Mi prima: mi obsesión – el comienzo

Llevo más de 10 años manteniendo una relación con mi prima que excede los límites familiares. Así fue cómo empezó todo. Espero que os guste.

Nota de autor: Antes de nada, me gustaría pedir disculpas de antemano. Es mi primer relato, y como tal, seguro que no estará al gusto de todos, pero tras casi dos años leyendo todo tipo de relatos en esta página, en especial los de amor filial, lésbicos y los de sexo con maduras -cada uno por motivos muy específicos-, me he decidido a relataros mi historia con mi prima, la cual empezó cuando teníamos 13 o 14 años y que se está manteniendo en la actualidad, tal y como lo iréis comprobando con el paso de los capítulos.

Todas las situaciones que se contarán a continuación son reales, pero lógicamente habrá ciertos añadidos que únicamente servirán para embellecer el relato. La única modificación importante estará en los nombres de los protagonistas, los cuáles he cambiado con el objetivo de que al menos algo se quede como privado.

Quizá este primer relato no contenga los tintes sexuales de muchos otros o de los próximos capítulos, pero era necesario una toma de contacto para que os hagáis una pequeña idea de la relación que he mantenido y mantengo con mi prima. También quiero dejar claro que las situaciones sexuales se contarán de forma suave, sin exageraciones de ningún tipo. Tras esta breve pero aburrida introducción, lo mejor es empezar poco a poco con la historia.

En primer lugar, me gustaría presentarme. A diferencia de los protagonistas de muchos de los relatos de esta página, no tengo ni el cuerpo fibroso, ni unos ojazos y tampoco tengo una polla descomunal, más bien soy todo lo contrario. Me llamo Daniel y ahora mismo estoy a punto de cumplir los 24 años. Soy bajito –apenas supero el 1,70-, tengo un pene normal, nada del otro mundo, y como siempre me ha gustado decir, soy ancho de huesos. Mejor dicho, soy bastante ancho de huesos, aunque en los últimos años he ido perdiendo bastante peso.

Por otro lado tenemos a mi prima. Se llama Belén y tiene 22 años. Es más alta que yo, estando cerca del 1,75. Es delgada, tiene el pecho pequeño y un culo que a mi particularmente me encanta. No es ni grande ni abultado, pero tiene algo que me vuelve completamente loco y que en verano no puedo dejar de mirar cuando utiliza el biquini o esos pantalones vaqueros tan cortos que ahora llevan todas las chicas. Los hombres que lo lean sabrán cuáles son.

Ambos vivimos en Madrid, y al ser prácticamente de la misma edad, hemos crecido siempre juntos. Eso, unido a que es hija única nos ha llevado a estar cerca el uno del otro. Hasta los 12 o 13 años, mantuvimos una relación bastante normal entre primos. O bien estábamos a todas horas juntos, o bien andábamos enfadados por cualquier chorrada.

Mis tíos, por suerte, tienen trabajo los dos y sólo tienen el mes de agosto de vacaciones, por lo que cuando había vacaciones en el colegio, tanto en navidad como en los meses de verano, mis tíos no tenían más remedio que dejarla a dormir en casa de mi abuela, que por circunstancias de la vida, está en el mismo bloque que la mía y de la que únicamente nos separan quince escalones.

Todo cambió a partir de entonces y fue cuando nuestra relación dio un giro completamente radical. En el verano del 2004 –nunca podría olvidar esa fecha–, mi prima se tuvo que quedar a dormir en casa de mi abuela puesto que sus padres no podían hacerse cargo de ella por la mañana. Durante los primeros días, no pasó nada raro. Cuando me levantaba, me subía a casa de mi abuela y desayunaba junto a mi prima mientras en la televisión Goku luchaba contra Freezer y Cellulla o mientras Sin-Chan hacía de las suyas.

Tras unos cuantos días así, llegó el día D. Como cada mañana de verano, me levantaba sobre las 9 o las 9.30 y subía los quince peldaños rutinarios hasta plantarme justo delante de la puerta. Ese día, a diferencia de los otros, llevaba las llaves para abrir la puerta y no tener que llamar al timbre, un sonido que despertaba a mi prima y que era la señal de que ya estaba allí para comenzar el día.

El hecho de llevar las llaves quizá fue una simple casualidad o una intervención del destino, pero lo cierto es que ese detalle cambió por completo mi vida. Abrí despacio la puerta y entré en la casa sin hacer mucho ruido. Saludé a mi abuela como cada mañana y nos pusimos a preparar el desayuno. Cinco minutos después, ya teníamos la mesa preparada y sólo quedaba que mi prima se levantase, así que me dispuse a despertarla. Entré en el cuarto donde dormía, que estaba todo a oscuras y donde apenas podía vislumbrar la cama y a mi prima durmiendo plácidamente en ella.

Me acerqué lo más sigiloso que pude a su cama y la llamé sutilmente.

  • Belén -susurré a escasos metros suyos-. Belén, despierta, que se enfría el desayuno.

Mi prima no contestaba, y tras un segundo intento igual de fallido que el primero, apoyé mi mano en su espalda para acompañar mi voz con un suave balanceo y facilitar así la tarea. Sin embargo, tampoco parecía funcionar. Desistí por completo, pero mi mano seguía allí. Realicé unos suaves movimientos en su espalda desde abajo hasta arriba, acariciándola casi en su totalidad gracias al pijama que usaba, que tenía una camiseta que apenas le llegaba al ombligo y que con el movimiento inconsciente de las horas de sueño se le había subido hasta más de la mitad de la espalda. Estuve con ese leve balanceo de mi mano un par de minutos hasta que realicé un movimiento más fuerte con el objetivo de despertarla.

Mi prima se empezó a estirar hasta que abrió los ojos. Cuando lo hizo, le dije que el desayuno ya estaba listo y nos fuimos al comedor. Tanto el desayuno como el resto del día transcurrieron de forma normal, como si nada hubiera pasado. A pesar de que a mis 14 años las hormonas de la juventud ya estaban empezando a hacer su efecto, lo ocurrido hacía unas pocas horas en el dormitorio no cambió en nada mi forma de ver o de tratar a mi prima. Para mí, todo seguía siendo muy normal y natural.

Los siguientes días, volví a la rutina de llamar al timbre, lo que provocaba que mi prima se despertase en ese mismo instante. Sin embargo, a los dos o tres días, cuando estábamos cenando juntos, me dijo algo que aún hoy recuerdo.

  • Dani, cuando vengas por las mañanas podrías subir la llave que tienes de la casa de la abuela y no llamar al timbre, así me puedo despertar de forma más tranquila.

En ese instante, pardillo de mí, no caí en lo que eso suponía, así que asentí sin darle más vueltas al asunto. A la mañana siguiente, cogí las llaves tal y como me había pedido mi prima y entré en casa de mi abuela sin hacer mucho ruido. Como siempre, preparé el desayuno y me puse a ver la tele, pero algo me rondaba la cabeza y me puse a pensar. Casi todos los días, ella se levantaba con el timbrazo de la puerta, pero ahora tenía que ir a despertarla yo, y la única vez que lo hice…

Entonces algo sonó en mi cabeza. Quizá dos piezas de un rompecabezas se juntaron por fin y empezaron a formar una idea en mi mente que se tradujo en dos palabras que a todos y cada uno de los seres humanos ha terminado por maldecirle.

  • ¿Y si….? -mascullé entre dientes sin ser capaz de terminar la pregunta en voz alta.

¿Y si quería que la despertase cómo la otra vez? ¿Y si quería que le acariciase la espalda? Esos pensamientos empezaron a surgir, pero pronto los aparté. “No puede ser, simplemente no querrá despertarse con el timbre de la puerta” pensé para mí. Sólo había una forma de comprobarlo.

Poco a poco me fui acercando a la puerta de su cuarto y la abrí intentando hacer el menor ruido posible. La oscuridad en la habitación era total, lo que me obligó a medir bien mis pasos para no tropezar con alguna silla, algún mueble o alguna zapatilla. A escasos dos metros de ella, me paré. La cordura de la educación católica que había estado recibiendo hizo su aparición, pero apenas me duró unos meros segundos. Avancé con paso decidido y me senté en la esquina de la cama. Mi prima dormía tranquilamente, con una respiración rítmica y pausada que hacía subir y bajar su estómago de forma casi hipnótica. Entonces me decidí.

  • Belén -dije acompañando mi voz con un leve zarandeo-. Despierta ya, que es tarde.

Como era de esperar, mi prima no mostraba ningún signo de haberse enterado. Tras un segundo zarandeo que tampoco la despertó, se dio la vuelta y se puso boca abajo en la cama susurrando algo imperceptible para cualquier oído que no sea humano. Tras un par de minutos que se me hicieron eternos, su respiración volvió a ser profunda. Fue entonces cuando me armé de valor y fui acercando mi mano lentamente hacia la zona de su espalda que no cubría la camiseta.

Una vez que alcancé mi objetivo, me quedé quieto durante unos segundos que parecieron horas. Tras ver cómo mi prima seguía sin mostrar signos de haberse enterado, empecé con un suave movimiento que recorría su espalda desde abajo hasta arriba. Poco a poco fui dibujando círculos, letras o simplemente iba de un lado a otro disfrutando cada milímetro de su piel. Lo hacía de forma tranquila, con un roce muy leve pero a la vez constante.

Tras 10 minutos con ese movimiento, mi prima seguía sin enterarse de nada, así que decidí que lo mejor era parar y despertar a mi prima. Lo hice como la primera vez, zarandeándola y avisándola de que ya iba a ser tarde. Mi prima, al notarlo, se despertó en seguida y me dijo que ya se levantaba. Salí de la habitación con una sensación distinta a la de la primera vez. No sólo me había gustado, sino que algo en mis pantalones se había despertado y ahora deambulaba por la casa con una tienda de campaña bastante visible, la primera que tenía con prima. Con el paso de los años supe que no iba a ser la última.

Durante el desayuno, nuestros semblantes eran como el día y la noche. Por un lado, ella desayunaba tranquilamente mientras buscaba en la televisión alguna de las series que veíamos mientras nos tomábamos nuestro Cola-Cao. Por otro lado, ya no mostraba muestras físicas visibles de lo ocurrido pocos minutos antes en la habitación pero mentalmente alterado y con la cabeza funcionando a mil por hora para intentar aclararme sobre lo ocurrido.

Allí estaba yo, con mi tostada en una mano y en la otra el vaso de leche. Sin embargo, mi vista en ningún momento se posó en la televisión o en el desayuno. No podía dejar de mirar a mi prima. ¿Se habría enterado de lo que había hecho? ¿Si así era, por qué no lo había intentado parar? ¿Acaso habría estado dormida de verdad? Para estar más tranquilo, opté por aceptar la tercera opción y fue entonces cuando tomé la decisión más importante en mis 15 primeras: Si ella no se quejaba ni se enteraba de nada, ¿quién era yo para estropear aquello? Entonces supe que siempre que hubiese ocasión, me acercaría a su cama y lentamente le acariciaría la espalda, siempre de forma tranquila y sin movimientos bruscos.

Así se fueron sucediendo los días de junio. Día tras día, la misma rutina cada mañana. Abría la puerta con la llave, preparaba el desayuno y cuando la mesa ya estaba lista, me dirigía al cuarto donde dormía para comenzar con aquello que me estaba empezando a encantar.

Quizá por lo inocente que era con esa edad o quizá porque era la forma más fácil de asumirlo, para mí siempre que entraba en su dormitorio y poco a poco rozaba su espalda con la punta de mis dedos lo hacía mientras ella dormía. Nunca me detuve a pensar durante más de un minuto si ella estaba al tanto de todo esto, hasta que a comienzos del caluroso mes de julio un nuevo cambio llevó la relación al siguiente nivel.

Como cualquier chaval de mi edad, el sexo era uno de los temas recurrentes entre la pandilla de amigos. Cada uno de nosotros relataba de forma exagerada los encuentros con el sexo opuesto, y como yo no era menos, siempre adornaba cualquier escarceo con alguna de las amigas de clase, con las cuales nunca pasé de la primera fase.

Mis intentos fallidos por avanzar con alguna de las chicas con las que estuve fueron uno de los aspectos fundamentales que afectaron al cambio en mi relación con mi prima y me llevaron a dar el siguiente paso. Una mañana, tal y como había hecho durante casi todo el último mes, me dispuse a realizar la rutina de siempre.

Entré en la casa de la forma más sigilosa que podía. Tras preparar el desayuno y esperar unos cinco minutos en el comedor, entré en la habitación donde mi prima descansaba ajena a todo. Tal y como era costumbre, me acerqué a ella con mucha cautela hasta sentarme en la esquina de su cama.

Aunque ya me conocía palmo a palmo su espalda tras cuatro semanas así, me dispuse de nuevo a abordar la situación. Tras unos cinco minutos en los que recorrí milímetro a milímetro su piel, los relatos de mis compañeros con sus novias estaban más que presentes en mi mente y me lanzaron a probar algo más arriesgado.

Mis movimientos por su espalda eran continuos. Sutiles caricias que hasta el momento siempre me habían bastado, pero que dejaron de ser suficiente. Tras varios minutos, decidí dar un paso adelante y mi mano pasó del centro de su espalda a los costados, recorriendo nervioso el lateral de sus pechos. Ese tacto tan blando me llevó a la gloria, y ante la permisividad de mi prima, que parecía dormir ajena a todo lo que ocurría a escasos centímetros suyos, continué sin más dilación.

Tras varios minutos, y como cada vez, me dispuse a despertarla, pero a diferencia del resto de las veces, mi prima se dio la vuelta y se quedó boca arriba. En ese preciso instante creí que se había despertado y se había dado cuenta de todo, pero seguía con una respiración tranquila y profunda, así que me lancé a por todas.

Tembloroso como estaba, puse mi mano a la altura de su estómago y allí permaneció durante unos instantes. Viendo que no pasaba nada, comencé con mis caricias. Poco a poco me fui armando de valor y deslizaba la mano por todo su ombligo hasta llegar al comienzo de su pantalón de dormir. Recorrí en dos ocasiones la tira del mismo, recreándome en la segunda como si me fuese la vida en ello.

Desde el ombligo hasta el comienzo de sus pechos no habría más de 40 centímetros, sin embargo, tal y como yo me encontraba, me parecieron 40 metros. En el primer momento en que me acerqué peligrosamente al inicio de sus juveniles senos, desande todo lo andado y volví a poner mi mano a la altura de su ombligo. Entonces, aún con el corazón encogido, fui subiendo mi mano muy lentamente, con el oído en estado de alerta por si acaso mi prima realizaba cualquier signo de despertarse.

Cuando llegué de nuevo a sus pechos, me paré de nuevo y tuve una nueva tentativa de hacer retroceder la mano, pero en lugar de eso, me armé de valor y traspasé la última frontera que me quedaba. Mi mano, experta en su espalda, recorría sus senos de forma torpe, sin saber muy bien dónde dirigirse. De sus pechos, volví de nuevo al ombligo y viceversa. Así estuve durante un buen rato, menos del que me hubiese gustado pero que me estaban encendiendo hasta llevarme a un estado que nunca jamás había experimentado.

Cuando creía que todo había acabado, me preparé como cada ocasión para irme. Le bajé su camiseta hasta dejársela perfecta, sin ningún signo de lo que allí había ocurrido. En ese preciso momento, mi prima pareció despertar y me agarró el brazo, que ya comenzaba su camino de vuelta a su lugar original. Ese movimiento, aparentemente involuntario, dejó mi mano de nuevo al alcance de sus pechos, y como tal, volví de nuevo a la acción. Pasé la yema de los dedos por ellos, y con el paso de los minutos, mi mano parecía reconocer cada rincón de sus tetas.

Tras más de 15 minutos en los que recorrí sin tapujos todo su cuerpo -de cintura para arriba- y en los que disfruté como un niño con zapatos nuevos, consideré que ya era buen momento para acabar con aquello. Desperté a mi prima como lo había estado haciendo durante todos esos días, pero temeroso de cómo podríamos estar en el desayuno. Sin embargo, tal y como había sucedido siempre, ella se mostraba normal, sin ningún gesto ni ninguna mirada que reflejase que sabía lo que había ocurrido en la cama.

Fue entonces cuando tres cosas me quedaron claras. La primera, que mi prima se hacía la dormida todo el tiempo. La segunda, que le gustaban esas caricias que le proporcionaba y que no parecía importarle que fuésemos familia. Y la tercera, que por mi parte no tenía pensado dejar pasar ninguna oportunidad que se presentase para seguir disfrutando del cuerpo de mi prima.

Este es el primer relato de la serie. Como ya dije, los contenidos sexuales son escasos y lo que predomina son las situaciones eróticas. Al ser mi primer relato, agradeceré cualquier comentario y cualquier sugerencia para los próximos capítulos (siempre y cuando haya gente dispuesta a leerlos). Aquí dejo mi correo por si alguien desea contactar conmigo.

rolando.deschainvii@gmail.com

Un saludo.