Mi primer año en la universidad de Valencia (V)
Segundo semestre tranquilo, a excepción de un par de experiencias. Un nuevo primo, que no lo es, entra en juego cuando Sito va a hacerse un tatuaje especial en una zona delicada del cuerpo.
Este es el quinto episodio de Mi primer año en la universidad. Gracias por las lecturas, valoraciones y comentarios.
Los otros los puedes leer aquí el primero, el segundo, el tercero (mi favorito) y el cuarto.
Tras el parón navideño empecé a vivir con Sito, el hermano de Cris, en un piso cerca de la universidad. El piso tenía cuatro habitaciones, aunque él vivía solo. Tenía una distribución rara, con un pasillo largo e irregular donde estaban los dormitorios y, al fondo, el baño.
Yo conocía a Sito de vista. Era un chico flaco, rubio, que solía vestir en chándal y zapatillas que siempre eran de marcas caras. También llevaba cadenas al cuello y solía usar relojes grandes y vistosos. Esperaba no tener demasiado trato con él y centrarme en los estudios.
Un viernes fui al cine solo y cuando llegué a casa, sobre las once de la noche, oí a Sito hablando en su habitación. Hablaba despacio:
—Me has preñado, papito... Mira como rezuma toda tu leche fresca por mi coñito... —decía.
Me paré tras la puerta. Al no oír a nadie más pensé que estaba hablado por teléfono o por cam. Ponía una voz aguda, casi infantil de tan femenina.
—Papi, mira qué abierto me lo has dejado... mmm... —seguí escuchando—, sí, quiero que estés dentro de mí otra vez, quiero volver a sentirte dentro... claro, papi, a cuatro, separando las piernas... estilo ranita como a ti te gusta...
Me imaginé a un hombretón velludo y robusto, con un miembro grueso pajeándose en el salón de su casa, adoptando el papel de macho viril, y mi polla me empezó a palpitar dentro de mis calzoncillos. Me asomé con cuidado y vi a Sito en su cama, boca abajo, con el culo en pompa y sus muslos flacos separados. Dos huevitos depilados y una picha larga y delgada le colgaban entre ellos. La piel de las nalgas y de la espalda era blanquísima. Tenía el ano totalmente abierto. ¿Qué se habría metido para tenerlo así? No había juguetes sexuales a la vista, solo su móvil sobre la almohada.
—Papi, ya me tienes a cuatro... esperándote... méteme la puntita... así... empuja, papi... uy... qué rico lo siento... cuando la tengas toda dentro sigue empujando por favor... mmmm...
Entonces me vio por el espejo del armario y me hizo un gesto de silencio.
—Voy a poner el manos libres, cariño —dijo y me sacó la lengua con una sonrisa—, así puedo tocarme con las dos manos mientras me das duro...
Sito no era mi tipo, tan flaco y espigado, pero sabía como zorrear para poner cachondo a un hombre.
Cuando puso el manos libres, una voz grave, de hombre maduro, surgió del altavoz del teléfono. Sabía cómo seguirle el juego en su rol masculino.
—Mi putita... ábrete de piernas y deja que vea tu coñito...
—Claro papi... mira qué abierto y mojado está para ti...
—Sí... para que entre todo mi rabo, verdad zorrita...
—Soy tu zorrita... tu nenita caliente...
Mientras hablaban, Sito se irguió y me invitó con un gesto a sentarme a los pies de la cama. Lo hice y, sin dejar de decir guarradas, apoyó un pie sobre mi paquete, que ya estaba medio duro. Un chispazo de gusto me sacudió el glande.
—Qué buen paquete tienes amor... —continuó Sito—, la siento muy cerca... aquí a mi lado...
—Mi nenita... claro que lo tienes cerca... siéntelo duro... dime que sientes mi rabo bien duro...
—Claro que la siento... —se acercó y metió su mano por la cintura de mi pantalón—, casi como si la estuviera tocando... tu polla de macho y tus huevos gordos...
—Buff... no sabes lo dura que la tengo para ti zorrita...
Sito me agarró el pene.
—Es como si te la estuviera agarrando ahora mismo mi macho... como si la tuviera entre mis deditos... pajeándote...
Y empezó a pajearme a mí.
—Papi te gusta como te pajeo...
—Bufff... No sabes cómo me gustaría estar ahí y follarte bien duro...
—Y yo me dejaría... que me la empotraras hasta hacerme llorar de gusto...
Yo la tenía dura en contra de mi voluntad. La verdad es que entre el juego y lo bien que Sito sabía tocarme, no había podido evitar empalmarme. Me la meneaba con suavidad, y extendía los gotazos de precum que me chorreaban como mantequilla caliente por todo mi glande. Si me hubiera masajeado las bolas no habría podido aguantar la corrida.
Pensé que me había leído el pensamiento cuando dijo:
—Quiero verte las pelotas papi... y acariciártelas por debajo...
Me las estrujó con la palma mientras el hombre jadeaba con voz ronca al otro lado de la linea. Yo tenía las mejillas ardiendo. No podría aguantar mucho. Sito sonrió.
—Papi quiero tu lechita... quiero tu leche otra vez... me encanta saber que te dejo con los huevos secos...
—Joder guarra... me pusiste la polla a reventar... si la vieras... ahora mismo te follaba duro contra la pared hasta hacerte gritar de gusto zorra... hasta romperte el coñito a pollazos...
—Házmelo papi... fóllame duro...
Sito me soltó las bolas y sacó su mano para sobarme la polla por encima del pantalón. Entonces me corrí en los calzoncillos. Sito se limpió la mano con la sábana.
—Qué rico ver a papi tan cachondo y entregado...
—Mi pequeña zorra nunca como hoy vas a sentir tanto placer en todo tu cuerpo... te voy a hacer descubrir cuánto placer eres capaz de aguantar con una polla de macho dentro... mmmm...
Me levanté y avergonzado salí en silencio de la habitación. Desde la puerta, vi a Sito colocarse a horcajadas sobre la almohada, con el teléfono al lado.
—Papi estoy preparada... fóllame... úsame para tu placer... méteme tu verga y relléname el chochito con tu leche recién exprimida...
—Sí zorra... sientes el peso de mi cuerpo sobre tu cuerpecito... así te voy a preñar mi hembrita... mira cómo lo hago... cómo te preño...
Entonces el bruto del móvil empezó a gemir, yo creo que de manera un poco exagerada, o a lo mejor no y fue una corrida tan bestial, porque berreó como un animal durante un rato. Sito le siguió el juego con grititos agudos aunque no vi que eyaculara.
Me fui a mi habitación a limpiarme. Cuando me quité los gayumbos vi que la corrida había sido abundante, más de lo que creía. Me pasé una toallita por mis partes y salí al baño a mear. Cuando volví a la habitación, oí la voz masculina en el teléfono:
—Mañana mismo te haré la transferencia, zorrita, y con propina, por lo bien que te lo montas.
—Eso papi, así me tendrás contenta...
¿O sea, que Sito cobraba por tener sexo telefónico? Si me lo hubiera dicho creo que no me hubiera mudado con él. Era su vida, podía hacer lo que le viniera en gana, no lo juzgaba, pero no era lo mejor para centrarme en mis estudios.
Al día siguiente nos levantamos tarde. Como era sábado no teníamos muchas obligaciones y desayunamos sin prisas en el balcón, al solecito.
—¿No quieres hablar de lo de anoche? —me preguntó Sito de golpe.
—Es tu vida. Tú mismo.
—¿Te molestó que te tocara?
—No. Pero prefiero que no lo vuelvas a hacer.
—Vale. Perdona. A veces me pongo pelis porno para inspirarme pero llegaste tú antes.
Le pegué un trago a mi café con leche mientras él se liaba un peta.
—¿En serio cobras por eso?
—¿Cómo te crees que puedo mantener un piso como este de cuatro habitaciones, en el centro?Con mi sueldo en el pub no, obviamente.
—Ya. Y un reloj como ese tampoco.
—Ni mis zapas Nike. El sueldo de camarero me da para sobrevivir. Así que me busco la vida.
Encendió el porro y me ofreció, pero lo rechacé.
—Mira, a mí no me importa lo que hagas. Pero si no encuentro un ambiente en el que pueda estudiar me volveré a mudar.
—¿Con mi hermano y Paula?
—No, con ellos tampoco. Ya me apañaré.
—Mira. Aquí tienes la uni relativamente cerca. Quédate este semestre y cuando acabe el curso decides algo. Intentaré no molestarte para que puedas estudiar.
Sito, en el fondo, me demostró que era un chico razonable. Acabé mi café.
—Me parece bien —dije—. Te dejo aquí la taza. Hoy lavas tú.
—Qué cabrón. ¿Así me pagas lo de anoche?
—¿No eres camarero? Pues que se note. Me piro.
Y salí a ver a mis padres.
Todo siguió con normalidad un par de meses. Sito se acostumbró a cerrar la puerta de su habitación para «trabajar» con más privacidad y yo conseguí ponerme al día con los trabajos que me quedaron pendientes de la primera evaluación. Si seguía así, aprobaría justito mi primer año de universitario, pero lo aprobaría.
Un sábado de marzo, estaba desayunando en el balcón. Serían las nueve o así cuando Sito entró en casa. Olía a porro y alcohol que tiraba de espaldas.
—Menuda fiesta ta has pegado —le dije.
—Calla que no iba a salir y me lié. Lo peor es que tengo cita a las diez y no me he acordado hasta hace un rato.
Sito me explicó que había decidido hacerse un tatuaje y me preguntó si quería acompañarle. Como tenía en la cabeza hacerme alguno pronto, allí que me fui con él esa misma tarde.
—¿Por qué vamos a una casa de tatus tan lejos? —pregunté cuando estábamos llegando al Barrio del Carmen—. Hay otra más cerca de la casa.
—Me han dado buenas referencias.
—¿Ah, sí?
—Un colega se ha tatuado un pinocho en el pubis, muy barato para lo que cuesta.
—He visto una foto por internet. La chorra es la nariz. ¿Ese tío es colega tuyo?
—Sí. Pero no creo el suyo sea el que has visto.
—No creo que haya muchos más. ¿Qué vas a hacerte tú?
—Ya lo verás.
Pasamos por una de las callejuelas del barrio antiguo de Valencia y llegamos a la casa de los tatus, cerca de las Torres de Quart. En la puerta nos atendió una chica morena, con miles de pendientes por toda la cara y los brazos pintados hasta los hombros.
—Tengo cita con Marcus —dijo Sito.
La chica sonrió y nos hizo pasar a una sala amplia al fondo del local que parecía una mezcla entre sala de odontólogo y taller de pintura.
—Ahora viene —dijo, y salió con una sonrisa.
—¿Ya has visto qué tatu te vas a hacer? —pregunté.
—Sí. Un coño.
¿Que te vas a tatuar un coño? ¿En serio?
—Se te va la pinza, Sito.
—Mi colega, el del pinocho, aumentó un montón sus clientes. Y más clientes igual a más pasta.
Ya entiendo.
—Con mi físico no puedo adoptar el rol del macho. Pues esto me ayudará.
—Ah, o sea, que lo vas a hacer por trabajo. ¿Vas a llenar la casa de machorros salidos?
—Tranquilo, no voy a llenar la casa de clientes. Solo si no tienen sitio ni me llevan a un hotel.
—Creo que cuando acabe el curso me piro de tu casa.
—No te he molestado desde lo de aquella llamada, ¿verdad? Además, con la pasta que me voy a sacar cuando tenga el tatu quizá hasta te pueda rebajar el alquiler.
—Sí, seguro.
Era verdad que había trabajado todas esas semanas de una manera tan discreta que yo casi ni me había enterado. Si me decía que no pensaba atiborrar la casa de clientes, seguramente lo haría.
—Ya te recordaré lo del alquiler. ¿Y dónde te lo vas a hacer?
Entonces entró en la sala el que, supuse, era el tal Marcus: un cachas de dos metros, con la cabeza rapada, barba de pocos días y una boca que cuando sonreía dejaba ver una cavidad bucal enorme llena de dientes amarillentos.
—Así que sois vosotros —dijo con voz ronca.
—En realidad es él —me apresuré a contestar—, yo solo vengo a acompañarlo.
Marcus se me acercó y me miró de arriba a abajo. Mi cabeza le llegaba a sus pectorales. Era enorme. Sonrió y un hilo de baba le cayó de los labios.
—Perfecto —dijo—. Cuando veas cómo se lo trabajo querrás que te lo haga a ti.
Sito se tumbó en una camilla que parecía de hospital. Me quedé flipado cuando vi que se daba la vuelta y se quedaba boca abajo.
—¿Ya le has dicho lo que te voy a tatuar? —preguntó Marcus.
—Sí —respondió Sito—, pero no dónde. Iba a decírselo cuando has entrado.
—Qué mariconazo estás hecho. Le voy a tatuar este coño —dijo Marcus enseñándome una vagina dibujada en un papel semi transparente—, y se lo voy a hacer en el culo.
¿En el culo? ¿¿¿En serio???
—Va a ser tan realista —continuó— que tus clientes no podrán dejar de follártelo. Vas a multiplicar tus ingresos gracias a mi arte, zorrete.
—Eso espero —dijo Sito, que ya tenía el culo al aire y en pompa—. Para eso estoy aquí.
Marcus le pasó una toallita por la zona para limpiar la piel. Luego se remangó la camiseta y empezó a dibujar con un trazo fino la forma de la vagina, con el clítoris justo donde empezaba la raja y debajo los labios. De vez en cuando separaba las nalgas para adecuar el dibujo a la fisonomía de Sito, que se estremecía en la camilla cada vez que Marcus le pasaba el instrumental o le palpaba cerca del ano.
A veces se le ponía la piel de gallina y no podía evitar que se le escapara un quejido de gusto. A mí, la visión de su culito tan blanco y vulnerable, expuesto al antojo de lo que el baboso de Marcus quisiera hacerle con sus manazas, me empezó a excitar.
No pude evitar mirar el bulto de Marcus y vi que le bullía entre sus muslos. La tela de sus pantalones vaqueros subía y bajaba, y los botones que tenía en lugar de cremallera tiraban de la tela hacia arriba.
—No soy gay —dijo sin apartar la mirada del culo de Sito—, pero esto me pone mazo caliente.
Entonces dejó el tubo de tatuar a un lado y comenzó a manosear los glúteos de mi amigo mientras abría y cerraba sus muslazos para masajearse el paquete, que lo tenía apretadísimo. Sonrió y cayó otro hilo de babas desde sus labios.
—Solo de ver cómo te está quedando el coño se me ha puesto el cipote a reventar —dijo.
—Si quieres —dijo Sito—, estrénamelo tú.
Qué manera de decir que se lo puede follar así, sin más. Cuando quiere, Sito es muy fino.
—No mezclo trabajo y placer, rey. Cuando esté terminado y cobrado hablamos.
—Pero tendrás los huevos cargados.
—Ese es mi problema. Tú no te muevas.
Entonces me miró y sonrió. Yo me quedé paralizado. Recordé la sensación de ser follado por un macho que solo busca su propia satisfacción, el placer que da sentirte usado a su antojo, y pensé en salir corriendo, porque Marcus era aún más musculoso que Cristian, me dejaría para el arrastre como tratara de follarme. Pero las piernas me temblaron y no me respondieron. De hecho me apoyé en la pared para no acabar perdiendo la dignidad en una caída tonta.
—No estés nervioso, bebé —me dijo a punto de comerme con la sonrisa—, no voy a metértela. No creo que me la aguantes. Además no quiero retrasarme con el tatu, me queda menos de la mitad.
—Entonces... ¿qué...?
¿Qué vas a hacer conmigo?, estuve a punto de preguntar.
—Ven, bebé. Siéntate en mi regazo. Justo entre mis piernas.
No me llames bebé, no me llames bebé...
—Así. Ponte cómodo. Que tu raja quede sobre mi polla y mientras yo sigo currando tú juegas con papi.
Y dale. Otro con papi.
—Prefiero primo.
—Entonces serás mi primito nalgón.
Marcus siguió trabajando un rato sobre Sito, tatuándole el coño en el culo con mucha habilidad, mientras yo movía mis nalgas sobre su paquete. La notaba durísima a través de la tela. A veces, cuando tenía que hacer algún trazo especialmente delicado, se inclinaba hacia delante dejándome apresado entre sus brazos y su pecho, con su respiración profunda en mi oreja, cosa que me producía sensaciones que me mataban y a la vez me hacía palpitar la polla, los huevos el culo y todo mi cuerpo por dentro...
Una de esas veces que estaba apresado entre sus músculos, me susurró:
—Muévete primito, ya casi está.
Apoyé las manos en sus rodillas y moví mi trasero adelante y atrás con un ritmo constante, que ya procuraba yo que fuera así. A pesar de las prendas de vestir, notaba su rabo en todo su esplendor. Pasé la mano por encima de su bragueta. Lo que palpé era duro y enorme. Como él había dicho, creo que no hubiera soportado ni tres embestidas con eso.
—¿Cómo va? —preguntó Sito, arrastrando las sílabas.
—Ya acabando —dijo él, y un chorro de babas cayó sobre mi hombro.
Todavía aguantamos así cosa de diez minutos hasta que Marcus me soltó un cachete en la nalga.
—He terminado —dijo—. Quédate así cinco minutos más.
Sito no respondió.
Marcus me cogió por la cintura y me bajó al suelo.
—Voy a ponerte una crema para la irritación de la piel y en cinco minutos te podrás levantar.
Se levantó y se abrió los botones de la bragueta. Vi liberarse una tranca enorme y unos huevazos gordos y depilados. La piel de su miembro era muy oscura.
—Mi colega Cris tiene razón —susurró, y yo deseé que Sito no estuviera escuchando... o sí, que se joda—, tienes mejor culo que el de muchas zorras y no eres nada maricona. Déjame manosearlo, por favor, ¿sí?
Cuánto cabrón. O sea, que el bruto este y Cris, el cachas que me folló vestido de tía, son colegas. Y seguro que no tardó en hablarle de mí. No entiendo, van de machos pero en cuando pueden follar con un chico lo hacen. Estos machirulos de gimnasio...
Que se definan ya, coño, a ver si de una vez consigo vencer mis complejos y buscarme un novio entre ellos.
¿Y Sito, estaría al corriente de todo esto? Ya le interrogaré. Un tercer grado si hace falta.
Ahora lo importante era estar a la altura y dejar un buen recuerdo a Marcus. Sin que me dijera nada me apoyé contra la pared, me bajé un poco el pantalón y saqué fuera la mitad de mi súper culo.
—Qué culazo. Qué rico lo sacas, bebé.
Bebé...
Marcus vino por detrás y me sujetó por la cintura. Volvió a babear, creo que de gusto porque sentí cómo caía el chorro sobre la raja de mi culo. Apoyó su torso contra mi espalda y yo forcé el ángulo para llegar con mi cara hasta su cuello de toro y aspirar su olor. Qué rico olía el cabrón.
—Te mereces que te haga el amor —me susurró; de haber llevado bragas se me hubieran caído al suelo ipso facto—, eres una linda hembrita que merece gozar y ser complacida por un esclavo sexual.
El cuerpo me temblaba y mi polla babeaba sin parar, más que su boca.
Marcus frotaba su trasto por mis nalgas sin parar de hablar, cosas cursis pero que en esa situación me ponían tan cachondo que me dolían los huevos. Pero era un dolor del que me gustaba gozar.
—No temas, no te dolerá, nunca te dolerá conmigo. Solo sentirás placer hasta que te derritas bajo mis músculos... —su miembro seguía arriba y abajo, sus pelotas se apretaban contra mi pantalón y su precum se escurría hacia mi interior—. Cuando necesites un macho en tu cama, llámame, bebé.
Ays...
—Y si quieres un tatu te haré descuento —sentenció.
Menudo zasca. Qué inoportuno.
Hice el esfuerzo de continuar porque Marcus quería acabar, y tenía que ser a su manera. Subió sus manos por debajo de la camiseta hasta mis tetas. Cuando me las masajeó no pude aguantarme y me corrí. Seguía aprisionado entre la pared y su cuerpo cuando la polla me explotó de gusto. El bruto bajó una mano y me la metió por el pantalón. Se la restregó con toda mi leche. Hizo que sus dedos jugaran con mis huevos y mi prepucio; qué delicado era el cabrón cuando quería.
Cuando los sacó, por el rabillo del ojo vi que los olía.
Entonces se separó de mí y se acercó a Sito, que roncaba en la camilla. ¡El tío se había quedado dormido! ¿En serio?
—Eh, despierta —dijo Marcus, y Sito contestó algo que no entendimos—. Ya han pasado los cinco minutos. Te pongo la crema y puedes irte.
Y entonces la crema que le puso fue ¡mi lefa! Arriba y abajo. Por todo el dibujito y por todas las nalgas. Yo no me lo creía...
Nos arreglamos la ropa y, cuando Sito se levantó, yo disimulé como pude.
—La chica te cobrará fuera —dijo Marcus—. Pídele un bote de crema para la piel. Y a ti, bebé —me dijo babeando—, cuando quieras un tatu ven a verme. Te atenderé en privado.
Volvimos a casa casi sin hablar. Yo sentía el culo pegajoso de tanta baba. Marcus era un bruto pero me podría enamorar de alguien como él.
¿Podría, no?
El único comentario que hizo Sito al llegar a casa fue:
—Sé que no me ha puesto crema sino semen. Reconozco la textura —y añadió—. Qué gusto me da llevar su lefa encima.
Yo no quise decirle que yo también la llevaba, ¿para qué?
Esa noche Sito me invitó a cenar. Se había visto el coño tatuado en el culo y había quedado ideal. Estaba muy orgulloso. Su negocio tenía grandes perspectivas. Yo acepté la invitación pero le recordé: si no puedo estudiar para los exámenes finales, me voy de tu casa.