Mi primer amante
Mi obstétra me atendió en el parto de mi hija y yo me enamoré de Ël.Fué mi primer amante y me presté a sus caprichos por varios años.
MI PRIMER AMANTE.
Los primeros años de mi casamiento transcurrieron sin mayores novedades. Mi marido me había iniciado sexualmente a los quince años siendo una adolescente. Antonio era nueve años mayor que yo. Me celaba y no permitía que tuviese amigos sin su consentimiento, pero cuando me recibí de maestra no tuvo más remedio que aceptar algunas compañeras aunque siempre estuvo detrás de mí, controlándome.
Quedé embarazada de mi primera hija y concurrí al ginecólogo de la obra social docente para el control y seguimiento hasta que se produjese el parto. Alejandro era algunos años mayor que yo y enseguida me di cuenta que gustaba de mí. Eso me halagaba y sin proponérmelo instintivamente comencé a coquetearlo a pesar de mi gravidez. Llegó el parto y tuve una hermosa niña. Me citó para controlarme a los cuarenta días. Luego de la revisión ginecológica me dio el alta y me invitó a tomar un café. Estaba muy nerviosa y rehusé el convite argumentando una cita anterior con mi esposo, pues sabía que sus intenciones iban más allá de un simple café. Insistió y le aseguré que lo aceptaría en el futuro.
Al mes siguiente, cumpliendo mi palabra retorné al consultorio. En realidad estaba ansiosa por verlo. Era el único lugar donde me veía a solas con un hombre, además me había impactado con su porte y su personalidad avasallante. Alejandro me trató con cierta indiferencia, hasta que colocada en la camilla de ginecología se situó entre mis piernas y efectuó el tacto y la revisación. Me moví inquieta y más cuando me rozó con sus dedos el clítoris que se endureció. Ruborizada no atiné a nada cerrando los ojos y acelerando mi respiración. Cuando concluyó me levanté sin mirarlo y pasé al baño para higienizarme y componer mi atuendo. Al salir me esperaba detrás del escritorio y con una sonrisa me preguntó si estaba dispuesta a tomar el café prometido. Luego de una tibia defensa, argumentando que era la primera vez que aceptaba de un hombre que no fuera mi marido nos dirigimos a una cafetería sobre la avenida Las Heras. Durante la conversación me halagó saber que había quedado subyugado con mi belleza. Tomamos unos tragos con alcohol, y algo mareada, me propuso llevarme en auto hasta un sitio más tranquilo. Ingenuamente sin pensarlo, le dije que tenía tiempo pues mi esposo tenía una reunión y mi hija había quedado al cuidado de mis suegros que me esperaban a cenar. En realidad sus intenciones eran otras y se dirigió a un hotel alojamiento. No fui capaz de oponerme. Antes de bajar del auto me abrazó y me besó. Estaba caliente y le respondí. De la mano subimos las escaleras y entramos a la habitación que cerró con llave.
Nos besamos apasionadamente mientras torpemente trataba de despojarme la ropa. En un susurro le pedí que me dejara pasar al toilette. Me despojé de la blusa y la pollera y me miré al espejo. Estaba radiante. Mis senos voluminosos por la lactancia, mi cuerpo que había recuperado las formas, el vientre plano y las piernas torneadas me hacían deseable. Cuando salí, Jorge estaba totalmente desnudo. Su cuerpo velludo y su porte atlético y sus palabras tranquilizadoras, me relajaron y me cobijé entre sus brazos. Acarició torpemente mis senos y los besó alternativamente que liberaron gotitas de leche a través de los pezones turgentes y generosos. Me llevó a la cama y se situó entre mis piernas. En ese momento observé su miembro rígido y palpitante. Era más bien grueso pero de menor tamaño que el de mi marido. Separó los labios húmedos de la vulva y torpemente me penetró. Sentí que se dilataba la vagina y lo acompañé con los movimientos de vaivén hasta sentir entre jadeos y gemidos un orgasmo prolongado y placentero. Según el, había gozado mucho más que con su esposa, y me prometió que de ahí en más sería su amante preferida. Pensé que así sería, y así sucedió.
Nos veíamos cuando Alejandro lo proponía. Yo siempre encontraba el tiempo suficiente para satisfacer sus caprichos. Ejercía sobre mí una influencia decisiva y fui complaciente con sus horarios y actividades. Teníamos relaciones donde podíamos, en hoteles, en el consultorio donde contábamos con la complicidad de la asistente que preparaba el terreno para que disfrutáramos con tranquilidad, dándome horarios y días donde estuviésemos solos. Además nos encubría con mi marido cada vez que preguntaba por mi, inventando excusas. Yo sospechaba que ella también era, o había sido amante de Alejandro dado la confianza entre ambos, ero eso será tema de otro relato.
Munjol