Mi posesión más preciada (2)

Sigue la historia con mi pequeña chica de prácticas.

MI POSESIÓN MÁS PRECIADA (II)

"Ven aquí"

Cada vez las vacilaciones eran menores. Cada vez atendía más rápido a mis órdenes. Y sólo era el principio.

Poco a poco fue dándose la vuelta.

"¿Alguien te ha dicho que sueltes la camisa?"

Y así, poco a poco, con cuidado de no tropezar, colorada y con la mirada baja, con sus pantalones en los tobillos y las bragas a la altura de las rodillas, vino hacia mí. Su coño era tal y como había imaginado. Poco pelo, castaño, joven, tentador y apetecible.

Aparté la silla, la hice colocarse frente al ordenador, apoyarse en los antebrazos y sacar bien sus nalguitas blancas. Sus pequeñas tetas, también blancas por la marca del bikini, se apoyaban sobre mi mesa color wengé creando un hermoso contraste.

"Lee"

"Si estás leyendo estas líneas es que ya es mía. Y cuando digo mía, quiero decir exactamente eso: mía. En todos los sentidos. Quiero decir que su cuerpo y, lo que es más importante, su voluntad, me pertenecen. Totalmente…"

Su voz temblaba, no se si de miedo, de placer, de vergüenza.

Quizás un poco de todo.

Pero no le di demasiado tiempo. Apenas terminó la última palabra, mi mano cruzó el aire para estrellarse contra su trasero. Su cuerpo se movió entero. Dejó de leer e hizo un pequeño amago de mirarme.

"Te he dicho que leas ¿O es que no me has oído?"

  • "…Pero no adelantemos acontecimientos. Ahora mismo, mientras escribo estas líneas…"

Y así fue desgranando el texto que tú ya conoces. Y tal y como te anticipaba, un fuerte azote acompañaba cada línea. Y también, tal y como yo imaginaba, su precioso culito fue tomando un bonito color rojo.

Ella continuaba leyendo. Y su voz se quebraba con cada línea, con cada azote. A través de la pantalla veía reflejadas sus lágrimas. Las dudas me asaltaron. ¿Sería capaz de seguir el juego? ¿Apretaría el "enviar"? El final del relato se acercaba. Y tal vez por efecto de la tensión, mis azotes se hacían más fuertes y seguidos. De perdidos al río debí de pensar en esos momentos.

El relató terminó. Todo su culo tenía ya un color rojo intenso. Me distancié un poco para contemplar, quien sabe si por última vez, tan bello espectáculo. Su mano agarraba el ratón con fuerza. Poco a poco, el ratón comenzó a desplazarse por la pantalla hasta ponerse sobre el botón "enviar". Ella giró la cabeza y me miró fijamente. Esta vez no la reñí. Miré en sus ojos húmedos y vi dolor, vi susto (no sé si por lo que yo había hecho, por lo que ella iba a hacer o por ambas cosas). Pero, por encima de todo, vi placer

Mientras nos mirábamos, su dedo se levantó. MENSAJE ENVIADO. Estaba hecho. Inmediatamente bajó la mirada volviendo a su posición original. Sumisa, entregada. Era mía.

Es mía.

Despacio, saqué de mi mochila de gimnasia una crema hidratante y comencé a pasarla por sus nalgas. El blanco se mezclaba con el rojo, la textura lechosa de la crema evocaba el semen que muy pronto (pero no, hoy no, quiero prolongar este placer) cubriría esa y todas las demás partes de su cuerpo. Sus nalgas son pequeñas y duras, con lo que con mi mano abarcaba su cachete, estrujándolo. Con mi dedo iba recorriendo su raja, extendiendo muy bien la crema, hasta llegar a su agujerito, virgen, rosado, invitador.

Mi dedo bien lubricado entró prácticamente sin problemas y su recorrido fue acompañado de un gemido seguido por un suspiro inconfundible.

"Mastúrbate".

Su mano derecha abandonó la mesa dirigiéndose a su coño que yo intuía más que mojado. No tardó en alcanzar su clítoris. Mi dedo entraba y salía mientras su dedo trazaba pequeños círculos cada vez más y más rápidos, hasta que un orgasmo incontenible la hizo derrumbarse sobre la mesa.

Su cara estaba casi tan roja como su culo. En ella se mezclaban placer y vergüenza a partes iguales. Mi polla estaba dura muy dura, notaba mi ropa interior húmeda de líquidos preseminales. Me costó reprimir mis deseo de sacarla y follármela allí mismo. Pero no, recordé mis pensamientos anteriores, mis planes, todos los proyectos que habían ido formándose en mi cabeza así que:

"Vístete y vete"

Me miró de nuevo a los ojos, sorprendida. Tendré que quitarle ese defecto tan feo. Pero su mirada me reafirma en mis convicciones. Desde luego que me masturbaré de forma incontenible en cuanto ella salgo por la puerta. Pero ahora quiero desconcertarla, que nunca sepa lo que le espera, que espere todo pero que tenga claro que soy yo el que manda, el que decide dónde, qué, cuándo y cómo.

Lentamente llevó sus manos a sus bragas y las subió hasta que un gesto de dolor asomó cuando la tela rozó su culo azotado. Esa noche tendría que dormir desnuda, boca abajo y encima de la cama. Siguieron sus pantalones vaqueros. Se ató los botones y ya se disponía salir cuando le di, por ese día, la última orden

"Mañana, minifalda. Y sin bragas"

Y hoy, cuando escribo esta continuación de mi relato anterior, de lo que pasó apenas anoche, puedo contemplarla en su mesa. Aparentemente, todo es normal, nadie sospecha nada de nuestra nueva relación. Y así tiene que seguir siendo. Sólo yo sé que debajo de su minifalda gris no hay nada. Y lo sé por dos cosas. Porque estoy seguro de que me pertenece totalmente y porque, cuando hemos coincidido en el cuartito del café una simple mirada mía ha bastado para que se la levante mostrándome, en un airoso giro, su coñito castaño y su culo aún rosa por los azotes de ayer.

Creo que hoy iremos de compras.