Mi prima (2)

Sigo fascinado por el olor a hembra de las tangas de mi prima.

Mi prima II

El día después de que se quedaran a dormir mi tía, mi primo y mi prima (estando concertado que ésta última se quedaría unos días), se volvieron a su casa mi tía y mi primo, luego de desayunar con mis padres y conmigo.

La época del año era intermedia, entre la actividad laboral plena de mis padres, y el receso vacacional, así que me encontraba muchas horas con mi prima los dos solos en la casa. Normalmente hasta mitad de la tarde.

Luego del episodio secreto de la bombacha, empecé a mirarla con otros ojos. La veía de modo muchísimo más sexual. Para colmo, ella solía usar pantalones de tiro bajo que, al complementarse con su figura algo (aunque no muy) rolliza, dejaban poco a la imaginación, y mucho a la vista.

Los días no eran muy distintos: desayunábamos juntos, mirábamos telenovelas juntos (ya que ella es asidua a ese género), almorzábamos, seguíamos viendo tele, y conversábamos superfluamente. Claro que yo, con mi nueva fijación sexual por ella, aprovechaba y le proponía que limpiáramos la casa, o atendiéramos el jardín de la casa... todo con tal de verla agachada enseñando parte de su culo.

Cuando ella se enteró de que en la computadora teníamos banda ancha, se distanció un poco más la convivencia que teníamos, y ella compartía más horas con sus contactos de msn que conmigo. De más está decir que, primitivamente, sentía celos, pero atenuados por lo incestuoso del asunto. Yo aprovechaba casa vez que se bañaba para oler y saborear con la boca, sus tangas lavadas. Era delicioso, francamente delicioso.

A la semana, ella dejó de lavar sus tangas, valiéndose del lavarropas para hacerlo. Así que yo pasaba media hora o incluso una hora oliendo sus ropas íntimas sin lavar. Era doblemente placentero; cómo la zona de contacto con su raja olía a cornalitos, y también esa agriedad punzante (no obstante bella) del hilo del culo. En secreto, aprovechaba efímeras ausencias de ella en la casa, para abrir su bolso y acariciar con dulzura sus bombachas, sus tangas, sus culottes, y maravillar mis sentidos con el tacto de los encajes, del algodón, de la lycra. Cierta ocasión aproveché para fotografíar su ropa interior, desde varios ángulos, incluso envuelta en mi pija.

Mi fetichismo fue incluso más allá, llegando a oler pantalones, corpiños, remeras, tops o toallas de baño, que ella había usado recientemente. Los pantalones no eran lo mismo que el olor puro de hembra que tenían las tangas, pero la transpiración era un bello condimento también.

En cierta conversación me entero de que ella se encontraba indispuesta. Esto inflamó mi perversidad a niveles inimaginables. ¿Me atrevería a oler sus toallas femeninas empapadas en menstruación? No necesité gran tiempo con mi conciencia debatiendo el dilema: sólo actué.

Un día que ella terminó de bañarse, veo en el rincón del baño un envoltorio de papel higiénico. No dudé mucho, y simulé que me prestaba a bañarme para poder examinarlo. Efectivamente era el objeto de mis deseos esos últimos días. Era una toalla femenina, con una franja roja de sangre. Si las tangas y las ropas me habían causado tal frenesí, aquello era los más cercano a un paro cardíaco. Lo olí, y no me costó mucho identificar el olor (algo apagado sin embargo) de su concha, su olor de hembra galopante. Lo más distinguible era el olor metálico de la sangre mezclado con el típico olor de algodón y gel de las toallas. Era algo asqueroso, si uno se abstrae de la situación. Mi excitación era tal que no recapacité en ningún momento en que olía y recontra olía esa toalla, llegando al extremo de chuparlas como a un helado; el remordimiento vendría después, pero no tenía a nadie más que culpar que a mí, y sentí que seguir mis instintos primitivos era una excusa suficiente para tal atrocidad.

Como se podrá ver, ahora que lo analizo en la lejanía, no fue tan hermoso (esto no debería decirse en un relato erótico, porque queda mal; pero la sinceridad está antes que el estilo narrativo). Así, atesoré dos toallas –una de ellas tomada desde la basura; toallas que todavía tengo-, y para cuando ella ya se había ido, aprovechaba para sacar, oler y masturbarme. Pero no quiero adelantarme en tiempo, porque luego de esto último vendría lo mejor que me pasó.

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