Mi posesión más preciada

Mi joven chica de prácticas necesita a alguien que ponga su culito rojo como un tomate. Sólo que ella aún no lo sabe ¿o sí?

MI POSESIÓN MÁS PRECIADA

Si estás leyendo estas líneas es que ya es mía.

Y cuando digo mía, quiero decir exactamente eso: mía. En todos los sentidos. Quiero decir que su cuerpo y, lo que es más importante, su voluntad, me pertenecen. Totalmente.

Pero no adelantemos acontecimientos.

Ahora mismo, mientras escribo estas líneas, la estoy contemplando en una esquina de mi despacho, cara a la pared. Sus manos sujetan los faldones de su camisa blanca dejando a la vista su culito blanco con la marca del bikini bien delimitada. Sus vaqueros azules están a la altura de sus tobillos, tapando apenas sus deportivas blancas Y, lo que más me excita de todo, sus braguitas blancas permanecen a la altura de sus rodillas. Así se lo he ordenado. Y así lo ha hecho.

Noto su cuerpo tenso, expectante. Me oye teclear en mi ordenador y estoy seguro de que se pregunta qué estoy haciendo. Qué tiene que ver esto con el juego que iniciamos hace unas semanas y en el que hoy se ponen las cartas boca arriba. Muy pronto lo sabrá. Y será entonces cuando llegue el momento de la verdad. En sus manos estará decidir si el juego sigue adelante, con las reglas mucho más claras, o si se queda en un simple amago de algo que pudo ser y no fue.

Pero, antes que nada, tú, que estás leyendo estas líneas, te mereces una explicación. Porque estoy seguro de que te preguntarás cómo hemos llegado a esta situación, quienes somos y qué es todo esto.

Quienes somos tampoco importa demasiado. Puedo decirte que estamos en una oficina de una empresa mediana del norte de España. Ella lleva muy poco tiempo aquí. Está de prácticas, todavía sigue estudiando y forma parte de un programa de intercambio empresa-universidad. Si esperas que te diga que es espectacular, que tiene unas medidas de escándalo y cara de chupapollas irredenta, siento decepcionarte.

Es una chica normal, de 22 años, una de tantas de las que ves por ahí. O eso es lo que aparenta. Ni gorda ni delgada, ni alta ni baja. Con el pelo corto, ojos marrones y unas tetas medianas que a veces, sólo a veces, se adivinan sin sujetador. Viste como cualquier chica de su edad.

Lleva aquí unos meses, pero es de esas personas expertas en pasar desapercibidas. Desde hace poco forma parte de mi equipo. Y ha sido por que yo lo he solicitado. ¿Por qué me fijé en ella? La casualidad me permitió contemplar una bronca que le estaba echando su anterior jefe. La chica es eficiente, dentro de que se trata de alguien de prácticas, y se esfuerza en su trabajo. Y, todo hay que decirlo, su exjefe y compañero mío es un auténtico gilipollas. El caso es que, una vez más, no tenía ni pizca de razón. Pero, lo que me llamó la atención fue la actitud de ella. Había algo, no sabía decir qué, que me atraía poderosamente.

Cabizbaja escuchaba los insultos del animal de mi compañero. No respondía, se limitaba a asentir… hasta ahí, todo normal para alguien que no quería perder sus prácticas. Pero había algo más. Cuando él, en sus histéricos paseos por la habitación, se daba la vuelta, ella levantaba la cabeza y sus ojos brillaban de una forma especial ¿Tal vez podría ser lo que yo estaba pensando? Después de un periodo de observación pedí si traslado a mi departamento.

No voy a describirme ni nada por el estilo. No es importante, ella es la auténtica protagonista. No estoy cachas ni tengo una polla de veinte centímetros (de hecho, nunca me ha dado por medírmela) ni nada por el estilo. Baste decir que no soy como mi compañero, no me gusta gritar, ni montar broncas, ni nada de eso. Me gusta el buen ambiente en el trabajo. Pero lo que yo buscaba de ella iba mucho más allá del trabajo. De entrada, le sorprendió mi trato. Era todo un cambio. Suave, amable, cómplice… No estaba acostumbrada. Poco a poco logré que se distendiera, lo que me permitió hacer pequeñas bromas sobre su trabajo, ("me gusta este anuncio, la pena que te haya llevado dos horas hacerlo") pero todo dentro de

un tono de desenfado (un anuncio en dos horas es un verdadero récord) que ella aceptaba y, lo que es más importante, seguía.

Pero basta ya de rollos. Sólo decirte que esta situación fue evolucionando y subiendo el tono de los comentarios. Hasta que hoy, por fin, he podido llevarla hasta donde yo quería. No quedaba nadie en la oficina cuando me he acercado a su ordenador.

¿qué haces? – Terminando este diseño.

¿Ya te has fijado en que este color no es el corporativo?.

Anda pues es verdad – Ay, Ay Ay, andamos un poco despistada ¿no? – Jo, lo siento, no sé en qué estaba pensando.

Ya, ya. Pero esto se merece un castigo, ¿no te parece?.

Pues… sí (otra vez ese brillo) – ¿Y qué vamos a hacer contigo? – No sé.

Porque, a las chicas malas se les da unos azotes en el culo.

¿Qué opinas?

Dudó unos momentos, Estoy seguro de que estaba calibrando la situación. De que se preguntaba hasta donde sería yo capaz de llegar. Y hasta donde sería capaz ella.

No sé. ¿Tú crees que me los merezco? – Claro

No podía dejar pasar esta oportunidad. Ahora o nunca. MI voz más imperativa ha salido de dentro de mí.

A mi despacho. Rápido. Ponte de cara a la pared. Bájate los pantalones.

La suerte está echada. Si la cosa se pone fea siempre puedo recular y decir que era una broma. Los dos tenemos una salida digna para acabar con el juego. Nueva duda. Por unos segundos, he creído que todo se iba al garete. Pero despacio, muy despacio, ha llevado su mano hasta los botones del pantalón y los ha ido soltando uno tras otro. También despacio, ha introducido los dedos en los laterales y se los ha bajado hasta los tobillos.

Ahora las bragas. Hasta las rodillas. Venga, no tengo toda la noche.

Sólo la tela de su camisa blanca se interpone entre su culito y mi vista. Y ella lo sabe.

Levántate la camisa.

Ahí está. Ha merecido la pena la espera. Blanco, redondito, juvenil, apetecible. Pero no es el momento. Antes tengo algunas cosas que hacer. Tengo muchos planes para nosotros. Pero lo primero es lo primero. Me siento ante el ordenador y tecleo estas líneas que tú estás leyendo ahora mientras contemplo su cuerpo tenso, expectante. Mientras intuyo su desconcierto. Ahora, cuando termine estas líneas, voy a hacerla venir hasta aquí. Le costará andar con sus pantalones en los tobillos, con las bragas por las rodillas. Pero eso también es parte del juego Y también será el momento en que veré su coño por vez primera. Ya me lo imagino, sin mucho pelo, castaño.

Cuando llegue hasta mi mesa, apartaré la silla sobre la que ahora me siento y haré que se coloque frente al ordenador, apoyando sus antebrazos en la mesa y con el culo al descubierto bien levantado.

Y le haré leer este relato en voz alta. Cada línea irá acompañada por un buen azote en su culo que se irá tornando cada vez más y más rojo. Cuando llegue al final, con su culito bien escocido, sabrá que busco una esclava que me sirva, que me satisfaga, que atienda todos y cada uno de mis deseos.

Sabrá que, a partir de ahora, tendrá que venir a trabajar sin bragas, que las jornadas de trabajo serán largas, que esto no ha hecho nada más que empezar.

Cuando lea estas líneas, y si está de acuerdo con todo esto, será ella la encargada de darle al botón "enviar". Esa será su aceptación. Por eso, si ahora estás leyendo estas líneas, será porque ella, mi pequeña chica de prácticas, he decidido convertirse en mi esclava.