Mi pequeña colita bien, gracias (Parte número 12).
Duodécima parte de esta historia, con contenido escatologico, en la que su protagonista, contandonos su vida, pretende animar y homenajear a los muchos varones que, por desgracia, no se encuentran demasiado bien dotados. Confío en que sea del agrado de todo aquel que la lea.
Pero consiguió convencerme para ir a pasar juntos un puente festivo a París. Sabía que si hacía aquel viaje no iba a tener escapatoria pero no fui capaz de negarme puesto que me apetecía mucho visitar la capital francesa acompañado por una joven tan cerda como ella. Nos desplazamos prácticamente con lo puesto y llegamos a última hora de la tarde de un jueves por lo que nos tomamos un refresco en la terraza de una cafetería, cenamos a la luz de las velas en un restaurante y para irnos poniendo a tono, iniciamos la velada nocturna en la “zona de la lujuria y de la perversión” de la noche parisina. Regresamos al hotel y bastante entonados por cierto, alrededor de las cinco de la mañana y después de cerrar con llave la puerta de nuestra habitación, Perla se abalanzó sobre mí y me hizo caer boca arriba sobre la cama. Me indicó que estaba súper caliente mientras se subía su corta falda y se colocaba en cuclillas sobre mí para, a través del tanga, restregar su raja vaginal en mi entrepierna. Como tenía unas ganas enormes de mear, con aquellos estímulos no me pude contener más y me oriné vestido lo que agradó a Perla que no tardó en hacer lo propio.
Al terminar de echarme su lluvia dorada se percató de que mi empapado pantalón no ocultaba el tremendo “plátano” con el que se esperaba encontrar y para asegurarse, se incorporó, me lo abrió, me lo bajó un poco al igual que hizo con el calzoncillo y me vio el ciruelo que, después de haber expulsado mi micción, lucia flácido. Pensaba que aquello iba a significar el fin de nuestra relación pero Perla, quitándome el pantalón y el calzoncillo, me hizo tumbarme bien en la cama y abrir las piernas para poder colocarse boca abajo en medio de ellas y proceder a chuparme la minga mientras me acariciaba y me sobaba los huevos. Un poco después, me “taladró” el ojete con sus dedos y procedió a realizarme con ellos unos intensos hurgamientos anales. Sorprendentemente y más teniendo en cuenta que había tomado mucho alcohol lo que originaba que tardara más en ponerse erecto y que me acababa de mear, el nabo reaccionó a sus estímulos con rapidez y enseguida, Perla lo tuvo totalmente tieso en su orificio bucal. Mientras la observaba chupándomelo no tardé en sentir un intenso gusto y sin ser capaz de retener la salida de mi leche, la di un buen “biberón” para culminar volviéndome a mear y esta vez en su boca.
Perla alucinaba en colores por la ingente cantidad de “salsa” y de orina que la había dado por lo que, mientras me lo meneaba con su mano, me dijo que, aunque tenía que reconocer que de inicio el verme el pene no era lo más excitante para una mujer, la había demostrado que un polvo mío valía por dos de otros varones. Un tanto contrariado la expliqué que, por más que lo intentara, no iba a conseguir sacarme más leche hasta dentro de varias horas a lo que me contestó que no la importaba puesto que llevaba meses demostrándola que era realmente bueno dándola gusto con mi boca, con mis manos y con mis puños y que al estar en la ciudad de la luz y del amor, podíamos aprovechar para comprar como recuerdo algunos “juguetes” sexuales con los que poder suplir mi escasa virilidad.
Al día siguiente adquirimos un consolador de rosca, un juego de vibradores, un estimulador de pichas y una moderna braga-pene que, aunque no fue precisamente barata, permitía que, a gusto del “consumidor”, el “instrumento” se fuera haciendo más grueso y más largo. Por la noche probamos estos dos últimos “juguetes”. Perla me hizo usar el estimulador, con intención de mantenerme empalmado, después de efectuarme una felación y acto seguido, me puso la braga-pene para que la hiciera chupar el “instrumento” durante unos minutos antes de que la penetrara una vez tras otra tanto por vía vaginal como anal en distintas posiciones. Cuándo se puso sumamente “burra” me pidió que, colocada a cuatro patas, la “clavara” la pilila que con el estimulador se me mantenía erecta. La complací de inmediato y la di unos buenos envites vaginales con mis movimientos de “mete y saca” pero, a pesar de que pretendía disfrutar durante más tiempo de aquella deliciosa situación, una vez más exploté con suma celeridad echándola una espléndida lechada y su consiguiente micción posterior. En cuanto terminé de darla la lluvia dorada se la saqué, volví a colocar mi pirula casi flácida en el estimulador y la seguí penetrando con la braga-pene. El pito, una vez que había perdido la erección después de descargar y muy a gusto en el interior de su seta, no reaccionó y a pesar del estimulador, acabó convirtiéndose en un colgajo lo que no fue obstáculo para que siguiera recreándome penetrándola con el soberbio “instrumento” de la braga-pene que alcanzó su máximo grosor y longitud en torno a las ocho y medía de la mañana.
Una hora más tarde y tras reponer líquidos y restablecerse del desgaste sufrido, Perla decidió que intercambiáramos nuestras posiciones para, sin limpiarla, ponérsela ella con intención de estrenarla conmigo al obligarme a chupar aquel miembro viril artificial durante un buen rato antes de que, permaneciendo a cuatro patas, me lo introdujera hasta los huevos por el orificio anal, con el “instrumento” en una posición intermedia, para darme por el culo mientras me dedicaba un montón de insultos. Perla se recreó con ello durante bastante tiempo y el que me estuviera penetrando analmente en medio de aquella profusión de improperios, ocasionó que el que no dejara de flipar en colores fuera yo y que terminara tan complacido que, cuándo se cansó y me lo sacó, la indiqué que estaba dispuesto a repetir la experiencia siempre que quisiera.
Durante nuestra estancia, además de no dejar descansar durante mucho tiempo a los nuevos “juguetes” comprobando que el estimulador no me servía para otra cosa que no fuera el mantenerme empalmado una vez que Perla, con sus felaciones, me ponía la polla bien tiesa y de echarla un polvo en cada una de las cinco sesiones sexuales que mantuvimos a lo largo del sábado lo que para mí era un autentico récord y una de ellas a bordo de uno de los barcos que recorren el Sena con fines turísticos como culminación a su cabalgada vaginal después de haber estado observando como dos agraciadas y jóvenes francesitas “sacaban brillo” a la “lámpara mágica” de un varón de mediana edad, la propuse que abandonara el piso compartido en el que residía junto a su hermana y a dos amigas de esta, que eran primas, para irse a vivir conmigo lo que aceptó comprometiéndose, aunque siempre la he intentado ayudar en todo lo que he podido, a ocuparse de las labores domésticas. Como apenas dormimos durante aquel viaje acumulamos un montón de sueño por lo que, al volver, nos dimos una semana de tregua para poder reponernos antes de comenzar nuestra vida en común.
C o n t i n u a r á