Mi prima... borrachita
Durante la celebración de una boda una de mis primas bebe más de la cuenta y tengo que llevarla a su casa sana y salva, previo paso por mi apartamento-picadero para que se recuperara y demás...
En el convite de la boda de mi hermana Isabel, hace ahora siete años, me tocó sentarme en la misma mesa que nuestros primos y primas y, la verdad, lo pasamos de guinda recordando anécdotas y travesuras de la infancia, aunque también bebimos alcohol hasta por las orejas. La que peor aguantó los copetines fue Marisa, una prima casada, de treinta y cuatro años, la mayor del grupo, que había venido a la boda sin su marido «en viaje de negocios».
Brindis va brindis viene, la mencionada primita se agarró un pedo del quince y, aunque estas celebraciones familiares suelen durar hasta el amanecer, ya a las doce de la noche no se tenía en pie y me pidió que la llevara a su casa, situada en un barrio residencial de las afueras. De entrada me cabreó que me eligiera como chófer habiendo más primos con coches, pero lo hizo así porque, según dijo, yo era «muuuuy buen chico ¡hip! y muuuuy serio ¡hip! y muuuuy responsable ¡hip! ¡hip!». La pobre no acertaba ni una. Su psicología etílica fallaba más que las escopetas sin balas.
Claro que, viendo su lamentable estado, no tuve más remedio que ayudarla y, para evitar que diera la nota ante tantos invitados, le expliqué la situación a uno de los camareros, éste lo habló con su jefe, y al final me permitieron sacarla por una puerta trasera que daba a las cocinas y a un callejón. Marisa iba sujeta a mi cintura como si le fuera la vida en ello, sabiendo instintivamente que si se soltaba caería a plomo. Antes de subirse en el coche me pidió que la acercara a un árbol que había al cruzar la calle y, apoyándose en él, echó una vomitona de campeonato. Dado que el espectáculo resultaba asquerosillo, yo me distraje analizando la anatomía de mi prima de pies a cabeza, y enseguida la retraté: Marisa era mujer guapetona, de ojos verdes (aquella noche turbios) y media melena castaña, algo pasadita de kilos, pero buenorra; una maciza de carnes prietas y ricas, con un culo pera apoteósico, nalgudo, y tetas grandotas y empitonadas. Yo tenía entonces veinticinco años y andaba salidillo porque llevaba tiempo sin chingar; lógico que pensara en lo chachi que sería poder beneficiármela durante un buen rato antes de soltarla.
Una vez conseguí que entrara y se sentara en el coche, cosa que no fue nada fácil, ella permaneció cabizbaja y somnolienta. Yo le sugerí que sería mejor que no fuera tan borracha a su casa porque sus adinerados suegros (dueños del chalet donde vivía) le echarían una bronca de cuidado y encima se lo chismearían con detalle a su marido. Otra razón para no ir en aquel estado era que, de hacerlo, daría un pésimo ejemplo a su niñita, la única hija del matrimonio, puesto que seguramente se despertaría con tanto griterío. A mí me congratuló que ella contestara a todo que sí (¿o sería «hip»?), una actitud que mantuvo también cuando le propuse que fuéramos a mi apartamento para que descansara un par de horitas y se tomara unos cafés oscuros y calentitos, ya que así yo la dejaría luego en su casa «como nueva» y a una hora que no levantaría sospechas al ser la normal de regreso tras la celebración de una boda familiar. No me rechistó lo más mínimo, pero, grogui total, me da que a esas alturas ya no se enteraba de nada.
Cuando llegamos a mi bloque de apartamentos tuve la suerte de poder aparcar justo delante del portal, pero aun así fue una odisea hacerla entrar en el edificio y conseguir
que entrara al ascensor, y ello pese a que soy un tipo más o menos cachas y que mide
1.85 cms. Marisa no oponía resistencia, pero era incapaz de dar dos pasos seguidos. Yo estaba temiendo que nos viera algún vecino porque más parecía que estuviera cargando con un fiambre que con una borracha tetuda. Menos mal que a trancas y barrancas fui superando todos los obstáculos y siete u ocho minutos después ya alcanzábamos mi apartamento, en la séptima planta. Antes de abrir la puerta miré a un lado y a otro para cerciorarme de que no hubiera nadie observándonos, luego abrí, la hice entrar, y cerré sin hacer el menor ruido… Por fin tenía a la prima Marisa en mi terreno y en mi picadero favorito. Hasta ella parecía sentirse allí más relajada e incluso diría que recuperó algo de tino, si bien seguía trompa perdida…
—No seas abuuuusador, primo ¿eh? ¡Hip! ¡Hip! ¿Te crees que no me doy cuuuuenta
¡hip! o qué?
Me dedicó esas frases, hipando y arrastrando las palabras, debido a que nada más entrar le metí mano por debajo del vestido y le sobé su carnoso culo mientras la conducía hacia el dormitorio.
—Lo siento, Marisa... Ha sido sin querer, un despiste de nada, aunque debo reconocer que tu culito está de vicio.Hacía tiempo que no magreaba uno tan rico.
Cuando entramos en el dormitorio ya no me anduve con rodeos y le saqué el vestido por la cabeza, aunque, eso sí, mientras lo hacía tuve la deferencia de darle una explicación:
—Te quito tu vestidito de fiesta para que no se te arrugue ni se te estropee y para que duermas cómoda y fresquita, que está haciendo un calor del demonio.
—Buuuueno…Sí… ¡Hip! Es un vestido ¡hip! muuuuy caro.
Verla en bragas y sujetador me excitó sobremanera. Era una hembra mucho más escultural de lo que pensaba. Su cuerpo no tenía desperdicio.
— ¿Sabes qué, prima? Te voy a quitar también el sostén para que duermas sin apreturas. Creo que dijo algo así como que no se lo desabrochara, pero no le hice maldito caso...
Las tetas al aire le lucían firmes, turgentes, de buen calibre, y sus pezones oscuros se
levantaban sobre anchas aureolas, también oscuras. No me resistí a darles varias chupadas ante la mirada turbia-atónita de ella, que no atinaba a pronunciar palabra; luego le bajé las bragas hasta los tobillos, hice que se sentara en los pies de la cama, le quité los zapatos y le saqué las bragas del todo, dejándola completamente en pelotas. Su coño, de labios extremadamente rojos, sobresalía entre una abundante y tupida mata de pelo negro y rizado. La eché hacia atrás en la cama y le chupé y le lengüeteé el clítoris y todas las
zonas aledañas. Me pareció que reflejamente abría algo las piernas para facilitarme la tarea, pero también que protestaba algo...
—¡Hip! Te estás pasando, David…¡Hip! No me reeeespetas… Soyuna muuujer casada
¡Hip!... Teeengo una hija ¡Hip!... Te denunciaré a la policía…
Tampoco era cuestión de precipitar los acontecimientos ni armar un lío. Le dije que tenía
razón, que me perdonara, que caí en la tentación porque su coño era una «maravilla maravillosa», una «delicatesen»… También le prometí al oído que la dejaría tranquila un buen rato, pero primero la acomodé bien en la cama y la arropé con una sábana y una colcha fina no sea que en una de éstas se me constipara. Nada más colocarla así, Marisa se durmió como una marmota, resoplando y roncando, y yo aproveché el impase para tomar vaso de leche en la cocina mientras maduraba mis planes de asalto a su cuerpo. Volví a la habitación quince minutos después y me desvestí poco a poco, con toda la pachorra del mundo. Quería dar tiempo a que mi primita pillara el sueño lo más profundo posible para yo poder campear a mis anchas.
Al rato me metí en la cama y me coloque de costado, en paralelo a ella. A mi polla le bastó rozar unos segundos la piel suave de su culo para ponerse gorda, dura, venosa, grande y cabezona, calibre 19-20 centímetros. Marisa no paraba de roncar pese a que yo me pegaba a su cuerpo con fuerza, salvajemente, mientras pellizcaba y tiraba de sus peones. No tardé en rebuscar en la selva negra de su entrepierna hasta encontrarle el chocho y meterle un par de dedos para comprobar que estaba húmedo y para fijar el punto de entrada. Al poco ya tuve que sacarlos para dejarle el sitio a mi polla. Se la clavé entera, toda, hasta el tope, hasta que mis huevos chocaron contra sus nalgas. Mi primita sorprendentemente siguió sin despertarse aun cuando me la estuve follando sin tregua, con penetraciones fieras, profundas, a un lado y a otro, a ritmo rápido y a marcha lenta, con movimientos de pistón y con arreones frenéticos. El suyo era un coño carnoso, labial, rodeado de una pelambrera que no hubiera podido cubrir ni con un plato; un coño acogedor, succionante, que hasta parecía poco usado. Cuando me corrí le vacié medio depósito en el interior, bien adentro, y el otro medio fuera, inundándole el pubis con ríos de leche espesa y caliente. Ella continuaba dormidita, pero su coño había disfrutado la penetración, el rencuentro con una buena polla.
Allí se quedó mi primita Marisa, larga, descansando a pierna suelta y pensando, tal vez, si aquello nuestro había sido real o un sueño. Yo me volví a la cocina a reponer fuerzas con pistachos, nueces, aceitunas, una rebanada de pan y una bebida de cola. Poco después ya estaba de nuevo bravo como un toro y dispuesto a empitonarle el culo, aquel gran culo que captó mi atención nada más verla, un culo pera carnoso, de nalgas grandes pero modeladas, robustas, duritas, con hoyitos. Cuando regresé al cuarto pensé que Marisa, seguramente soñando, había adivinado mis propósitos. Mi prima dormía en la posición exacta, boca abajo, centradita en la cama, y con su culito en pompa. Yo ajusté más la posición colocándole una almohada bajo el vientre para que su culo estuviera a mejor altura, más expuesto. Primero me afané en lengüetearle toda la zona, raja abajo, raja arriba. Se la dejé bien empapadita por todos lados, pero aun así preferí untarle el agujerito con crema lubricante yme di también en la polla.
Con toda aquella carne ya lista y a mi disposición, me encaramé sobre ella, apunté la polla al hoyito donde tenía que apuntarla, y al tercer o cuarto intento logré meterle un buen trozo, y luego otro y otro. Veinte centímetros de polla gorda y dura sodomizando aquel culo pelón, virgen o que al menos no había conocido nada tan grueso como mi verga. Era un recto estrecho y ardiente que me la embutía a la perfección, como si estuviera modelado a mi medida. Aquí mi prima sí que se despertó y encima hecha un basilisco con malas pulgas. A grito pelado me ordenó que se la sacara porque le dolía una barbaridad y, según ella, le estaba haciendo hasta sangre. Ni caso. No sólo no aflojé lo más mínimo, sino que me lo follé como nunca he follado a un culo, entrándole a saco sin darle respiro, inflándolo a pollazos despiadados, dándole guerra sin cuartel y a ritmo frenético, invadiéndole hasta el rincón último. Me corrí bestialmente todo lo adentro que pude, y pese a ello un riachuelo testimonial de semen, mezclado con algún hilito de sangre, salió al exterior raja abajo. Marisa aún mordía y arrebujaba la sábana bajera. Lloraba desconsolada mientras yo me mostraba tierno y cariñoso tratando de calmarla. Me dijo varias veces que yo era un maldito cabronazo hijo de puta, y otras lindezas por el estilo, pero poco a poco conseguí que se durmiera otra vez…
Cuando mi prima se despertó yo ya la tenía bien limpita por todas partes y con sus
braguitas y su sostén puestos. Ella sólo tuvo que ponerse su trajecito de fiesta estampado
y venirse conmigo a la cocina. Una cafetera de café recién hecho la estaba esperando. Se tomó dos bien oscuros, pero no quiso comer nada. Habían pasado casi tres horas, pero todavía estaba embotada si bien ya caminaba por sí sola sin caerse. Me pidió que la llevara a su casa y, caballeroso que soy, la devolví a su hogar salva, entera y sobria. Yo regresé a la fiesta nupcial en busca de otra prima, o de una cuñada, o de una amiga de la hermana del novio que todavía quedara por allí. Quería otro coño y otro culo. Lástima que la vieja que se me pegó, también borracha, no estuviera para muchos trotes…
Tres días después le eché cojones y llamé Marisa. Me dijo que su marido ya había vuelto del viaje, pero que en ese momento sólo estaban en casa ella y su hijita y que podíamos hablar sin problemas de escuchas ajenas. Ella me recordó que yo había sido un hijo de puta abusador y yo le conté de pe a pa todo lo sucedido, desde su vomitona en el árbol hasta mi gran corrida en su culo. Le eché cara al asunto y le pregunté si estaría dispuesta a repetirlo todo cuando su marido realizara otro viaje de negocios, aunque naturalmente con ella sobria y bien despierta. No me dijo ni que sí ni que no. Ha pasado casi un mes y no me ha llamado. O es que ella no quiere que haya segunda parte o que la maldita crisis económica me está jodiendo el plan por la falta de negocios. Pero espero (y esperen) nuevos acontecimientos…