Mi placentero confinamiento

Este relato no es en exceso erótico, pero puede sorprenderos, como a mí, el principio, el desarrollo y el desenlace que he vivido en este confinamiento.

Esta maldita pandemia del Covid-19, que ha asolado al mundo, nos ha pillado a todos desprevenidos y según la autoridades sanitarias, para combatir este virus, una de las medidas extraordinarias a cumplir es confinarnos allá donde nos encontremos, y en esas me encuentro.

¿Y dónde me hallo en este no salir a la calle y quedarme confinado? Bien podía ser en el domicilio en el que habitualmente resido con mi mujer, pero no. En esos días me encontraba en otra ciudad por asuntos de trabajo y qué casualidad, era la localidad donde vivía mi suegra.

Pues bien, mi mujer sabiendo que me encontraba en esa población, de inmediato de dijo que me quedara allí y fuera al piso de su madre. Era enfermera y ante el trabajo que tenía que desempeñar en el hospital para hacer frente al coronavirus, mejor quedarme acompañando a su madre para que no se encontrase sola. Ella tampoco estaría sola al compartir nuestro piso con otra compañera que necesitaba alojamiento.

Antes de seguir, decir que mi suegra había enviudado hacía algo más de un año por lo que estaba acostumbrada a vivir sola y ante eso la petición de mi mujer me parecía absurda, yo debía estar junto a ella a pesar, según decía, de poder transmitirme el virus al estar en contacto permanente con los afectados. El volver al lugar donde residía no contravenía ninguna norma y ante la policía bien lo podía justificar. Otra cosa que ayudaba a mi mujer para no ir a mi ciudad era el saber que podía trabajar desde casa y bien podía cumplir con esa labor desde el domicilio de mi suegra. Ante su insistencia tuve que ceder y ahí me encontraba, cumpliendo el confinamiento en lugar ajeno a mi hogar.

Ni que decir que mi suegra agradecía el gesto de su hija, pero no le pareció correcto el que yo tuviera que permanecer junto a ella. Según sus palabras, eran momentos de estar con los seres más queridos y yo debería estar con su hija. Ella no contaba.

Bueno, pues allí me encontraba en la vivienda de mi suegra y puedo decir que los primeros días no me resultaban desagradables. Entre el teletrabajo, el poder hacer algo de ejercicio en el patio interior que disponía la casa de mi suegra y conversar con ella, se me pasaba el tiempo volando. Además, no me podía quejar de la alimentación. Se notaba la buena mano que tenía mi suegra para los guisos, algo que mi mujer no había heredado de ella.

Y qué decir más de mi suegra, era una mujer relativamente joven, su edad no sobrepasaba en mucho los cuarenta años, aunque su aspecto no era el de una mujer que cuidara demasiado su imagen. Había descuidado su figura desde que su marido enfermó, y éste tuvo una larga enfermedad que duró dos años, hasta que murió. Por lo demás, yo la conocía poco, el trato que había tenido con ella era más bien escaso.

Por mi parte, decir que me había casado con su hija en plena enfermedad de su marido; iba para año y medio. La conocí en mi ciudad haciendo prácticas de enfermería y no tardamos en casarnos. Era algo más joven que yo, pero congeniamos y decidimos dar el paso al matrimonio.

Bien, pues ahí estaba, junto a mi suegra casi todas las horas del día y de alguna manera comenzando a conocernos. Como digo, los primeros días se pasaron rápidos en su compañía, pero ya iba echando de menos el estar con mi mujer, a pesar que cada día nos hacíamos una video llamada y nos podíamos ver y oír. Y como no, también añoraba el poder tener sexo con ella. Era algo que tendría que esperar.

Ahí seguía hasta que surgieron unas palabras que llegué a oír en una de las video llamadas, mi suegra se puso a mi lado y mi mujer nos pudo apreciar a los dos a la vez que dijo: «hacéis una bonita pareja y me gusta veros  juntos».

Fue una frase intrascendente en su momento, pero estando en la cama esa misma noche, me vino esa frase a mi pensamiento y comencé a darle vueltas. Realmente la persona que formaba pareja conmigo en el video era mi suegra, pero claro, no por eso dejaba de ser una mujer y salvando ese descuido de su imagen, para nada era fea. Se me estaba yendo la olla, mi mente estaba examinando su figura e intentaba recrearse con ella. En verdad, no estaba nada mal, solo con mejorar un poco su vestimenta y arreglarse el cabello, cambiaría ese aspecto de descuido. Los demás atributos para considerarla una mujer más que aceptable, ya los tenía.

Fueron unos pensamientos con cierta excitación y poco falto para masturbarme, pero pude contenerme. No cabía duda que esa calentura era por no poder desfogarme con mi mujer. Ahora bien, ver a mi suegra de nuevo en vivo al día siguiente, mientras desayunábamos, mis ojos no se apartaban de su cuerpo y algo notó en mí al decirme:

-Veo, Raúl, que no dejas de mirarme y supongo que algo me quieres decir.

Me pilló desprevenido, pero enseguida reaccioné.

-Pues sí, Luisa, te estoy mirando y pienso que cambiando esa vestimenta que llevas y ese peinado, estarías más atractiva.

Se quedó algo sorprendida por mis palabras, aunque no tardó en manifestar:

-¿Y para que quiero estar más atractiva? El hombre que elogiaba mi atractivo, ya hace más de un año que no está a mi lado.

-¿Y yo que soy? –contesté.

-Tú no cuentas, tú eres el marido de mi hija.

-Pues a pesar de eso, no dejo de ser un hombre y me gustaría verte más atrayente y seductora.

-Qué cosas dices, Raúl. Yo ya no estoy para seducir a nadie.

Le iba a contestar, pero me dejó con la palabra en la boca al levantarse e irse de inmediato a su habitación. Note que su retiro era para no seguir con esa conversación, aunque seguro que no dejaría de pensar en mis palabras.

El día transcurrió más o menos normal, pero noté a mi suegra más callada e ensimismada. Al atardecer, como todos los días, me puse en contacto con mi mujer por medio de la video llamada y entre otras cosas que hablamos me preguntó:

-¿Os lleváis bien mi madre y tú?

-Sí que nos llevamos bien y si no que te lo diga ella.

Me acerqué a mi suegra con el móvil y le dije que respondiese a su hija como nos llevábamos en ese confinamiento.

-Bien hija, nos llevamos bien, tu marido es muy atento conmigo.

-Eso me gusta mamá, sobre todo pórtate bien con él y disfrutar teniéndoos el uno al otro.

La conversación terminó, pero no dejé de pensar en esas palabras de mi mujer: «disfrutar teniéndoos el uno al otro». No sabía como tomármelas, o sí.

No tardamos, después de la llamada, en disponernos a cenar, pero durante la cena apenas mediamos palabras, fue al finalizar cuando mi suegra mirándome fijamente dijo:

-Siento que por mi culpa eches de menos a tu mujer.

-¿Porqué crees que la hecho de menos? –le pregunté para ver por donde salía.

-Tú sabes bien a que me refiero.

Vaya, tenía claro que echaba de menos de mi mujer y eso me facilitaba para decirle.

-Si te refieres a tener sexo, es verdad que lo hecho en falta. ¿Tú no lo echas de menos?

-¡¡Yo!! –exclamó poniéndose la mano en la boca.

-Sí, tú. Eres una mujer todavía joven y es algo natural que te entre el deseo de acostarte con algún hombre.

-Deja, deja, mejor dejemos esta conversación.

-Porqué tenemos que dejar esta conversación, ¿de qué tienes miedo?

-No tengo miedo de nada, pero no me hagas recordar a mi marido y el no haber podido tener relaciones sexuales con él desde hace más de dos años.

-Perdona, Luisa, que recuerdes a tu marido es normal, pero tú sigues viva y te mereces volver a tener alguna alegría corporal. Como dice tu hija, ahora nos tenemos el uno al otro.

-No te entiendo, Raúl.

-Sí que me entiendes. –le dije alargando la mano y cogiendo una de las suyas que tenía encima de la mesa.

Se me quedó mirando fijamente y apartando su mano de la mía, dijo:

-No me puedo creer lo que me estas insinuando.

-Pues créetelo –manifesté.

-Pero te das cuenta que es una locura. ¡Eres el marido de mi hija!

-Y ya te he dicho que también soy un hombre y no me importaría poner fin a esa carencia de sexo que tienes. Además, tu hija estaría encantada, como ha dicho, disfrutar el uno del otro.

No reaccionaba, se había quedado como paralizada, pero llegó a levantarse de la silla y me pareció ver unas lagrimas en sus ojos. De inmediato me levanté y acercándome a ella le agarré de los hombros a la vez que le dije:

-Luisa, en verdad te deseo, pero no quisiera que te enojaras. Nunca te haría algo que tu no quisieras.

Su mirada llorosa se clavó en mi cara y no pude por menos que acercar mis dedos a sus ojos para limpiar esas lágrimas y después mis manos se dirigieron a su cabello para quitarle la goma que sujetaba su pelo  en una especie de moño y lo dejé suelto. Ya lo creo que cambiaba la fisonomía de su cara y no pude por menos que posar mi boca en sus labios. Fue un beso visto y no visto porque ella se separó de inmediato y como si yo fuera el diablo, salió pitando del comedor refugiándose en su habitación.

Me fui a la sala y me senté en el sofá esperando por si venía mi suegra para ver en el televisor un programa que a ella le gustaba. Aprovecharía para disculparme por haber sido tan directo y tan brusco, pero no vino. Estuve un buen rato con el televisor encendido, pero mi pensamiento no dejaba de pensar en esa mujer que había besado. Ya no era mi suegra, se había convertido en una mujer en toda su extensión a la que deseaba poseer y que ella aceptase ser poseída. Aunque vista su última reacción lo tenía crudo.

Me fui a dormir, pero tumbado en la cama mi pensamiento seguía con la misma historia y en ella entraba un personaje más, mi mujer. ¿No llegaba con ella a satisfacerme lo suficiente? Sí que me complacía y follábamos con asiduidad, pero su ausencia y este confinamiento tan riguroso de quedarnos en casa, me producía tal alteración en el cuerpo que me llevaba a desear a esa mujer que compartía conmigo ese encierro.

¿Era deseo o había algo más? Lo cierto es que me encontraba a gusto a su lado, era prudente, respetuosa y su conversación me resultaba agradable. En verdad desconocía todas sus buenas cualidades, aunque era comprensible el desconocerlas porque en el tiempo que llevaba casado con su hija apenas nos habíamos relacionado.

Llego la hora de levantarme y después de asearme me dirigí a la cocina. Hay estaba esa mujer que para mi ya solo era eso, una mujer.  Se encontraba sentada junto a la mesa como si me estuviera esperando, y como no, al igual que todos los días, tenía mi desayuno preparado encima de la mesa. A mis buenos días ella respondió igualmente y esperó a que me sentase para decirme:

-Mientras desayunas quiero que escuches lo que voy a decirte y por favor, no digas nada y no me interrumpas.

Vaya, me iba a echar la bronca y reprenderme por insinuarle mis deseos. No me quedaba otro remedio que escucharla y además sin interrumpirla. Bueno, era algo que también esperaba.

Comenzó diciendo que me agradecía y mucho el haberme quedado con ella en ese confinamiento; le había venido bien mi compañía para no estar sola todo el día sumida en sus pensamientos. Después me sorprendió; llegó a decirme que cuando me conoció le gusté como hombre y se sintió satisfecha de que me llegara a casar con su hija. Lo que siguió, más que sorprendido me dejó estupefacto, dijo que como mujer podía estar contenta y satisfecha de que un hombre como yo la desease, pero daba la circunstancia que ese hombre para ella era inalcanzable o más bien no debería pretender alcanzar. En resumen, el hecho de que aparecieran esas lágrimas en su rostro era por no poder o querer aceptar mi proposición. Llegué a entender que yo le atraía, pero entre nosotros había un obstáculo, ese era nada más y nada menos que su hija.

Si quería salvar ese impedimento me las tenía que ingeniar para poder evitarlo, pero en esos momentos no se me ocurría nada. Su confesión me había desorientado. Ah, se me olvidaba, Luisa ese nuevo día llevaba el pelo suelto con un bonito peinado y su cara resplandecía mucho más. ¿En verdad ese obstáculo era tan insalvable?

Pasamos el día sin ninguna novedad sustanciosa que reseñar hasta que llegó el momento de la video llamada. En ella mi mujer comentó lo duro que resultaba el trabajo en el hospital, pero que lo llevaba bien y no me preocupase por ella. Quiso que se pusiera también en pantalla su madre e hizo el comentario siguiente: «me encanta veros tan unidos a los dos y tú mamá, estás radiante y seductora con el pelo suelto, sigue así». Otro día más con la consiguiente frase en pro de mantenernos muy unidos su madre y yo y además, elogiar su nueva imagen. Suponía que sus palabras no tenían doble intención, pero avivaba mi pensamiento y este me llevaba a querer acrecentar esa unión.

Cenamos y después nos dirigimos al salón para sentarnos en el sofá y mirar que se podía ver en el televisor. Nuestra atención se centró en una película romántica protagonizada por una pareja en la que la mujer era de edad superior a la del hombre.

-Mira, al igual que tú y yo, pero nosotros sin romance.

-Qué cosas se te ocurren, Raul –contestó.

A diferencia del día anterior, estas palabras con ligera insinuación le hicieron sonreír.  Iba ganando terreno y más gané cuando el protagonista fue atropellado por un coche. A Luisa le impresionó esta escena y se volvió hacia mí apoyando su cabeza en mi hombro. Yo puse una de mis manos en su cabello y con la otra le levanté su barbilla poniendo su cara enfrente de la mía. Nuestras miradas se cruzaron y de forma pausada me fui acercándome a ella hasta que mis labios toparon con los suyos. Al igual que el día anterior fue un beso breve, su boca se separó de la mía, pero esta vez siguió estando a mi lado y se quedó mirándome fijamente hasta que en un impulso mi boca volvió a unirse a sus labios y ese beso no se interrumpió, fue apoteósico.  Incluso con suavidad nuestras lenguas se enlazaron.

No me preguntéis como acabó la película, solo podré decir que el sofá sirvió como preludio para irnos muy unidos a mi habitación, evité ir a la suya por si le venían otros recuerdos y no era plan de hacérselos recordar. ¿Y que le hizo romper esa barrera que se anteponía entre nosotros? El recordarle que su hija aludía constantemente a que disfrutásemos del uno del otro y permaneciéramos unidos fue la clave para salvar ese obstáculo, por lo demás, ardíamos en deseo de tenernos el uno al otro.

Fue fascinante y encantador vislumbrar ese cuerpo desnudo desprovisto de esa vestimenta tan recatada. Si digo extraordinario todavía me quedo corto. El de mi mujer era más que apetecible, pero este, con algún kilo más que el de su hija, sus curvaturas eran más pronunciadas y se me antojaba como un cuerpo sublime. Y a ese cuerpo me volqué.

Me atraían sus pechos, su vientre, sus muslos, su todo. No dejé un solo poro de su cuerpo de absorber. Era tal mi ardor y notar al mismo tiempo la excitación que se producía en el cuerpo de esa mujer, que ansiaba el poder acoplar mi erecto pene en su esplendorosa vagina.

De su boca no recibía otros sonidos que no fueron sus jadeos y gemidos, por lo que tenía via abierta para que mi miembro se introdujera y se desplazara por todo su conducto vaginal.

Era un autentico gozo y placer sentir como nuestros cuerpos se acoplaban en los movimientos de vaivén, hasta que alcanzamos una excitación tal que no pudimos por menos que acelerar nuestros vaivenes hasta que, casi al unísono, unos gritos salieron de nuestras gargantas. Todo mi semen quedó derramado en el interior  de su dilatada vagina.

Quedamos desfallecidos y solo el sonido de nuestras profundas respiraciones rompía el silencio de la noche. Me encontraba henchido de placer y quedé ampliamente compensado por los días que llevaba de abstinencia. ¿Y como le fue a Luisa?, os preguntareis. Solo deciros que hablaba por si sola esa tremenda excitación que le llevaba a emitir esos jadeos, gemidos y culminarlos con ese prolongado grito final. Pues bien, no solo follamos una vez, hubo un segundo acoplamiento entre mi exaltado pene en su hermosa y lubricada vagina, con el consiguiente derrame en su interior de mi liquido seminal. El primer polvo, ni que decir que fue maravilloso, pero el segundo fue apoteósico.

A la mañana, cuando desperté, no se encontraba Luisa en la cama, me levanté de inmediato y fui rápidamente a la cocina por si allí se encontraba. Quería darle los buenos días y ofrecerle un clamoroso beso como gratificación por esa deslumbrante y portentosa noche que habíamos pasado. Ahí la hallé sentada junto a la mesa y como de costumbre, mi desayuno preparado. A esos buenos días le siguió el acercarme a ella para darle ese soberbio beso en plena boca, pero no, ella se giro y el destino fue su mejilla. No la vi muy risueña y lo siguiente fue decirme:

-Siéntate, por favor, quiero decirte algo.

Le hice caso y sentado me puse a su escucha.

-En primer lugar quiero decirte que no te sientas culpable de como me siento, es verdad que tú iniciaste lo que llegamos a hacer anoche, pero yo no te puse ningún impedimento, al revés, me entregué a ti por completo. Al despertarme me he dado cuenta de la atrocidad que cometí y me he sentido sucia y repugnante…, he traicionado a mi propia hija. No se lo que me pasó ni sé como pude perder por completo la cabeza y la sensatez, pero esto no puede volver a suceder.

-Pero Luisa… -no me dejó seguir.

-No digas nada, Raul, tenías tu necesidad, querías desfogarte y solo me tenías a mí a tu lado. En tu honor, puedo decirte que me propiciaste una de las mejores noches de mi vida, pero no debes olvidar que estas casado con mi hija y no me perdonaría nunca que esto nuestro llegara a sus oídos. Y por favor, no lleguéis a separaros, os debéis el uno al otro y así debéis seguir.

De nada sirvió decirle que su hija representaba mucho para mí y en mi ánimo no estaba para nada el separarme. Así como decirle que por ella sentía también algo especial y no solo para querer echar un polvo.

Para no alargar más, puedo decir que fueron pasando unos cuantos días sumidos en este confinamiento sin más novedades, hasta un atardecer fui a por la bolsa de basura para llevarla al contenedor situado en la calle. Era el único momento del día que mis pies la pisaban; Luisa salía algo más para hacer la compra en un supermercado cerca de casa. Pues bien, como digo, me dirigí donde se encontraba el cubo de la basura y fui a extraer la bolsa. Para poder cerrarla bien tuve que apretar un poco por encima y una caja extraña que no sabía que era llamó mi atención. Retiré lo que estaba a su lado y pude leer claramente que indicaba la caja: Predictor – test avanzado de embarazo.

Me quedé de piedra. Fui a sacar la basura medio sonámbulo y mi cabeza no paraba de darle vueltas. La mujer con la que compartía el confinamiento, la llamase suegra o la llámese Luisa, había recurrido a un test de embarazo y ese, si era positivo, el único responsable era yo. Era verdad que no tuve ningún miramiento para derramar por dos veces mi semen en su vagina, pero me comporté igual que lo hacía con mi mujer desde que nos casamos.

-¿No tienes nada que decirme? –pregunté a mi suegra nada más volver de la calle.

-¿Qué te tengo que decir? –respondió.

-¿Te parece bien que sea sobre esto? –y mi pregunta fue acompañada por la caja de Predictor que saqué de mi bolsillo.

Su cara se descompuso y rompió a llorar. Yo no sabía si abrazarla o qué demonios hacer. Era evidente que el test de embarazo había dado positivo. Mi móvil sonó en esos momentos y era la video llamada de cada día. No sabía si era mejor no contestar, pero eso no servía porque mi mujer volvería a llamar, si no a mí a su madre.

Intenté que mi mujer no notase la cara de estupor que se me había quedado, pero ella me conocía bien y enseguida preguntó:

-¿Te pasa algo?

-No, no, no me pasa nada –respondí.

-Venga, dímelo.

Tampoco era para engañarla, tarde o temprano se iba a enterar y sería peor.

-Bueno, te tengo que dar una noticia y no sé como decírtela.

De pronto la vi saltar, reír y gritar al mismo tiempo.

-¡¡Mi madre está embarazada!!

Si me pinchan en ese momento no me sacan una gota de sangre, Ni se paró a preguntar si era cierta su exclamación y siguió diciendo.

-Acerca el móvil a mi madre.

Todavía tenía su madre sus ojos llorosos y como pudo se secó las lágrimas antes de ponerla en pantalla.

-¡Mamá! No sabes lo feliz que me haces. Este niño será de las dos.

Yo alucinaba, ¿cómo era posible que ella supiese que su madre y yo hubiéramos mantenido relaciones sexuales?; y además, ¿a qué venía esa alegría?

Pronto lo supe. Me enteré que mi mujer se había echo unas pruebas en el hospital y habían dado que era estéril. Sabiendo que yo añoraba tener algún hijo pensó que quien mejor que su madre para engendrarlo. Era por eso a que se debian esas continuas insinuaciones para acercarnos lo más posible su madre y estar unidos, tanto, como para que nuestros sexos se acoplaran.

Ni que decir que esa noche Luisa y yo lo celebramos a lo grande, adiós barreras, obstáculos y temores. Nos entregamos con verdadera pasión y seguimos con la misma tónica en días sucesivos. Ya veríamos como nos lo montábamos al finalizar este confinamiento y conviviéramos madre, hija y yo.

¿Nuestro hijo a quien iba a estar unido?; a los tres.