Mi prima:Mi obsesión - Fin del primer verano (1)

Segundo capítulo de la serie. En este, relato la penúltima noche del verano en el que cambió mi relación con mi prima. Espero que les guste.

En primer lugar quiero pediros disculpas por la tardanza de esta segunda entrega. Entre las vacaciones y la vuelta al curro, no he tenido tiempo suficiente para ponerme en serio a escribir un nuevo capítulo. A partir de este, las entregas espero que no se demoren más de una semana entre una y otra, pero como se suele decir, todo lo bueno se hace esperar.

Antes de continuar con el relato, aconsejaría a los nuevos lectores que leyesen el primer capítulo para que se pongan en antecedentes sobre cómo empezó a cambiar la relación con mi prima.

Tras ese primer verano en el que cada mañana repetíamos una y otra vez la misma rutina, llegó el temible mes de septiembre, y con él, los últimos días para aprovechar al máximo la nueva situación que se me había planteado. Aunque aún tenía hasta el día 11 para seguir disfrutando de las caricias de mi prima, conforme se iba acercando el día, una sensación muy extraña se apoderó de mí. ¿Qué pasaría cuando mi prima tuviese que volver a su casa? ¿Acaso hablaríamos de lo ocurrido o simplemente lo evitaríamos?.

La última semana que mi prima iba a pasar en casa de mi abuela pasó volando. Aún recuerdo cómo entraba en casa con la llave y me dirigía directamente al cuarto donde dormía -el desayuno habíamos pasado a prepararnoslo una vez que se levantaba- para disfrutar de su juvenil cuerpo. La ausencia de ligues ese verano me tenía desquiciado, algo que se notaba en cada caricia que me brindaba. En apenas unos meses había pasado de ser un chico temeroso a la hora de afrontar la situación a ser mucho más osado y permitirme saborear cada rincón de su espalda y de su pecho.

Los dos últimos días que pasó en casa de mi abuela fueron también los dos que más tiempo pasé deleitandome con ella. El primero de ellos, un sábado, llegué a eso de las 9.30 de la mañana. Tal y como era la costumbre, entré sin hacer ruido. Allí no parecía haber nadie, salvo mi prima, que descansaba plácidamente en su habitación. Entonces caí en la cuenta de que los sábados mi abuela solía ir al mercadillo para comprar la fruta de toda la semana. Una agradable sensación de bienestar se apoderó de mi al entender que esa mañana no habría nadie para molestarme.

Con paso decidido entré en la habitación. A pesar de ser septiembre, el calor aún era palpable y mi prima seguía durmiendo con el pijama de verano. Esa prenda consistía en un pantaloncito corto y una camiseta de tirantes que le llegaba hasta el ombligo y que siempre usaba sin sujetador. Esa visión me acompaño durante todos los veranos que pasó en casa de la abuela y cuyo recuerdo aún hoy me proporciona grandes dosis de placer. Verla así tumbada, en la cama, sin ninguna sábana que la cubriese provocó que mi pene diera un respingo y se pusiese en alerta bajo mi pantalón del pijama, incapaz de ocultar cualquier tipo de erección.

Me acerqué de forma sigilosa y me senté en la cama de al lado -era una habitación con dos camas pequeñas- y esperé. Tras cinco minutos, puse mi mano a la altura de sus lumbares. El contraste de mi miembro frío con su espalda caliente me encantó, y permanecí así de quieto durante un par de minutos que se me hicieron eternos. Fue entonces cuando empecé con el suave movimiento de mi mano, que había adquirido una gran experencia en el cuerpo de mi prima gracias a los casi dos meses de continuas caricias.

Una y otra vez recorría de arriba a abajo su espalda, desde el cuello hasta el inicio de su pantalón del pijama. Nunca me atreví a pasar de allí hasta unos años después, sin embargo, en ese momento, ese roce para mi era más que suficiente. Con cada movimiento, mi pene comenzaba a ganar tamaño, pero gracias a la elasticidad del pantalón del pijama nunca tuve problemas para aguantar así. Tras recorrer varias veces la espalda de mi prima, acerqué mis dedos hacia su costado, donde podía disfrutar del lateral de sus pechos, firmes como los de cualquier jovencita.

Aunque ese movimiento lo había realizado cada día, en cuanto mis dedos se posaron en esa zona, mi cuerpo dio un leve respingo que no pudo pasar desapercibido para ella. Sin embargo, allí seguía mi prima, aparentemente tan tranquila y ajena a todo lo que estaba sucediendo. Como veía que tenía vía libre, mis incursiones por su costado se hicieron cada vez más intensas, dejando a un lado la sutileza para disfrutar de una zona que por aquel entonces me encantaba. Tras estar más de cinco minutos así, me dispuse a despertarla para preparar el desayuno, sin embargo, en cuanto hice el ademan de querer irme, mi prima se dio media vuelta, quedándose boca arriba.

Como siempre, creí que en ese momento había notado las caricias y me había pillado in fraganti, pero su respiración volvió a ser profunda y parecía estar durmiendo de forma tranquila. Entonces abandoné cualquier idea que tuviese de despertarla y coloqué mi mano a la altura de su ombligo. En ese momento, el respingo lo dio mi prima, aunque de forma tan sutil que podría haber pasado desaparecido pero que yo, atento como estaba a cualquier tipo de reacción de mi prima, había notado a la perfección.

Tras dejar unos segundos la mano sobre su estómago y ver que no había ningún tipo de reproche, comencé a acariciar levemente su cintura. Había pasado de usar sólo los dedos a tener toda la mano sobre su cuerpo, y de forma pausada, ir de un lado a otro para ampliar al máximo el torrente de sensaciones que estaba viviendo. Como ya había hecho con anterioridad, subí mi mano de forma lenta pero segura hacia sus pechos, y tras un breve instante de duda, coloqué todo mi mano sobre sus senos, que debido a su joven edad podía abarcar a la perfección.

Una vez había conquistado mi objetivo, me dediqué a saborear cada uno de los rincones de sus tetas. Pasaba mi mano del pecho izquierdo al derecho, bajaba de nuevo al ombligo, donde dibujaba circulitos con la yema de mis dedos para volver a subir. Así me entretuve durante un buen rato hasta que me fijé en el estómago de mi prima, visible gracias a la camiseta del pijama. Su respiración, lejos de ser profunda, hacía subir y bajar su cuerpo a una mayor velocidad de lo normal.

Con el objetivo de averiguar qué pasaba, adecué mi respiración a la suya, y con cada subida de su estómago, yo inspiraba, para soltar el aire justo en el momento en que su tripa bajaba. Tras hacerlo un par de veces, entendí que esa respiración no era la propia de alguien que estuviese durmiendo, pero aún sabiendolo, quise seguir con el juego que habíamos iniciado y volví a situar mi mano en las proximidades de su ombligo. Una vez allí, con la punta de tres de mis dedos subi hacia arriba y dibujé el contorno de sus pechos y de sus pezones, que a pesar de la situación apenas se notaban al no estar del todo formados.

En ese instante, mi polla pedía a gritos salir del pantalón de mi pijama. La calentura que tenía encima me tenía al límite y necesitaba descargar cuanto antes si no quería volverme loco. A pesar de mis necesidades, logré aguantar un par de minutos donde me dediqué a memorizar cada uno de los rincones de la anatomía de mi prima para que una vez estuviese en la intimidad, poder disfrutarlos mientras me masturbaba.

En cuanto salí de la habitación de mi prima, entré al baño a tal velocidad que si hubiese habido alguien por casa me habría preguntado si me encontraba bien. Tras mear como buenamente pude -con una erección, es bastante complicado-, me senté en la taza del inodoro y bajé mi mano hacia mi polla, que había perdido algo de firmeza tras orinar. En cuanto coloqué mi mano sobre la base de mi pene, cerré los ojos y puse a volar mi imaginación.

Era un caluroso día de septiembre. Mi prima, como todo ese verano, se había quedado a dormir en casa de mi abuela y cada mañana desayunábamos juntos. Esa mañana, la penúltima antes de que se marchase a su casa con el inicio del curso, nos encontrábamos solos, por lo que rápidamente me dirigí a la habitación de mi prima. Aquella diosa de cuerpo tan joven y apetecible descansaba tranquilamente en la cama mientras yo me acercaba y me colocaba a menos de un metro suyo. Mi mano, que parecía tener vida propia, se colocó sobre su espalda y comenzó un suave movimiento que estaba calentando el ambiente. Cuando me disponía a irme, mi prima, dándose la vuelta, me miraba a los ojos, totalmente despierta y me suplicaba: "No te vayas, quedate aquí conmigo".

Conforme me iba imaginando la situación, mi mano no había dejado de subir y bajar a lo largo de mi pene. El constante movimiento, unido a la fantasía que estaba teniendo con mi prima, me estaban llevando a un nivel de placer que pocas veces antes había experimentado. Si quería seguir disfrutando de la fantasía, tenía que ser rápido, porque poco más iba a aguantar.

Al principio, sentía dudas sobre si quedarme con ella. Sabía que no estaba bien, pero a pesar de ello, en ningún momento hice ademán de querer alejarme. Poco a poco me fui tumbando sobre la cama hasta quedar a su altura. Nos miramos un instante y ambos vimos el deseo reflejado en nuestros ojos. Ella, colocándose de costado, me pedía que la abrazase y que estuviésemos un rato así, una petición a la que lógicamente accedí. Había llegado a un punto en el que no me podría haber negado a nada.

En cuanto me acerqué a su espalda, coloqué uno de mis brazos en su cintura. Mi excitación iba en aumento, y ahora era imposible ocultar mi erreción, por lo que mi prima, con su culo pegado a mi entrepierna, estaba al tanto de lo que yo sentía. Tras varios minutos en los que permanecimos en la misma postura, acerqué mis labios a su espalda y le di un suave beso, tan sutil que tenía la sensación de que mi prima no lo había notado. Sin embargo, ella me correspondió y echó el culo hacia atrás, pegandose bien a mi miembro y notando su dureza.

Ahí supe que ya no había marcha atrás, asi que simplemente de dediqué a proporcionarle todo el placer que pudiese. Mis labios seguían besando su espalda e incluso había llegado al cuello. Mi mano, alojada en su cintura, había cobrado vida y ahora estaba a la altura de su ombligo, subiendo el camino hacia sus pechos. En cuanto los agarré, note cómo mi prima se tensaba y movía su trasero de forma más acentuada. Yo estaba en la gloria, así que decidí dar un paso adelante y me bajé el pantalón.

Mi prima, al notar mi polla sobre la tela de su pijama, abandonó cualquier prejuicio que pudiese albergar, y comenzó a moverse más rapidamente. No podía durar mucho tiempo, asi que mi mano, que hasta ese momento había permanecido en su pecho, bajó la cintura y se coló en sus pantalones. En cuanto lo notó, mi prima se dio la vuelta y sobre sus ojos pude ver cierto temor. Para tranquilizarla, le bese en los labios y le dije que jamás haríamos nada que ella no quisiese. Pareció agradecerlo, porque en ese momento, abrió ligeramente las piernas y permitió que mi mano se adentrase en su zona más intima.

El calor que allí estaba notando no hacía sino darme más valor para dar el último paso. Como bien sabía, mi prima seguía siendo virgen, así que en todo momento le dejé claro que no iba a cambiarlo. Mi mano, que ya se internaba por sus bragas, pronto se encontró con unos suaves pelitos en su coño, propios de una adolescente. En ese instante, mi primo cerró los ojos y se dejó hacer. Mis dedos, más rápidos de lo habitual, se acercaron a su labios y los recorrieron de arriba a abajo, sin llegar a penetrarla pero proporcionándola un placer que reflejaba gracias a sus jadeos constantes. Seguí con aquella maniobra durante varios minutos que me parecieron gloriosos. Tras varios movimientos más, noté como mi prima tensaba todo su cuerpo y acercaba sus labios a mi hombro para morderlos y no gritar. Su orgasmo había llegado y con él, un placer que le llegaba desde la punta de los pies hasta la cabeza.

En cuanto noté cómo se corría, abrí los ojos y allí me encontraba, masturbándome a tal velocidad que el orgasmo era inminente. Me levanté, entré en la ducha, y terminé la paja con la imagen de placer de mi prima al sentir el orgasmo. El primer chorro dió contra los azulejos de la pared, mientras que el resto fueron a parar al suelo de la ducha. Nunca antes había tenido esa sensación al masturbarme, y en seguida supe que mi prima era la causante de todo.

Una vez terminada la paja, me duché rápidamente para quitarme el sudor y poder preparar el desayuno. Ante mí se presentaba el último día de ese verano -y la última noche- en la que mi prima dormiría en casa de mi abuela. Absorto como estaba en esos pensamientos, no noté la llegada de mi prima a la cocina, tan normal y tan tranquila como siempre.

Al sentarnos en la mesa, estuvimos hablando de tonterías durante varios minutos, hasta que pronunció la frase que había estado esperando oir ese verano.

  • Oye Dani, si todas las mañanas subes aquí a desayunar, ¿por qué no te quedas esta noche a dormir?