Mi pequeña, mi diosa
El tiempo me consumía mientras los demás lo gastaban con ansia, siempre pidiendo más. Cada día era la misma historia, la misma cama vacía, el mismo café que siempre acababa frío. Con 28 años me creía con 80. Hasta que apareció ella. Mi pequeña, mi diosa.
Sentía que mi vida era arena seca de playa que se me había esfumado entre los dedos sin dejar ni huella, que ya no era para mí, que no pertenecía a ella.
Veía la imagen distorsionada de un señor canoso consumido por el paso del tiempo mientras el resto se ocupaba de decirme que todo acababa de empezar, que mis 28 años eran mi momento.
Bebía alguna combinación engañosa con falta de ingredientes y exceso descomunal de alcohol en una discoteca llena de cuerpos monótonos moviéndose al ritmo de una música que yo sentía adelantada de moda. Exagerada. Sobrevalorada.
Los jóvenes entre los que yo no me incluía juntaban y rozaban sus cuerpos de maneras que sólo lograban insultar a la erótica por la que tantos autores habían luchado para proteger en sus cientos de libros, ahora, sin éxito alguno.
Estábamos a principios de diciembre y fuera hacía un frío digno de quedarse encerrado en casa más de cien años con tal de permanecer en calor. En la discoteca sin pudores todo eran risas escandalosas, saltos y sudor, aunque la calidez de aquel antro no logró descongelarme las yemas de los dedos que hacían figuras sin sentido en el vaso a la mitad.
La puerta se abrió dando paso a un par de escalofríos y dos parejas con caras de querer celebrar algo aun sin saber por qué brindar. Mientras tres de ellos dejaban sus abrigos en unos sofás, al parecer, reservados, una de las chicas sujetaba la puerta resoplando con desaprobación y premiada, segundos más tarde, con un beso en la mejilla pertenecientes a una carita sonrojada por el frío. Mentiría si no dijese que para muchos de los presentes, (en los que esta vez me incluía de cabeza), se paró la música, los cuerpos y el mundo.
Con una piel sin nada que envidiar a la porcelana, pelo negro azabache casi rozando los hombros y unos ojos tan llamativos y verdes como árboles florecidos en primavera; aquella diosa creada para cautivar cientos de mortales dejaba cuidadosamente su abrigo encima de otro para después levantar los brazos en señal de victoria mientras el mundo, de nuevo, la miraba fascinado.
No sé ni cuándo, ni por qué, ni cómo; sólo volví a poner los pies en aquel antro y la vi justo a mi lado, golpeando sus uñas una y otra vez contra la barra mientras tarareaba la canción que sonaba en el momento sin ni siquiera buscar al camarero para pedir lo que fuera que bebiesen deidades como ella.
¡Agnes! ¡Marchando un buen vaso de Whiskey!
Qué poco predictible, Hugo, te superas. Un zumo de melocotón y coco.
Sueño con el día en el que me pidas, al menos, algo con gas.
¡Ay, no! Que luego me duele la tripa y no consigo dormir.
Sigo sin saber cómo no se le pudo caer la baba, o el vaso, o todas las botellas que tenía a su espalda el camarero tras ver el puchero que aquella chica le estaba mostrando.
La próxima vez te pediré el DNI. Esta dosis tan alta de azúcar está poniendo en peligro tu salud. - Ambos rieron a la par mientras el camarero servía el zumo que le había pedido.
Tú me entiendes, ¿verdad? - Tuve que hacer de tripas corazón para no atragantarme, derramar el vaso o alguna catástrofe de similar índole.
[...]
Todavía no me explicaba cómo había acabado hablando de cosas irrelevantes con ella. Sus amigos rotaban de los sofás a perderse por la pista mientras ella no mostraba ningún signo de querer moverse de donde estaba: conmigo, en la barra. Con cada gesto que me dedicaba, la música cambiaba a ser de un rollo celestial para volver al retumbo incesante. De repente la discoteca se hizo muy pequeña, apenas podía distinguir la pista de las demás instalaciones y Agnes parecía agobiada y descontenta al mismo tiempo.
- Voy a salir, necesito aire. ¿Vienes?
Asentí sin ni siquiera procesar lo que me estaba preguntando.
Cuanto más se acercaba la mañana siguiente, más frío hacía fuera. Su nariz y sus mejillas no tardaron en sonrojarse por el frío y a mí no me faltó ni un segundo para cubrirla con una de mis chaquetas.
¿Dónde vives?
A unas cuatro manzanas de aquí, no muy lejos. Las constantes enfermedades leves de Kafka necesitan un veterinario cerca. - Me reí hasta que procesé la estupidez que acababa de decir.
¿Perro?
Gato.
¡Oh! Me encantan los animales. Nunca he podido tener ninguno.
Podemos ir a verle, si quieres. - ¿Era el alcohol? Imposible, apenas había pegado más de un par de tragos a semejante veneno.
Vale. Voy a por mis cosas, ¿me esperas?
[...]
No sé si esta vez consideraba una desgracia o un alivio vivir en un noveno con el ascensor roto durante toda una semana. Agnes subía todas las escaleras sin apenas jadear, descansar o quejarse; y lo hacía delante de mí, contoneando sus caderas a través de unos pitillos negros que me conducían a la absoluta locura. A pesar de las capas que llevaba además de su abrigo, era obvio que tenía un cuerpo de infarto.
- Bienvenida a mi humilde morada, señorita.
Me aparté una vez dejé abierta la puerta, observando como Kafka emitía un sonido de gratitud mientras recorría las piernas de Agnes, que le acariciaba incesablemente mientras le halagaba con constantes piropos que no hicieron otra cosa que hacerme sonreír.
Cerré la puerta tras de mí para después dejar mi abrigo sobre el sofá y dirigirme a la cocina mientras Agnes seguía colmando de mimos a Kafka.
- ¿Quieres algo de beber? ¿Algo para picar?
Cuando me giré para ir en su búsqueda, Agnes había dejado a Kafka y estaba a escasos centímetros de mí.
No, gracias. Suficiente azúcar por hoy, la borrachera de mi vida. - Reí mientras en su cara se dibujaba una sonrisa que dejaba ver un hoyuelo en ambas mejillas.
Entonces paracetamol para mañana, guárdalo en el bolso para combatir la resaca.
Escondió una risa mientras se acercaba más a mí y posaba sus brazos sobre mis hombros, cruzándolos alrededor de mi cuello.
Hola -susurró.
Hola.
Ambos nos acercamos hasta que nuestros labios hicieron contacto. Su pecho chocó con el mío mientras adentraba su lengua en mi boca. Sabía a coco, a dulzura, a noches de verano frente al mar y mañanas de invierno con el edredón hasta el cuello. Deslicé mis manos por su cintura para acercarla más a mí. Me mordió la lengua, sonrió en mi boca y atrapó mi labio inferior con sus dientes para tirar de él. Convertía un momento en dulce, erótico y caliente a la vez.
De beso en beso, y sin dejar nuestras bocas separadas por más de diez segundos, nos deshicimos de su abrigo tirándolo por algún rincón del salón y caminamos torpemente hacia mi cuarto.
Se deshizo de mis pantalones y zapatos antes de que yo la deshiciese de los suyos, dejando a mi vista un tanga de encaje azul cielo y unas piernas esbeltas y blancas como la nieve, aunque apenas me daba tiempo a observarla detenidamente. Devoraba mis labios con la misma ansia que yo saboreaba los suyos.
Una vez nos libramos de mi jersey, me empujó con delicadeza, tumbándome en la cama, permitiéndome deleitarme con su cuerpo.
¿Tienes reproductor de música?
En la pared hay un altavoz para conectar el iPod que hay en la mesilla u otros dispositivos.
Asintió segundos antes de salir correteando por la puerta, mostrándome un culo redondo y firme con un pequeño lunar en la nalga derecha. Apenas me había tocado y ya estaba frenético.
Volvió segundos después sonriendo maliciosamente mientras movía un iPhone entre sus dedos y lo conectaba al altavoz. Subió a la cama moviéndose a gatas hacia mí justo cuando sonaban las primeras notas de una canción desconocida, pero con una erótica impresionante. Sabía muy bien lo que hacía, mordiéndose el labio inferior una vez se había sentado sobre mis bóxers, deslizando sus dedos en círculos a poca distancia de mi ombligo. Después, agarró el final de su jersey granate, subiéndolo con lentitud con movimientos que impactaban directamente sobre mi miembro hasta quitárselo por completo. No me equivocaba en afirmar que tendría un cuerpo de delito, y mucho menos en pensar que era una diosa. Su cuerpo tenía unas curvas bien definidas mientras su estómago yacía plano con varios lunares repartidos sin orden ni sentido. Llevaba un sujetador a juego con el tanga de encaje que escondía unos pechos que podría cubrir con mis manos sin que nada sobresaliese.
Mientras se inclinaba hacia mí, movía sus caderas arriba y abajo, al ritmo de aquellas canciones, acercándose a mi boca para comenzar un camino de besos desde mi comisura izquierda, pasando por mis mejillas, hasta mi oreja, la cual mordisqueó y lamió, aumentando mi erección a la velocidad de la luz. Sabía que mi deseo iba en aumento, y carcajeaba bajito sobre mi oído, provocándome cada vez más.
Cambió a mover sus caderas en círculos presionando sobre mí en el momento en el que pasó a visitar mi cuello y recorrerlo con la punta de la lengua. Siseé de placer mientras colocaba mis manos sobre su culo, guiando sus movimientos para hacer fricción sobre mi abultado bóxer. Lo cubrió de besos para después morderme y hacerme gemir mientras seguía su recorrido de besos por mi clavícula, mi pecho y mis pezones, los que cubrió momentáneamente con su lengua para después mordelos suave y rápidamente. Sus labios descendían por mi torso mientras mis ansias aumentaban junto a la temperatura cuando sus dientes tiraron de la goma de mis bóxers. Acto después, mi boca se llenaba de suspiros mientras deslizaba sus manos por la tela, acariciando la potente erección que ella misma me había provocado. Metió su mano para coger mi miembro y deslizarla arriba y abajo. Iba a explotar ahí mismo y a ella le gustaba en demasía saberlo. Seguía mordiéndose los labios antes de colocarse a mi lado, moviendo su mano alrededor de mi miembro para volver a mi boca y llenarme de mordiscos a mí. Me besaba mientras acariciaba mi pene con una mano. Deslizando en círculos la yema de su dedo índice por mi glande, despacio, presionando cuando cambiaba la trayectoria y volvía a moverla de arriba a abajo.
Sin poder contenerme, giré sobre ella para colocarla debajo de mí y deshacerme de su sujetador. Unos preciosos y firmes pechos daban cobijo a unos pezones erectos de un color rosa suave. Me deshice de mis bóxers antes de cubrir sus pechos con mis manos y acariciarlos con lentitud, viendo, esta vez, como el deseo y la impaciencia se reflejaban en sus ojos. Fui directo a morder su cuello, haciéndola soltar un suspiro y mover su pelvis contra mí, recordándome que seguía ahí, que seguía podiendo moverse para colmarme de placer. Lamí su oreja, volví a su cuello para besarlo y repetí su camino de besos hasta llegar con mi boca a sus pechos. Gimió en exceso cuando mi lengua se presentó ante sus pezones y los recorrió en círculos para después morderlos suavemente y succionar. Agnes se retorcía de placer, rozándose con mi miembro incansablemente mientras yo daba mimo a sus pechos para después bajar hasta su tanga y deslizarlo con mis dedos hasta hacerlo desaparecer.
Sus labios mayores escondían todo aquello que podría estar a la vista. Deslicé mis dedos explorando aquellas partes de un color más oscuro que sus pezones mientras Agnes intentaba no emitir ningún gemido. Sus labios menores eran finos y delicados, su clítoris yacía enrojecido y su vagina mostraba el placer que estaba sintiendo. Comencé a mover mi dedo pulgar alrededor de su clítoris no sin antes haber acariciado la humedad de su vagina, en círculos, despacio y con delicadeza. Gimió y me deshice por dentro. Era una jodida diosa.
De repente me vi bajo su cuerpo de nuevo, sintiéndola sobre mi vientre mientras volvía a agarrar mi hinchado miembro y lo acariciaba un par de veces más. Se levantó para dirigirlo hacia su vagina e introducirlo mínimamente hasta deslizarse sin ayuda y cubrirlo con su sexo, haciendo que ambos jadeásemos. Comenzó a moverse despacio. De arriba a abajo. Sin apartar la vista de mí mientras se mordía los labios y se apoyaba con ambas manos en mi pecho. Yo observaba a esa delicia de mujer moverse, mojarse los labios e intentar no gemir, lo que resultó fallido cuando comenzó a moverse rápido en círculos, presionando sobre mí mientras mis manos apretaban su culo y seguían la trayectoria de sus movimientos. Volví a besarla porque me parecía tener sed de ella a cada segundo que no la rozaban mis labios. Esta vez fui yo quien mordió su lengua, recorrió cada espacio de su boca y tiró de su labio inferior una y otra vez, mordisqueándolo incansablemente mientras sus movimientos aumentaban en fuerza y rapidez, observando su frente sudorosa y acogiendo cada gemido, siseo y jadeo que emitíamos al unísono.
Volvió a acabar debajo de mí mientras mis embestidas se volvían más fuertes y presionaba sus talones contra mi culo para indicarme que no me detuviese. Como si por alguna razón quisiera hacerlo. Clavó sus uñas sobre mi espalda mientras volvía a succionar sus pechos y tirar suavemente de ellos. Cuando echó su cabeza hacia atrás mientras gruñía, supe que estaba tan cerca como yo. Saqué mi miembro para rozarlo con su clítoris un par de veces y volver a introducirlo con un movimiento seco, sintiéndo al instante las contracciones de su interior que se agarraban a mi pene de una forma increíblemente deliciosa. Me corrí gimiendo su nombre y pasé a masajear de nuevo su clítoris, haciéndola llegar segundos después mientras acallaba sus gemidos con mi boca y me desplomaba sobre ella con cuidado de no hacerla daño.
No sé cuánto estuve sobre su pecho intentando calmar nuestras respiraciones. Sólo sentía cómo sus dedos se perdían entre mi pelo con delicadeza una y otra vez. Cómo su corazón pasaba de estar a cien por hora a ir calmándose poco a poco. Cómo su pecho se movía debajo de mí con cada respiración. Cómo su cuerpo se relajaba en torno a mí. Cómo la sensual Agnes daba su aprobación y se despedía con un beso en la nuca de los dos, dando paso a mi pequeña y dulce niña de zumos de coco y melocotón.
Sentí cómo se estremeció cuando salí de ella y la limpié con una toallita que saqué de uno de los cajones de la mesita.
- Necesito algo de beber, pequeña. ¿Quieres algo?
Negó con la cabeza mientras me perdía de vista por la puerta.
Avancé hacia la cocina, divisando a Kafka dormido sobre el abrigo de Agnes. A él también le había gustado. Miré la hora mientras bebía de una pequeña botella de agua. Las cuatro. Hacía tanto que no me sentía tan bien en horas tan vulnerables...
Agnes era un soplo de aire fresco en pleno verano a cuarenta grados a la sombra. La sensación de aflojar la soga. La emoción del primer día de vacaciones y las turbulencias nerviosas de un avión. Tenía magia por dentro, una magia que rejuvenecía más que todas esas cremas antiarrugas que recomendaban en la teletienda. Ya no tenía 80 años ni 28 siquiera. Me sentía de nuevo en mis 18.
Cuando regresé a la habitación Agnes estaba saliendo del baño rodeándose el cuerpo con los brazos.
- Tengo un poco de frío. -Reí.
Abrí mi armario y cogí mi sudadera favorita para después ponérsela, una sudadera gris con unas cuantas letras estampadas. La besé en la frente mientras notaba como sus ojos se cerraban y la di una palmada suave en el culo.
- A dormir, borracha.
Se metió junto a mí en la cama mientras acallaba una pequeña risita.
- Buenas noches, cliente estrella en veterinarios.
La cerveza me sigue pareciendo demasiado amarga hasta que me veo en una mesa llena de gente con la misma y de aperitivo nos ponen una buena conversación.
Sigo tomando Nesquick por las mañanas y café dos veces contadas al año, cuando veo que mi cansancio saca la bandera blanca mientras se le caen los ojos del sueño.
Me encantaría no llevar paraguas cuando llueve si la gente no mirase con ojos extraños a una chica metida en un pelo de león, pero me pongo debajo del diluvio universal antes de llegar a casa para luego disfrutar de un baño de agua hirviendo, espuma y piano de fondo.
Soy de calor y no de frío, de sonrojarme sin darme cuenta y por nimiedades, de sandía mucho antes que de melón, de bailar sin tener ni puta idea y cantar a grito pelao. De tienda de campaña antes que de palacio, porque tanta finura me da alergia de ronchones y picor.
Puede que te suene de alguna vez, que sientas que ya me has conocido y quizás sea verdad. A veces me veo tan perdida que hago las maletas sin hacer ruido y desaparezco. Pero esta vez me he prometido no volver a hacerlo.
Tengo un correo, nutx__@hotmail.com , donde puedes escribirme porque te apetece, porque siempre tenemos algo que decir o porque quieres entablar una conversación. Me puedes llamar Nut, y nunca conocerás el nombre que sale junto a la horrible foto del DNI. Puedo adelantarte que soy joven, pero no te diré mi edad. Que soy española y gata de pura cepa, pero eso no significa que vayamos a quedar. Que escribo más que relatos eróticos, y que escribirlos no te da derecho a faltarme al respeto, llamarme zorra aunque para ti sea de forma cariñosa ni a tacharme de viciosa.
Y que rueges, te arrodilles, supliques o te cabrees; jamás tendrás una foto mía.
¿Qué? ¿Te atreves?