como si montara una bestia salvaje, comenzó a moverse, a contonear su cintura por encima de las almohadas, mientras tomaba con fuerza una de éstas, la otra mano se la llevaba a sus senos para presionarlos, pellizcarse los pezones, y acercarse el pezón a su lengua mientras seguía moviéndose cada vez con mayor desenfreno…
Entonces se escuchó la puerta de la casa de mi amiga y caí en cuenta que su mamá había regresado, cuando volteé a ver a Paola quedé casi en shock tenía una de sus manos metida debajo del short de deportes (ese día, habíamos tenido actividad física en la escuela); se estaba tocando mientras veíamos el video, no pensé que lo estuviera haciendo, todo el tiempo estuve al pendiente de la pantalla de la computadora y jamás creí que estuviera viendo ahora a mi amiga así, con una mano dentro. Obviamente la sacó casi de inmediato, quizás al ver mi cara de espanto o no sé de qué. Salí de la casa casi de inmediato, argumentando que ya le había dado mi parte a Paola, que el trabajo era para la siguiente semana y que también tenía cosas que hacer en casa, que me habían llamado. Ya a la salida y camino a mi casa también me puse a preguntarme por qué le había dado tantas explicaciones a su mamá, quizás ni ella sabía a qué había ido a su casa. Me faltaba algo, tenía que conocer el final, debía saber hasta dónde podía llegar una, así que ya en la entrada de mi casa me decidí a que esa noche descubriría el resto del misterio.
Me bañé, argumentando en casa la clase de educación física, sólo bañé mi vagina por encima, si acaso con algo de jabón en los labios, pero no quise tocarme ni nada, quería esperar hasta estar en mi habitación. Cerré con seguro, pocas veces lo hacía, no quería sorpresas ni dar explicaciones, limpié la cama (tenía cosas de la escuela encima) cambié las fundas de las almohadas, y así, desnuda (después del baño sólo traía la toalla) acerqué el espejo de cuerpo entero de la habitación para tenerlo frente a la cama, me recosté en está, en el respaldo de la cama, y me vi desnuda, abrí las piernas y vi mi vagina, aunque no tan cerca, podía reconocer sus labios mayores y menores, el clítoris, y esa humedad que ahora me resultaba cada vez más familiar, más cómoda y agradable. Introduje mis dedos como en lo había aprendido apneas unas horas antes, primero recorrí mis labios vaginales, introduje el dedo medio, dos… luego tres dedos, la sensación se hacía más deliciosa si a la par llevaba la otra mano a mis senos, a mis pezones rosas y pellizcarlos; el cuerpo dejó de obedecerme y sin darme cuenta la espalda ya se había arqueado, la cadera se movía al compás del movimiento de mis dedos, los cuales ya se encontraban empapados de mis jugos vaginales… era hora de cambiar de posición.
Tomé una almohada, la puse en medio de la cama, me subí encima viéndome de frente al espejo, apoyé mis dos manos sobre otra almohada, sentí un punto duro de ésta y ahí decidí frotar mi vagina, poco a poco, humedeciendo la tela y también elevando el calor de mi interior; sentía cómo el clítoris rosaba con la tela, con la almohada que ahora se me figuraba a cualquier pene delicioso, erecto, dentro de mí y listo para cabalgarlo. Mi cadera volvía a moverse, junto con mis muslos que parecían haber cobrado más fuerza, el vaivén sobre de mi clítoris sobre la almohada me proporcionaba un placer indescriptible, hasta ahora insospechado, pensaba que el mayor placer de una mujer a la hora del sexo era dejarse meter el pene y listo, abrir las piernas y esperar que el hombre le provocara todo el deseo y placer a una: estando yo arriba descubrí que podía controlar mi cuerpo con mayor libertad, que podía decidir cuándo parar, cuando salir y cuando hacerlo correr. Mi mente entonces me traicionó, dejé de pensar en todo eso, para concentrarme en un único objetivo: experimentar lo que ya no pude terminar de ver en el video en casa de Paola. Quería saber cómo terminaría, los gemidos, los pellizcos en los senos, toda esta autosatisfacción placentera debía de llegar a un punto sin retorno, a un placer aún mayor. Y no estaba equivocada, me moví con más intensidad, rosaba más duro mi clítoris con la almohada, me pellizcaba los pezones rosados con mayor fruición e incluso soltaba leves suspiros y gemidos (ya sin importar si me escuchara alguien en casa –y por suerte, no me escucharon–); cada vez más caliente, cada vez más húmedo, cada vez más placentero y ahora ya no pensaba en la palabra “pene” sino en la palabra verga, sí, así, una deliciosa verga que me calmara este calor que traía dentro, una verga venosa, firme, dura, poder sentir su textura al natural dentro de mi cuerpo, bañarla en mis jugos y domarla a través de mi cuerpo; ya no podía detenerme, me seguía moviendo, no sabía de dónde sacaba tantas energías, no parecía cansada y si estuviera poco importaba, el placer que me provocaba la fricción de mi clítoris en la almohada era tanta, tan inmensa, tan grande, tan indescriptible, tan delicioso… oh sí, rico, oh sí, oh sí una verga dentro, oh sí, así… así… así…
Sentí una explosión de placer dentro de mí, mi cuerpo –empezando por mis caderas– se movían sin control, como si temblaran, caí de inmediato a la cama, suspiré, gemí, reconocí el sudor de mi espalda, de mi nuca, mis manos se movían solas obre mi cuerpo para darme unas pequeñas caricias, unos roces apenas sobre mis brazos, mis piernas, estaba sonriendo y me reía sin saber el por qué. Eso era la dicha, así se reconoce el placer, eso era un orgasmo a través de la autosatisfacción. Entonces me vino a la mente Paola, y sabía que cuando la volviera a ver la perdonaría por estarse metiendo la mano y tocándose con el video. No hay mayor sexo que el que se da una misma. Ahora lo sé.
Viany Sauza
Les dejo mi cuenta de Twitter otra vez: @vianysauza