Mi prima (5)

Cómo los miedos desaparecen.

Mi prima V

Cómo los miedos desaparecen

Debo confesar que ese lapso entre las dos visitas de mi prima, me habían causado un acto reflejo de estirar la mano hacia el costado de mi cama donde ella dormía; y muchas veces entre sueños me descubrí acariciando el piso, medio dormido. Ardía de deseo, de calentura. Me masturbaba pensando en ella.

Como ya mencioné, volvió a visitarnos quince días después. Ella aparentemente había tenido discusiones con los padres porque hacía pocas cosas en la casa, no ayudaba en nada. Cuando llegó, me llevé tremenda sorpresa; no la esperaba. Arribó un día a la mañana, golpeando las manos; al verla sentí de súbito que todo estaba bien, que nada había pasado ¿Cómo se explicaría entonces (en el hipotético caso de que estuviera enojada) que volviera a casa, para quedarse a dormir por unos días?

La convivencia fue normal, no con el nivel de confianza de la anterior vez, pero nos llevábamos bien, charlábamos, no reíamos juntos. Era como antes de la anterior visita, cuando no tenía ninguna especie de deseo sexual con ella.

Sin embargo, su actividad seguía inalterable desde la última vez: chateaba mucho tiempo, y se dormía bien tarde, extenuada. Al acomodar el colchón, juzgué que por olvido no lo alejara. Yo tímidamente, muy tímidamente, le echaba mano encima.

Por supuesto, mi actividad de olerle las tangas y las ropas continuó.

Un día a la mañana, mi padre vino a despedirse de mí. Yo estaba despierto de la calentura que tenía por estar durmiendo en la misma habitación que mi prima, no porque quisiera madrugar. El se despidió de mí, adelantándome a qué hora volvería.

Quedamos mi prima y yo solos en la casa. Ella, acostada boca abajo, apenas mi padre hubo partido, me preguntó si él ya no estaba en la casa, si se había ido a trabajar. Le contesté que sí. Ella me pidió si le podía hacer un masaje, ya que le dolía la espalda. Yo accedí, realizando el mismo desde arriba de la cama. Corrió sus cabellos de entre sus hombros, y procedí al masaje. Masajeé su espalda, sus hombros, sus caderas. Volví a repetir el proceso del masaje de la vez anterior: masajeaba sus pies, hasta sus cuadriceps, volvía arriba, y luego de a poco me le iba animando al culo.

Gradualmente, algo que primero no me había dado cuenta, mi prima iba subiendo de posición su ojete. Lo elevaba, se iba arqueando. Yo continuaba el masaje, cada minuto más atrevido, hasta que la altura a la cual se encontraba su culo me evidenciaron que ella buscaba que la tocara más íntimamente. Despacio, el masaje se centró únicamente en la zona del culo y sus piernas. Rozaba su concha, y segundo a segundo me animaba más y más. Ya prácticamente tocaba su concha con la palma abierta, por sobre la ropa.

Cuando masajeaba sus caderas, bajaba sutilmente su pantalón. Sus caderas se hamacaban en el aire, como rogando más acción. Entonces dejé de dar vueltas y le bajé el pantalón hasta los tobillos, dejándola en ropa interior. Tocaba su bombacha, metía mis dedos por debajo de ella, manoseándole el culo como un hereje, hasta que entro en contacto con los labios de su concha. Cuál fue mi sorpresa cuando veo que tenía el dedo lleno de sangre. Mi prima me dijo ‘Andá a buscar algo para limpiar’.

Ya estaba... era el signo, el momento cúlmine: mi prima me pedía eso porque su intención era que yo la tocara en la concha. Lo curioso es que estuviera otra vez indispuesta. ‘Qué suerte la mía’, pensé para mis adentros. Sin preludios fui a buscar pañuelos descartables al baño. Esta vez me animé a mirarme en el espejo: veía un rostro somnoliento, pero con signos de júbilo y morbosidad.

Volví y le saqué la tanga y el pantalón. Su bombacha evidenciaba una toalla femenina, llena de sangre. Con cariño, le limpié la concha; por fuera primero, y luego abriendo sus labios y limpiando lo que tenía a mano. Acto seguido empecé a tocarla. Mi prima continuaba boca abajo, vestida únicamente con una camisola muy transparente y holgada, que dejaba entrever que no llevaba corpiño. Luego de mandarle mano en la raja, me bajé de mi cama, y me puse detrás de ella, que tenía su culo levantado a más no poder, y pasé mi lengua por su concha.

Qué manjar esos genitales, con rastros de sangre, no lo niego, pero deliciosos al fin, por su humedad de perra, y su posición que dejaban su zona más oculta totalmente a mi merced. Me alejé un poco y la contemplé: tenía a mi prima de 21 años con el culo apuntándome a la cara, con la concha al aire, y no sólo eso... estaba de acuerdo y ella misma había propiciado la situación!! Chupé su concha: sentir la sangre por la menstruación, era inevitable, pero eso no quitaba nada de erotismo a la situación, más bien lo aumentaba.

Con mi lengua recorría de arriba abajo su vagina y sus labios. Abría su cueva con mis manos, le metía los dedos, y succionaba su clítoris con pasión desmedida. Hundía mi nariz hasta el fondo de su vagina, con calentura y gozo. Chupándola, ella dejaba flotar sus piernas en el aire, con las rodillas apoyadas, y me abrazaba con las piernas por detrás de la espalda. Alternaba entre chuparle la conchita y el culo. Su ojete era precioso!! No tenía pelos, y era bien blanco, además estaba perfectamente limpio.

Metía un dedo en su culo pero ella lo fruncía, aún habiendo lubricado mi mano. Se notaba que su deseo era recibir un cunninlingus antológico de mi parte. No me negué a sus deseos insinuados, y continué mamándole la zona genital con locura, jugando con su generosa mata de pelos, frotándola y chupando, abriéndola y metiendo los dedos. Tal era mi excitación, mis deseos de satisfacerla, que me olvidé de mi propio cuerpo. No deseaba otra cosa que darle goce, así que ni siquiera atiné a tocar mi pene. Volaba de magnanimidad, me sentía tan caritativo, afortunado y caritativo.

Quise cambiar la posición, así que le hice seña para que se diera vuelta, y poder verle la cara mientras le chupaba la concha. Proseguí el ejercicio, y le tocaba una teta mientras tanto. De repente ella coloca su mano por encima de su clítoris, y comienza a frotarse con demencia. Yo me acuesto a la par de ella, y le beso las tetas, que se las saqué de la camisola, para apreciarlas en plenitud. Luego bajé y le miraba el aljibe, que con tanta energía frotaba. Acaricié su abdomen, y chupaba todas sus piernas. Su concha había pasado a ser propiedad masturbatoria.

Enseguida, empezó a largar pequeños gemidos, y yo miraba encantado esa concha frotada a velocidad demoníaca. Largó un grito de placer, un gemido profundo, y algo de sangre mezclado con fluidos emergió de su cavidad. Lo limpié (todavía guardo ese pañuelo) y le besé la concha.

Volví a ponerme a la par de ella, me acosté al lado y pensé ‘ahora es mi turno’; así que saqué mi verga de mi pantalón, tomé su mano y la dirigí hacia mi palo chorreante. Ella la quito y me dijo ‘no, ya suficiente con lo que pasó’. Quedé pasmado. Era un acto egoísta, pero volaba de alegría al haberle practicado tan hermoso cunninlingus. La ayudé a ponerse el pantalón y la bombacha. Ella fue al baño, estuvo un rato, volvió, y fue mi turno de higienizarme. Cuando me miré en el espejo, mi rostro ostentaba una enorme barba de sangre, frente a la cual sólo sonreí morbosamente.

Ella me pidió si podría ir a comprarle toallas femeninas, ya que se le habían terminado. Pese a ser las ocho y media de la mañana, acepté, y fui gustoso, las compré sin vergüenza y se las di, con el pensamiento fijo en que estarían en contacto con la concha que yo acababa de mamar.

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