Mi prima (3)

Cómo del fetichismo pasé al voyeurismo, y de éste al contacto. Tanto desear a mi prima iba a desembocar en algo, no sabía hasta ese momento qué, pero tenía esa certeza, a medias, una certeza nebulosa, pero certeza al fin de que algo sucedería.

Mi prima III

Cómo del fetichismo pasé al voyeurismo, y de éste al contacto.

Tanto desear a mi prima iba a desembocar en algo, no sabía hasta ese momento qué, pero tenía esa certeza, a medias, una certeza nebulosa, pero certeza al fin de que algo sucedería.

Como ya mencioné, ella pasaba muchas horas chateando y navegando por Internet. En ocasiones se quedaba haciendo esto hasta altas horas de la noche, incluso amanecía con el msn abierto, mostrándose por cam.

Yo estaba a más no poder, de día charlaba con ella y a los quince minutos el palo me reventaba en sangre, entonces iba al baño, o al fondo de mi casa, a un galpón chico, y me masturbaba.

Cuando creía haber cruzado la línea, siempre me encontraba con que podía dar un paso más allá de ella, o que (para mi sorpresa) la línea la retransitaba incontadas veces. Me refiero a los límites entre lo morboso y lo enfermizo, la perversión en estado crónico. Así comencé a esperarla a ella por las noches hasta que volviera de chatear. Una aclaración importante es que ambos dormíamos en la misma habitación: yo en mi cama, y ella en un colchón en el piso, al lado de la cama. Esto era más que nada porque mi prima no tenía horarios a la hora de chatear. Otra aclaración importante es que ella dormía vestida igual de cachonda que como vestía despierta; incluso más, porque las posiciones del cuerpo en el sueño inflaman los sentidos del voyeurista.

Al volver para acostarse ella, y cuando yo la creía dormida, en plena oscuridad me desnudaba y me masturbaba dos o tres veces, distinguiendo su silueta por la tenue luz de encendido del televisor. Había ocasiones en que la oscuridad era mucha; pero esto no apaciguaba mis bríos onanistas, y yo procedía a la autosatisfacción de manera desbocada.

Mientras ella chateaba, y yo esperando en mi pieza, muchas veces la sola idea de masturbarme cuando ella llegara, me provocaban tales calenturas que llegué a tocarme antes de que ella terminara de chatear. Las madrugadas eran un martirio: no podía bajarme las erecciones, no podía conciliar el sueño de tanta excitación. Llegaba a levantarme en varias ocasiones a tomar gaseosa, a fin de enfriarme un poco. Con esto, paulatinamente agregué otra costumbre a mis por entonces enciclopédicas actitudes morbosas: muchas veces le ofrecía gaseosa, o algo para comer, y en cuanto ella accedía, iba a la cocina a preparárselo, y rozaba mi pene con su comida, o introducía mi erectísima verga lubricada con presemen en su vaso de gaseosa o jugo; luego gozaba al verla tomando.

Las noches eran un suplicio; yo luchando por no dormirme a fin de masturbarme al lado de mi hermosa prima mientras ella dormía. Pero en ocasiones terminaba rendido, resignado a masturbarme con el pensamiento de ella al lado mío. Un día, el desasosiego y la calentura me cegaron (sumados al sueño), y me levanté completamente desnudo, y me paseé hasta la cocina. Yo me tapaba pero a la vez estrangulaba mi falo, mientras ella me preguntaba qué estaba haciendo. Recuerdo haber gesticulado y balbuceado incoherencias, haciéndome el chistoso, e irme a acostar para echarme una eyaculada que llegó hasta mi pecho.

Dormía muy poco, porque esperaba a mi prima hasta altas horas de la madrugada, y luego me despertaba temprano para tocarme apreciándola dormida. Estaba hecho un zombi, tanto por las pajas que me hacía como por sueño y calentura.

Una noche decidí ir un poco más lejos, y mientras la observaba dormida, pasé mi mano ligeramente por sus caderas. Un estremecimiento me dominó el cuerpo: temblaba de terror a que ella se diera cuenta lo que hacía. Aunque el contacto era mínimo, mis miedos eran altísimos, desorbitados, fuera de este mundo. El cuerpo entero envuelto en un calor de fiebre, y el punto neurálgico de las caricias, mis manos, totalmente frías. Era un terror morboso, que pocas veces experimenté. El terror del pérfido furtivo, me helaba la sangre, me calentaba los poros, y me enfriaba a muerte las manos. A fin de que no se diera cuenta, frotaba mis manos contra mi cama, o me las pasaba por el cuello y la cara (sin dudas mis pares más calientes del cuerpo). Cuando alcanzaba cierta temperatura, volvía a tocarla. Me tomó uno o dos días atreverme a más; tocar sus piernas, su culo, su abdomen, sus tetas; aunque siempre por encima de la ropa. Es casi tautológico mencionar que me masturbaba locamente. Una estrategia que usaba en caso de estar durmiéndome, era acostarme boca abajo, con un brazo colgando hacia el lado de la cama donde se encontraba su colchón. Me hacía el dormido para no atribuir mi posición al toqueteo.

Cierto día, a la mañana después de haber mi prima chateado muchas horas, me pide que le realice un masaje para descontracturarla. Yo procedo, con un poco menos de culpa porque ella me lo pedía, aunque en mi cabeza rememoraba esos toqueteos furtivos que le propinaba noche a noche. Me cansé enseguida de realizarle el masaje estando ella sentada, por lo que le aconsejo que se acueste. Vamos a la pieza y la acuesto boca abajo... (ay! Era tan parecido a las noches) , y comienzo a masajearle los hombros, el cuello, a espalda completa, la zona lumbar, y llego hasta unos dos dedos abajo del cóccix, casi apoyándome en el principio de la raja del culo. Extiendo el tiempo del masaje todo lo posible; las manos no me dolían nada: era más el dolor de verga de calentura. Masajeé su zona lumbar llegando hasta casi el abdomen, dándole vueltas a su cadera; le masajeé hasta la cabeza. Pero eso no fue más que hasta ahí.

Los masajes se repitieron algunas veces, de día y de noche, nunca con continuidad, pero no me importaba. Una noche me pidió que la masajeara; ella terminaba de venir de la computadora. Yo repito el mismo proceso que la primera vez: le masajeo el cuerpo desde arriba hacia abajo hasta el cóccix; después tengo una ocurrencia (una osadía, porqué no): le empiezo a masajear los pies, subo por los tobillos, hasta los gemelos, los cuadriceps, hasta el borde de los glúteos. Soslayé esa zona; alternaba entre masajearle arriba y abajo del cuerpo. Cuando la vi en un estadio intermedio entre relajada y dormida, me animé y le masajeé el culo, primero con la mano plana, luego iba haciendo círculos con mis manos más cerradas ya, era un tacto divino. Masajeaba con ternura sus cachetes del culo, de a uno, y rozaba tímidamente la zona de su concha. No la sentía directamente pero rozaba y sabía que debajo de eso estaba su tajo, el que tanto le había sentido el olor y el gusto con sus bombachas. Proseguí el masaje hasta cansarme. Estaba tan pasmado que me olvidé de mi pija por ese instante precioso. Cuando frené, ella parecía dormida profundamente, relajada, eso sí; y al cabo de un rato se dio vuelta y se tapó. No sabía si ella había sentido mi tacto sobre su culo, pero yo estaba jubiloso. Esa noche me masturbé con un embeleso hasta ese entonces inigualable.

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