Mi primer desliz

Esta fue la primera vez que engañe a mi marido.

MI PRIMER DESLIZ

YOLY – Nº. 2 – DICIEMBRE 2003

ESTE RELATO LO DEDICO, CON MUCHO CARIÑO, A MI AMIGO "JAVI".

Era viernes, 17 de diciembre de 1999. En aquel entonces yo tenía 32 años. Ese día celebrábamos la cena de Navidad con los compañeros y compañeras de mi empresa. El año anterior habían asistido a la cena nuestros maridos y mujeres respectivos, pero a la empresa le salió muy caro y se decidió que este año fuéramos solos los empleados sin parejas.

Los jefes nos llevaron a un céntrico asador de Madrid, tras lo cual fuimos a tomar unas copas a una discoteca de moda que se ubicaba cerca del restaurante. Serían las cinco de la madrugada cuando decidimos marcharnos a casa y dar por finalizada la velada.

Mi marido me había aconsejado, sabiamente, que esa noche no utilizara el coche, ya que supuestamente íbamos a terminar todos bastante cargados de alcohol, por lo que para ir al restaurante había tomado un taxi. Tras despedirnos todos los compañeros, el director financiero de la empresa se ofreció amablemente a llevarme a casa, lo cual acepté de buen grado, ya que hacía mucho frío y no se veían taxis por la zona.

Jesús, que así se llama el director financiero, tenía aparcado su flamante Audi en un parking cercano, por lo que fuimos caminando juntos hasta el acceso de peatones del aparcamiento en cuestión. Jesús pagó la estancia en un cajero automático y me indicó el camino hasta la plaza donde tenía estacionado el vehículo. Ahora el parking se veía casi desierto, pero me contó que a la hora en la que llegó le había costado encontrar un hueco en la última planta. Descendimos por la escalera hasta el cuarto sótano. Él me abría paso ágilmente, pero yo no podía bajar los escalones muy deprisa, debido a los altos y delgados tacones de mis zapatos.

Por supuesto que me había vestido con mis mejores galas para la ocasión, ya que con mi marido no solemos salir mucho por las noches. Un vestido negro de "tul" con un escote muy generoso y una abertura lateral, por la que mis piernas se mostraban hasta medio muslo cuando andaba, enfundadas en medias negras y rematadas con los zapatos negros de tacón de aguja, que las daban un aspecto muy sexy.

Al llegar al cuarto sótano, Jesús me condujo por la planta semi-vacía hasta llegar a su coche. Abrió caballerosamente la puerta del acompañante para que tomara asiento, tras lo cual la cerró suavemente y se dirigió, por delante del coche, hasta ocupar el asiento del conductor. Una vez que los dos estábamos acomodados en el Audi, accionó el botón para bloquear los seguros de las puertas, ya que eran unas horas intempestivas y se trataba de evitar sustos, según el mismo se justificó.

Acto seguido introdujo la llave en el contacto y la giró, momento en el que el potente motor del vehículo comenzó a ronronear. Yo estaba bastante mareada por las copas y me quedé con la cabeza recostada en el asiento. Entonces Jesús se giró en su asiento y acerco su rostro a mi oído en ademán de decirme algo, pero lo que en realidad hizo fue besarme de improviso suavemente en mis labios. Luego, tras comprobar que yo no había opuesto la menor resistencia al beso, volvió a besarme, aunque esta vez entreabrió su boca un poco sacando tímidamente la punta de su lengua. Quizá por el efecto de las copas, o por que jamás había estado con otro hombre que no fuera mi marido, lo cierto es que aquello me produjo un morbo tremendo y respondí a su beso abriendo la boca y sacando mi lengua.

El caso es que a los pocos segundos nos encontrábamos morreándonos lujuriosamente como dos adolescentes en celo. Jesús, venciendo su timidez, deslizó una de sus manos por mi escote y, apartando un poco el sujetador, comenzó a acariciarme los pezones, consiguiendo rápidamente que se me pusieran duros como piedras. Luego, sin dejar de besarme en la boca, su otra mano se abrió paso por la abertura del vestido acariciando mis muslos con una suavidad tal, que un maravilloso cosquilleo recorrió mi columna vertebral. Poco a poco su mano fue ganando terreno a mis muslos hasta llegar a las ingles.

De pronto Jesús dejó de besarme, saco su mano derecha de mi escote y ayudando a su mano izquierda me bajó las bragas hasta los tobillos, para luego quitármelas del todo. Después metió otra vez una de sus manos en mi escote y, rodeando mi espalda, me desabrochó hábilmente el sujetador y me lo quitó también. Por supuesto que ambas prendas me las consiguió quitar fácilmente gracias a mi inestimable colaboración. Sin prisa pero sin pausa, Jesús me sacó ambas tetas por el escote y comenzó a chuparme los pezones. Al mismo tiempo una de sus manos se introdujo nuevamente por la apertura del vestido y se abrió paso entre mis piernas hasta llegar a mi desnudo y ya humedecido sexo. Tras acariciarme los labios vaginales y el clítoris, fue hundiendo su dedo índice en mi raja hasta penetrarla. Luego comenzó a meter y sacar su dedo con movimientos rápidos y circulares, mientras nuestras lenguas se entrelazaban e intercambiaban abundante saliva.

A los pocos minutos me sobrevino un tremendo e intensísimo orgasmo que me hizo sollozar de placer. Cuando el orgasmo bajó su intensidad, aparté suavemente a Jesús. Entonces dirigí mis manos a su abultada bragueta. Le bajé la cremallera, aparté su slip por debajo de sus testículos y le saqué fuera la polla. La tenía enorme y dura como el cemento. Sin mas dilación me recosté sobre su pubis y comencé a masturbarle con una mano, mientras que con la otra le masajeé los huevos.

Acto seguido abrí mi boca y metí su enorme miembro en ella, para chupársela con fruición. Notaba su hinchado capullo queriendo introducirse en mi garganta, mientras él se retorcía de gusto en el asiento. Cinco minutos mas tarde Jesús me avisaba de su inminente corrida alargándome con su mano un pañuelo de papel. Yo, haciendo caso omiso a su advertencia, comencé a masturbarle con mi mano lo más rápido que pude, dejando su capullo dentro de mi boca. Segundos más tarde, coincidiendo con un espasmo de su cuerpo, su leche comenzó a brotar del capullo con dirección a mi garganta. Se estaba corriendo en mi boca. Lejos de producirme algún tipo de asco, seguí masturbándolo con los labios hasta que todo el contenido seminal de sus testículos fue a parar a mi estómago. Me tragué hasta la última gota de aquel tibio y espeso elixir blanco con deleite.

Lo que ocurrió luego me lo reservo para el próximo relato.

Yoly.