Mi prima preñada y su dinero, mis afrodisiacos 3

La zorra de mi prima sospecha de su secretaria y no se le ocurre mejor forma de comprobar su traición que masturbarme, haciéndome creer que es Teresa quien me mete mano. Afortunadamente descubro que todo es un paripé cuando al volver, descubro a través del sistema espía que ambas son amantes.

«¿Quién narices cena a las seis?», me dije mientras me acicalaba al salir del baño, «¡Es temprano hasta para merendar!». Sin rastro de hambre y con más ganas de tomarme una cerveza que de comer algo, decidí vestirme de modo informal. Una camisa y un pantalón de pinzas me parecieron una etiqueta suficiente para la cita.

«No voy a cenar con el rey sino con mi prima», sentencié y mirándome en el espejo, me cabreó descubrir que las canas empezaban a poblar mi cabello. No obstante y a pesar de haber sobrepasado la cuarentena, me sentía joven y pensé que mi imagen era la de un maduro resultón.

Al terminar me dirigí hacía la casa de Ana, deseando no solo enfrentarme con ella y aclarar la situación en que me hallaba, sino también verla.  Su belleza recién descubierta y el hecho que su embarazo me pusiera cachondo aceleraron mis pasos y por ello llegué cuarto de hora antes de lo acordado. Como es lógico, mi prima no estaba lista y tuvo que ser una de sus criadas, la que me acompañase al salón.

Una vez allí, preguntó si quería algo.

-Una cerveza bien fría- respondí sin darle mayor importancia al hecho que hablara en perfecto español.

Aprovechando que iba a por lo que le había pedido, me puse a chismear las fotos que había en una de las librerías de esa habitación. Reconozco que no me sorprendió encontrar en muchas a mi tío Evaristo pero a lo que nunca me imaginé fue que yo apareciera en dos de ellas.

«Las ha puesto a posta para enternecerme», pensé al tiempo que trataba de recordar donde nos las habíamos tomado. «Son de un verano de hace casi diez años», decidí al reconocer a un par de amiguetes del pueblo.

Asumiendo que había rebuscado para hallar una imagen nuestra, me pareció una manera ruin de negociar el apelar a nuestra amistad de jóvenes y lejos de  conmoverme, esas fotos consiguieron ponerme en alerta.

«Teresa no iba muy desencaminada  cuando en el avión me dijo que iba a ser un hueso duro de roer», resolví esperanzado gracias a mi arma secreta, «esa zorra no sabe que la tengo grabada. Como se ponga intransigente, no me quedará más remedio que chantajearla».

Treinta minutos más tarde, cuando Ana apareció por la puerta, confirmé mis sospechas al verla llegar con un escotado vestido que realzaba sus, ya de por sí,  hinchados senos.

«Tiene unas tetas de campeonato», reconocí muy a mi pesar al notar que mis hormonas se ponían a funcionar.

Cómo en el despacho de los abogados, tuve que hacer verdaderos esfuerzos para retirar mis ojos de su canalillo.  Ana, consciente del atractivo que provocaba en mí, se acercó hasta donde yo estaba y pegando su cuerpo al mío, me saludó con un beso mientras me preguntaba por el viaje.

-Cansado- respondí con tono seco en un intento de demostrar un sosiego que no tenía.

La arpía no hizo caso a la inflexión de mi voz y manteniendo su mirada, me soltó:

-No te podrás quejar de cómo te trato, ¡hasta te dejé a mi secretaria!

Que diera mayor importancia a Teresa que al avión, avivó mis suspicacias pero no queriendo demostrar un interés por el tema, contesté:

-Te agradezco más que me hayas ahorrado el billete- y entrando directamente al trapo, le solté:-Me imagino que me has invitado para hablar de la herencia de Evaristo.

Fue entonces cuando Ana demostró sus artes de negociación porque en vez de seguir con esa conversación, cambió de rumbo, diciendo:

-Para nada, mi idea era que recuperáramos el tiempo perdido. Llevamos mucho tiempo sin hablar y quiero que me pongas al día de tu vida.

Cómo consideré que no era el momento para empezar las hostilidades, sonreí y le pregunté si quería que le sirviera una copa.

-Todavía no te has dado cuenta que no puedo beber- respondió al tiempo que cogiendo una de mis manos, la ponía sobre su germinado vientre.

Sé que por lo menos en ese instante, Ana no albergaba otra intención que ser simpática, pero al sentir la tirante piel de embarazada bajo mi palma, todo se precipitó. Fue como una inyección de adrenalina directamente en vena. Mi lujuria se había despertado y por eso, fui incapaz de separar mi mano de esa tentación.

-¿Te gusta?-, me dijo coquetamente, sin pedirme que retirara mis dedos que ya jugaban con su ombligo.

Balbuceé una respuesta. Todavía hoy en día soy me resulta imposible recordar que es lo que respondí. Con mi corazón a mil por hora, estaba embelesado con su embarazo. Sin saber ni que decir, le pregunté quién era el padre, a pesar de saber que era una indiscreción pero es que me pudo más la curiosidad, sobre todo después que Teresa me confirmara que no tenía ninguna relación.

-Un imbécil- contestó, muerta de risa- y lo mejor es que no lo sabe.

Su respuesta me intrigó pero asumiendo que tarde o temprano me enteraría, me abstuve de insistir.

-Ya ves, además de gorda, tu primita será madre soltera.

-Estás preciosa-, respondí justo cuando cometí un nuevo error: al contestarla, levanté la mirada y me encontré con sus pechos, que presionados por un sujetador de una talla menor a la que necesitaba, eran una tentación insoportable.

-¡Bobo! Eso se lo dirás a todas-, dijo sin darle importancia a los esfuerzos que tenía que hacer para dejar de mirar sus dos tetas y llamando a la criada, le preguntó si Teresa había ya llegado.

Justo cuando la mujer iba a contestar, la secretaria hizo su aparición luciendo un vestido extrañamente puritano, que bien podía ser el uniforme de algún tipo de monjas.

-Buenas noches, doña Ana. Siento el retraso- contestó desde la puerta.

La presencia de esa filipina alivió en parte mi excitación y pude retirar mis dedos de esa panza de embarazada, aunque os tengo que reconocer que durante muchos minutos su recuerdo hizo que tuviese que disimular el bulto entre mis piernas.

No queriendo parecer demasiado familiar, cuando fui a saludarle con un beso en la mejilla, Teresa, retirando su cara, alargó su mano. Comprendí que esa actitud, rayando en grosera, era para evitar las sospechas de su jefa y por eso no me quedó más remedio que estrecharla entre las mías, mientras le decía:

-Es un placer volverte a ver.

La reacción de esa chiquilla poniéndose colorada me hizo temer que quizás con  esa fórmula coloquial, le daba a entender que era una velada referencia a las sesiones de sexo que habíamos disfrutado.

-¿Cenamos?- pregunté a mi prima, dando carpetazo al asunto.

Ana no debió notar nada raro porque, luciendo una sonrisa de oreja a oreja, me cogió del brazo y sin mayor comentario, me llevó al comedor.

«¡Menos mal! ¡No sospecha nada!», mascullé más tranquilo.

Tras las rutinarias frases donde me decía lo feliz que estaba por habernos reencontrado, mi prima en un momento dado me preguntó si tenía pareja:

-Estoy soltero y sin compromiso- contesté medio mosqueado al no saber a qué venía ese interrogatorio porque me constaba que sabía mi estado civil.

-Me alegro porque desde que murió el tío Evaristo, me he sentido muy sola y es muy agradable saber que nuevamente hay un hombre en esta hacienda.

«¿De qué va?», me pregunté al notar sus ojos fijos en mí al decir “hombre”, no en vano, en las pocas horas que llevaba ahí me había percatado de la cantidad de varones que trabajaban en la finca.

Tratando de sonsacarla sin que se diera cuenta, le comenté en plan de guasa que no se podía quejar y que dada su posición a buen seguro tendría cientos de pretendientes. Fue entonces cuando con tono seco, me respondió:

-La ausencia del tío es difícil de suplir – y dirigiéndose a su empleada, le preguntó: -¿Tengo o no razón?

Su tono escondía un significado que no alcancé a interpretar pero cuando realmente sentí que  todos los vellos de mi cuerpo se erizaban, fue cuando la morenita contestó casi llorando:

-Con él se fue, además de un estupendo ser, nuestro maestro.

Si no llega a ser imposible, hubiese jurado que esa monada estaba hablando de un tipo de relación con connotaciones sexuales. Tanteando el terreno, dejé caer:

-El tío fue todo un adelantado a su época. Supo crear un imperio de la nada.

-No lo sabes tú bien. Él nos enseñó que había que huir de los convencionalismos sociales y vivir cada día como si fuese el último- contestó mi prima sin dejar de mirarme a los ojos.

Descolocado por esa respuesta y por el hecho que en su mirada me pareció descubrir un extraño deseo, cambié de tema y le pregunté de cuánto tiempo estaba:

-Nuestro hijo nacerá en Marzo.

Reconozco que me sentí fuera de lugar al no entender sus palabras.

«¿De qué habla?», exclamé mentalmente porque ese nuestro podía significar o qué eran lesbianas o que el padre del chaval era mi tío. Cómo Teresa se había acostado conmigo y me había tratado de negociar que me casara con ella, la segunda posibilidad era única plausible.

«Con razón, se indignó al enterarse que tendría que compartir la herencia conmigo», medité y no queriendo meter la pata, me quedé callado mientras la criada de la casa comenzaba a servir la comida.

Afortunadamente, Teresa rompió el silencio que se había instalado entre esas cuatro paredes al comentar que me había parecido la habitación que me habían reservado:

-Estupenda, aunque la cama es demasiado grande para uno solo.

Al oírme, riendo, esa jovencita contestó:

-¡Por eso no te preocupes! Ya tendrás tiempo de llenarla como hacía Don Evaristo.

La mala leche, con la que se tomó su jefa ese comentario, me hizo gracia y desconociendo que me iba a internar en terreno peligroso, en plan de broma, contesté:

-Antes de pensar en eso, tendré que conocer alguna candidata.

Interrumpiendo, muy enfadada, Ana nos soltó:

-Esta no es una conversación que se pueda tener con unas damas. Teresa modera tu lenguaje, mi primo todavía no te conoce y puede hacerse una idea equivocada de ti- tras lo cual girándose a mí, dijo: -Esta niña debe de debe centrarse para así conseguir un buen marido. ¿No crees?

«¡Menuda bruja!», exclamé en mi mente al ver en esa pregunta un machismo recalcitrante pero midiendo mis palabras, respondí:

-A buen seguro que a Teresa tampoco le faltarán aspirantes pero todavía es muy joven para pensar en algo serio- tras lo cual y sabiendo no era un tema mío, me abstuve de hacer más comentario.

La cría tampoco dijo nada y esperó a pasarme la panera para agradecerme la defensa que había hecho de ella, con una caricia sobre mi mano. Ese breve gesto recorriendo con sus dedos mi palma tuvo un efecto no previsto y cual muelle, mi pene se desperezó bajo mi pantalón.

«¡Está tonteando conmigo!», pensé tan excitado como preocupado, no fuera a ser que su jefa se diera cuenta.

Mi prima, o no vio la caricia o no quiso verla y llamando mi atención, empezó a explicarme la agenda que tendríamos al día siguiente:

-Mañana tenemos cita con el notario a las nueve para que aceptemos la herencia. Como quiero hablar contigo antes sobre el tema, ¿te parece que te caiga a desayunar en tu casa sobre las seis?

-Por mí, perfecto- contesté- pero si quieres podemos hablar después de la cena.

Estaba esperando su respuesta cuando de pronto, noté un pie desnudo estaba recorriendo una de mis piernas. Sin saber cómo actuar, me quedé petrificado cuando sentí que Teresa no se conformaba con eso y que seguía subiendo por mis muslos.

«Va a ponerme como una moto», me temí. Y mientras esa cría seguí insistiendo entre mis piernas y su pie comenzaba a frotarse contra mi pene, oí que Ana me respondía:

-Hoy estás muy cansado para pensar coherentemente, mejor lo  dejamos para mañana.

-Está bien, mañana entonces- concordé rápidamente mientras retiraba  ese indiscreto pie de mi sexo pero antes de hacerlo, devolví la carantoña dando un pequeño pellizco sobre su empeine. La muchacha debió de captar mi molestia  porque no volvió a intentar masturbarme durante el resto de la cena. Ya resuelto el problema y tratando de disimular mi erección, miré a mi prima.

«Mierda, se ha dado cuenta», me dije al ver la expresión de su cara. Pero curiosamente, lejos de cabrearse por el jueguecito de su protegida, noté que bajo la tela de su vestido,  los pezones de Ana exhibían una dureza que segundos antes no tenían.

«¡No entiendo nada!», sentencié mientras pensaba en el extraño comportamiento de esa mujer. «Exteriormente, la trata como si fuera una especie de ahijada pero luego al ver que se comporta como una puta, va y ¡se excita!».

Al asimilar ese detalle, me sentí ilusionado porque con lo que ya sabía de mi prima, tenía claro que si me quedaba en esa casa, tendría muchas oportunidades y por eso, me dije:

«¡Ya caerá esa zorra!».

El resto de velada se fue enturbiando y donde antes había cordialidad, ahora era tirantez. Desconociendo los motivos, al terminar el postre, pidiendo permiso, me levanté de la mesa. Ya estaba en la puerta cuando al irme a despedir me percaté que entre esas dos mujeres se respiraba un futuro conflicto y que en cuanto me fuera, iba a explotar. No queriendo estar presente, dije adiós y saliendo al jardín me dirigí hacia mi casa mientras a mis oídos llegaban los gritos de esas dos mujeres discutiendo.

Mi tío me sorprende con un nuevo artilugio.

Al llegar a mi cuarto, todavía seguía excitado por esa interrumpida paja y por ello, sin desvestirme, fui en busca de otro de los videos que Evaristo había grabado de su sobrina. Al revisar la colección me llamó la atención uno, en cuya funda decía “ANA, sesión 1ª”. Ese título insinuaba un tipo de contenido altamente erótico.

«Espero que sea lo que imagino», me dije soñando en algún tipo de sumisión al que la hubiese sometido.

Pero la buena suerte quiso que al ir a encender ese modernísimo aparato de televisión, me equivocara y en vez de hacerlo, lo que realmente encendí fue su sistema espía.

«¡Coño!», exclamé al ver que en la pantalla aparecían Teresa y Ana en plena pelea. Alucinado, me quedé de pie, mirando y oyendo lo que estaba ocurriendo en esos momentos en la otra vivienda.

Por los altavoces, me llegaba la voz de mi prima recriminando a la muchacha el haberse acostado conmigo. Teresa intentó negarlo pero entonces Ana, soltando una carcajada, le espetó:

-¿Te crees que soy tonta? Me di cuenta en seguida y lo confirmé durante la cena.

-¿Cómo?- sollozó la cría.

Su querida jefa tirándola de los pelos, la llevó hasta la cama mientras le decía:

-Sospechando de tu traición, decidí comprobarla. Empecé a tocar a mi primo por debajo del mantel y el muy imbécil no dijo nada. Si no te hubieses acostado con él, hubiese reaccionado de algún modo. El muy cretino creyó que eras tú quién le masturbaba.

Teresa se vio descubierta y totalmente desolada, se arrodilló frente a Ana pidiéndole perdón. Mi prima ni siquiera se inmutó con las lágrimas de esa niña y ante mi asombro, esperó a que dejara de llorar para levantarla y acercando su cara a la de ella, le mordió en la boca mientras le decía:

-Te dije que era mío y que tenías prohibido acercarte.

No me esperaba esa confesión. En esa frase, esa puta reconocía que me había pajeado y que por algún motivo, estaba interesada en mí. Estaba todavía tratando de encajar sus palabras en su actitud desde que nos reencontramos cuando con tono duro, Ana exigió a Teresa que se quitara las bragas y se pusiera a cuatro patas para recibir un castigo. No sé qué me dejó más impresionado, si que diera esa orden o que la cría no se revelara y sumisamente ofreciera su pandero a su jefa.

«¡No es posible!», exclamé mentalmente al ser testigo que teniéndola a su merced, mi prima no tardó en dar un primer golpe sobre las nalgas de esa muchacha.

-Lo siento- gritó Teresa adolorida.

Haciendo oídos sordos a sus suplicas, Ana descargó su furia con una serie de dolorosos azotes mientras le recriminaba haber faltado a su palabra al acostarse conmigo.

-Te dije que lo vigilaras, ¡no que te lo follaras!

Contra toda lógica, Teresa no intentó escapar a su destino. Todo lo contrario, cuanto más dura era la reprimenda, más quieta se quedaba para que su verdugo siguiera machacando su culo con duras cachetadas. Por mi parte, estaba confuso. Mientras una parte de mí me pedía que fuera a socorrer a la muchacha, la otra me tenía anclado frente a esa pantalla cada vez más excitado. Cuando estaba a punto de ir en su ayuda, escuché a mi prima decir:

-Te ha dado igual que el maestro lo preparara todo para que se hiciese cargo de nuestro hijo. ¡En cuanto has tenido oportunidad, te has abierto de piernas para ser la primera!

Su nueva revelación me dejó petrificado. Según podía deducir, Evaristo me había nombrado heredero para traerme a ese país y así ser el padre adoptivo del retoño.

«No me lo puedo creer», murmuré en la soledad de mi habitación mientras a menos de cien metros, su víctima le contestaba con sollozos que “el maestro” también le había prometido que ella se casaría con su sobrino.

-Solo desde el punto de vista legal, ¡cacho puta!- replicó Ana y mientras aprovechaba la indefensión de la mujercita sacar un arnés de su cajón, le dijo: – Aunque compartamos a Manuel, él será ante todo el padre del niño.

Saber que entre mi tío y esas dos mujeres habían decidido mi destino sin contar con mi opinión, me había indignado.  No pensaba ser la marioneta de nadie y menos de ese par de arpías. Estaba pensando en cómo iba a responder a esa afrenta cuando mi prima se abrochó ese cinturón alrededor de la cintura.

«¡Se la va a follar!», descojonado comprendí al ver que acercaba el enorme pene que llevaba adosado ese arnés al coño de Teresa.  Sin más prolegómenos y con un breve movimiento de sus caderas, Ana incrustó ese falo de plástico hasta el fondo de la indefensa mujer.

-¡Dios!- aulló la morenita al sentir su sexo invadido por esa mole.

No me había repuesto todavía de la sorpresa que me produjo ver el inicio de esa escena lésbica cuando las protagonistas ya habían adoptado un ritmo feroz y lo que en principio había sido una cuchillada, se convirtió en un desenfrenado galope con Ana actuando de jinete y Teresa como su montura. Los gritos de dolor de la oriental se fueron transformando en aullidos de placer al sentir cómo ese instrumento entraba y salía de su cuerpo mientras mi prima se la follaba.

La violencia había desaparecido y al ver el modo en que ambas disfrutaban comencé a sospechar que estaban actuando. La  confirmación que no era una “violación” sino un juego, llegó cuando escuché a la filipina decir:

-¡Cómo te echaba de menos!- agradecida rugió Teresa sin saber que con ese grito, me estaba confirmando que entre esas dos mujeres había una relación consensuada.

-Yo también, putita mía- contestó su agresora mientras imprimía un mayor vaivén a sus caderas.

Siguiendo el ritmo del ataque al que estaba sometida, los pechos de la morena se bamboleaban cada vez más rápido. Si ya de por sí esa imagen me traía loco,  lo que realmente me terminó de excitar fue ver a Ana despojándose de la parte de arriba de su vestido.

-¡Menudo par de tetas!- grité sabiendo que nadie podía oírme al ver, a través de la televisión, las ubres de mi prima.

No pude más que sacar mi verga de su encierro y siguiendo con auténtica lujuria lo que ocurría en la casa de al lado, me puse a masturbar mientras me relamía mirando los hinchados senos de esa embarazada.

-¡Voy a follármela y después, dios dirá!- sentencié absolutamente absorto.

Ajenas a estar siendo espiadas, las dos mujeres seguían dándome un espectáculo digno de una película X. Cada vez más entregada a la pasión, Ana agarró la melena de su amante y usándola como riendas la exigió que se moviera, preguntándole a la vez:

-¿Crees que Manuel será como esperamos?

Esa pregunta me hizo parar de pajearme al desconocer a qué se refería. Durante unos segundos, me quedé quieto no queriendo perderme la respuesta.

-¡Contesta! ¡Puta!- insistió mientras le soltaba un nuevo azote con la palma abierta sobre el culo de su amante.

-Sí- contestó presa del placer- ¡tu primo será un buen amo!

Nunca se me hubiese pasado por la cabeza que esa era la contestación que Ana esperaba y mientras trataba de analizar lo que me acababa de enterar, observé a la oriental retorcerse al verse objeto de un brutal orgasmo.

«Eran las sumisas de mi tío», comprendí ilusionado.

Habiendo obtenido su dosis de placer, Teresa se dejó caer sobre el colchón completamente agotada. Ana, insatisfecha, le recriminó que ella todavía no había llegado y fue entonces cuando la oriental contestó:

-Llama a tu primo y reconócele que estás loca por él. ¡Seguro que te folla!

-Se reiría de mí- muerta de vergüenza, reconoció: -no creo gustarle así de gorda.

Esa respuesta me pareció absurda porque no en vano su embarazo es lo que había hecho aflorar en mí con renovadas fuerzas mi atracción por las mujeres. Lejos de parecerme obesa, mi prima me parecía el sumun de la sensualidad y su germinado vientre un paraíso que me gustaría explorar. Estaba meditando sobre la conveniencia de ir a verlas cuando la morenita acudió a su encuentro y la acunó entre sus brazos mientras le decía:

-Si no le gustas, es que es idiota. Eres una mujer maravillosa- y reafirmando con hechos sus palabras, comenzó a darle suaves besos por el cuello mientras acariciaba con sus manos esos dos pechos que me hacían suspirar.

Ana todavía con lágrimas en los ojos, se dejó consolar por Teresa y ante mi estupefacción por lo que acababa de oír, se dejó caer a su lado en el colchón. Durante unos minutos, las manos de la oriental recorrieron el cuerpo de la dolida mujer hasta que Ana consiguió relajarse y la excitación volvió a su cuerpo. Cuando no pudo más, se dio la vuelta y plantó un beso apasionado en los labios de la muchacha.

-¿Me harías el amor?- preguntó con voz dulce.

Esa nueva Ana, tan alejada de la estricta ejecutiva que aparentaba ser ante mí, reconozco que me encantó y mientras a través del aparato espía, veía como  se acariciaban mutuamente sus cuerpos, reinicié en la soledad de mi habitación mi paja.

-Me gustaría ser yo quien la consolara- dije en voz alta, reconociendo de esa forma que me daba igual que me hubiesen engañado para llevarme al otro lado del mundo.

Lo siguiente de lo que fui testigo no me defraudo. Teresa, en plan melosa, fue bajando por el cuello de mi prima hasta llegar hasta su pecho, dejando con su lengua un húmedo surco. Surco brillante que me hizo soñar en el día que esas enormes y blancas tetas que lucían coronadas por apetitosos y rosados pezones fueran mías.  Desconociendo que estaba observando desde mi cama, la morenita besó, lamió e incluso mordisqueó esos botones mientras su dueña iba poco a poco perdiendo la razón.

-¿Tú crees que Manuel acepte compartirnos cuando se lo pidamos?- preguntó completamente excitada.

Teresa, soltando una carcajada, levantó su mirada y con voz sensual, le contestó:

-Ni siquiera lo dudes. Ya me demostró que, aunque un poco oxidado, es  un hombre en toda regla- tras lo cual llevó sus hábiles dedos hacia la entrepierna húmeda de su amante e introduciéndolos unos centímetros en su interior, le dijo: -Si no me equivoco, intentara seducirte sin saber que llevas enamorada de él desde que eras niña.

Al oír su consuelo y sentir a la vez esos dedos jugando en su intimidad, Ana abrió los ojos como dos platos y ante mi atenta mirada, comenzó a contorsionarse sobre las sábanas mientras contestaba:

-Ojalá tengas razón, llevo años deseando ser suya.

Teresa comprendió que su jefa se sentía indefensa y no queriendo que siguiera martirizándose, susurró en su oído:

-Sh sh shhh… no pienses en eso y disfruta.

Mi prima le hizo caso y dejando atrás sus miedos, se concentró en los lentos movimientos de los dedos de su amante que poco a poco iban haciendo hervir su sexo mientras desde mi colchón veía, polla en mano, como la oriental masajeaba su hinchado clítoris.

-¡Que buenas están!- chillé ya convertido en un incendio al admirar el lento y sensual apareamiento del que estaba siendo testigo.

Para entonces, la morenita ya se había hecho dueña del coño de su amada y muy lentamente comenzó un discreto mete y saca mientras Ana no paraba de gemir completamente entregada.

-¿Quieres que le llame y entre las dos le convenzamos de ser nuestro hombre?- preguntó Teresa al tiempo que incrementaba su estimulación con dos de sus dedos.

Mi prima incapaz de articular palabra alguna, negó con la cabeza. Asumiendo su papel, Teresa aumentó el ritmo de sus caricias hasta que ya dominada por el deseo, su dulce jefa le clavó las uñas en la espalda, pidiendo que no parara.

-¿Estás segura que no quieres que venga?- insistió la morena al comprobar que Ana movía febrilmente las caderas  en un intento de marcarle la velocidad con la que deseaba ser penetrada.

-¡Debe ser él quien me llame a su lado!- gritó descompuesta al sentir los primeros síntomas de un intenso placer.

En mi lecho y producto del morbo que me estaba dando tanto la escena cómo lo que hablaban entre ellas, comprendí que no tardaría en correrme. En alguna ocasión había escuchado que la fantasía de toda mujer era estar con otra mientras fantaseaban de un hombre y exactamente eso era lo que estaba observando:

“¡Dos bellezas haciendo el amor mientras hablaban de mí como su futuro dueño!”.

No creí soportar más tiempo sin eyacular y por ello, ralenticé el ritmo de mi muñeca mientras en la pantalla, veía a mi prima sollozar de puro gusto.

-¿Te imaginas que es su verga la que te está follando?- siseó Teresa en la oreja a su excitada jefa.

La idea debió de ser la gota que colmó su lujuria porque mi querida y odiada prima colapsó sobre su cama.

-Síííí…..- chilló mientras su sexo se licuaba en las manos de su amante.

Todos mis vellos se erizaron al escuchar el grito de placer que manó de la garganta de Ana pero más cuando prolongando el éxtasis de su amada, Teresa sin dejar de follársela con los dedos, le prometió:

-Manuel ya es nuestro aunque no lo sepa.

Al comprender que esa afirmación era cierta, exploté derramando mi simiente por toda mi cama. Tras unos minutos en los que únicamente vi cómo ambas se quedaban dormidas, apagué el sistema de espionaje de mi tío y mientras intentaba yo mismo caer entre los brazos de Morfeo, decidí que haría realidad el sueño de ese par de brujas, pensando para mí:

«Seré suyo pero ¡tendrán que trabajárselo!».

CONTINUARÁ

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BRIANNA