Mi pequeña colita bien, gracias (Parte número 11).
Undécima parte de esta historia, con contenido escatologico, en la que su protagonista, contandonos su vida, pretende animar y homenajear a los muchos varones que, por desgracia, no se encuentran demasiado bien dotados. Confío en que sea del agrado de todo aquel que lo lea.
A pesar de que cada día estaba más convencido de que era una adicta al sexo, me resultaba una chica abierta, agradable, liberal y simpática por lo que comenzamos a comer juntos y a tomar una cerveza al acabar nuestra jornada laboral lo que me permitió ir haciendo amistad con la seductora joven que decía que se encontraba muy a gusto en mi compañía y que, a pesar de que ardía en deseos, pretendía adaptarse a mí por lo que intentaba no demostrar que tenía prisa por mantener su primer contacto sexual conmigo.
Pero Perla tampoco quería que la espera se prolongara indefinidamente por lo que me intentaba incitar a mantener relaciones sexuales usando unos vestidos ceñidos y escotados con la falda tan sumamente corta que, muchas veces, se la subía al sentarse dejándola al descubierto su prenda intima lo que me permitió descubrir que era asidua a usar tanga y que sentía una especial predilección por la ropa interior de color negro. Mi “colita” siempre reaccionaba a sus estímulos aunque no se me llegaba a poner totalmente tiesa y a medida que fue pasando el tiempo, Perla empezó a mostrarse descarada y a tomarse ciertas libertades como la de preguntarme si le “daba a la zambomba” a su salud para dedicarla las lechadas que me sacaba y aunque la respondía afirmativamente porque me gustaba y la pretendía agradar para no perderla, temía como a un nublado que llegara el día en que la tuviera que enseñar mis atributos.
Como era muy lanzada fue ella la que, al final, me sedujo logrando que, primero, la “morreara” con lengua para, después, mostrarme sus preciosas tetas con el propósito de que se las sobara, se las magreara y se las mamara antes de que la pusiera los pezones erectos con mis dedos y que, luego y aunque la hiciera daño, se los chupara y se los mordiera, que me metiera en la boca lo más profunda que podía cada una de sus “peras” para que se las succionara y que, agarrándoselas con fuerza con mis manos, tirara de ellas como si pretendiera que, como las de las vacas, dieran leche. Mientras intentaba complacerla solía decirme que siempre había soñado con encontrar a un varón que fuera fetichista y sádico y aunque esto no me lo indicó nunca, tenía la impresión de que encontraba en mí la persona idónea para llevar a cabo sus planes.
No llegamos a más hasta que, unas semanas más tarde, me invitó a la fiesta de celebración de su veintiún cumpleaños que, lógicamente, coincidía con el de Rubí a la que conocí ese día. Era una espectacular y muy llamativa joven “pechugona” de cabello moreno, con los mismos rasgos físicos que Perla pero mucho más maquillada a la que, como a su hermana, la gustaba vestir prendas ceñidas pero con la salvedad de que Rubí no era muy partidaria de usar ropa interior por lo que cuándo llevaba pantalón se la marcaba perfectamente hasta la raja vaginal y cuándo usaba faldas cortas como Perla la sucedía como a ella y al menor descuido se quedaba con el culo al aire.
Ese día Perla me explicó que a su hermana la iba tanto la marcha que, durante el corto periodo de tiempo que habían permanecido en el convento, no había dejado de instigar a las monjas y a las novicias puesto que quería dejar a todas aquellas guarras en cueros y sobarlas para que el potorro se las pusiera húmedo y supieran lo que era disfrutar de su cuerpo mientras iban comprobando hasta donde eran capaces de llegar.
La fiesta, como Rubí pretendía, se convirtió en una autentica bacanal y Perla, aunque no llegó a estar borracha, se puso bastante “alegre” y llegó un momento en que la vi tan “entonada” que opté por permanecer sentado junto a ella lo que la joven, mirándome fijamente a los ojos, aprovechó para decirme que su hermana, desde que había salido del convento, se había convertido en una furcia que se pasaba el día con un cipote en la boca, en la seta ó en el culo. Miré a la aludida que, en esos momentos, se estaba desnudando para efectuar una felación a un chico muy joven.
Mientras mantenía mi mirada fija en Rubí, Perla se subió la falda hasta que dejó al descubierto su fino tanga que, como casi siempre, era de color negro y abriéndose de piernas, me incitó a que la “metiera mano” y la masturbara. La miré la entrepierna, aún cubierta por su reducido tanga que la separé para poder verla la almeja y me dispuse a complacerla comprobando que se encontraba dotada de un chocho abierto y amplio, lo que me hizo suponer que estaba acostumbrada a llevar una vida sexual bastante activa, que la acaricié pasándola repetidamente mis dedos desde su abultado clítoris al ojete y desde el ojete al clítoris. En cuanto se humedeció la despojé del tanga que quedó enrollado en la parte superior de su pierna derecha, la metí lo más profundos que pude tres dedos en la cueva vaginal y procedí a masturbarla. Perla, que estaba deseando que la diera gusto, “rompió” con una rapidez impresionante lo que me animó a continuar “haciéndola unos dedos” al mismo tiempo que la estimulaba el clítoris con mi dedo gordo hasta que, al llegar por tercera vez al clímax, no pudo retener por más tiempo la salida de su lluvia dorada y culminó meándose en pleno orgasmo, entre unas impresionantes contracciones vaginales, lo que me pareció el espectáculo más maravilloso que había visto en mi vida por lo que, sin pensármelo, me doblé, metí mi cabeza entre sus abiertas piernas y procedí a beberme la parte final de su copiosa y larga micción mientras Perla me observaba asombrada y muy sorprendida.
Aquella experiencia la resultó tan agradable y estimulante que, desde ese día y con la disculpa de ofrecerme su orina para que la ingiriera, empezó a visitar, cada vez con más frecuencia, mi domicilio. La primera vez la sorprendió que hubiera decorado las paredes del cuarto de baño, del pasillo, del recibidor y del salón con las prendas íntimas que Aryane y Vega me entregaban después de haberlas usado y con el vello púbico que las depilaba regularmente para mantener su coño despejado de pelos y se quedó con la boca abierta al entrar en mi habitación y ver que tenía las paredes y el techo cubiertos de espejos y ante la sugerente imagen ampliada de Aryane en bolas en el cuarto de baño. Desde aquella tarde decidió entregarme su ropa interior, después de haberla llevado puesta tres días seguidos, para que la pudiera exhibir junto a la de Aryane y Vega; me permitía depilarla la raja vaginal para que expusiera sus “felpudos” pélvicos junto a sus prendas íntimas y a que, en bolas y como a Aryane, la fuera haciendo un buen número de provocativas y sugerentes fotografías para que ampliara las mejores, las enmarcara y las colocara en las paredes.
La encantaba que me ocupara de desnudarla y que la obligara a tumbarse abierta de piernas en mi cama para que pudiera darla gusto haciéndola de todo antes de meterla, exclusivamente por vía vaginal, mi puño para forzarla con movimientos circulares hasta que lograba vaciarla. Al tener el potorro tan abierto y amplio había días que, con paciencia y tesón, conseguía introducirla los dos puños lo que me permitía recrearme más forzándola mientras la presión obligaba a Perla a apretar y a mantener su culo elevado lo que ocasionaba que, al extraérselos, se “jiñara”. Aunque acababa reventada, tenía veintiún años y un magnífico poder de recuperación por lo que, a pesar de que me gustaba hacerla disfrutar de las “delicias” de algunos orgasmos secos, al día siguiente estaba dispuesta a que la diera más.
En cuanto comprobó que no me repugnaba verla defecar me incitó a que la hiciera permanecer a diario tumbada boca abajo sobre mis rodillas para que la castigara la masa glútea con mis manos, con mi cinturón ó con un felpudo de mimbre para las alfombras hasta que se la ponía morada y que, acto seguido, la perforara el ano con mis dedos obligándola a apretar hasta que notaba que me los estaba impregnando en su caca. La agradaba que la provocara le evacuación de esta manera y que la fuera extrayendo poco a poco la mierda con mis dedos para untarla con ella la espalda, los glúteos y las piernas con lo que no tardé en conseguir que me dejara “degustarla”. Se ponía sumamente “burra” cuándo me veía chuparme los dedos impregnados en sus excrementos y cuándo la ponía mi boca en el orificio anal para poder ingerir sus deposiciones que solía expulsar en forma de bolas aunque algunas veces me sorprendía con un gordo y largo “chorizo”. En cuanto terminaba de vaciar su intestino la introducía por delante y por detrás unas gruesas bolas chinas con las que lograba que, inmersa en un gran placer y sin tener que estimularla la vejiga, no me resultara demasiado complicado conseguir que se meara de gusto. Más adelante, decidí provocarla la defecación poniéndola dos ó más peras laxantes dotadas de un largo rabo para poder recrearme en mi cometido mientras obligaba a Perla a hacer verdaderos esfuerzos para retener la salida de su mierda, que en estos casos era casi siempre líquida, hasta que me decidía a ingerirla. Al acabar me encantaba limpiarla meticulosamente el orificio anal y las paredes réctales con mi lengua.
Me gustaba dar a Perla la máxima satisfacción sexual y a ella recibirla pero, transcurridos los primeros meses, comenzó a darse cuenta de que ella también tenía que darme placer por lo que se puso bastante pesada diciéndome que deseaba que la enseñara mis atributos sexuales para poder sobármelos y verme el “mástil” bien tieso antes de efectuarme una felación tras otra y de que se lo “clavara” para pasarme todo el tiempo que quisiera jodiéndola ya que estaba segura de que era capaz de darla varias lechadas en una misma sesión. Unas veces con más problemas que en otras conseguí ir dando largas a su pretensión diciéndola que, de momento, quería seguir centrando mi atención en darla la máxima satisfacción a través del sexo sin penetración, a lo que Perla denominaba “marranadas”, al mismo tiempo que la intentaba forzar mostrándome lo más sádico que me era posible puesto que, como tiempo atrás me había dicho Aryane, un varón tenía que dar mucho placer a una hembra antes de pretender que esta se lo diera a él.
C o n t i n u a r á