Mi primer novio

Con la idea de brindar detalles sobre Mi Nueva Vida, he querido compartir la experiencia que viví con mi primer novio.

MI PRIMER NOVIO

Jeanette

Como ya había contando, a pesar de los inmensos deseos que me embargaban, apenas comencé a vestirme recién cuando cumplí once años. Recuerdo que estando sola en casa, por primera vez en mi vida tomé del closet de una tía un sostén blanco de encajes y unas pantaletas del mismo color que me puse con mucha dificultad, simplemente, porque no sabía ni cómo ajustar los tirantes (breteles) así como tampoco abrochar el sostén, mientras que me costó mucho ajustar mi pene entre las piernas. No obstante, que este siempre ha sido muy pequeño y que mis erecciones (cuando las tenía) eran muy cortas, ese día estaba no sé si excitada o nerviosa por mi debut.

Poco a poco comencé a superar los obstáculos derivados de mi novatería y fui agregando otras prendas, primero, íntimas como medias, ligueros y fondo (enagua), luego incorporé vestidos, faldas, blusas, algún que otro accesorio como pulseras y zarcillos (aretes o caravanas), hasta que me atreví a maquillarme. Esa experiencia la vivía cada vez que me quedaba sola en la casa, en especial, los jueves de tarde, que lo dejaban libre en el colegio donde asistía. Lo que sí es que en esas tardes sentía una gran seguridad en mi misma, el nerviosismo original iba desapareciendo progresivamente y con él las erecciones que cada vez se iban haciendo más débiles, mientras que las excitaciones comenzaron a manifestarse a través de una especie de cosquilleo focalizado en la zona de mis genitales.

Igualmente, como ya contara, un buen día comenzó a despertarse en mi un atractivo muy especial por los chicos. Si bien el principio era sexual (tratar de verle disimuladamente el pene en el baño del colegio), posteriormente trascendió hacia otros aspectos, como la admiración por la inteligencia, por su presencia, por la protección que sentía cuando conversaba con ellos. Era, y es, un sentimiento integral, donde la parte sexual jugaba un papel importante, pero nunca en forma total. En lo más íntimo de mí ser quería que me vieran como a una chica y no como a un niño con tendencias homosexuales. Por supuesto que en mis sesiones de travestismo, en su momento, incorporé algunos aditamentos que simulaban un pene, aunque su uso nunca superó el recurrente sueño que tenía de un hombre poseyéndome como su mujer.

En la línea de lo expresado en el Capítulo I de "Mi Nueva Vida", al seguir cumpliendo años, ingresó a mi curso un chico que me impactó desde un primer momento. Hijo de españoles, muy inteligente, rubio (catire), con unos ojos entre verdes y marrones de mirada cautivadora, educado con esmero, sobrio pero simpático y, sobre todo, muy delicado en su trato con los demás, aunque muy hombrecito en su desempeño. Desde el primer momento que lo vi, me gustó y mucho. Por supuesto, que no dudé en buscar su amistad, la cual entablamos sin mayores dificultades.

Al principio, esa amistad se circunscribía al colegio, hasta que un día jueves lo invité a casa a estudiar. Confieso que mientras él llegaba, me sentía bastante nerviosa y había pedido a mi madre que nos dejara todo listo para que merendáramos juntos, quería atenderlo a cuerpo de rey. Esas invitaciones se fueron automatizando a tal punto que en nuestras conversaciones siempre decíamos "eso lo arreglamos el jueves". Mientras el tiempo pasaba, nuestra amistad se iba estrechando, compartíamos idas al cine, a espectáculos deportivos (que a mi no me interesaban, pero a él sí), como vivíamos relativamente cerca, regresábamos juntos del colegio y todo ello coronado con largas conversaciones telefónicas que en algún momento, y sin darnos cuenta, se hicieron diarias. Un tema que nunca estuvo presente en nuestras conversaciones era el relativo a las chicas y la única vez que entró en nuestra agenda fue relacionado con la publicación de un aviso en una revista que debimos consultar por alguna tarea escolar, en el cual figuraba una fotografía de una modelo haciéndole publicidad a una línea de ropa íntima, sobre lo cual él comentó algo acerca de la belleza de la señorita, mientras que yo contesté con total naturalidad, espontáneamente, que el conjunto (pantaletas y sostén) era muy lindo y le asentaba muy bien a su cuerpo. Él sonrió y yo quedé inmutable, dándose por concluida nuestra referencia al tema sin concederle mayor trascendencia.

A todas estas mi familia no hacía comentario alguno, a lo único que siempre hacían referencia era a la mejora de nuestro rendimiento escolar desde que estudiábamos juntos. Un día, sí, tanto mamá como mi tía Carmen casualmente (¡) se presentaron juntas a casa mientras Juan y yo estudiábamos. Era la primera vez que coincidíamos en esa circunstancia. Ambas e sentaron a conversar con nosotros y cuando él regresó a su casa, nos quedamos las tres en la casa hablando de él y, como después me diría Carmen, que se notaba que el sentimiento que estaba albergando por Juan sobrepasaba largamente la amistad. Y, en efecto, en alguna oportunidad que se nos atravesó un feriado largo sin que nos hubiésemos comunicado, me sentí como perdida, embargada por un gran desasosiego, extrañaba mucho su voz, su olor, su presencia. En ese momento comprendí que me había enamorado de Juan, mi compañero de colegio.

El dedicar los jueves a estudiar se redujo las posibilidades de travestirme. Como eran pocos los momentos en que estaba sola en casa, opté por apropiarme de tres pantaletas y un sostén de Carmen que ocultaba en mi ropero. Al sostén le daba poco uso, pero las pantaletas las usaba debajo de mis pantalones y cada vez con más frecuencia por la seguridad que me aportaban, en especial, por el ocultamiento de un sobrante que nunca asimilé como parte de mi cuerpo. Los sueños eróticos ya tenían protagonista. Era Juan con quien soñaba para entregarme totalmente, lo cual sucedió inesperadamente.

La tarde del jueves inmediato después de los festejos del carnaval fue cuando todo aconteció. Como se me había hecho costumbre, antes de la llegada de Juan, me puse una pantaletica bikini negra y guardé mi calzoncillo en el bulto (mochila) del cual saltó en el momento en debí sacar algún libro para estudiar y le causó a mucha risa, sobre lo cual le mentí diciéndole que de seguro uno de mis hermanos me había gastado una broma. Cuando revisábamos unas láminas, noté que Juan se había rasurado la cara y le comenté que yo no lo hacía porque era muy lampiña. Nos reímos y seguimos concentrados en lo nuestro hasta que en un momento sentí un impulso incontrolable y no pude evitar tocarle delicadamente la cara. Era una piel muy tersa, fresca. Él se sorprendió y quedó como inmóvil, quise retirar mi mano, pero había algo que me lo impedía y cuando fui a hacerlo, él mismo la sostuvo y sin darme cuenta, posé mi mano derecha sobre su sexo. Fue entonces cuando comenzamos a besarnos y colocó su mano sobre la mía que suavemente le acariciaba el pene por encima del pantalón. Nos besamos en dos ocasiones y le pedí acariciar su masculinidad. No medió mucho tiempo entre su asentimiento y mi movimiento para desabrocharle el cinturón, terminé de bajar el cierre de su pantalón y de su bóxer brotó erguida su insignia de hombre, larga, un poco gruesa y de cabeza rosada, mas bien roja por la excitación, lo cual me animó a agacharme para besársela e introducirla en mi boca, como lo había visto en alguna película pornográfica imitando a las chicas con quienes siempre me identificaba, sin perder detalles de su accionar.

En momentos en que comencé a saborear el líquido preseminal que empezaba a brotar de su lindo mástil, le pedí que fuésemos a mi cuarto, donde nos desnudamos.

Cuando el vio las pantaletas que tenia puesta entendió, por fin, lo del calzoncillo en el bulto. Nos acostamos y lo primero que hice fue llevarme a la boca su lindo pene, el primero que en mi vida tenia en mis manos, para comenzar a chupárselo. Besé sus testículos, le lamí el escroto, después le fui besando el pene y lamiendo como un helado hasta que me lo introduje en la boca y lo chupé hasta que sentí la explosión de semen en mi boca. El sabor mas rico que había sentido en mi vida, placer potenciado por la cara de felicidad de Juan, quien después me confesaría que era la primera vez que alguien se lo hacia. Como su pene quedó erecto a pesar de su eyaculación, le pedí que me hiciera el amor. No sabíamos cómo, pero él había leído en una revista, que era preferible que me pusiera algún lubricante en mi huequito. Corrí hasta el cuarto de mi mamá y traje un frasco de crema "C" de Pons para la cara, la cual él me untó delicadamente, introduciéndome sus deditos, uno, dos, tres hasta que se dilató y me coloqué en posición de perrita para que me penetrara. Poco a poco me lo fue metiendo y sacando cuando me dolía, hasta que la excitación me hizo su presa e hice todo lo que estuvo a mi alcance para que su mástil entrara totalmente y sintiera sus testículos chocar contra mis nalgas. Él se movió muy bien y al poco rato sentí como se le expandía el pene dentro de mi hasta que acabó, regando con su semen todas mis vísceras, luego nos quedamos acostados un rato y comenzamos a besarnos con mucha ternura hasta que noté su nueva erección y le pedí que nuevamente me hiciera suya, a lo cual accedió con gusto hasta que sentada sobre su pene y besándolo en los labios, sentí otra vez su cremoso fluido inundando mi cuerpo. Había sido su mujer, su primera mujer, y él, mi primer hombre. Me había hecho mujer, su mujer.

Concluido nuestro acto, me retiré al baño a asearme, mientras él se encargó de ordenar el cuarto. Al poco rato comenzó a llegar mi familia a casa concluyendo nuestra jornada retirándose, entonces, a su casa. No puedo negar la angustia que me embargaba en ese momento, la cual se mitigó una vez que al cabo de una media hora recibí una llamada suya. Me pidió que tuviese confianza en él, porque también tenía hacia mí un sentimiento muy especial y que habláramos al día siguiente en el colegio.

No puedo afirmar que fue sencilla la espera, pero algo me decía que todo lo sucedido era la consecuencia de algo muy lindo que vivíamos los dos simultáneamente que no nos habíamos atrevido a exteriorizar. En el receso de media mañana, me pidió que habláramos con calma en la tarde. Yo me sentía físicamente espléndida y muy halagada cuando fuimos a almorzar en la cafetería del colegio, donde no solo se hizo cargo de la factura correspondiente –que era lo de menos-, sino por lo pendiente que estuvo para complacerme. No me perdía de vista y en múltiples ocasiones cruzamos nuestras miradas fijándonos mutuamente la mirada. A la salida, al final de tarde, caminamos juntos hasta la parada del bus y fue allí donde comenzamos a conversar. Si bien comentamos lo bien que la habíamos pasado, la conversación tuvo un espectro mas amplio. Hablamos de nuestros sentimientos, de la forma cómo debíamos comportarnos para evitar problemas tanto en el colegio como con nuestras familias.

Al día siguiente, un sábado, nos vimos y fuimos a una cafetería ubicada en un parque alejado de nuestra zona de residencia. Allí, la conversación fue más extensa sobre nosotros. Noté algo que me conmovió mucho, comenzó a tratarme como mujer y le dije que mi nombre secreto era Jeanette, con el cual siempre me identificaría cuando estuviésemos a solas. Caminamos por el parque tomados de la mano, buscamos un sitio un tanto oculto donde nos pudimos abrazar y besar sin temor a ser descubiertos, hasta que me pidió que fuese su novia. Nos impusimos un código de silencio y otro de fidelidad. Igual, me pidió que procurara usar siempre ropa íntima y que si fuese posible, cuando nos viéramos a solas en su casa o en la mía, vistiera de mujer y lo atendiera como tal, a lo cual accedí en forma inmediata, es decir, que en la intimidad actuara como su esposa y él como mi marido. Desde ese momento, nos hicimos novios.

Como era de esperarse, nuestros encuentros se hicieron más frecuentes. Compartíamos nuestros encuentros amorosos con el estudio y las diversiones e incluso, en algunas oportunidades, salimos con algunas chicas para disimular. En una de esas salidas, la chica con la que andábamos, Andrea, nos descubrió besándonos en la oscuridad de una discoteca, pero guardó siempre silencio y cada vez que nos veíamos, nos alentaba. Se convirtió en nuestra confidente, especialmente, de mí, por la identificación sexual que nos unía. Nos hicimos muy amigas.

Esa felicidad nos acompañó por poco más de tres años. Cuando ya casi concluíamos el colegio, Juan conoció una (otra) chica a quien comenzó a frecuentar e incluso, con mi consentimiento. En algún momento, con Andrea había comentado que al concluir el colegio, era muy probable que finalizara mi noviazgo con Juan, apreciación con la cual ella concordaba totalmente. Cuando nos veíamos a solas las dos, el tema siempre lo teníamos presente y, de alguna manera, ella me ayudó a prepararme para cuando la despedida fuese inevitable. Así fue.

Poco después, comenzamos a hablar sin subterfugios acerca de la chica que comenzaba a ocupar sus pensamientos. En algún momento apelamos a nuestra amiga Andrea como mediadora, aunque al final actuó como facilitadora para amortiguar nuestra separación, la cual se concretó suavemente, sin mayor trauma y sin peleas. El día del adiós comprendí lo difícil que se tornaba la vida afectiva para una mujer presa en el cuerpo de un hombre, para alguien que sentía y vivía como mujer, pero que la naturaleza se empeñó en adosarle un pedacito de carne que nunca sintió como parte de su cuerpo, de su ser.

Lamentablemente, esa despedida coincidió con la partida de mis padres y hermanos hacia el exterior quedándome a vivir solo con mi tía Carmen. Andrea, por su parte, se había hecho novia con quien a la postre contraería nupcias y, como era lógico, su atención se centró en el gran amor de su vida. Vivir a solas con Carmen, me permitió recuperar la frecuencia en el vestir. No obstante, la conjugación de las ausencias me sumió en una profunda depresión que apenas si mitigaba frente al espejo cuando me acicalaba con la ropa que necesitaba usar, la cual complementaba con un tenue maquillaje, con el cual pretendía ocultar la tristeza que reflejaba mi rostro ante la pérdida de mi primer novio.