Mi prima preñada y su dinero, mis afrodisiacos 5
Filipinas no para de darme sorpresas. Tanteando hasta donde llega la sumisión de Ana, abuso de su "educación" masturbándola en público. Pero lo que realmente me dejó impresionado, fue enterarme mediante un video que Evaristo no era mi tío sino mi padre y que mi SANTA MAMÁ había sido una de sus putas
Con el recuerdo de ese video en mi mente, me subí a la limusina que me llevaría hasta la notaría. Saber que allí me encontraría con Ana, me mantenía totalmente excitado. No en vano, gracias a mi difunto tío tenía en mi poder una serie de películas en las qué Evaristo inmortalizó el emputecimiento de mi prima. Si la primera mostraba la perversión de ese viejo al grabar a una inocente muchacha sin que ella lo supiera, la segunda era la demostración de hasta donde llegaba sus ambiciones, ya que esa filmación perpetuó el momento en el que ella aceptaba ser su “putita para todo” a cambio del cincuenta por ciento de su herencia.
Si de por sí eso ya representaría un escándalo si le diera publicidad y lo divulgase por las redes, lo más esclarecedor de ese video fue comprobar que al final mi querida Anita, la famosa ejecutiva, disfrutó de esa primera sesión. Aunque en un principio nuestro tío la forzó a hacerle una mamada, la sensación de sentirse su cuasi esclava le fue gustando y al terminar mientras la sodomizaba, era ella quién pedía más.
«¡Tiene alma de sumisa!», pensé descojonado al recordar nuestros enfrentamientos, «su mala leche hacia mí es solo fachada».
Para su desgracia, además de toda esa evidencia gráfica, tenía otra arma a mi favor. A través del sistema de espionaje que Evaristo había dejado montado y del cual solo yo tenía conocimiento, me había enterado de la atracción que sentía por mí desde hace años.
«¡La tengo agarrada de las tetas y no lo sabe!», sentencié de buen humor de camino hacia donde formalizaría la aceptación de esa herencia. Por muy mal que me fuera con el notario, tenía la seguridad que, aunque lo intentaran, Ana y Teresa serían incapaces de escamotearme el dinero que el difunto me había dejado.
Pero en ese momento lo que realmente me tenía cachondo, era tener la seguridad de que esa “gatita” y su secretaría serían mías. Con los videos, con sus sentimientos hacia mí y con lo que sabía de sus planes, era imposible que esas dos pudiesen evitar convertirse en parte de mis propiedades.
“Su destino está irremediablemente unido al mío”, decidí mientras me dedicaba a observar las calles de Manila a través de los cristales…
La notaria.
Manila es una ciudad de contrastes donde los barrios pobres se alternan con otros donde el lujo se palpa en cada acera. Por eso cuando el chofer se internó en Makaki city, supe que era donde se hallaba nuestro destino por el gran número de rascacielos que se aglutinaban en unas cuantas manzanas.
“Es como el barrio de Salamanca de Madrid”, me dije al ver las tiendas de marcas que se sucedían sin parar y comprobar que las gentes que deambulaban por sus calles parecían ser de clase alta.
Por ello, no me sorprendió que parara frente a un elegante edificio de oficinas con claras connotaciones neoyorquinas.
«Bien podría estar en la quinta avenida», concluí al entrar y admirar el exquisito lujo con el que estaba decorado. Tras lo cual me dirigí al ascensor que me llevaría hasta la notaría.
Nada más traspasar su puerta, una secretaría salió a mi encuentro y me llevó a una sala donde me encontré con Ana. Mi “amada prima” seguía molesta y ni siquiera se dignó a contestar mi saludo, pero me dio igual pues al ver que se había cambiado de ropa, comprendí que mi comentario sobre su femineidad le había afectado. Olvidando la ropa de ejecutiva agresiva de esa mañana, se había puesto un coqueto vestido con el que dulcificaba su aspecto.
«Será una cabrona pero está muy buena», decidí tras contemplar brevemente la belleza de sus curvilíneas formas.
Ajena a mi examen, se la notaba tensa y queriendo incrementar su cabreo, me acerqué a ella y le murmuré al oído:
― Vestida como mujer, hasta tienes un polvo.
Mi burrada la sacó de sus casillas e indignada, me intentó soltar un guantazo. Guantazo que no llegó a su objetivo porque, agarrando al vuelo su mano, lo paré sin problema. Tras lo cual y aprovechando que la tenía sujeta, aproveché para arrimarme a ella y mientras pegaba mi cuerpo al suyo, le dije:
―Que sea la última vez que lo intentas… gatita.
Curiosamente se quedó paralizada al escuchar en mis labios el mote con el que la había bautizado Evaristo. Tardé unos segundos en asimilar su reacción ya que en su cara se mezclaban la indignación por mi falta de tacto y una especie de deseo que intuí era producto de la “educación” a la que había sido sometida por el difunto.
―¿Cómo me has llamado?― chilló ya repuesta.
Muerto de risa, dejé caer mi mano por su trasero mientras contestaba:
―Gatita― y recreándome en su turbación, pregunté:― ¿Acaso te molesta que te llame así?
Roja como un tomate, se separó de mí y buscó crear una frontera física entre nosotros, cambiándose de sitio y tomando asiento al otro lado de la mesa.
«La he puesto de los nervios», cavilé viendo su agobio pero entonces al descubrir que bajo la tela de su vestido sus pezones se le habían puesto duros, comprendí que me había equivocado y que no estaba nerviosa sino excitada, cayendo en la cuenta que tras años de aleccionamiento, ese sobrenombre estaba asociado en su mente al sexo y que contra su voluntad, Ana se había vuelto a sentir una sumisa.
«¿Será así o estoy fantaseando?», me pregunté mientras en mi cerebro, mis neuronas se ponían a trabajar. Queriendo comprobar ese extremo, me senté junto a ella y posando mi mano sobre una de sus piernas, me disculpé diciendo:
―Gatita, siento lo de esta mañana. Reconozco que me he comportado como un idiota al insinuar que eras un marimacho. ¿Aceptas cenar conmigo esta noche?
La estricta ejecutiva me hubiese mandado a la mierda pero su naturaleza dócil, afianzada por el adoctrinamiento, le hizo suspirar al sentir mis dedos recorriendo la piel de su muslo y con una voz casi inaudible, me contestó:
―Me encantaría.
Sabiendo que estaba indefensa ante mis caricias, seguí manoseándola a mi antojo sin que ella pudiese hacer nada por evitarlo. Es más, cuando el notario hizo su entrada y nos levantamos a saludarlo, noté un deje de disgusto al sentir que mi mano se retiraba de su pierna.
«La tengo en mi poder», me dije al constatar que al volverse a sentar, me miraba con ojos tiernos mientras disimuladamente se subía la falda, dejando mayor porcentaje de su muslamen a mi alcance.
«No me lo puedo creer, ¡Desea que la siga tocando!», asumí y cediendo a lo que dictaban mis hormonas, reinicié mis toqueteos pero esta vez, con mayor audacia.
Obviando al viejo que siguiendo el formalismo de la ocasión, nos iba haciendo entrega de unos papeles que debíamos firmar, mis dedos se dedicaron a recorrer el interior de los maravillosos jamones con los que la naturaleza había dotado a esa mujer.
«Está cachonda», divertido concluí al observar el brillo de sus ojos mientras se mantenía inmóvil disfrutando de mis caricias. Su entrega despertó mi lado perverso y por ello incluso mientras firmaba la aceptación con la derecha, con la izquierda mantenía ese jueguecito cada vez más cerca de su sexo.
Demostré hasta dónde llegaba la sumisión de mi prima cuando al ser su turno, mis yemas llegaron a la tela de sus bragas y me encontré su coño totalmente encharcado. Ana al notarlo, con una mirada, me imploró que parara pero negándome a satisfacer sus deseos, acaricié esos húmedos pliegues mientras mi rostro lucía una sonrisa sin igual.
Ya estaba lanzado a conseguir la completa claudicación de mi prima por medio de su orgasmo cuando, desgraciadamente, el notario dio por concluida su presencia en la reunión, diciendo:
―Habiendo aceptado la herencia ambos herederos solo me queda cumplir un último trámite pero en este caso solo le incumbe a usted, Don Manuel.
Ana vio en esa sugerencia una salida y por eso levantándose, la aceptó de inmediato. De forma que solo pude despedirme de ella, recordándole la cena mientras en mi interior lamentaba que se me hubiese escapado viva:
«La próxima vez haré que me ruegue ser mía», sentencié cabreado.
Una vez solos, el viejo me hizo entrega de un video y con tono profesional dijo:
―Don Evaristo me pidió que una vez aceptase ser su heredero, debía ver el mensaje que le ha dejado grabado― tras lo cual señaló un reproductor y excusándose que era algo privado, desapareció por la puerta.
Intrigado por el contenido de lo que iba a ver, metí el casete y me senté a contemplar lo que ese casi desconocido familiar quería decirme. Reconozco que me entristeció ver lo jodido que estaba ese hombre desde la primera imagen. Tumbado en la cama y conectado a una botella de oxígeno, Evaristo esperó unos segundos antes de hablar ante la cámara:
―Manuel, si estás viendo esto, es porque definitivamente estoy muerto― fue su nada sutil saludo.
Por la inflexión de su voz, sospeché que ese anciano increíblemente estaba disfrutando mientras grababa el mensaje. Parecía como si con ese paso, se liberara de algún modo de un peso y por eso, no pude más que concentrarme en sus palabras:
―Ya en el otro barrio, puedo al fin revelarte un secreto que me lleva martirizando desde el día en que me enteré de tu nacimiento. Sé que tu padre me odiaba…―desde el presente asentí al recordar la animadversión que mi viejo sentía por él― …y tenía razón al hacerlo porque no en vano en vano, ¡fui yo quien dejó embarazada a tu madre!
Os podréis hacer idea de mi sorpresa al escuchar a ese capullo. Al arrogarse mi paternidad, también me estaba informando de los supuestos cuernos con los que adornado mi santa madre a su marido.
«¡No puede ser!», exclamé confuso. Todavía estaba tratando de asimilar sus palabras cuando desde el más allá, el “tío” Evaristo me soltó:
―Aunque distante, siempre he velado por ti. Como a buen seguro no me creerás, quiero hacerte una pregunta: ¿cómo con el sueldo de mierda que ganaba, el que fungió como tu padre, pudo pagar la casa donde vivía con vosotros?.... Es fácil, ¡se la pagué yo!
Durante toda mi vida había pensado que ese caserón era una herencia y por eso mis dudas ante esa afirmación se fueron disolviendo poco a poco. El golpe definitivo con el que reafirmó mi origen fue cuando ese maldito sexagenario mostró ante la cámara unas fotos de él con mi madre semidesnuda en la cama.
―Tu madre era demasiado mujer para el eunuco de su marido― riendo a carcajada limpia, me soltó.
Indignado hasta la médula, estuve a punto de apagar el puñetero televisor y mandar de esa forma a la mierda a ese anciano pero justamente cuando ya me había levantado, desde el infierno, Evaristo prosiguió diciendo:
―Ahora ya sabes por qué te he dado el cincuenta por ciento de mi dinero. No fue por tu cara bonita ni por tu escasa inteligencia: ¡te nombré mi heredero por ser mi único hijo!
«¡Qué te den!», mascullé encolerizado, ese malnacido podía haberme engendrado pero mi verdadero padre era el otro.
En la pantalla, su sonrisa de oreja a oreja me anticipó que las sorpresas no habían acabado y por eso permanecí atento cuando el difunto reinició su discurso:
―El otro cincuenta por ciento se lo he dejado a la puta de tu prima pero no por el motivo que crees. Me imagino que piensas que se lo he dado por ser mi amante; ¡te equivocas! La he nombrado heredera no solo porque es una chavala inteligente y capaz sino porque lleva en su vientre a mi… nieto.
«¿Qué ha dicho?», me pregunté al escuchar esa afirmación. Durante unos segundos, me quedé paralizado. Si creía a ese cabronazo cuando afirmaba que yo era su único vástago, eso significaba que el bebé de Ana era mío.
«¡Es imposible!», me dije dudando por primera vez de la salud mental de ese anciano.
Cómo si me hubiese leído el pensamiento, desde su tumba, Evaristo me espetó:
―¡No estoy chocho! Cómo comprenderás soy demasiado avaro para pagar tanto dinero por unos cuantos polvos― y haciendo un inciso, dijo: ―En el acuerdo que firmé con esa zorrita, ella se comprometió a dejarse inseminar con tu semen y así asegurar mi descendencia.
―¡Estás como una puta cabra!― exclamé en voz alta sin importarme que alguien pudiera oírme y encarándome con el fantasma que se había autoproclamado mi progenitor, grité a la pantalla: ―Ana y yo nunca hemos estado juntos.
Evaristo había previsto que iba poner en tela de juicio sus palabras y por eso nada más terminar de expresarlas, escuché que había grabado:
―No sabes lo fácil que me resultó conseguir preñarla. Solo tuve que pagar cien euros a una de tus putas para que te hiciera una mamada y recolectara tu esperma.
Si me quedaba alguna duda suspicacia sobre su veracidad, esta desapareció cuando me vi en la pantalla con Susan, una negra que solía pagar por tirármela.
«¡Qué pedazo de hijo de puta!», pensé, hundido, en el sillón. Era tal mi humillación que hasta me costaba respirar. Toda mi vida pasada se desmoronaba y para colmo, mi futuro estaba dictaminado por un muerto.
La ignominia que nublaba ya mi mente se exacerbó cuando a modo de despedida me soltó:
―Aunque no quieras aceptarlo, soy o mejor dicho fui tu padre y por eso me preocupé de dejar todo bien atado. No solo te he dado dinero y un hijo sino que también he instruido a Ana y a Teresa para hacerte feliz. Espero que sepas aprovecharlo…
Busco respuestas.
Cabreado, jodido y derrotado, me subí a la limusina. Esa mañana me había despertado creyendo que iba a recordar ese día como la fecha en que me había vuelto rico. Nunca pensé que quedaría en mi memoria como uno de los momentos más aciagos de mi existencia.
«¡Todo es culpa de Evaristo!», mascullé en la soledad de ese coche al tratar de asimilar toda la información recibida: mi padre no era mi padre, mi verdadero padre era mi tío mientras que el consideraba mi padre en realidad era mi primo. Para enmarañar más el asunto, el retoño que esperaba mi prima, no iba a ser mi sobrino sino mi hijo. Os juro que si llego a tomar el teléfono y contárselo a algún amigo, se descojonaría de mí pensando que era un acertijo.
«¡Menuda mierda!», concluí sin hacerme a la idea que mi propia vieja había sido su amante.
Lo que todavía agradezco fue que el tráfico de esa ciudad me diese la oportunidad de calmarme. Tras dos nuevas horas sumergido en ese caos, al llegar a la que ya era mi finca, me había tranquilizado y lo que es más importante, había tomado una decisión:
“Lo que había heredado era mío por justicia y pensaba disfrutar de todo como su legítimo dueño”
Tenía claro que eso incluía, además de las posesiones materiales, a Ana. Lo que todavía no comprendía era el papel de Teresa en ese asunto. Pero conociendo al cerdo manipulador que había sido mi supuesto progenitor, estaba seguro que si habían planeado mi matrimonio con ella, me encontraría con una nueva sorpresa. Queriendo saber y sobretodo conocer que me tenía preparado, decidí que quizás a través de sus videos personales podría encontrar una respuesta. Por ello, al llegar a la casa, me encerré en mi cuarto para revisar la extensa biblioteca que había acumulado Evaristo en vida.
Por primera vez en mi vida, me tomé mi tiempo y tras ordenarlos cronológicamente, decidí empezar con el titulado:
“ANA, sesión 2ª”
Mientras lo colocaba en el reproductor, volvió a mi mente con fuerza la forma en que había abusado de mi prima frente al notario. Su entrega solo se podía explicar por el proceso de adoctrinamiento que mi “tio” (todavía me constaba llamarlo padre) había impreso en esa mujer. Por ello, decidí revisar como lo había conseguido a través de las grabaciones que había dejado.
«Si entiendo como pensaba, sabré lo que me tiene reservado», rumié mientras me sentaba a contemplar esa segunda sesión.
El comienzo me desilusionó un poco al comprobar que la escena comenzaba con una imagen de Evaristo en la que era hoy mi habitación.
«¿Cómo es posible que a su edad siquiera siendo tan depravado?», me pregunté temiendo de cierta manera el haber heredado también sus genes.
Unos treinta segundos pasaron con una lentitud insoportable y cuando ya estaba a punto de adelantar la cinta, escuché que alguien llamaba a la puerta:
―Pasa― ordenó el viejo con tono serio sin levantarse de su silla.
Ana no tardó en entrar. Supe al verla vestida con una especie de túnica que mi prima había asumido su papel y cual vulgar sumisa venía a que su dueño la usara a su antojo.
―¡Quiero verte desnuda!― comentó satisfecho al verla pasar todavía vestida.
La mujer al escuchar esa singular orden, dejó caer los tirantes de su vestido y sin que se notara una reacción en el tipo, se quedó completamente en pelotas. Al no recibir ninguna instrucción, supuso que debía arrodillarse pero cuando ya iba a hacerlo, escuchó:
―No, quiero antes comprobar la mercancía.
Ni que decir tiene que obedeció de inmediato y en silencio esperó la ruin inspección del que era su familiar. Desde mi cama, me quedé observando con detenimiento la quietud con la que mantuvo el tipo. Contra lo que había pasado en el video anterior, se la notaba extrañamente tranquila. Quizás por ello, pude contemplar sin limitación alguna aspectos de su anatomía que se me habían pasado por alto.
«Lleva algo tatuado en una de sus nalgas», observé tan interesado como excitado al admirar su belleza.
Ana siempre había sido una muchacha guapa pero en los años que llevaba sin verla, se había convertido en una diosa de grandes tetas dotada de una sensualidad difícil de encontrar. Alta y delgada, del culo con forma de corazón que lucía se podía deducir que hacía mucho ejercicio para mantenerlo tan en forma.
Estaba mirando su estupendo trasero cuando vi cómo Evaristo se acercaba a ella. Decidido a humillarla, cogió los pechos de su sobrina entre sus manos y mientras los sopesaba, le soltó:
―Pareces una vaca.
Ana, consciente de su atractivo, levantó su mirada y con tono seguro, le contestó:
―Eso no es lo que opinan los hombres.
―No te he dado permiso de hablar― replicó el anciano molesto con la interrupción y decidido a castigar su osadía, con las yemas le asestó un duro pellizco en mitad de sus rosadas aureolas.
Mi prima, demostrando un valor nada desdeñable, reprimió un gemido de dolor y mordiéndose los labios, se mantuvo firme sin quejarse. Esa dureza de ánimo, azuzó al viejo que siguiendo con su inspección, palpó su liso vientre con un interés que comprendí al oírle decir:
―Si he alabado tus tetas es porque deseo que mi nieto se alimente bien― tras lo cual se magreando a la indefensa cría, señalando que por sus caderas no tendría problema en tener varios hijos mientras los pezones de la que ya era su sumisa se empezaban a contraer producto de la excitación.
Ese siniestro examen no se quedó allí y al llegar a su sexo, con disgusto comprobó que no lo tenía afeitado y usando ese hecho en su contra le espetó:
―A partir de hoy, lo quiero depilado.
Sumisamente, Ana le respondió que así lo haría sin percatarse que al hacerlo, le me había desobedecido. Fue entonces cuando el anciano le soltó el primer azote. Esa zorra me sorprendió al no quejarse ni hacer ningún gesto de dolor, todo lo contrario, en su rostro apareció una sonrisa. Esa actitud hizo saber a Evaristo que de algún modo le estaba retando.
“No debía haberlo hecho” pensé justo cuando en el televisor el decrépito hombre no lo pareciera tanto porque, con todo lujo de violencia, le soltó un par de bofetadas para acto seguido obligarla a arrodillarse ante él.
Curiosamente mi prima adoptó la postura de esclava sin que nadie se lo dijera y así esperó las órdenes de su amo. Al verla arrodillada y apoyada en sus talones mientras mantenía las manos sobre sus muslos, comprendí que o bien ese hombre la había aleccionado sobre cómo comportarse o bien mi querida pariente tenía más experiencia de lo que decía tener.
―Separa las rodillas― Evaristo le exigió.
Sin perturbarse y con la barbilla en alto, mostrando una buena dosis de arrogancia, Ana abrió sus piernas y sin esperar a que el anciano se lo ordenara, con dos dedos separó los pliegues de su sexo, dejándonos contemplar a él en directo y a mí en diferido, la belleza de su clítoris.
Mi “tío” se dio cuenta que estaba perdiendo la batalla, quería que esa puta se sintiera humillada y no lo estaba consiguiendo. Decidido a conseguir su rendición, le ordenó que le siguiera hasta la cama. Comportándose como una esclava perfectamente adiestrada, Ana siguió a su dueño gateando sin mostrar ningún tipo de vergüenza.
«Ya había jugado a esto antes», sentencié cuando escuché que le ordenaba que se quedara en esa postura.
Con una expresión de absoluta tranquilidad, esperó con sus manos apoyadas en el suelo y a cuatro patas el siguiente paso del anciano. Ese talante rayano en la insubordinación satisfizo a Evaristo que abriendo un cajón, volvió a su lado con un enorme consolador con dos cabezas y sin decirle nada, se los dio.
Ana, comprendió que se esperaba de ella y cogiendo el toro por los cuernos, se lo incrustó rellenando tanto su trasero como su sexo.
―Ponlos a máxima potencia― susurró su captor pensando quizás en cómo podría doblegarla.
Sin demostrar ningún tipo de resquemor, mi prima encendió el aparato y comenzó a meter y a sacárselo de su interior mientras a su lado, su nuevo amo sonreía.
«¿De qué se ríe?», pensé al creer que no iba a poder subyugarla. Bastante intrigado, me quedé mirando sin descubrir en ella ningún tipo de respuesta que no fuera el que sus pezones se le habían puesto duros con ese trato.
No tardé en percatarme de mi error pues tomando asiento, el viejo le soltó:
―¿Qué crees que pensará tu primo Manuel cuando se entere de lo puta que eres?
Mi prima que hasta entonces se había mantenido impertérrita, se mostró asustada y con lágrimas en los ojos, le rogó que no me dijera nada. Evaristo saboreando su triunfo cogió su móvil y sacando una serie de instantáneas, le soltó:
―No tengo que decirle nada. Le haré llegar estas fotos para que sepa qué clase de zorra es su primita.
Mientras en el presente yo no entendía nada, el que se autoproclamaba como mi padre, prolongó su sufrimiento a base de flashes y grandes risas. Una vez socavada hasta la última de sus defensas y mientras la mujer ya lloraba abiertamente, se recreó en el poder recién adquirido, comentando a su afligida sobrina mientras le soltaba un duro azote:
―Sé que estás secretamente enamorada de él por eso incluí esa cláusula en el contrato. Estaba seguro que al leerla, aceptarías.
Alucinado comprendí a lo que se refería: ¡Ana había aceptado ser su amante por la obligación de ser madre de un hijo mío! Vencida y teniendo la seguridad que de enterarme la repudiaría, gimió sin parar de berrear. Al oír sus llantos, Evaristo le ordenó que se acercara y una vez a su lado, le ordené que le hiciera una mamada.
Sumisamente, mi prima se agachó y liberando el miembro de su captor, abrió la boca para a continuación írselo introduciendo sin rechistar. Sintiéndose como una vulgar puta, no dejó de llorar mientras llevaba ese enorme trabuco hasta el fondo de su garganta. Las lágrimas que recorrían sus mejillas, me confirmaron su derrota y mientras cumplía a la perfección con la felación que su tío le estaba exigiendo, intenté recordar cómo y cuándo Ana se había podido enamorar de mí.
«Ni puta idea», concluí tras hacer memoria.
Se notaba a la legua que Evaristo estaba disfrutando de la mamada. Concentrado en lo que sucedía entre sus piernas, acariciaba la melena de su sierva mientras ella lamía con desconsuelo su miembro. En un momento dado, ese vil ser buscó remover los cimientos de esa cría diciendo:
―Me hizo gracia enterarme que fue Manuel quien te desvirgó. ¿Crees que no me fijé en el nombre que llevas grabado en el culo? Al verlo, no pude más que investigar porque la zorrita de mi sobrina se había tatuado así.
Sus palabras la hicieron palidecer y cerrando sus ojos, siguió mamando mientras a buen seguro, deseaba estar a miles de kilómetros de allí.
«Eso no es cierto, nunca he estado con ella», me reafirmé al enterarme de ese modo en qué consistía ese tatuaje, «¡me acordaría!».
Evaristo viendo el dolor de su víctima decidió hurgar aún mas en esa herida, diciendo en su oído:
―Gatita, sé que esa noche fue la más importante de tu vida, ahora dime: ¿qué sentiste cuando al día siguiente, tu primo ni se acordaba?
Defendiendo su recuerdo y con lágrimas en los ojos, Ana tuvo que sacar el falo que estaba mamado para contestar:
―No fue culpa suya, Manuel estaba borracho y como era una fiesta de disfraces, no me reconoció tras esa mascara.
«No puede ser, ¡era ella», exclamé desde la actualidad al recordar que, durante una juerga, me había ligado una tipa. Y haciendo memoria, rememoré brevemente que me la había tirado en la cama de mis padres pero jamás había conseguido saber quién había sido porque al día siguiente cuando me desperté, había desaparecido.
Seguía tratando de digerir esa novedad cuando en la pantalla, Evaristo aprovechó que mi prima se había sacado su pene de la boca para obligarla a darse la vuelta. Tras lo cual, poniéndose tras ella, sustituyó al consolador y de un solo empujón, se lo metió hasta el fondo de su vagina, gritando en su oreja:
―¿Fue así como te folló?
―¡No!, ¡Manuel fue dulce!― gimió al sentir su conducto violado.
Sin apiadarse de ella, forzó su sexo a base de brutales embestidas mientras con las manos pellizcaba cruelmente sus pezones. Indefensa al recordar el acuerdo que había firmado, Ana soportó estoicamente ese asalto sabiendo que Evaristo estaba en su derecho. Tampoco se inmutó cuando los pellizcos cesaron y fueron sustituidos por recios azotes en su trasero.
―Gatita, ¿te gustaría que fuera él tu dueño?
Hecha un mar de lágrimas, reconoció que así era. Su confesión le sirvió de catarsis y quizás imaginando que era yo el que la estaba empalando, paulatinamente, el dolor y la humillación se fueron diluyendo, comenzando a sentir una excitación creciente.
«¡Le está gustando!», rumié al ver la humedad de su coño.
Azuzada por tanta estimulación, su placer empezó a desbordarse por sus piernas, dejando un charco bajo sus pies. Pero lo que realmente me reveló que mi querida prima estaba a punto de correrse fue el movimiento de sus caderas. Olvidando su papel de víctima, Ana forzó el ritmo con el que nuestro siniestro familiar se la estaba follando con el movimiento de sus caderas. Echando su cuerpo hacia adelante y hacia atrás, gimió por vez primera el placer que estaba sintiendo.
―Gatita, ¿sabes que Manuel es mi hijo y que cuando yo muera, serás su esclava?― la informó mientras se afianzaba en sus hombros con las manos y reiniciaba un galope endiablado.
No sé si algo sabía porque no puso en duda esa afirmación. Lo que me quedó meridianamente claro fue que las palabras de Evaristo la terminaron de volver loca y aullando como loba en celo, le rogó que le prometiera que sería mía.
―Te lo prometo, gatita. Mi hijo será tu dueño.
Ese compromiso convirtió su sexo en un incendio y chillando de placer, se retorció en el suelo buscando el orgasmo que todas sus neuronas anticipaban.
―Amo, ¡por favor!― gritó casi vencida por la urgencia por soltar lastre –¡Quiero correrme!
―Todavía, ¡No!― contestó el viejo, disfrutando del morbo de tenerla al borde de la locura y reforzando su dominio, siguió machando el interior de su sobrina con su erecta verga mientras desde mi cama, yo no perdía detalle de esa escena.
Ana no pudo aguantar más. Desobedeciendo esa orden, su cuerpo convulsionó en el suelo al disfrutar del clímax y chillando como una cerda, se corrió sin dejar de moverse. Evaristo, en vez de cabrearse, soltó una carcajada y de buen humor, le soltó:
―A mi gatita, le está gustando ser una puta.
Contra toda lógica, mi prima contestó:
―¡Me encanta!― lo que ocurrió a continuación fue difícil de describir. Ana, azuzada por su calentura, dejó salir la presión acumulada y berreando con grandes gritos, le pidió: ―¡Sígueme follando!
Evaristo se quedó impresionado, al sentir el flujo de la muchacha salpicando sus muslos e incrementado el vaivén de sus caderas, la fue llevando al límite con fieras cuchilladas. Los gritos de mi prima sonaron en los altavoces de la televisión mientras me quedaba impresionado por la resistencia del viejo.
«Espero heredar su capacidad», descojonado pensé mientras veía como sus cuerpos se sincronizaban al ritmo marcado por los aullidos de la mujer.
Para el aquel entonces, el rencor que sentía por Evaristo, aunque no había desaparecido, había menguado y contagiado por la escena, reconozco que estaba cachondo mientras en la película, mi prima veía prolongado su éxtasis y casi sin poder respirar, le pedía a su tío que eyaculara dentro de ella.
El anciano no se hizo rogar y agarrando la melena de Ana a modo de riendas, cabalgó hacía su propio placer. Nuevamente me sorprendió la actitud de ella cuando Evaristo descargó en su interior, al aullar totalmente entregada su placer, diciendo:
―Seré tu puta hasta el fin de tus días, para luego ser la de tu hijo.
Con esa afirmación terminó el video, dejándome caliente como pocas veces pero también con el convencimiento que el desliz de mi madre, era vox-populi entre mi familia.
No queriendo pensar en ello y mientras sacaba mi verga de su encierro, decidí ver el siguiente video que llevaba por nombre:
“Teresa llega a nuestras vidas”
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