Mi primer contacto con unos pies

Como descubrí, gracias a mi tía, mi tremenda adicción al pie femenino y su olor...

Mi primer contacto con los pies

Tenía yo no más de 11 o 12 años cuando por primera vez noté que sentía un especial atractivo por los pies femeninos. Era entonces un fenómeno nuevo y completamente extraño, el que hacía que yo no parase de mirar los pies de cualquier mujer, en especial los de mi tía o primas.

Era una fuerte atracción la que sentía, y esto desencadenaba en mí distintas y opuestas reacciones. Por un lado, disfrutaba enormemente contemplando u oliendo de cerca unos pies. Aunque al mismo tiempo me avergonzaba de aquel deleite, al no considerar normal con aquella edad que unos simples pies pudiesen atraerme con tanto poder.

Durante esos años, mis padres trabajaban mañana y tarde, y ninguno de ellos podía hacerse cargo de mí tras salir del colegio a las 4.30. Sin embargo, una joven tía hermana de mi padre y que aun vivía en casa de nuestro abuelo tenía las tardes libres, ya que por las mañanas estudiaba en la universidad. Mis padres decidieron, junto con mi tía, que yo podría volver a casa de mi abuelo tras el colegio, hasta que mis padres me recogieran y pasar así la tarde allí. Tengo ahora 30 año, pero aun recuerdo con mucha facilidad qué pasaba por las tardes tras yo llegar del colegio.

Mi tía, que por entonces tendría no más de 25 años, acostumbraba a pasar las tardes viendo la televisión en el salón. Ella se tumbaba en el sofá grande, frente a la televisión. Delante, había una mesa cubierta por una tradicional falda de camilla, y en el centro de la mesa, en el interior, un brasero para calentar todo el conjunto. Parte de su cuerpo quedaba cubierto por la falda camilla, entre ellos sus pies, que siempre llevaba desnudos ya que usaba zapatillas en casa de las que fácilmente se desprendía una vez reclinada en el sofá. Así, tumbada en el sofá y cubierta por la falda de camilla, pasaba la tarde viendo la televisión. Recuerdo que a medida que iba llegando la hora de finalizar las clases, yo ya estaba pensando en que con toda seguridad iba a ver los pies de mi tía.

Ella solo se levantaba del sofá por las tardes para abrirme la puerta cuando llegaba del colegio. Luego, volvía a su sofá rápidamente para ver la telenovela. Yo, mientras me sentaba en el sofá de al lado del suyo, y también me tapaba con la falda de camilla para no tener frío mientras veíamos la televisión. Y es en este punto donde todo empezó un día. Con mucho cuidado, y sin que mi tía se diese cuenta, yo levantaba la falda de camilla que tenía sobre mis rodillas. Debido al calor concentrado bajo la mesa, los pies de mi tía ya habían sudado durante largo rato, y desprendían ese olor que a mi tanto me fascinaba. Recuerdo que podía pasar horas oliendo ese aroma que se escapaba a través de la falda de camilla, siempre intentando que mi tía no se percatase de ello.

Mi corazón cambiaba incluso de ritmo al percibir ese fuerte olor, y no podía evitar ir acercándome cada vez más a la fuente que los producía. En varias ocasiones, incluso, al escuchar como mi tía se había dormido mientras veía la televisión, yo me deslizaba desde mi sofá por debajo de la mesa, con cuidado de no quemarme con el brasero, y me acercaba todo lo posible a sus hermosos pies, que siempre tenía bien cuidados y con las uñas pintadas de rojo, su color habitual. Sentía entonces un fuerte impulso que tenía que reprimir, ya que mi deseo era poder chupar, tocar o besar aquellos pies. Recuerdo el calor que experimentaba en esos momentos, por culpa del brasero y de mi propio ritmo cardiaco, completamente acelerado. No tardaba mucho en salir, ya que tenía mucho miedo de que mi tía de diese cuenta de que estaba debajo de la mesa y me preguntase si estaba loco por estar allí. Recuerdo también, que a veces tenía ella demasiado calor, por lo que destapaba sus pies que quedaban cerca de mí, cerca de mi sofá . Yo, entonces, no podía parar de mirarlos aunque con cierto disimulo. Pasaron así varios días, hasta que un día pasó algo inesperado que nunca olvidaré.

Un día, tras volver del colegio, mi tía se sentó en su sofá y yo en el mío. Yo empecé a oler los pies de mi tía por debajo de la falda de camilla, cuando mi tía paró de ver su novela se dirigió a mí y me dijo que parase de levantar la falda, que se escapaba todo el calor y que entraba frío, y me dijo, además, que perecía que me gustase el olor a pies, ya que todos los días hacía lo mismo. Yo enmudecí, y ella debió notar que algo me pasaba porque me miró y me preguntó mientras reía con grandes carcajadas qué era lo que me pasaba, que me había puesto blanco. Aquellas risas, de alguna manera me calmaron ya que vi que no estaba enfadada.

Pero a la vez sentí gran vergüenza por la pregunta que me había hecho, a la que yo contesté que no. Ella seguía riendo, mientras afirmaba que no creía mi respuesta, por lo que mi cara cambió su color blanco por el rojo. Fue entonces cuando me dijo que me cambiara de sitio, y que viniera al sofá junto a ella. Así podrás oler mis pies, decía sin que se vaya el calor. Así que, con el corazón a 100, cambié de sitio y me senté en un extremo del sofá, y ella puso los pies sobre mis piernas. Mientras empezaba a ver la novela de nuevo ella me dijo: Anda, por lo menos haz algo productivo conmigo, y masajéame los pies mientras veo la tele. Fue así como empecé, con manos temblorosas, a tocar suavemente sus pies, mientras ella me iba indicando como tenía que hacerlo. Al principio, eran sus plantas las que tenían que ser frotadas, de abajo arriba una tras otra durante un largo rato.

Mientras tanto, yo no podía concentrar mi mente más que en aquella tarea, sin poder ni siquiera hablar. Tras las plantas, venían los dedos, entre los cuales pasaba yo los míos con suavidad. Debido al calor de la falda de camilla, y también al masaje que yo realizaba, sus pies se volvían muy sudorosos, hasta estar completamente húmedos pasados unos minutos de masaje. En ese momento, ella me pedía que cambiase de pie para que el masajeado se refrescara. Ella sacaba entonces su pie sudado por debajo de la falda, y lo recostaba por encima de mi estómago, al estar sentado pero a la vez medio tumbado. Quedaba entonces el pie sudado cerca de mi cara, y era entonces cuando verdaderamente podía oler ese característico aroma que tanto me atraía. Entre risas y a modo de juego, mi tía acercaba el pie a mi nariz, mientras que me preguntaba si me gustaba su pie y el olor que desprendía.

Yo, avergonzado, respondía que no, pero mi tía me decía que no mintiera. Yo respondí entones que sí, reconocí que me gustaba "un poco su pie". Entonces ella rió aun más y me planto su hermoso pie sudado en toda la cara mientras me decía me decía que era un cochino y que oliera su pie pero con la condición de no dejar de dar masaje al otro, que a ella le gustaba mucho que lo hiciese. Y así, ella iba alternado sus pies y yo moría de placer.

Una vez terminada la primera sesión, recuerdo como ella abandonó el sofá y yo permanecí un buen rato en él, oliendo mis manos que aun estaban impregnadas del aroma de sus pies, al igual que mi cara. Repetimos durante varios días, en los que yo automáticamente me sentaba en su sofá para poder tocar sus pies, y ella me los ofrecía y luego los restregaba en mi cara. Fue uno de esos días cuando por primera vez chupé un pie. Mientras ella restregaba uno de sus sudados pies por mi cara ella me pidió que hiciese aquello en lo que yo ya había pensado pero no me había atrevido todavía a hacer. Me pidió entonces que le chupara el pie, ya que quería que le dijera a qué sabía un pie sudado.

Yo lo lamí levemente, ella rió y me volvió a preguntar. Yo le dije que creía que sabía a salado. Me hizo chupar entonces su pie nuevamente, pero esta vez me hizo chupar toda la planta e incluso los dedos, durante casi un minuto creo yo. Le confirmé entonces que sabía a salado, y ella me preguntó que si estaba bueno, a lo que yo respondí que sí. Nunca olvidaré aquel día.... Yo nunca había sufrido una erección, pero el día que chupé su pie la tuve por primera vez.

Un día, tras varias semanas de masajes y chupeteos (no eran diarios aunque a mí me hubiera gustado, pero a veces había mas gente en casa y no era posible), mi tía notó con uno de sus pies como yo sufría erecciones al contacto con sus pies, y fue entonces cuando acabaron esas sesiones, al decirme mi tía que ya me había vuelto un poco mayor como para poder tocarle los pies, por lo que yo quedé muy decepcionado...

Paramos entonces aquellas sesiones, sin nunca más hablar de ellas más que escuetos comentarios que ella me hizo años después con cara de cierta complicidad, aunque siempre eludiendo el hecho en sí, aunque ambos lo recordamos, especialmente yo. No fue ya hasta los 19 años cuando pude disfrutar de los pies de otra mujer, mi segunda novia. Hoy en día, sigo disfrutando plenamente de esta "afición" y me he convertido en un gran fetichista de los pies femeninos en todas sus formas. Ya os contaré más adelante muchas de mis experiencias...