Mi pequeña, mi diosa II
Aquella noche no fue el final del cuento. Formábamos parte de un desenlace eterno a rebosar de erotismo, placer, sexo, gemidos, orgasmos y más de mil aventuras que cubrían el cupo que durante toda mi vida me había negado a cumplir. Esta vez llevaba nombre de casa rural. El sexo venía en el pack.
Su madurez también me tenía completamente absorto. Tenía 24 años pero hablaba con la sabiduría que libros, películas y series habían personificado con una gran barba blanca, millones de arrugas e infinidad de experiencias a sus espaldas. Me asustaba saber que todo aquello probablemente lo habría aprendido a base de heridas, porque o bien habían sido demasiadas, o bien pocas pero extremadamente profundas.
Llevaba su escudo debajo de la piel, y no encima como los demás mortales. Nunca contaba nada que ella considerara personal, ni siquiera lo mencionaba. Cualquiera que se interesase en conocerla y no sólo en quitarla prendas, sabría que de tantos golpes que llevaba dentro, ella era su propia cicatriz. Pero así seguía.
Nunca notabas la tristeza en su rostro, sus ojos siempre eran el reflejo de la parte florecida de su alma, y jamás llovía. Desprendía felicidad sólo con caminar y su simple sombra servía de imán para todo aquel que se considerase vivo, superviviente o muerto en vida.
Había estudiado fisioterapia y trabajaba en un centro para la tercera edad porque adoraba escuchar las numerosas historias que aquellos sabios la contaban con los ojos brillantes y la incredulidad de quien escucha ''sigue hablando'' después de haber sido obligado a callar en cada cena familiar. Así lo definía ella.
Vivía sola por Malasaña, en alguna calle llena de paredes pintadas y vida nocturna; aunque consideraba hogar a infinidad de lugares concretos y personas determinadas. Devoraba libros como quien acaba con dos bolsas de pipas en un banco cualquiera y la música era como el respirar para cualquiera de nosotros.
Siempre estaba bailando. Cuando ponía música en casa, cuando oía la lista antiquísima de algún supermercado yendo a comprar o cuando la tarareaba en medio de la calle, sin importarle quién ni cómo la mirasen. Era pura magia hasta cuando ponía aquella mueca de "se me ha metido algo en el ojo".
Aquella noche fue la primera vez que la vi, pero no la última. Aquella mañana se fue tras haber improvisado un desayuno con mi triste nevera y el culo al aire; a los dos días ya habíamos vuelto a vernos sin que fuese mera casualidad. Íbamos al cine, nos recorríamos cientos de parques hasta que se le enrojecía la nariz en demasía, hacíamos de público en teatros, museos, conciertos, exposiciones y recitales de poesía. Seguíamos una guía turística de restaurantes y de vez en cuando alegrábamos a algún hotel por cortesía de las fantasías sexuales de Agnes fuera de casa. Nunca me cansaba de rozarla, de acariciarla, de saborear hasta el último milímetro de su piel. Y ella nunca se cansaba de hacerme sisear de placer. Una y otra vez. Me había vuelto un adicto al sexo, o a su sexo, para mí ambas palabras ya eran sinónimos. Miraba por el placer de ambos pero anteponía siempre el mío. Incluso cuando no estaba presente para poder tocarme, lo hacía. Siempre encontraba el modo de enloquecerme. Y siempre sonreía victoriosa.
Esta vez había propuesto pasar el puente en alguna casa perdida por la montaña en pleno invierno. Ella ponía el lugar y el coche, yo conducía porque alegaba que a ella le daba pereza. No se lo pude negar. En verdad, no era capaz de negarla nada, me tenía comiendo de su mano. Todo resultaba tentador con ella. Y cuando no lo resultaba, otro calor diferente me recubría el cuerpo, otro calor que me hacía aceptar de la misma forma.
- Debería haber conducido usted, señorita, así la sorpresa se hubiese mantenido hasta el final y me hubiese tenido inquieto e impaciente.
El GPS era nuestro gran aliado en medio de la autopista con alguna canción irrelevante sonando en la radio de su Peugeot azul eléctrico. Agnes también era una caja de sorpresas para muchas otras cosas.
Por más que trataba de alejar mis pensamientos de la noche anterior de mi cabeza con conversaciones absurdas, se me hacía imposible. Habíamos quedado en pasar la noche juntos en mi casa y así salir por la mañana temprano. Sólo tendríamos que bajar mis cosas al coche y no perderíamos mucho tiempo. Al medio día se pasó por mi oficina para recoger las llaves de mi casa ya que ella llevaba desde el día anterior de puente y yo, muy a mi pesar, tenía que quedarme hasta tarde negociando un par de cosas con algunos clientes que mi jefe consideraba importantes. Había insistido en prepararme algo nuevo para cenar y esperarme. Como es evidente, tampoco logré negarme.
Cuando llegué no me oyó, o hizo como que no me había oído. No la vi en la cocina y supuse que estaba en mi habitación. Según me acercaba, sus jadeos y suspiros resonaban con más fuerza en mis oídos mientras mi cerebro le presentaba unas imágenes tentadoras a mi entrepierna, que no dudó en comenzar a despertarse. Cuando me asomé por el marco de la puerta sentí morir de placer. Agnes estaba tumbada en mi cama. Tenía el pelo despeinado, los ojos cerrados y se estaba mordiendo los labios con la cabeza ligeramente echada para atrás. Vestía lencería de encaje granate que resaltaba cada centímetro de su cuerpo y hacía enloquecer a cualquiera. Yo no fui menos. Mi pantalón ya se ceñía sobre el inicio de mi erección.
Sus brazos se extendían sobre su vientre hasta llegar a su sexo. Las piernas ligeramente abiertas y el tanga en su sitio. Inmóvil. En su mano derecha sujetaba lo que parecía un vibrador para el clítoris de color rosa claro metálico, el cual movía lentamente sobre su ropa interior. La izquierda jugueteaba con el comienzo del tanga, intentando resistirse a la tentación.
Agnes sabía mucho de erotismo y disfrutaba como pocos del sexo. El juego era su parte favorita, la excitación, la provocación. Cuando llegaba a la cima de éste, comenzaba la acción. Hacía de mi orgasmo el más puro éxtasis, el suyo no se quedaba atrás.
Verla así, masturbándose sobre mi cama, con aquel gesto de placer, sus jadeos y el erotismo que en mí provocaba verla con un juguete erótico; hicieron que, tras acariciar mi pantalón sin dejar de mirarla, tuviese que desabrochar el mismo para tomar un contacto más directo. Si ella no sucumbía al carne con carne, yo tampoco lo iba a hacer.
Un rato después, cuando sus jadeos pasaban a ser gemidos acallados y mi erección había alcanzado su máxima envergadura, giró la cabeza y me vió. Sus ojos reflejaron sorpresa que tapó poco después por lujuria. Me acerqué a ella cuando comenzó a dar toques sobre la cama con la palma de su mano mientras miraba mi miembro aún cubierto. Apenas tardó en meter la mano bajo mis bóxers una vez me tumbé a su lado. Cogí su juguete mientras ella comenzaba sus caricias arriba y abajo. Metí mi mano por su ropa interior, separé sus labios y observé detenidamente su clítoris sonrojado e hinchado. A pesar de todos nuestros encuentros sexuales nunca me cansaba de contemplarlo. El botón que daba paso a la cuenta atrás de la bomba de su orgasmo. Acerqué la vibración hacia él, en cuanto notó el agradable contacto, arqueó la espalda y volvió a cerrar los ojos.
- Sabes a qué lugar vamos, pero no a dónde vamos. Ahí reside la sorpresa. Y por lo que veo, ya te tengo impaciente e inquieto.
Dirigí mi mirada rápidamente hacia mi entrepierna y la subí de inmediato. Mierda. Recordarlo no había sido buena idea. Traté de cambiar de tema.
¿Cómo vamos a hacer lo de la comida?
Lo tengo todo planeado, relájate, Daniel.
Pulsó un botón de la radio para meter un CD que supuse había grabado ella, poco después comenzó a sonar una melodía alegre que la hizo tararear.
Noté su mano en mi pantalón en el momento en el que centraba de nuevo la vista en la autopista y me tensé cuando comenzó a subir lentamente hasta acariciar mi erección.
- Me gustas mucho así. Excitado en lugares o momentos que la gente tacha de inapropiados. Bueno, me gustas de todos modos, siendo sincera.
Después de acariciarme por encima del pantalón varias veces hasta hinchar insoportablemente mi miembro, comenzó a desabrochar mi cinturón.
- Vamos a ponerte un poco más cómodo. El GPS lleva al supermercado, iremos antes. Ya tengo las llaves de nuestro pequeño paraíso.
Colocó la tira del cinturón que recorría su cadera hasta el hombro por debajo de su brazo mientras desabrochaba la cremallera de mi pantalón y notaba cómo se mordía los labios. Mi vista no se separaba de la carretera mientras comenzaban mis suspiros debido al paso de la yema de sus dedos por mis bóxers y mi ya demasiado evidente erección.
- Bien. Nuestro puente empieza antes de lo previsto. Lo primero siempre es la liberación del estrés y la tensión, ¿verdad? - su voz ya se había tornado ronca. Joder.
Metió su mano poco a poco, haciendo que jadease levemente por el primer contacto de mi miembro con su piel. El calor comenzó a abrazarme tan fuerte que tuve que apagar la calefacción y bajar la ventanilla del coche. Sacó mi erecto pene de los bóxers y lo observó posado sobre mi vientre. No la veía, pero sabía que se estaba lamiendo los labios. Algo que admiraba de Agnes es que siempre me tocaba como si no hubiese visto mi miembro nunca, como si fuera la primera vez. Así lo hizo. Comenzó por acariciar mi glande con la yema de sus dedos mientras aún reposaba en mi vientre. Bajó con los dedos hasta el final para volver a subirlos hasta donde mi glande indicaba el principio. Repitió el movimiento varias veces antes de pasar a acariciar mis testículos. Después subió hasta acariciarme lentamente alrededor de la uretra. Siseé mientras dejaba mi cuerpo relajarse en el asiento y seguía conduciendo.
Cogió mi miembro y lo masturbó un par de veces lentamente, volvió a lamerse los labios y se metió el pelo entre las orejas para después mirarme con su sonrisa de diosa, darme un suave beso en los labios y pasar directamente a besar la parte al desnudo de mi vientre hasta llegar al principio de mi pene. Agarré con fuerza el volante cuando la punta de su lengua se paseó en círculos por mi glande y se escapó mi primer gemido cuando metió débilmente la punta por mi uretra. Se separó ligeramente para dejar su aliento mientras bajaba hasta mis testículos. Pero no los rozó. Hizo el mismo recorrido que habían hecho anteriormente sus dedos, pero esta vez con su lengua. De abajo a arriba. Mirándome fijamente mientras yo mantenía a duras penas la vista en la autopista. Su boca capturó mi glande poco después, succionándolo lento, sin demasiada fuerza. Comenzó a bajar hasta que la pareció suficiente mientras movía mis testículos con una de sus manos. Después comenzó a masturbarme lentamente con sus manos y boca. Cuando éstas bajaban, sus labios las seguían y viceversa. Después de unos minutos en los que yo no dejaba de jadear, sus labios abandonaron mi pene para centrarse en succionar mis testículos mientras sus manos comenzaban un movimiento más rápido, haciendo más presión. Yo respiraba con fuerza mientras los demás coches circulaban como si nada. Solté una de mis manos del volante para acariciarla suavemente la cara, con mimo, con agradecimiento. La miré, y sólo con eso me excitaba. Separó su boca de mis testículos para sonreírme y volvió a introducirse mi pene en el momento en el que yo volvía a dirigir la mirada hacia la autopista mientras pasaba a acariciar su espalda incansablemente. Sus movimientos y succiones aumentaron. Se movían al compás alrededor de mi excitado miembro. Sin parar. Incesablemente. Estaba al borde. Me encantaba. Me perdía. El placer que me proporcionaba me hacía sentir que iba a explotar del mismo en cualquier momento. Sus manos aumentaron la presión y disminuyeron el ritmo. Su boca sacó a pasear de nuevo su lengua y ésta volvió a presentarse ante mi glande, que la recibió encantado. Mi primer gemido ronco la avisó de que me iba a correr en poco y se preparó para luchar por ello. Succionó únicamente mi glande, masajeó mis testículos de nuevo y movió la punta de su lengua en el espacio tan limitado que le permitía mi uretra. Joder que si sabía lo que hacía... Se colocó sobre el final de mi pene y subió hasta arriba rozando sus dientes débilmente contra él mientras mis espasmos la advertían de la cercanía de mi néctar. Cuando rozó con el máximo cuidado sus dientes sobre mi glande, no hubo vuelta atrás. Gemí su nombre mientras mi semen salía a borbotones y su boca corría por taparlo y saborearlo. Mi mano acariciaba suavemente su nuca mientras yo estiraba los dedos de los pies en mis deportivas.
- ¿Qué? ¿Pasando un buen rato junto a un precioso juguetito?
No me había dado cuenta de la cercanía de aquel coche amarillo y desgastado. Unos chiquillos me miraban con burla para después buscar hoscamente a Agnes debajo de la ventanilla. Sus sonrisas grotescas me parecían lo más repugnante que había visto jamás. Justo en ese momento, Agnes levantó la cabeza, mirándolos mientras recogía una gota de su comisura izquierda para después lamerse el dedo con demasiado erotismo. Aquellos chicos abrieron tanto los ojos que pensaba que se les iban a salir de la cara.
- El buen rato es más que evidente. Lo de juguetito... Bueno, a diferencia de como necesitarán hacerlo ustedes, no me ha pagado. -Metió mi miembro en mis bóxers de nuevo y volvió a abrochar mi pantalón y mi cinturón.- Ah, y sabe encontrar muy bien el clítoris, algo a lo que parece que ustedes no aspirarán nunca. Pobres aquellas que se crucen con alguno de vosotros...
El coche se alejó con rapidez tras mostrarme caras de descontento ante la respuesta de Agnes, quien sonreía de nuevo mientras se colocaba el cinturón y se recostaba sobre su asiento.
Coloqué una de mis manos sobre su muslo, la besé y continuamos el camino entre canciones y la suave voz de mi pequeña.
(...)
Compramos todo lo necesario en el supermercado al que Agnes me había dirigido. Comida para cinco días, algún capricho y productos de higiene. Agnes cogió dos jabones especiales para hacer espuma, así que supuse que la casa tendría bañera, otro de los lugares que le producían un tremendo morbo. Pasamos sin darnos cuenta por la zona íntima hasta que Agnes se percató y retrocedió hasta quedar en medio de la estantería conmigo pegado a su espalda. Nada nuevo. Marcas de condones, algún lubricante que otro, cremas vaginales y algún juguete sexual muy simple y muy discreto. Pensé en coger algún aceite corporal, pero Agnes me detuvo.
- Ya tengo en una maleta todo lo necesario, no te preocupes por eso. ¡Ah! ¡Mermelada! Necesitamos mermelada.
Casi vuelvo a perder los papeles en aquel lugar por culpa de sus excitantes recuerdos.
Estábamos en una cafetería, en una mesa alejada del resto de comensales, desayunando. Agnes deslizó su dedo por la mermelada de fresa y la untó por mis labios como si fuese un cacao. La miré tan raro que se rió. Después me besó, o me comió, para ser preciso. Desde entonces siempre había deseado untarla de mermelada para comerla entera. Despacio. Poco a poco. Volviéndola ansiosa, como ella solía hacer conmigo.
Cuando volvimos al coche, Agnes puso un CD con música más movida. Tiempo atrás me había explicado, mientras reía conduciendo a alguna parte, que era la música y no la letra. Eran melodías que podía bailar moviendo el culo y mordiéndose los labios. Así me trataba de convencer ella. Claro que también se ponía a bailar a Queen. De hecho, lo había hecho tras la ducha en mi casa, con una toalla enrrollada alrededor de su cabeza, uno de mis albornoces (que le quedaba gigante) y un peine en la mano.
Su explicación no me convencía a pesar de que fue ella quien primero admitió que las letras eran realmente groseras y machistas, sin embargo, había algunas que se negaba rotundamente a escuchar. Entonces llevó el CD a mi casa y puso en práctica la teoría. Y qué queréis que os diga, otra vez que se os hubiese hecho imposible negarla la hipótesis. Acabamos haciéndolo en el sofá.
No sé ni cómo, pero bailaba en el asiento del coche mientras gesticulaba con las manos partes determinadas de la canción mirándome. Agnes era incansable, otro punto a favor. Jamás era suficiente. No se conformaba con follar y hacer que me corriese una vez. Si el tiempo no nos permitía repetir, ya se encargaba ella de elaborar algún plan improvisado que acabase con mi miembro hinchado hasta reventar. Eso me volvía loco.
Poco después me indicó que aparcase en lo que parecía un pequeño bosque. Ni rastro de la casa misteriosa. En cuanto salimos del coche sentí sus manos tapando mis ojos.
- ¿Ves como puede ser una sorpresa?
Sonreí mientras me guiaba encorvado sobre un suelo lleno de piedras. Yo era una cabeza y un cuarto más alto que ella, de modo que tenía que agacharme para que pudiese hacer que no viese nada. Tarareaba una canción que se le habría pegado mientras caminábamos por un suelo lleno de piedras. A los diez minutos destapó mis ojos susurrándome que aún no los abriese. Hacía tanto frío que sus manos ya estaban congeladas. Cuando me gritó que ya podía abrir los ojos, éstos apuntaron de lleno hacia un tejado negro nevado. Estábamos rodeados de árboles frondosos y montañas cercanas cubiertas de nieve. La casa era de ladrillos grises, y ahí estaba ella. Apoyada sobre una barandilla azul marino con una pose absurda que me hizo reír.
Abrió una puerta de metal negro y se perdió dentro.
La casa cumplía con la promesa del paraíso (y del erotismo) que había mencionado Agnes. Pequeña, pero todo un verdadero lujo. Una vez dentro, las paredes eran de madera nogal envejecida, decoradas con luces navideñas que le daban morbo y romanticismo a la misma vez. El salón y la cocina estaban integrados una vez recorrías un pasillo estrecho y corto, decorado con algún cuadro y un par de orquídeas en una de las esquinas. Un sofá en L beige, una mesita baja de madera oscura, un par de pufs púpura y una chimenea que había seducido a Agnes con una televisión grande sobre ella componían el maravilloso salón. La cocina era de estilo americano, con electrodomésticos grises oscuros que combinaban con la mesa y las respectivas sillas. En el medio de ambos espacios había una puerta que dirigía a una sala de juegos con un futbolín y un billar. Justo al final de la cocina, separadas por un pequeño tabique, subían unas escaleras hasta la buhardilla: nuestra habitación. Una cama de matrimonio de colcha gris oscuro con un tapiz rojo navideño a los pies y un cabecero de madera más oscura que las paredes; a cada lado una pequeña mesita del color del cabecero. El armario ocupaba su lugar en misma pared que las escaleras.
Lo mejor de todo: una puerta en la misma buhardilla que daba al baño con una bañera gigante blanca con rendijas a los pies.
Cuando terminé de encender la chimenea mientras Agnes se encargaba de colocar las cosas que habíamos traído, la vi sentada sobre la encimera de la cocina, mirándome sonriente y embobada.
Me acerqué a ella despacio, observando cada detalle de su silueta. Vestía unos leggins negros con botas altas marrones, una camiseta de tirantes negras y una camisa a cuadros negros y rojos. Ya me había comenzado a imaginar su ropa interior sobre mis dedos, mis labios, mi nariz, mis dientes.
Abrió las piernas para que pudiese acoplarme a ella, acaricié su nuca suavemente y la besé. Sus labios se movían lentamente sobre los míos y su lengua jugueteaba por cada rincón de mi boca mientras golpeaba mi trasero con sus talones para pegarme aún más a ella. Mis manos bajaron hasta masajear sus pechos por encima de su ropa, haciendo que echase la cabeza hacia atrás, dándome espacio para besar su cuello en dirección a su lóbulo. Cuando mis dedos rozaron sus labios a través de las prendas de ropa, emitió un gemido que me hizo saber que había estado esperando ese momento todo el día. Unas cuantas caricias mientras mordía y succionaba su cuello fueron necesarias para que la humedad de sus rincones secretos se presentase ante mis dedos. Mi erección ya empezaba a discutir con mis vaqueros acerca del espacio vital cuando me desprendí de las prendas que tapaban su sujetador de encaje verde oscuro. Su piel se erizaba con el tacto prolongado de mis dedos sobre sus brazos, su espalda, su cuello, su estómago y la ligera parte a la vista de su vientre que dejaban los leggins. Con su mirada penetrando mis ojos, me deshice de sus botas y sus calcetines, subiendo hacia su boca mientras dejaba un camino de besos por el interior de sus piernas hasta llegar a aquella zona húmeda que estaba deseando probar. Sus brazos se apoyaron sobre mis hombros para levantar su culo mientras se mordía los labios imaginando lo que se la venía por delante. Me deshice de aquella prenda junto al tanga de encaje a juego con su sujetador. Jadeaba sin control en cuanto volvió a posar su culo sobre la fría encimera y abrió las piernas, mostrándome lo que quería y ansiaba; dejándome ver aquel líquido brillante que entusiasmaba a mi miembro en demasía.
Aparté su sujetador tirándolo dios sabría dónde. Sus pechos firmes fardaban de unos pezones endurecidos y enrojecidos por la excitación que mi boca no tardó en saborear mientras mi mano comenzaba a acariciar aquellos suaves y ya hinchados labios que escondían aquel botón de desenfrenado éxtasis. Sus gemidos alcanzaban mayor volumen a cada lametazo que mi lengua brindaba a sus pezones y a cada caricia que apartaba el escondite de su clítoris. Moví ligeramente su culo para tener el total acceso a su vagina mientras mordisqueaba cuidadosamente aquellos pezones que me volvían loco. Mi dedo índice encontró su clítoris, haciendo que Agnes emitiese un pequeño gritito y arquease su espalda. Besé cada rincón de su vientre mientras mis dedos se movían en círculos alrededor de aquel hinchado órgano, mientras Agnes gemía y gemía, mordiéndose los labios y moviendo su pelvis al compás del movimiento de mis dedos. Justo antes de cubrir su sexo con mi aliento, mi dedo corazón se introdujo entre aquellas mojadas paredes que se ceñían sobre él a cada penetración. Recosté a Agnes sobre la encimera mientras sus manos estrujaban sus preciosos pechos; después, recorrí su cuerpo a besos, mordiendo el lado derecho del hueso de su cadera hasta llegar al comienzo de su sexo. Paseé mi lengua desde abajo hacia arriba, lamiendo su néctar con gusto mientras sus piernas comenzaban a emitir leves tembleques. La introduje en su vagina para volver a subir hacia su clítoris mientras mis dedos anular y corazón reanudaban la penetración, moviéndose a modo de gancho entre aquellas paredes estrechas. Mi lengua jugaba con su clítoris sin cansarse ni un sólo segundo. De arriba a abajo. En círculos. Con pequeñas succiones de mi boca que hacían que aquellas bonitas piernas quisiesen cerrarse involuntariamente. Poco después comencé a notar los espasmos que recorrían su cuerpo y la llenaban de placer. Mis dedos acariciaban su punto G en el momento en el que arqueó su pelvis y dejó escapar un gruñido ronco que me hizo perder el control. Mi lengua recibió su orgasmo poco después, junto al grito de mi nombre de la boca de Agnes y su mano tirando levemente de mi pelo mientras mi boca la saboreaba enteramente.
Cuando su respiración se ralentizó un poco, volvió a sentarse en la encimera, me quitó el jersey y comenzó a comerme la boca mientras se deshacía de mis pantalones y mis bóxers. Colaboré brevemente para quitarme las deportivas y los calcetines mientras saltaba de la encimera para pasar a acariciar mi polla, dirigiéndome de espaldas hacia el sofá donde me tiró poco después.
Contemplé su hermosa figura tumbado hasta dar con aquellos ojos que me devoraban forazmente mientras su cuerpo se acercaba lentamente al mío. Mi polla reposaba sobre mi vientre, excitada, con las venas marcadas y el glande húmedo. Se colocó encima mía, con una pierna a cada lada lado de mi cadera y su sexo sobre mi miembro. Besaba mi cuello mientras se frotaba contra mi polla y mis manos sobaban su culo una y otra vez, apretándolo, ayudándolo en ese movimiento que liberaba mi líquido preseminal. Levantó su culo, cogió mi miembro y lo posicionó en la entrada de su vagina. Bajó lentamente mientras sus ojos se clavaban en los míos y su boca se abría para emitir un pequeño suspiro que completé con el mío propio. Seguía fija en mi mirada cuando comenzó a moverse lentamente sobre mí, haciendo que notase su interior ciñéndose de manera deliciosa sobre mí una y otra vez. Cuando mis gemidos acompañaban a sus movimientos y mis manos jugaban con sus pezones mientras su boca permanecía abierta debido al placer, comenzó a moverse lentamente en círculos. Notaba cada milímetro de su interior colmando mi polla sin cesar, abrazándolo a cada movimiento con delicadeza; el placer era incesante. Sus movimientos se volvieron más rápidos arriba y abajo mientras nuestras bocas se contaban cientos de historias que las hacían inseparables, haciendo callar a los gemidos que no podíamos evitar emitir a cada segundo. Mi pelvis se movía siguiendo sus movimientos, haciendo la experiencia más placentera si cabía. Poco después sentí sus espasmos alrededor de todo mi miembro, a la vez que notaba las yemas de sus dedos presionar sobre mi pecho y Agnes echaba la cabeza hacia atrás cerrando los ojos. Mi orgasmo también estaba cerca. Sus piernas temblaron y su boca, sin poder contenerse más, dijo mi nombre con voz ronca mientras el comienzo de su clímax se abría paso a zancadas. Su orgasmo pedía a gritos el mío, tampoco se lo podía negar. Exploté en su interior mientras su culo realizaba movimientos firmes, precisos y de un sólo golpe, grité su nombre mientras disminuía sus movimientos y caía rendida sobre mi pecho, respirando aceleradamente mientras mis labios besaban su pelo una y otra vez.
Cuando ambos conseguimos relajarnos en la medida de lo posible, se movió delicadamente para volver a dejar mi miembro sobre mi costado y su sexo sobre mis muslos. Noté como nuestros fluidos se deslizaban por mi pierna unos minutos antes de que Agnes se levantase por completo del sofá, de nuevo con movimientos eróticos y provocativos.
¿Dónde vas, pequeña?
Vamos. Quiero hacerlo en la mesa de billar.
La cerveza me sigue pareciendo demasiado amarga hasta que me veo en una mesa llena de gente con la misma y de aperitivo nos ponen una buena conversación.Sigo tomando Nesquick por las mañanas y café dos veces contadas al año, cuando veo que mi cansancio saca la bandera blanca mientras se le caen los ojos del sueño.
Me encantaría no llevar paraguas cuando llueve si la gente no mirase con ojos extraños a una chica metida en un pelo de león, pero me pongo debajo del diluvio universal antes de llegar a casa para luego disfrutar de un baño de agua hirviendo, espuma y piano de fondo.
Soy de calor y no de frío, de sonrojarme sin darme cuenta y por nimiedades, de sandía mucho antes que de melón, de bailar sin tener ni puta idea y cantar a grito pelao. De tienda de campaña antes que de palacio, porque tanta finura me da alergia de ronchones y picor.
Puede que te suene de alguna vez, que sientas que ya me has conocido y quizás sea verdad. A veces me veo tan perdida que hago las maletas sin hacer ruido y desaparezco. Pero esta vez me he prometido no volver a hacerlo.
Tengo un correo, nutx__@hotmail.com , donde puedes escribirme porque te apetece, porque siempre tenemos algo que decir o porque quieres entablar una conversación. También tengo un blog, https://cuddlesnut.wordpress.com , un poco más acogedor para perderse entre líneas no aptas para todos los públicos. Me puedes llamar Nut, y nunca conocerás el nombre que sale junto a la horrible foto del DNI. Puedo adelantarte que soy joven, pero no te diré mi edad. Que soy española y gata de pura cepa, pero eso no significa que vayamos a quedar. Que escribo más que relatos eróticos, y que escribirlos no te da derecho a faltarme al respeto, llamarme zorra aunque para ti sea de forma cariñosa ni a tacharme de viciosa.
Y que ruegues, te arrodilles, supliques o te cabrees; jamás tendrás una foto mía.
¿Qué? ¿Te atreves?