Mi pequeña colita bien, gracias (Parte número 14).

Parte catorce y penúltima de esta historia, con contenido escatologico, en la que su protagonista, contandonos su vida, pretende animar y homenajear a los muchos varones que, por desgracia, no se encuentran demasiado bien dotados. Confío en que sea del agrado de todas las personas que lo lean.

En vista de que aquello no daba el resultado apetecido puesto que mi relación sexual con Perla no mejoraba, Nerea y Rubí estuvieron de acuerdo conmigo en que tenía que dejar de zumbarme a las ancianas para, alegando que no las gustaba dejar nada a medias, seguir visitando la residencia a esas horas tan intempestivas con intención de que Rubí pudiera efectuarme unas lentas felaciones y unas cubanas haciéndome mantener el nabo en su canalillo mientras mantenía apretadas sus “peras” a mi miembro viril y me pasaba su lengua por la abertura cada vez que el capullo aparecía por la parte superior de su exuberante “delantera” hasta que me dejaba predispuesto para que su minifaldera compañera, que al igual que Rubí no solía usar ropa interior, tenía puesto un “paraguas” y decía que a ella nunca se la había resistido ningún tío, se encargara de extraerme la leche y la orina realizándome una cabalgada vaginal ó mostrándose bien ofrecida para que pudiera “clavarla” el pene por el culo y tardara algo más en explotar y en mearme.

Con la actividad sexual que mantenía durante seis días a la semana a primera hora de la mañana con las dos jóvenes en la residencia en la que trabajaban me sentía mucho más a gusto por lo que, en menos de dos meses, consiguieron que la picha se me pusiera dura y tiesa con mucha más rapidez que antes, llegando a alcanzar los quince centímetros de longitud y que mi capullo luciera más abierto y exuberante aunque seguía explotando con demasiada celeridad. Pero se dieron por satisfechas con ello al considerar que, al menos, podría mantener de tres a cuatro sesiones sexuales diarias con Perla y echarla una abundante lechada, aunque fuera rápida, en cada una pero se convirtió en un espejismo puesto que, en cuanto dejé de relacionarme con aquellas guarras, me volví a encontrar igual que antes por lo que Perla decidió volver a recurrir a Rubí para intentar recuperarme.

Comenzamos por hacer tríos con nuestra nueva incorporación con los que me “entonaba”, sobre todo cuándo se la “clavaba” a Rubí, pero, en cuanto se me ponía erecta, copulaba, me meaba mientras iba perdiendo la erección y había que esperar varias horas para que se me volviera a poner en condiciones de darlas más leche. Rubí la propuso a su hermana el realizarme una “terapia de choque” que, con paciencia, perseverancia y tesón, las daba buen resultado en la residencia cuándo querían ver el “mástil” bien tieso a algún abuelete. Perla se mostró de acuerdo e incluso, después de hablarlo conmigo, la ofreció la posibilidad de vivir con nosotros para que me pudiera controlar mejor, lo que Rubí aceptó.

La joven, antes de comenzar con su “terapia”, me explicó que durante un tiempo iba a tener que olvidarme de usar con ellas los “juguetes” y la braga-pene y de echarlas mi leche pero que, si daba resultado, en unos meses me podría resarcir dándolas medía docena de polvos diarios lo que me animó a ponerme sin condiciones en sus manos. Rubí me obligó a usar sus tangas, que eran tan ceñidos que me mantenían bien apretados los atributos sexuales, a tumbarme boca abajo en la cama para, sentándose en mi culo, moverse con lo que me hacía restregar la “colita” en la sábana durante un buen rato y a permanecer a cuatro patas y abierto de piernas para “taladrarme” una y otra vez el orificio anal con sus dedos con los que me realizaba unos muy enérgicos hurgamientos circulares al mismo tiempo que me acariciaba y me sobaba los huevos. Entre constantes insultos, me hacía apretar y me incitaba a cagarme para que intentara expulsar mi mierda mientras me seguía hurgando. Aunque solía impregnarla los dedos en mi evacuación, ejercía tal presión que, a menos que fuera líquida, me era imposible expulsar mis, generalmente, gruesos “chorizos” viéndome obligado a retenerlos en mi interior hasta que llegaba a sentir un muy intenso placer anal que Rubí aprovechaba para “cascarme” la pilila que, enseguida, se me ponía tiesa y un poco después, descargaba una cantidad impresionante de leche sintiendo al mismo tiempo un gusto tremendo en la pirula y en el ojete. Al hacer acto de presencia mi orina, Perla se encargaba de ingerirla mientras Rubí me sacaba bruscamente los dedos y colocándome su boca en el ojete, daba debida cuenta de toda la caca que salía por él. Con aquello descubrí que mi micción era aún más larga y masiva si la echaba al mismo tiempo que “jiñaba”.

Aquellas estimulaciones me las hacía por la tarde, después de comer y cuándo acababa conmigo, me obligaba a presenciar, con las manos atadas a la espalda para que no me pudiera menear ni tocar el pito que en todo caso no creo que se me hubiera puesto tieso, como se “daba un buen lote” con su hermana cosa en la que Rubí tenía mucha práctica puesto que mantenía relaciones lesbicas periódicas con Nerea y mientras había vivido con ellas, con sus dos compañeras de piso. Según decía con tal de disfrutar de su cuerpo y del sexo la daba lo mismo que fuera hetero ó lésbico. Solían comenzar usando un consolador en forma de uve que se enjeretaban al mismo tiempo por la seta ó por el culo con intención de estimularse y darse satisfacción mientras se movían, alcanzaban sus primeros orgasmos y soltaban su primera meada. Más tarde y con la ayuda de la braga-pene, se solían penetrar mutuamente por vía vaginal, manteniendo un vibrador a pilas introducido en su ojete ó anal, con el mismo “juguete” metido en la almeja; restregaban sus tetas y su chocho permaneciendo acostadas la una sobre la otra; hacían largos sesenta y nueves para poder comerse el coño y lamerse el ano hasta que se meaban en la boca de la otra y para culminar, Rubí, que solía terminar bastante más entera que Perla, reventaba a su hermana con las bolas chinas, con un consolador de rosca ó metiéndola el puño.

Un par de semanas después y tras presenciar aquellos espectáculos, solía terminar con la polla a “media asta” por lo que, además de permitir que por la noche echara una lechada a Perla y que esta me poseyera analmente por el culo, Rubí consideró que había llegado el momento de que empezara a motivarme por la mañana por lo que, al llegar de su trabajo, la gustaba encontrarme, debidamente meado y cagado, esperándola en su habitación acostado en bolas en su cama y dispuesto a que me estimulara de una forma similar a la que empleaba por la tarde con lo que, en mes y medio, logró que mi “lámpara mágica” se pusiera rápidamente tiesa con sus estímulos ó con los visuales que tanto Perla como ella me buscaban cuándo salíamos a la calle al obligarme a prestar más atención que antes a las hembras con las que nos íbamos cruzando, a algunas de las cuales llegaba a desnudar con la mirada.

C o n t i n u a r á