Mi placer en tus manos

Relato sobre una chica que va por insistencia de su amiga a un masajista, y que este se prenda de ella y se obsesiona hasta que tiene que conseguirla en sus manos. Mediante caricias, masajes y un ambiente cálido llega a algo más. Como será el placer de Rebeca y Sergio?

Mi placer en tus manos

Mi trabajo como cuidadora de la tercera edad me estaba creando una hernia en la espalda. Eso o terminaría con la espalda partida por la mitad de tanto coger a pulso a señoras octogenarias que ya requerían de ayuda por completo para incorporarse.

Entre eso y el trabajo de limpiadora, cuando llegaba el fin de semana sentía mi cintura como si me hubieran empotrado cuatro negros contra la encimera de la cocina.

No podía incorporarme sin decir ¡Ay!

No podía agacharme sin decir un ¡Ay!

No podía coger peso sin resoplar el ¡Ay!

Y por supuesto meter mi brazo por debajo del de la señora para hacer palanca y que esta se agarrase a mí, para levantarse, me iba hacer que un día me comiera un labio intentando callarme el quejido.

Así que aquella tarde cuando hablé con Susana sobre lo que me pasaba, después de que me viera intentar coger algo del suelo con los dedillos de los pies como si fuera yo la protagonista de Aeon Flux, me pasó el número de teléfono de Lola, la masajista a la que ella iba una vez en semana.

Pese a que los rollos estos de los masajes no me los creía mucho, llamé esa misma tarde cuando ella se fue de mi casa para pedir cita. El teléfono lo cogió su hijo, y anotó para el sábado a las 11:15 dado que le pedí por favor que me hiciera un hueco un fin de semana. Estaba a jueves, así que en un día estaría relajándome.

Eso o terminaría en urgencias con una lumbalgia y diciendo más “ay” que una rumba flamenca.

El viernes sentí que mi columna vertebral iba a despegarse, me acordé de Frida, iba a terminar con un corsé como el de ella a este paso. Con lo pequeña que era aún no me entraba en la cabeza como podía levantar señoras que me duplicaban el peso.

Cuando llegué el sábado a la consulta me senté a esperar que me llamaran. Me abrió un chico, el que supuse que era el que había cogido el teléfono, el hijo, pero este se fue para dentro de una consulta con una chica y salió después de un rato a llamarme.

-       Pasa. – Me dijo con un gesto de la mano mientras me indicaba una de las puertas al fondo a la derecha. – te dejo un momento sola para que te desnudes y te tumbes en la camilla.

Se fue cerrando la puerta y le hice caso. Una vez esperaba me fijé en lo cálida que era la habitación. Tonos grises y blancos que hacían el espacio tan acogedor como limpio y relajante. Además, había varios puntos en los muebles donde había una espátula de madera con incienso.

Olía muy bien. Era una mezcla de olores curiosa, relajante y cautivadora.

Metí la cabeza en el posa cabezas y cerré los ojos, pensando en que ya aparecería Lola y me daría mi masaje cuando escuché la puerta abrirse.

-       Bueno, pues ya estoy aquí. – Pero esta no era Lola.

-       Em… - Saqué la cabeza mientras intentaba que mis pechos no se movieran de donde los tenía presionados – Tú no eres Lola, ¿verdad?

-       No sé yo si a mi madre le hará mucha gracia que la confundas con un hombre.

Madre mía que ojos. Me hipnotizaron al verle. Ese verde agua me había dejado rota, y tanto sus características morenas como pelo, piel y barba me dejaron anonadada. Se parecía mucho al chico que me había atendido en la puerta.

-       Pero pensé que el masaje me lo daría ella, que ella se lo da a mi amiga y es la que me ha recomendado que venga.

-       Mi madre se puso enferma hace tres días y no va a venir por aquí hasta dentro de uno cuantos. – Me recorrió con los dedos la espalda desde la parte baja de la cintura hasta el cuello. - ¿No te valgo yo?

-       Sí… claro. – Carraspeé nerviosa.

-       Pues relájate. – Vi que se alejaba de la camilla y lo escuché andar por la habitación. - ¿Cómo te llamas?

-       Rebeca.

-       Rebeca, yo soy Sergio, encantado, cuéntame que te ha hecho venir. – Su tono de voz era tranquilo, pausado, como susurrando cada letra, y me daba una paz oírle…

-       Pues trabajo como cuidadora de ancianos – Sentí algo templado caer en mi espalda. – Y pesan, joder si pesan, y es que tengo una presión en la espalda que me llega hasta las cervi…

No pude continuar cuando sentí sus manos presionar a ambos lados de mi cuello. Un escalofrío me recorrió y una oleada de placer me azotaba. Pero un placer de liberación, de descanso, de calma, de libertad de auténtica tranquilidad.

-       Aquí… ¿verdad? – Dijo casi en un susurro.

-       Sí… joder

-       Estás muy tensa.

-       Y tanto. – Bajaba sus manos poco a poco por mi espalda, recorriendo los laterales, centrándose en mi cintura, para con los pulgares presionados volver a ascender hasta el cuello y hacer círculos con ellos presionando los puntos que sabía que requerían atención.

-       Dado el trabajo que tienes – Explicó mientras seguía recorriéndome con sus manos y apartándose sólo para echar otros líquidos que supuse eran aceites, porque olían de maravilla – Deberías mirarte los bonos de descuento para venir a darte esto un par de veces a la semana. Tienes una cantidad de nudos y presión acumulada que pocas veces he visto. ¿Cuánto llevas sin hacerte un masaje?

-       ¿Y si te dijera que nunca? – Estaba perdida en sus manos y arrastraba las palabras con pesadez y desazón, de hecho, creo que se me escapó algún que otro gemido que no pasó desapercibido por él. Lo supe con su siguiente respuesta.

-       Pues ya ves que esto te está satisfaciendo mucho. – Noté un cosquilleo en la parte baja de mi estómago al sentir su ronroneo en mi oído. Se había agachado un poco para estar a mi altura.

-       Bueno no sé… ay dios, ahí, sí… - si tuviera los ojos abiertos estarían en blanco, porque estaba sometida por completo en sus manos y me estremecía con cada caricia.

-       Ahí, aquí… en todas partes necesitabas un buen… - Hizo una pausa para acercarse un poco más a mi oído otra vez – repaso.

Y tragué saliva. Me puse nerviosa al ver la reacción que me había provocado sus palabras. Claramente estaba utilizando un juego de dobles sentidos conmigo y yo no sabía a qué se debían tantas confianzas.

Veía mi melena oscura colgando y sólo podía observar en esa posición aparte del pelo su calzado. Que a veces se cambiada de postura para propinarme distintos masajes. O pasearse delante de mí para ir hacía la mesa de aceites.

Yo… llevaba meses sin estar con un tío, y entre las manos tan buenas que tenía, que el chico estaba de buen ver y que yo estaba necesitada, estaba empezando a ponerme un poco nerviosa. Pero hice caso omiso a esa parte de mí que siempre me mete en problemas con nombres y apellidos.

-       Se te ve muy joven para hacerte cargo de tantos cuerpos macerados por la edad. – Dejó caer que quería saber mi edad.

-       Bueno no te creas… tengo 30 años.

-       Vaya, aparentas menos.

-       Anda, gracias. – Sonreí, porque, aunque fuera mentira que me quitaran años, ya era un plus cuando el tres estaba en tu vida.

-       Y tu pareces muy joven para la habilidad que desprendes con las manos.

-       Llevo trabajando con mi madre desde que hice el curso, y actualmente tengo 35 así que echa cuentas.

A estas alturas no sé el tiempo que llevábamos, lo que sé es que me había evadido tanto que había perdido hasta la sensación de estar ahogándome con mis propias tetas. Me removí un poco incómoda, intentando incorporarme sin querer dejar muy a la vista el pecho, porque aunque me había dejado una toalla para cubrirme, con lo patosa que soy al levantarme temía lo peor.

-       ¿Todo bien? – Paró mientras yo me removía.

-       Sí. – Respondí muerta de vergüenza – Es sólo que … bueno, me hago un poco de daño por la postura en el pecho.

-       Ah, claro. – Carraspeó. – si quieres me voy un momento y te incorporas y en unos minutos vengo y seguimos.

-       No, no. Sigue. – Y volví a aplastarme contra la camilla. – Es sólo que no entiendo porque no hacen estas camillas con dos agujeros también para las mujeres. Parece que sólo piensan en los cuerpos lisos.

Le escuché aguantarse una carcajada, pero siguió con su trabajo sin más.

Durante unos minutos largos estuvimos en silencio, estaba tan a gusto, tan relajada y tan tranquila, que no fui consciente de que me quedé dormida.

Y en apenas esos minutos que dormí, confundí brevemente la realidad con el escenario de Morfeo. Sergio seguía masajeándome, descendiendo cada vez más por mi espalda, hasta llegar a mi cintura y bajar un poco la toalla que me cubría la parte de abajo. Sentí el líquido templado del aceite caer en mis nalgas y como sus manos me abarcaban mi culo enorme para esturrear y masajear esa zona. Me restregué levemente contra la toalla anudada delante, justo debajo de mi vientre. Gimoteé.

Volvió a subir sus manos hasta mi cuello, agarró mis hombros y me indicó que me levantara para ponerme boca arriba, dejando mis tetas libres para que él las viera y las empezara a sobar dándome suaves y cálidas caricias que se deslizaban como si fuese seda por los aceites esenciales.

Abrí las piernas. La toalla cedió y se metió entre ellas dejando ver parte de mis muslos, y entonces una de sus manos fue hasta uno de ellos, resbalando por él hasta perderse en el centro, por debajo de la tela y acariciarme con la mano cálida mi humedad que empezaba a mojarse.

Mis pezones duros tiraban de mis tetas, me pesaban, y eran atendidos por sus dedos, hasta que poco después posó su boca y mientras con su mano perdida en mi coño, me devoraba.

-       Rebeca. – Escuché. – Hemos terminado.

-       ¿Hum? –Pregunté aún desubicada.

-       Te has quedado dormida. – vi cómo se retiraba hasta la mesa para lavarse las manos en el fregadero que había en la esquina. ¿te sientes más ligera?

-       Eh… - Dios había tenido un sueño erótico con él. – Sí, joder estoy mucho mejor, gracias.

-       Pues pasa por recepción que mi hermano te cobra. – Salió por la puerta con prisa. – Dile que te haga un bono, tendrías que tratarte esos nudos un par de veces como te dicho.

Y cerró. No sé qué pude decir dormida para que se fuera tan borde y serio de repente cuando nada más entrar era bastante simpático.

Sergio

Me había llamado la atención su voz, su manera de ponerse nerviosa, de extrañarse de ser yo quien le iba a dar el masaje casi como si estuviera avergonzada. Pocas clientas venían así, con esa timidez pidiendo a mi madre.

Me fijé claramente en el tatuaje que lucía su hombro, un pequeño llamador de ángeles con sus alas, como el de Lucía, mi ex, algo que no había visto mucho en un tatuaje. Así me sonaba ella con esa voz dulce y pausada llena de timidez, como un ángel caído del cielo que se abría paso por el mundo bajo mi mano.

Pude verle la cara cuando se incorporó para mirarme y preguntarme sobre quien era Lola. Me fijé en su nariz respingona y los hoyuelos que se le formaron en las comisuras cuando sonrió, tímida, al gastarle aquella broma absurda. Sus ojos oscuros se clavaron en los míos, casi viendo a través de mí.

Me llamó la atención ella, en general, y la suavidad de su piel que daba gusto recorrer. Además, olía como el mismísimo cielo, joder… que gilipollas me he puesto con ella. Pero he que cuando he empezado a tocarla y ha comenzado a gemir, notaba mi polla dar sacudidas bajo mis pantalones. He intentado no salirme del tiesto, no ir por dobles sentidos, pero es que me estaba costando un mundo intentando averiguar sus respuestas.

No se ha puesto a la defensiva, no se ha puesto tensa, sólo un poco de nervios al responder con soltura.

Debo decir que cuando creí que se levantaría para intentar liberar sus pechos de la prisión de carne y camilla, casi me da un puto infarto. Deseaba que lo hiciera, deseaba ver esos pechos que sobresalían por los lados de su torso, dando a entender la magnitud de estos.

El problema ha venido cuando se ha quedado dormida, y ha empezado a restregarse inconscientemente en la camilla, gimiendo, pidiendo más, apretando y abriendo sus manos y agitando su cintura como podía. Casi no quería despertarla, pero ella sí que me ha despertado la polla a mi porque cuando la he dicho que habíamos terminado, he tenido que darme la vuelta e irme a toda puta leche para que no se diera cuenta del bulto que había en mis pantalones.

Un par de veces a la semana. Le dije. Pero es que de verdad espero verla más, y seré yo quien la toque. Necesito esa piel en mis manos, porque si yo le calmo a ella, ella me enciende a mí.

-       Roberto – Me fui hasta mi hermano. – Cuando una tal Rebeca te pida cita, ponla en mi agenda, siempre.

-       ¿Ya te has encaprichado de alguna cliente? - Preguntó con sordina.

-       No empieces.

Y me fui hasta el baño donde necesité echarme agua en la cara porque me empezaba a arder todo.

Rebeca

No sé qué habría dicho dormida dado mi facilidad para hablar en sueños cuando divagaba entre dos mundos, pero creo que algo molestó a Sergio. Se fue muy de repente o quizás es que tenía una cita que atender después de mí.

Cuando me vestí por completo fui hasta el recepcionista y me esperé a que colgara el teléfono. Me sonrió, me dijo la tarifa que debía y pagué, haciendo caso a la voz del masajista que me había dicho que viniera dos veces por semana.

-       Me han hablado de un bono – quise saber - ¿Podrías adaptar uno a mis horarios de trabajo?

-       Te parece si te pongo… - Miró en la agenda de Sergio, lo que pude corroborar al ver en el monitor del ordenador de reojo. – ¿sábado y miércoles?

-       El miércoles por la tarde podría ser… ¿a partir de las 18?

-       Perfecto. – Me sacó un papel. – Aquí tienes los bonos disponibles, mensuales, trimestrales y de seis meses.

-       Hare uno mensual de momento.

-       Muy bien, te pongo estas citas para un mes.

Cuando salí de allí llamé a Susana, la verdad es que el masaje me había dejado como nueva, y sentía una liberación como cuando te quitas la mochila que pesa toneladas de los hombros y te dejas caer en el sofá presa de la liberación.

Por suerte el miércoles llegó pronto, cuando pasó el apocalíptico lunes, y después de terminar la jornada del trabajo me fui a casa, me di una ducha, y a toda prisa me fui para el salón de masajes.

Nuevamente el chico de recepción me llevó hasta una habitación, otra distinta, y supuse que esta vez el masaje me lo daría alguien diferente.

Pero no. Fue Sergio el que entró. Reconocí su aroma cuando abrió la puerta y el airecillo trajo hasta mí motas de su perfume.

-       ¿Qué tal el trabajo, Rebeca? ¿Menos tensión?

-       Sí la verdad, mucho mejor. – Sentí nuevamente el cálido líquido que caía sobre mi piel. – Pero tampoco me quiero acostumbrar a esto de los masajes, no quiero ser una yonki.

-       No mujer, esto es salud para tu cuerpo y para ti misma. – Apretó mi cuello y me tensé, aflojándonos ambos, el su agarre y yo mi cuerpo- ¿Te duelen las cervicales estos días?

-       No. – Gemí mientras acomodaba mis brazos en los laterales de la camilla. – dios que manos… te las cortaría y me las llevaría a mi casa para tener placer constantemente.

Vale. Se me fue la lengua. Tengo incontinencia verbal y cuando me pongo nerviosa, tensa, o demasiado relajada, empiezo a soltar, sin filtro, lo que se me pasa por la cabeza. Un problema genético que heredé de mis padres.

Su silencio me puso tensa. Me sorprendió, incluso pensé que había metido la pata hasta el fondo y que era una gran gilipollas que debía morderse la lengua.

Pero al fin habló.

-       Bueno, yo puedo darte placer siempre que quieras y puedo conservar mis manos. – Dijo serio, en un tono ronroneante y que, además, acompañó de un carraspeo. – ¿Has visto la variedad de masajes que hay?

-       No. ¿me recomiendas alguno?

-       El shiatsu, o pinda.

-       Me suenan a chino, lo siento.

-       A ver el shiatsu – Siguió recorriendo, presionando mi espalda en el proceso – consiste en hacer como una especie de acupuntura, pero con los dedos, ejerciendo presión por todo el cuerpo.

-       Ajá…- asentí, perdiéndome en sus manos nuevamente. Dios como me elevaba al cielo.

-       El pinda se hace a partir del pulso del ombligo y ayuda muchísimo a los músculos y eso te vendría de perlas a ti.

-       ¿Y me lo puedes dar alguno? – Cada vez estaba más sumida en el mar del descanso y no era ni dueña de lo que decía.

-       La próxima cita, así preparo con tiempo lo que necesito. Si te parece, podríamos empezar con el shiatsu.

-       Bien… - Arrastré las letras mientras me dejaba ir nuevamente en el contacto cálido de sus manos.

No sé en qué momento pasó, pero sentí claramente que su mano subía por mi muslo, por debajo de la toalla que me cubría, y que se posó en mi nalga derecha, apretando y masajeándome, mientras yo abría los ojos de par en par y me ponía rígida. Cabe decir que yo llevaba bragas, por supuesto. Pero que no tuvo reparos en correr un poco la tela.

No, no era un sueño. El silencio reinaba y yo estaba atenta, sintiendo mi pulso acelerarse y supuse, que igual era un nuevo masaje dado que habíamos hablado de las variantes que había. Así que le dejé continuar.

Con su mano en la parte baja de la cintura y la otra bajo la tela, iba haciendo contacto apretando, extendiendo y volviendo apretujar para presionar y llegar a chocar sus dedos con los otros.

Me pareció escuchar un suspiro por parte de él que no sé si fue cosa mía.

Con ambas manos sobre mi culo, terminó subiendo la toalla hasta mi cintura lo que pudo, y me dejó al descubierto mientras yo flipaba en colores y era incapaz de reaccionar.

Levanté la cara de la camilla y le miré.

-       ¿Qué… qué haces?

-       Estas muy tensa, Rebeca, este masaje correrá de mi cuenta.

Me volví acomodar con mi cara donde estaba y, aún desubicada, me intenté relajar.

Seamos sinceras… te viene un tío de 1’90 moreno, con barba, semi despeinado, ojos verdes y con un cuerpo para hacer ejercicio con él las 24 horas, y mucha queja no ibas a poner, ¿a qué no?, pues eso me pasó a mí, que me dejé hacer. Total… corría de su cuenta.

La cosa se empezó a poner interesante cuando sus manos, tímidamente, se colaron por el interior de mis piernas y masajeaban mis muslos, por la parte adentrada.

Ahí yo pensé, “no será capaz” pero coño, sí que lo fue. Me acarició con los dedos lentamente mi coño, esperando claramente ver mi reacción. Lo primero que hice fue dar un sobresalto. Pero me volví a quedar quieta, aguantando el aire, nerviosa, tensa, rígida y excitada.

Siguió con su proceso de relajarme, rozando un dedo por mí, arriba y abajo, mientras yo abría sutilmente las piernas para darle más acceso.

Era consciente de que, en esa situación, y con lo cachonda que me estaba poniendo ya el momento, mis bragas iban a comenzar a mojarse en breves y que una vez aquello empezara, no habría parte de mi coherente que supiera frenar lo que pudiera venir.

“Vamos a ver, Rebeca… no pienses con el higo que luego te lían. Inconsciente”. Pero nada, la parte sin cerebro de rebeca dio un tortazo a la lógica y la echó de la habitación, y me dijo “abre más las piernas que este morenazo tiene trabajo que hacer, nena”.

Hice caso. Obviamente.

A estas alturas de la película yo notaba mis pezones que iban a crear un nuevo par de agujeros en la camilla que harían compañía al de la cara. Porque los tenía tan duros que me estaban perforando hasta adentro por el propio aplastamiento de mi cuerpo.

Levanté, así, como quién no quiere la cosa, un poco el culo y le di un mayor acceso a ver que continuaba haciendo. Se olvidó de mi espalda. Irresponsable.

Pero le perdone cuando sus dedos empezaron a frotar sutilmente mi coño, llegando hasta mi clítoris en esa posición, por encima de las braguitas blancas que dejaban ver claramente la humedad que empezaba a brotar de mi cuerpo.

Gemí, e hice caso a mi cuerpo y comencé a mover las caderas para adaptarme a sus dedos. Presionó en la parte baja de mi cintura con una mano mientras con la otra me tocaba.

Yo me mordía el labio, apretaba los ojos y me agarraba a la camilla como podía. Hasta que en un par de minutos sentí como una descarga de placer me azotaba y me presionaba en el vientre para liberarse de mi cuerpo, corriéndome en mis bragas, mojándolas a ellas y a sus dedos. Aun con mi coño palpitando pegado a su mano, siguió haciendo un masaje desde este hasta subir a mi cintura y recorrer nuevamente mi espalda, hasta llegar a mi cuello.

Se apartó unos segundos para pulsar el botón de la camilla y subirla un poco más, hasta la altura de su cintura. Lo sé porque se puso delante de mí y pude comprobar a escasos centímetros de mi cara, como su erección abultaba los pantalones. Pero no dijo nada, ni él ni yo. Y siguió con mi cuello mientras yo sentía el calor penetrarme la cara.

Cuando acabó, bajó la camilla, se fue al fregadero a lavarse las manos y de espaldas a mí me dijo.

-       Bueno, el sábado puedo hacerte el shiatsu si quieres. Así te informas por internet de como es.

-       Bien.

-       Dile a Roberto que te cobre solo la hora establecida en el bono, que el tiempo extra corre de mi cuenta.

-       Gracias. - Espera, me he corrido en sus dedos ¿y le doy las gracias? ¿estamos locos?

-       Un placer Rebeca, hasta el sábado.

Salió y me quedé en shock por lo que acababa de pasar. Espera… ¿Qué acababa de pasar? Pues que un tío buenorro y con unas manos angelicales te acaba de dar un orgasmo, idiota.

A veces la voz de mi cabeza era sumamente fría. Y sin embargo yo, me encontraba la mar de caliente y no me bastaba con eso… iba a terminar comprando un bono a plazo fijo y sin intereses de seis meses si es que cada masaje iba a llevar un final feliz.

Me vestí y salí, llegué hasta Roberto y cuando terminamos me despedí con un, “hasta el sábado”.

Desde el miércoles al sábado tuve problemas para centrarme. Porque cada vez que cerraba los ojos o no tenía la cabeza lo suficientemente ocupada, terminaba pensando en él, en Sergio, y en sus manos sobándome y recorriéndome el cuerpo, embadurnado de aceites aromáticos, relajantes, solos, en la misma habitación cargada de buenas vibraciones que nos hacía flotar con el incienso.

Susana me había preguntado varias veces cómo me había ido, y siempre le soltaba un escueto “bien”, sin entrar en mucho detalle. Por otro lado, porque ni yo misma sabía cómo enfocarlo. Intenté buscar por internet el masaje y tras no recordar el nombre, google terminó por completarme la búsqueda y llevarme a distintos sitios. Me quedé igual, sólo que con un ligero nerviosismo de pensar que sus manos volvieran a recorrer todo mi cuerpo.

El sábado llegó relativamente rápido y casi sin darme cuenta allí me encontraba, esperando en la sala de espera a que Roberto me acompañase a alguna habitación. Era muy similar a su hermano, pero sin esos ojos verdes que deslumbraban y hacían contraste con el moreno de su piel y su pelo. Para poneros más en situación, ¿recordáis a Faruq del Príncipe?, pues digamos que Sergio era su puta viva imagen. ¿Así como iba a estar tan tranquilamente yo? Semejante maromo ponía nerviosa a cualquier hembra que estuviera cerca de él y fuera heterosexual.

Al fin me llevó hasta la misma habitación de la primera vez y me dejó ahí. Vi encima de las mesitas que había en el cuarto varios botecitos de distintos colores, hierbas, pequeñas bolitas que no supe identificar, y mientras me quitaba la ropa y me ponía la toalla me preguntaba para que sería todo eso. Supuse, finalmente, que sería para el masaje Shistu, shiatsu, shuzisu… ¿Cómo se llamaba?  que me había dicho con anterioridad.

Me puse en posición y en pocos minutos escuché unos pasos tras los que se abrió la puerta, cerró y habló

-       Buenas, Rebeca. ¿Qué tal andas hoy?

-       Cansada, pero seguro que con tus manos eso se solventa. – Pensé en el énfasis que se podía leer en mi respuesta y apreté los ojos en un acto reflejo.

-       Algo podremos hacer. – Pude percibir una sonrisa aún sin verle. –tengo aquí preparado varios tipos de aceites para el masaje del que hablamos la última vez.

-       Hmm. – Logré decir, porque me quedé perdida en mis pensamientos imaginando sus manos por mi cuerpo.

Y no lo tardé mucho en experimentar. Pocos minutos después sentí como me abría la toalla de la cintura y me dejaba desnuda bocabajo en la camilla, a su merced.

El tacto del líquido templado que caía en mi piel me hizo sentir un escalofrío, que se acrecentó cuando sus manos se pusieron en mi espalda y comenzó a recorrerme la piel despacio, lentamente, con suma dulzura, cuidado y atención.

Subía, bajaba, jugueteaba con sus pulgares ejerciendo presión n determinados puntos, esturreando el aceite hasta bajar a mi cintura y volver a subir siguiendo el mismo camino, hasta mi cuello.

Me apretó con sus dedos, moviéndolos mientras yo gimoteaba y sentía mi cuerpo librarse de la presión y la tensión que me aprisionaban.

Dejó una sola mano ahí para bajar la otra hasta mi culo, envolviendo mis nalgas con su mano, clavando sus dedos, y acoger el cachete con la mano abierta, costándole pillarlo entero por la magnitud de mi carne.

Poco a poco empecé a sentir como sus manos iban descendiendo hasta mis muslos, siguiendo el camino despacio, interior y exteriormente, hasta mis rodillas, mis piernas y finalmente mis pies, donde al principio me costó mantenerme quieta debido a las cosquillas que sentía.

Supliqué que ahí no tocara, pero el insistió.

-       Relájate, pon la mente en blanco, siente las caricias, no pienses en el aleteo de las cosquillas, una vez lo controles podrás disfrutar. -  Seguía focalizando puntos de presión que me proporcionaban varias sensaciones por el cuerpo. – Déjate llevar.

-       Pero es que…

-       Shhh – Y sentí como una de sus manos me impactaba suavemente en una nalga.

-       ¿Pero qué…? – Logré decir.

-       Relájate – insistió.

Un pellizco de excitación se formó en mi estómago, un remolino de mariposas surgía en mi interior y aleteaba por mi cuerpo buscando la salida, que se encontraba entre mis piernas. Me mordí el labio intentando callar el liviano gemido que de mi amenazaba con salir.

-       Date la vuelta.

Tardé en procesar aquello un poco más de lo necesario, porque recordemos, estaba desnuda. Y yo nunca había ido a un sitio de estos, pero dudaba, mucho, que esto fuera lo normal.

Me di la vuelta agarrando la toalla para no dejar mis pechos al descubierto ni mi entrepierna, y me coloqué como pude bocarriba.

El empezó a masajear mis hombros, poniéndose pegado a mi cabeza, comenzando el masaje desde arriba. Podía sentir su calor por lo extremadamente cerca que estaba, y siguió, pasando sus manos por mi clavícula, hasta colar ambas manos por debajo de la toalla blanca que me tapaba.

Esto ya no era profesional. Sentía sus manos en mis pechos, acogerlos, sobarlos, estrujarlos y clavar sus dedos en ellos. Cuando miré hacía su cintura comprobé que tenía una latente erección bajo la ropa. Ay madre…

Se apartó cuando nuestras miradas se cruzaron y se fue a la mesa por otro aceite, olía a lavanda claramente, y apartando la toalla sin ningún tipo de pregunta, vertió varias gotas en mis pechos, bajo mi atenta mirada que iba desde sus manos a su cara, donde se formaba una pequeña sonrisa que me dedicaba, a sabiendas de que le observaba.

Tragué saliva nerviosa, excitada, sin saber cómo reaccionar, y veía como sus manos iban bajando por mi vientre mientras llevaba su cuerpo al lateral de la camilla para acceder a mi cintura.

Apartó el resto de toalla que había y me quedé en bragas delante de él. Mis pequeñas braguitas rosas se humedecían a su paso, a su atención, a su mirada, a sus caricias y cuando quise darme cuenta estaba masajeando mis muslos, por debajo, por encima, en círculos con sus dedos, apretando, con la mano abierta, estirando y recogiendo mi carne.

Cuanto más parecía que se acercaba, mas volvía alejarse, y ese tira y afloja era el que me estaba excitando de ver como el caramelo se alejaba tan pronto como lo ponía en mis labios.

Bajó por la parte delantera de mis muslos hasta mis rodillas, recorrió con sus manos mis piernas, echando varias tomas de aceite esencial para mantener la humedad y la hidratación de la piel y el masaje, y llegó hasta mis pies.

Esta vez se puso delante de ellos, agarró mis tobillos cuando creí que iba a masajearlos, y tiró para sí, arrastrando mi cuerpo por la camilla. Le miré sin saber que decir, y esperé su siguiente paso.

Él me observaba, como un gato agazapado observa a su presa antes de cazarla, pasándose la lengua por los labios comprobando mi reacción, hasta que comprendió con mi actuación que no podía negarme a él. Estaba estática, esperando con ansias sus caricias por otras… zonas.

Así que abrió mis piernas lo que pudo y pasó sus manos aceitosas por mis muslos, subiendo desde ellos hasta las ingles, donde pasó sus pulgares, acercándolos a mi sexo y clavándolos en él. Siguió con suaves toques con su dedo por encima de las bragas, mientras yo le observaba e inconscientemente levantaba mis caderas de la camilla para pegarme más a él.

Me movía sutilmente bajo su mano, incentivando el frote de ambos en esa zona que tanto me gustaba y sin poder controlar mis impulsos, llevé mis manos a mis pechos y los agarré.

El calor que yo desprendía y la suavidad de los aceites en mi piel, hacía más fácil que se resbalasen entre mis manos, costando que incluso pudiera acogerlos por completo.

Mis pezones endurecidos se me clavaban, y tiraban de mi piel provocando la sensación de un tirón por el peso de estos.

Cerré los ojos, eché la cabeza cuanto pude hacia atrás en esa posición y me dejé llevar por el placer en sus manos. Segundos, minutos… perdí la noción del tiempo cuando sentí que mi orgasmo se aproximaba y él se retiraba. Joder.

Pero lejos de todo pronóstico se arrodilló a los pies de la camilla, acercó su boca hasta mis muslos y recorrió la parte interna con sus labios mientras con sus manos recorría mis pantorrillas, hasta subir las manos la parte alta de mis piernas, agarrarlas y abrirlas.

Acercó la cara a mi sexo y aspiró mi olor mezclado con la lavanda, restregó su nariz por mi coño, lo que me hizo sentir un escalofrío, y puso su boca contra mi sexo mientras agitaba la cara pegada a él.

Abrió su boca, lo acogió con sus labios por encima de la tela y me clavó los dientes suavemente. Comenzó a comerme despacio por encima de la ropa interior mientras yo me revolvía y llevaba una de mis manos a su cabeza para pegarle contra mí. Sé de sobras que la humedad empapaba mis bragas y que él estaba disfrutando de ese momento de placer tortuoso. Segundos después, sus manos viajaban a la cinturilla de la tela para agarrarla, tirar suavemente y dejarme completamente expuesta bajo su atenta mirada a escasos centímetros de él.

Con las bragas pendiendo de uno de mis tobillos, volvió a subir sus manos hasta mis ingles, recorriendo mi piel con suma delicadeza, acercándose cada vez más hasta que esta vez su boca entró en contacto directo con mi coño.

Me recorrió de abajo arriba con la lengua, llevándose con ella toda mi humedad, con sus dedos abrió mis labios, después de chuperretear, mordisquear, lamer y succionar, y con ayuda de su mano se dio acceso a la parte interna de mi coño.

Posó la punta de su lengua en mi entrada y aleteó en ella, dándome pequeños espasmos de un placer que se avecinaba potente. Subió con ella hasta la parte intermedia y lamió, arrastrándola un poco más arriba hasta mi clítoris, que lamió despacio, succionando, mientras clavaba sus ojos en los míos y me veía una frustración de placer tremenda en mi cara.

Arrastró un dedo por la rajita de mi sexo, mojándolo por completo y lo introdujo despacio en mi interior, abriéndome, haciendo pequeños círculos con él dentro de mí, volviendo a posar su boca en mi coño para acompañar en esa tortura que me estaba deshaciendo.

Desde arriba yo le miraba, observaba su cabeza moviéndose lentamente entre mis piernas y como cerraba los ojos deleitándose con mi coño empapado, de su saliva y mis jugos.

Su cara expresaba un inmenso placer, casi tan grande como el que me estaba haciendo experimentar a mí.

Un segundo dedo le acompañó al primero, metió ambos, entrando y saliendo despacio mientras su lengua jugueteaba con el centro de mi deseo. No iba a poder aguantar esto más, y pocos segundos después una sensación tan conocida como deseada me recorría la columna, llegaba hasta mi cintura y el hachazo de placer me partía en dos haciendo que me corriera en su boca, mientras gemía con mi mano pegada a mis labios para que no se escuchara.

Relamió cada gota que salía de mí y se apartó. Su barbilla empapada y su barba reluciente me hizo cosquillas en mi estómago. Se puso de pie y paseó por mi lado, completamente empalmado presa de sus pantalones.

Se puso en el cabecero de la camilla, teniendo su paquete casi pegado a mi cabeza, y comenzó a masajearme los pechos nuevamente, recorriendo con sus manos mis tetas, juntándolas, y subiéndolas hasta mi boca para que sacase la lengua y la colara entre ellas. Gruñó al verme.

Sergio

Sentí la necesidad de darle placer. No lo entiendo aún, pero me perdía esa inocencia que desprendía, esa voz gimoteante, esa mirada angelical que me observaba con ojitos dulces desubicados.

Me salté todas las normas y protocolos, claro está. Yo no iba por ahí manoseando a mis clientes y mucho menos comiéndoles el coño y follándole con mis dedos. A estas alturas había sabido controlar mis impulsos y el trabajo era solo eso, trabajo. Pero con Rebeca no era así. Con ella algo primitivo se me despertaba y con ello la polla me palpitaba.

Estaba duro desde hacía un rato. Joder, me había pajeado varias veces desde que la conocí pensando en su cuerpo y su culo, imaginando como serían sus tetas y su coño, y contra todo pronóstico lo que descubrí fue mejor que mis propios pensamientos.

“Seguro que con tus manos eso se solventa” ay, reina, si tú supieras lo que yo quería hacerte con mis manos… No pude aguantar las ganas de quitar la toalla y terminé arrebatándosela, con un miedo interior por si ella se sentía ofendida y me ponía una demanda por acoso sexual que echaba a perder mi carrera como masajista.

Sin embargo, me dejé llevar por los impulsos y los halos de confianza que ella me daba, y así terminé, cediendo a mi instinto de cogerla por los tobillos hasta ponerla a mi merced y comerle el coño con ganas hasta que se había corrido en mi boca con mis dedos dentro de ella, sintiendo como me los apretaba con sus espasmos por el orgasmo.

Cuando acabé, las ganas de meterle la polla en la boca me estaban echando un pulso, que tarde o temprano iba a perder yo. Me paseé por su lado con mi polla a punto de reventarme los pantalones y me coloqué pegado a su cabeza. Quería que ella lo viera, lo deseara y fuera consciente de cómo estaba por su culpa.

Puse mis manos en sus tetas, las mismas que ella antes había sobado mientras agarraba mi cabeza con una mano, y las volví a manosear a mi antojo, acercándolas a su barbilla, mientras ella me miraba ruborizada y sacaba la lengua para ponerla entre ellas.

Dios, que ganas de meterle la polla en medio y correrme sobre ella entera. Mi sorpresa fue mayúscula cuando vi sus manitas ir hasta mi paquete, acariciar por encima de la ropa y apretármela con suavidad, como comprobando la dureza de mi rabo.

Rebeca

Se apartó y dejó mis pechos libres de sus manos para agarrarse el paquete como si quisiera colocárselo de alguna manera menos hiriente.

Puse los talones en la camilla y me impulsé hacia arriba más para estar más cerca de él, me levanté un poco y pasé mi boca por la tela, sacando la lengua para que viera como le rozaba con ella aunque fuera por el pantalón.

Con sus brazos estirados a ambos lados de su cuerpo observó como le desabrochaba el cinturón con habilidad y abría el botón, bajaba la cremallera para dejar libre sus calzoncillos abultados.

Pasé mi mano, apretujé y comprobé la dureza de su miembro que se estremecía a mi tacto.

Posé mi boca desde abajo en sus huevos y tiré de los calzoncillos para dejar libre su erección en mi cara. Cuando lo hice él acarició mi pelo y acarició mi mejilla, sin perder de vista como yo abría la boca y dejaba entrar la punta de su polla entre mis labios, teniendo yo la lengua pegada al labio inferior, inclinando mi cabeza hasta darle acceso para que pudiera colarse en mi garganta.

Fue entrando poco a poco, sintiendo el camino que recorría la dura carne dentro de mi boca hasta tocar el fondo de mí, mi campanilla, colándose en mi garganta completamente y notándose en mi cuello la dureza de su erección.

Completamente estirada y abierta de piernas, el comenzó a bombear dentro de mi boca follándome la garganta, mientras sus manos viajaban a mis pechos y pellizcaban mis pezones endurecidos, tremendamente sensibles, casi doloridos por la excitación.

Y siguió, continuó, embistiéndome salvajemente la boca hasta que salió, sacó del bolsillo trasero de su pantalón un condón y mirándole extrañada me susurró “llevo pensando en follarte desde el primer día que te vi, joder”. Me estremecí, ardiendo por dentro de imaginarle en mi interior, excitado por mí.

Me indicó que levantara las piernas, se subió a la camilla de rodillas conmigo y con el miedo de que nos pudiéramos caer, se acomodó pegado a mí. Se puso el condón y restregó su polla por mi coño, dándome golpecitos con ella, mojándola con el látex puesto, abrió un poco mis piernas y llevó la cabeza de su miembro a mi entrada, se posicionó y entró despacio apretando los dientes. “Joder, que cerrada estás…” susurró y arrastró cada palabra como si aquello le provocara más placer.

Una vez adaptados a nuestros cuerpos, colocó mis piernas en sus hombros y me empezó a embestir despacio, mientras agarraba mi barbilla y me metía dos dedos en la boca pidiéndome que le chupara.

Mis tetas se movían con cada embestida, la camilla amenazaba con ceder ante nuestro peso, pero a él no le importaba esto último, estaba centrado en follarme hasta el fondo sin parar mientras disfrutaba de mis tetas moverse y mi cara sonrojada.

Quise quitar varias veces la mirada de la suya, pero me agarraba la cara para obligarme a volverla hacia él, “mi… ra… mé” gimoteaba entrando y saliendo de mi mientras mi coño le apretaba, sintiendo su carne moverse brusca y cálida.

Intenté aguantar los gemidos, principalmente chupándole los dedos pero al final opté por ponerme la mano en la boca a lo que él respondió sujetando mis manos y acercándose más a mi hasta que yo estaba completamente cedida por su peso.

“Quiero escucharte gemir en mi boca y ver tu cara cuando te corras con mi polla dentro de ti, llenándote entera”.

Puse los ojos en blanco sin poderlo evitar ante el placer que me proporcionaba su follada y sus palabras.

Cogió una de mis manos y la puso entre mis piernas, en mi coño “date más placer para mí”, y así, mientras él entraba y salía de mi interior, yo me masturbaba dándome placer con mi mano, acariciando mi clítoris en círculos, acelerando cada vez más hasta que la respiración se me aceleró, me contraje, y le apreté con mi coño corriéndome con él en mi interior. Pude ver luces centelleantes ante el orgasmo y como me costaba recuperar el aliento mientras él seguía bombeando dentro de mi cuerpo buscando ahora su propio placer.

Agarró mis tetas y arremetió con más fuerza entre mis piernas hasta que vi la expresión de su cara abandonar el control y ceder a la lujuria del placer. Con una mano en mis pechos y la otra sujetando mis piernas se tensó, arremetió en profundidad y desanimó los movimientos de su cuerpo dentro del mío.

Gruñía pegado a mi boca, mordiéndome el labio inferior, mientras yo sentía, incluso a través del plástico, como se corría y su semen me caldeaba mi interior.

Comenzó a besarme despacio, algo que no había hecho en todo momento, mientras salía de mi interior agarrándose el condón con una mano para que este no se saliera. Con cuidado abrí mis piernas y le abracé la cintura mientras seguimos besándonos durante unos minutos lentamente, normalizando nuestras respiraciones.

Cuando se apartó no pude evitar sonreír, gesto que me devolvió, y mientras me vestía en silencio me soltó una invitación para cenar ese mismo día.

Fin.