Mi pequeña colita bien, gracias (Parte número 10).
Décima parte de esta historia, con contenido escatologico, en la que su protagonista, contandonos su vida, pretende animar y homenajear a los muchos varones que, por desgracia, no se encuentran demasiado bien dotados. Confío en que sea del agrado de todo aquel que la lea.
Como me fastidiaba que viviera con sus compatriotas en un ambiente de lujuria y de perversión y para evitar que acabara prostituyéndose como ellas, la propuse vivir conmigo aunque no tenía ninguna intención de iniciar una relación estable con una mestiza y en lo único que pensaba era en obtener, a través de la convivencia, una mayor satisfacción sexual de una cerda como ella. Aryane aceptó y semana y media más tarde había traído toda su ropa y sus enseres a mi domicilio en donde, en cuanto se instaló, no tardó en olvidarse de sus remilgos anteriores para pasarse el día excitándome vistiendo ropa muy sugerente con cortas y ceñidas faldas, escotes pronunciados y picardías llenos de transparencias con el propósito de poder prodigarse en realizarme cabalgadas tanto vaginales como anales con lo que fue consiguiendo que nuestra actividad sexual se incrementara y mejorara sobre todo desde que logró que me acostumbrara a echarla tres polvos diarios obteniendo mi compromiso de depositarla uno de ellos dentro del culo para favorecer su tránsito intestinal.
Por la mañana, en cuanto me despertaba, se colocaba boca abajo entre mis abiertas piernas, me perforaba el ojete con dos de sus dedos con los que me hurgaba enérgicamente con profusión de movimientos circulares al mismo tiempo que me chupaba la tranca con lo que conseguía que se me pusiera tiesa con rapidez y que la diera un “biberón” concentrado y largo para culminar echándola en la boca mi primera y espumosa meada del día. Al acabar de comer nos solíamos echar la siesta, aunque fuera breve, que era la disculpa ideal para que me realizara una memorable cabalgada vaginal con la que, a cuenta de la presión que ejercían sus músculos, la verga se mantenía más tiempo erecta y tardaba un poco más en darla mi leche y por la noche y después de ponérmela tiesa con otra de sus felaciones, se la solía “clavar” por el trasero y la jodía a estilo perro, colocada a cuatro patas.
Además, a lo largo de la tarde, la mamaba las tetas, la lamía el ojete, la hurgaba con mis dedos en su interior, la masturbaba a mi antojo con bastante frecuencia y en cuanto la veía muy salida, la metía mis puños por vía vaginal ó anal ó por ambos agujeros a la vez. Me bebía la mayoría de sus meadas al igual que ella hacía con las mías y aunque la gustaba que, cuándo tenía ganas de defecar, la hiciera acostarse boca abajo sobre mis piernas para que la fuera sacando lentamente la caca con mis dedos no la entusiasmaba el que colocara mi boca en su ojete con intención de ingerir todo lo que saliera por él por lo que intentaba evitar que pudiera darme un festín con sus deposiciones. Algunos sábados solíamos salir a cenar y a tomar unas copas, con las que Aryane se “entonaba”, para continuar la velada en un cine ó en una discoteca, lugares en los que la daba mucho morbo que la mamara las tetas y que, separándola el tanga, la magreara el chocho. Al regresar a mi domicilio nos encantaba darnos un buen “morreo” con lengua mientras nos restregábamos vestidos en el rellano de la escalera y al entrar en casa, nos dirigíamos al cuarto en baño en donde Aryane se quedaba en bolas y se colocaba en cuclillas sobre el inodoro para que la lamiera la raja vaginal al mismo tiempo que la iba poniendo un par de peras laxantes y la obligaba a retener la salida de su mierda hasta que la terminaba de echar el líquido para poder disfrutar del impresionante espectáculo que suponía el verla vaciar su intestino en tromba. Después y permaneciendo doblada, la lamía el ojete para limpiárselo al igual que, metiéndola la lengua, intentaba hacer con sus paredes réctales.
En cuanto llegábamos a la cama me la chupaba mientras la dedicaba un montón de insultos para que, en cuanto se me ponía a “medía asta”, se la “clavara” por el culo colocada a cuatro patas. El introducírsela por un conducto tan estrecho y el hecho de que Aryane mantuviera fuertemente apretadas sus paredes réctales a mi chorra mientras se movía, ocasionaba que, de la misma forma que cuándo me cabalgaba, pudiera disfrutar durante más tiempo de mi erección antes de darla un montón de leche y mi lluvia dorada. Los demás días de la semana la solía penetrar analmente por la noche pero sin el vaciado intestinal previo.
Nuestra relación duró más de dos años hasta que no pudo renovar por más tiempo su permiso temporal de residencia y no la quedó más remedio que regresar y un tanto precipitadamente, al redil del dentista junto a Diana y a su hijo. Antes de irse se la metí tanto vaginal como analmente en todas las posiciones que se me ocurrieron mientras Aryane me pedía que se la sacara, después de descargar dentro de su coño, con el propósito de que la echara mi orina en la boca y poder llevarse el mejor recuerdo posible mío, un hijo, aunque, como no he vuelto a saber nada más de ella a pesar de que prometió escribirme, desconozco si conseguí dejarla preñada.
Me costó encontrarla sustituta ya que, después de Aryane, pretendía encomendar el cuidado de mi domicilio a una chica tan ardiente y viciosa como ella pero las jóvenes asistentas que se llegaban a plantear el, digamos, “derecho a roce y a pernada” pretendían obtener un montón de privilegios como “chachas para todo” y un salario bastante elevado por lo que, al final, decidí a contratar a Rita, una mujer entrada en años y en kilos, que, a pesar de encontrarse bastante limitada por su obesidad, mantuvo mi domicilio limpio y en condiciones hasta que, al comenzar a vivir con ella, Perla se ofreció a ocuparse de todas las labores domésticas.
Estaba próximo a cumplir cuarenta años cuándo conocí a Perla, una agraciada y sensual joven de facciones asiáticas que denotaban su ascendencia, dotada de un impresionante “palmito”, a la que doblaba en edad y que comenzó a trabajar en la empresa en la que desarrollaba mi actividad laboral. El día en que la conocí vestía una ropa tan estrafalaria y provocativa que llegué a pensar que era una niña golfa y pija centrada en lucir su escultural figura para motivar a los varones. Una semana más tarde me enteré de que, tras haber estudiado en un colegio de monjas, las religiosas la ofrecieron la oportunidad de entrar, junto a su hermana gemela Rubí, a formar parte de la congregación puesto que sabían que, unos meses antes, había fallecido a su madre y que su padre, que llevaba años viviendo con otra fémina, no las prestaba demasiada atención. Decidieron probar pero ninguna de las dos superó su periodo de noviciado puesto que Rubí se dedicaba a incitar al resto de las novicias y a algunas monjas a darse mutua satisfacción sexual haciendo sesenta y nueves y a Perla la hicieron “colgar los hábitos” después de sorprenderla en varias ocasiones desnuda en su celda “haciéndose unos dedos” ó usando un consolador. Luego y durante algo más de año y medio, las dos hermanas habían lucido su físico trabajando como modelos de una firma de lencería femenina que había quebrado de la noche a la mañana dejándolas sin pagar los dos últimos meses y tras aquello, Rubí encontró trabajo como cuidadora en una residencia de ancianos mientras Perla lograba que la contrataran como instructora en un centro de enseñanza de baile en el que duró seis meses.
C o n t i n u a r á