Mi primer año en la universidad de Valencia (I)

Compartí piso con una amiga durante mis primeros meses de universidad. Ella y su novio me convirtieron en su juguete sexual. Esta es el primer resumen de cómo paso todo. Podría estar también en las categorías gay o fantasías eróticas.

1 Así fue mi primer año de universidad. El año de Sergi. Era 2012, cuando, a causa de la crisis, mis padres perdieron su casa. Uno de mis hermanos la fue usando de aval bancario varias veces hasta que no pudo pagar y... Bueno, uno de los muchos casos que lamentablemente ha habido en los últimos años.

La cuestión es que, a pesar de la ayuda y el apoyo de la PAH, al final mis padres tuvieron que dejar el apartamento en el que habían pasado sus últimos casi treinta años. La solución menos dramática fue que se mudaran a mi casa y yo me buscara la vida. ¿Por qué en mi casa? Soy el único hijo soltero sin cargas familiares. ¿Por qué irme? Porque mis padres no aceptan mi homosexualidad; yo no quería causar situaciones incómodas del tipo hola papás, vengo con otro amigo nuevo que también está muy bueno y me pone cachondo y vamos a mi cuarto a escuchar música un rato... ¿Te lo imaginas con tus padres?

Como dice la filosofía oriental, no hay ni buena ni mala suerte, todo depende de tu interpretación. O dicho de otro modo, no hay mal que por bien no venga. Como la economía no me daba para pagar un alquiler (además de la hipoteca donde estaban mis viejos), no me quedó otra que compartir piso con una compañera de universidad con la que la verdad, me llevo súper bien desde que la conocí al iniciar el curso. Nos reímos mucho juntos, nos gusta la misma música de los años ochenta y el ron Cacique, tan familiar que ya le hemos puesto el mote del «indio». La única pega de vivir con ella es su novio, un chaval de unos veinticinco años tan guapo como estúpido. Yo creo que es uno de esos que se han cansado de tanto ciclarse en el gimnasio, porque está cachas pero con algún kilo de más. Tiene una cara aniñada con un óvalo bien bonito, un tono de piel tostado y unos ojazos... Pero nos hemos cruzado un par de veces en casa, cuando ha venido a buscar a Paula, mi amiga, y no ha habido más que un seco hola buenas, antes de llevársela a ella en su coche. Me parece que es un borde creído, además de un poco homófobo.

Para entender lo que pasó tengo que añadir un dato importante: Paula vivía en Valencia y Cristian, su novio, en Castellón, a poco más de una hora en coche. Por eso yo casi no le había visto, aunque ellos hablaban por skype todas las noches.

Un día, poco después de haberme mudado a su casa, le pregunté como podía llevar esa relación a distancia.

–Nos vemos un finde sí y uno no, casi siempre es él el que viene a Valencia. Pero todas las noches hablamos por skype.

–Pero no es lo mismo –le dije–. ¿Qué pasa cuando necesitas mimitos o sexo? La webcam no sustituye esas cosas.

–Bueno... a veces es un poco difícil porque es muy cariñoso. Pero el sexo lo llevamos bien. Nos hemos juntado el hambre y las ganas de comer.

–Amiga –respondí–, necesito que me expliques esta respuesta. Voy a por el indio.

Así, entre chupitos de ron, me contó que el sexo por cam entre ellos era muy habitual. Muchas veces hablaban medio desnudos mientras se tocaban o se pajeaban. Se exhibían el uno para el otro. Las pajas por cam eran un sustituto del sexo suficientemente bueno para evitar la tentación de infidelidades, un jueguecito erótico temporal que disfrutaban como animales en celo.

–Menos mal que te lo he contado, cari –me dijo mi amiga, con la botella del indio casi vacía–, porque yo soy de las que grito y digo guarradas. Desde que estás tú aquí me he cortado bastante.

–Qué dices, amiga, si es por mí no lo hagas. Yo te agradezco que me hayas alquilado tu habitación. No quiero causarte problemas con tu chico.

–No te preocupes por él. Sabe que eres gay. No tiene problema con el tema.

–¿Ah, no? Pues mira, en confianza, las pocas veces que le he visto me ha parecido un poco estúpido.

–No, no, es un tío de puta madre –dijo ella, poniendo más ron el los vasos– , se toma la vida con mucha calma y eso me mola. Además tú le caes muy bien. Un día me lo dijo.

–¿No me digas? –dije, chupito para adentro–. ¿Qué fue lo que te dijo?

–Que tienes cara de buena gente. Y que como no tienes pluma no pareces marica. Cierro comillas.

–¿Es plumófobo o qué?

–¡Qué dices, cari! Si tiene un hermano mariquita. A lo mejor lo conoces de vista.

–Voy poco por el ambiente. Soy más de apps. ¿Y qué más te dijo de mí?

–Me dijo que le pareces un tío normal y corriente como él. Que no necesitas ir alardeando de tu homosexualidad para que te aprecien.

–¿Como él? ¡Ya me gustaría! –repliqué y levanté mi vaso–. Anda, amiga, levanta tu vaso y brindemos por ese novio que tan bien te folla. Por todos esos gritos y gemidos que no vas a tener que volver a reprimir.

–¡Eso, cari! ¡Por mis orgasmos!

–¡Salud!

Brindamos y dimos fin a la botella de ron y faltamos a las clases de la universidad del día siguiente por quedarnos a dormir la borrachera.

A la mañana siguiente, tras el almuerzo, le pregunté a mi amiga si recordaba toda la conversación de la noche anterior.

–Claro, cari. Ya no me va a dar vergüenza que me oigas cuando me hago dedos con Cris. Intentaré que no te enteres mucho para no darte envidia.

–Mejor, amiga. Que llevo una temporada pasando hambre y banquete ajeno no alimenta.

2 Pasaron un par de semanas, en las cuales me dediqué a estudiar. Solo me crucé una vez con Cris, que bajó a Valencia a pasar el finde con Paula, y me saludó con un escueto hola chaval. Yo pensé que era su manera de agradecerme la compañía que le hacía a su novia y que no les fastidiara más sus frecuentes ciber polvos.

Al tercer viernes salí con mis colegas. La primera vez que salía de fiesta por el ambiente desde que había empezado el curso. Volví a casa de madrugada y solo. Era algo que me pasaba de vez en cuando. No siempre ligaba, y no siempre quien me entraba me gustaba. Tampoco me pongo en plan exquisito, simplemente me tiene que gustar.

Al llegar al apartamento me quité la camiseta y los zapatos. Eran casi las tres de la madrugada y no quería despertar a mi amiga. Con los zapatos en la mano crucé el pasillo, en dirección a mi habitación. Al pasar por delante de su puerta, que estaba entornada, escuché su voz.

Recordé que Cristian estaba en Castellón y pensé que estaba charlando con él. Decidí darle las buenas noches por educación, también a él si estaba en skype, y acostarme.

Vale. Lo confieso. Me dio morbo pensar que a lo mejor, con un poco de suerte, vería al novio de mi amiga.

Entreabrí un poco la puerta y la escena que vi me dejó flipado. Paula estaba sentada en la cama, con una camiseta dos tallas mayor, con una teta por fuera del escote y los muslos separados.

Yo nunca me había fijado en su cuerpo. Mi amiga tenía unas tetas grandes, con unos pezones gruesos y oscuros (bueno, solo le veía uno), con unas piernas fuertes y bien torneadas por sus clases de zumba. Era una mujer con muchas curvas, una hembra caderona y tetona.

Como yo había pensado, estaba Cristian en la pantalla del portátil. Como el pc quedaba de lado no podía verlo del todo bien. Lo poco que distinguí era que estaba medio tumbado, en una cama o sofá grande, parecía desnudo o con ropa de colores suaves. Algo de tono más oscuro, que sería una toalla o un calzón, le cubría el bajo vientre.

Él dijo algo que no entendí. Ella se giró y me descubrió. Hizo ademán de taparse con la sábana y se guardó el seno dentro de la camiseta.

–Hola, cari –me dijo con una sonrisa–, no te he oído entrar.

–Amiga perdóname tú a mí, no quería interrumpir nada. Es que te oí hablar y quería darte las buenas noches.

–No te preocupes, nos hemos liado charlando.

–Ya veo –y me volví hacia la pantalla del portátil–. Perdona Cris, no quería cortaros el rollo.

–Hola. No te preocupes, nos íbamos a dormir ya –respondió él.

–No, de verdad, me voy, os dejo tranquilos.

–Tranquilo, niño. Quédate un rato con nosotros si quieres. Por cierto, ¿te molesta que esté así? No quiero que te sientas incómodo.

Ese así quería decir echado de medio lado sobre un sofá grande, desnudo, con las piernas un poco flexionadas y un bóxer negro tapando sus partes.

Si mi amiga era una hembra, él era el prototipo de machito fornido, con el cuerpo todo depilado y un peinado moderno que ahora cubría una gorra con la visera hacia atrás. Su cuerpo brillaba no sé si de sudor o por alguna crema. Estaba bien bueno el cabrón.

Tan cerca, tan lejos, como la canción.

–Si tú estás cómodo por mí no hay problema. Gracias por preguntar –respondí.

–Vente, cari –dijo Paula–. Cris me estaba contando que hoy su hermano ha conocido a un chico, ¿verdad mi amor?

–Dame treinta segundos que voy al baño y me pongo el pijama.

Volvía a mi cuarto un poco excitado. El gesto de preguntar había sido un detalle por su parte. A lo mejor me había dejado llevar por mis prejuicios hacia el novio de mi amiga y, en el fondo, ella tenía razón. No era el gilipollas que pensaba.

Como entre unas cosas y otras la tenía medio morcillona, me puse el pijama de invierno, que me disimularía mejor una erección inoportuna. Luego fui al baño y regresé al cuarto de mi amiga.

–Cari, vas a coger algo con ese pijama –dijo ella entre risas cuando me vio entrar.

–Es que en la calle hacía frío –contesté–. Pero tranquila que voy cómodo.

Me bajé la cintura del pijama hasta mitad de nalga, mostrándole que no llevaba ropa interior.

Los tres nos reímos, cosa que relajó bastante el ambiente.

Me senté en la cama junto a Paula, que seguía con la gran camiseta como única vestimenta. El olor a sexo húmedo impregnaba la habitación. Yo no soy experto en olores femeninos pero aquello no era precisamente Channel número 5.

–Dale, mi amor –le dijo a su chico–, cuéntanos lo de tu hermano con su nuevo ligue.

Entonces Cristian comenzó a contarnos la aventura más reciente de su hermano. Mientras lo hacía, Paula se iba acomodando en la cama, dejándose caer poco a poco para coger la posturita. Yo pasé de estar sentado a estar de lado, echado detrás de ella. Como no estaba cómodo me incorporé y ella quedó apoyada sobre una de mis piernas, con la cabeza en mi muslo.

Cris seguía contando no sé muy bien qué, porque mi cerebro solo recibía información visual: sus músculos que se antojaban duros, su piel dorada, sin un solo pelo, sólo un fino vello en las axilas, su peinado moderno (se había quitado la gorra) rapado por los lados, y una fina barbita que le delineaba la mandíbula... Tenía un aspecto juvenil y a la vez muy varonil. Y entre sus mulos, echo una bola, ese pequeño bóxer con el que se tapaba.

–¿Alguno me estáis escuchando? –preguntó de repente–. No me hacéis ni puto caso.

No me había dado cuenta que Paula se había quedado dormida.

–Estooo... Tío, perdona, creo que nos hemos relajado demasiado.

–Ya lo veo. La verdad es que se ha hecho bastante tarde. Mejor nos piramos a dormir, ¿no te parece?

–Sí, claro. Ya mañana me cuenta ella cómo acaba lo de tu hermano.

Cristian movió el ordenador y por unos segundos su imagen se volvió borrosa. Cuando volvió a estar enfocado estaba sentado en el sofá, el pene apuntando al techo y sus pelotas colgando. Ay madre.

–Oye tío, ya sé que estás en casa de mi chica por un problema con la de tus padres.

–Sí, una putada del banco.

–Me dice ella que la cuidas mucho.

–Claro. Siempre estamos de buen rollo. Amiga esto, amigo lo otro, ya sabes.

–Lo sé. Ella me cuenta. Quiero darte las gracias porque contigo está mejor que antes. A mí me queda todavía un tiempo aquí en Castellón. No me trasladarán hasta que no acabe el primer cuatrimestre, por lo menos. Estoy tranquilo sabiendo que vives con ella.

–De nada, Cris. La verdad es que los dos nos cuidamos mutuamente.

–Escucha, quiero pedirte algo pero no quiero que lo tomes como una falta de respeto.

Ay madre.

–Tranquilo, tío. Dime.

Pensé que me iba a tirar los trastos y me di cuenta de que me cohibía, lo veía mucho hombre para mí, con esos músculos tensos, esas manos grandes... Pero me equivoqué.

–Es que mira como estoy –dijo agarrándose la polla–. Un poco inoportuno sí has sido, la verdad, porque Pau ya se había corrido y yo iba a empezar una gayola cuando entraste.

–Joder. No era mi intención.

–No pasa nada. Pero es que necesito acabar... ¿Puedes mover la cam del ordenador un poco hacia un lado?

–¿Mover la cámara?

¿¿Ein??

–Sí. Y un poco hacia abajo. Para enfocarle las tetas.

–Eh... Sí... Espera.

Me levanté de la cama. Paula se revolvió un poco pero no despertó.

Cogí el ordenador, ella gruñó y estiró un brazo, abrazando la almohada.

–Cris –dije–, lo las tetas va a estar difícil ahora.

–Pues súbele la camiseta y le sacas el coño.

–¿El coño?

–Se quitó las bragas hace rato.

¿Era sensación mía o la situación se empezaba a desmadrar?

–Oye, es mi novia. A ti te molan los tíos así que no vamos a tener problemas. Cosas peores nos hemos hecho, ya te lo digo. Que te cuente ella mañana.

–No sé si le preguntaré pero vale.

Reubiqué el portátil y lo dejé a la altura de sus rodillas, enfocando la cam hacia arriba. Entonces, con cuidado, comencé a subir despacio la camiseta que le cubría los muslos.

–Eso es colega... Pau está buena, ¿verdad? –dijo comenzando a sobarse la polla como un gorila–. Antes de que llegaras le estaba enseñando el nabo. Ella tenía el chocho bien caldoso porque se había corrido mirándomelo. Seguro que algo has notado.

–El cuarto olía un poco a sexo cuando entré, la verdad.

–Ya te digo. No ha podido controlarse –dijo acelerando el movimiento de su mano.

Y él a mí me había puesto muy burro. Menos mal que el pijama de felpa disimulaba mi erección. Pero me babeaba la polla como un grifo viejo.

–Sube un poco más, ya casi veo la rajita.

Levanté la camiseta y ella se removió. Tuve la suficiente habilidad para tocar una de sus pantorrillas, a lo que ella, por instinto, respondió tratando de separarla de ese contacto, abriéndose un poco más de piernas.

–Mira lo que he conseguido –dije y acerqué la cam–. ¿Lo ves?

–Joder... Se ve perfecto. Bien hermoso es el coño de mi chica. Recién depilado como lo tiene ahora es cuando más me gusta lamérselo... Si vieras cómo le palpita... Me encanta morrearle el coño –en la pantalla del portátil yo sólo veía una mano pajeando una polla a buen ritmo y unos fuertes muslos bronceados–. Cuando se la meto es como si me la succionara una aspiradora pero a lo bestia...

Mi polla soltaba precum sin parar, las piernas me temblaban. Creí que ahí mismo me corría.

–Tío –anunció Cris–, me voy a correr en el slip, mira, mira –. Una mano salió de la pantalla y volvió al plano con el slip negro, mientras la otra ya meneaba la polla a un ritmo frenético.

De repente soltó unos jadeos hondos y roncos y la polla de la pantalla empezó a escupir leche, formando un espeso charco blanco sobre el gayumbo.

Después de unos segundos en los que no me moví, la cam mostró una imagen borrosa y luego la cara de Cris sonriendo, en plan chulito.

–Tío, qué descanso... Me estaban doliendo las pelotas. Como te has portado genial igual te lo regalo –dijo mostrando a la cámara el slip con la lefada.

–¿Sí, no? –fue lo único que se me ocurrió decir en un delirio de expresividad.

–No, en serio. Gracias por esto y por cuidarla. Ahora me voy a dormir. Tápala que no pase frío, ¿vale?

–Claro.

–Que descanses, tío. Hasta mañana.

–Chao.

Apagué el portátil y lo dejé en el suelo a los pies de la cama. Luego tapé a mi amiga con la sábana, apagué todas las luces de la casa y volví a mi cuarto. Me acosté en la cama, donde me la casqué como si no hubiera un mañana. No pude dormir hasta que me corrí dentro del pijama, dos veces. Cuando me lo quité me limpié con una camiseta vieja y al fin me venció el sueño.

Por la mañana, en la ducha, me volví a pajear recordando lo que había pasado la noche anterior. Era la tercera paja en pocas horas pero la lechada fue igual de abundante.