Mi pequeña colita bien, gracias (Parte número 07).

Septima parte de esta historia, con contenido escatologico, en la que su protagonista, contandonos su vida, pretende animar y homenajear a los muchos varones que, por desgracia, no se encuentran demasiado bien dotados. Confío en que sea del agrado de todos mis lectores.

Pero, en vez de nuestra actividad sexual, sus pérdidas de peso y de lozanía las causaban las hemorragias vaginales que sufría desde hacía varios meses y que me ocultó. Como cada vez eran más frecuentes y temía que me enterara si llegaba a manchar mientras estaba conmigo, tuvo que acudir al médico que la examinó y no tardó en detectarla un tumor vaginal maligno. Aunque la intervinieron con rapidez y la vaciaron, se encontraba tan extendido que no se lo pudieron extirpar del todo. Mientras los galenos nos informaron de que el tumor se podía haber formado a consecuencia de la escasa ovulación que había tenido a lo largo de su vida lo que originaba que sus menstruaciones fueran muy breves e irregulares y que podía haberse evitado si se hubiera vaciado antes, Vega lo achacaba a las bárbaras penetraciones que su cónyuge la había realizado mientras vivieron juntos sobre todo cada vez que llegaba borracho y empalmado y la maltrataba hasta que conseguía que se abriera de piernas para “clavarla” el ciruelo, joderla recordándola continuamente que no era una dama íntegra puesto que no podía darle descendencia y tardar un montón de tiempo en explotar lo que explicaba que la gustara que, al relacionarse conmigo, la diera mi leche con bastante rapidez. Unos días después de su operación y cuándo parecía que comenzaba a evolucionar de una manera satisfactoria, surgieron ciertos problemas circulatorios, Vega entró en coma a primera hora de la tarde y por la noche, falleció sola sin haber salido del hospital desde que ingresó.

Había pensado en proponerla, en cuanto abandonara la clínica, el vivir juntos y para darla una sorpresa, me había gastado un montón de dinero en cubrir las paredes y el techo de mi habitación con espejos para que, en cualquier posición, ninguno de los dos se perdiera el menor detalle de nuestra actividad sexual y me había buscado un buen entretenimiento decorando las paredes del salón y del cuarto de baño con las prendas íntimas que me había ido dando después de haberlas usado varias veces y con los frondosos “felpudos” pélvicos que la depilaba con regularidad para mantener su chocho depilado por lo que me encontraba tan sumamente ilusionado que, cuándo se produjo su óbito, sentí tanto su pérdida que me deprimí, lo que causó que se fueran al traste todos los avances que había conseguido con ella en el terreno sexual y decidí homenajearla manteniéndose en estado de “abstinencia” durante más de seis meses.

A pesar de que Vega continuaba estando presente en mi recuerdo, entendí que la vida seguía y que tenía que hacerla frente. Al perderla tuve que buscar una nueva asistenta y elegí a Celia Maria ( Celia ), una bella cuarentona que hacía pocos meses que se había separado y que, al igual que Vega, se había casado demasiado joven. Isidro, su marido, la echaba varios polvos diarios dentro del coño por lo que la hizo tres “bombos” en sus primeros cuatro años de matrimonio. Después de parir a su tercer hijo y como no deseaba volver a quedar preñada, decidió hacerse la ligadura de trompas para lo que contó con el beneplácito de su cónyuge que se la siguió cepillando por vía vaginal con asiduidad. Pero, unos años más tarde, la comenzó a echar en cara que no le pudiera dar más hijos y la decía que él no tenía la culpa de que fuera más fecunda que las gallinas ni de que hubiera optado por la ligadura de trompas en vez de colocarse el DIU. Repitiéndola hasta la saciedad que no era una fémina completa, decidió dejar de “clavarla” la minga por la seta para, en su lugar, obligarla a mostrarse bien ofrecida con el propósito de poder enjeretársela por el culo ó metérsela en la boca para que le hiciera unas exhaustivas felaciones hasta que, después de darla dos lechadas ó de hacerla ingerir un par de “biberones”, se orinaba lo que a Celia la repateaba. Aunque la resultaba de lo más humillante y vejatorio el que la poseyera tan repetidamente por el trasero y el que la obligara a ingerir su lluvia dorada, no tuvo más remedio que amoldarse a los deseos de su cónyuge, que se llegaba a convertir en un autentico animal cuándo se oponía a complacerle y aguantar con paciencia los “efectos secundarios”, en forma de diarreas líquidas, escozores e irritaciones, que la ocasionaba una actividad sexual anal tan frecuente y larga.

Su convivencia y su vida sexual se encontraba bastante deteriorada cuándo unas jóvenes que trabajaban con él, hartas de verse sometidas y vejadas, lograron entrevistarse con los propietarios de la empresa para contarles que Isidro llevaba meses manteniendo relaciones sexuales, más ó menos consentidas, con ellas y con otras compañeras que le agradaban físicamente. Según les explicaron el varón aprovechaba su privilegiada situación como jefe de personal para amenazarlas con despedirlas si, de inicio, no accedían de buen grado a lucir todos sus encantos y a tocarse delante de él tanto en ropa interior como en bolas antes de obligarlas a “darle a la zambomba” y a efectuarle “chupaditas” y todo tipo de cerdadas para darle gusto. Después llegaban las exhaustivas felaciones en las que él se movía mientras la muchacha de turno se limitaba a chupársela por lo que algunas llegaban a sentirse ahogar hasta que las daba un doble “biberón” y su consiguiente meada y el penetrarlas vaginalmente para echarlas en su interior dos lechadas y su lluvia dorada. Siempre las decía que si las dejaba preñadas sería problema de ellas por lo que hacía que las chicas que no tomaban precauciones tuvieran controlados sus periodos de fertilidad para, durante esos días y los de sus reglas, “clavársela” por el culo y las obligaba a mostrarse ante él como unas guarras salidas para poder tratarlas con tanto sadismo que, muchas veces, se llegaba a “jiñar” de gusto encima de ellas.

Los directivos iniciaron una investigación que les permitió comprobar que un buen número de jóvenes empleadas se habían visto involucradas, de una forma ú otra, en la actividad sexual que durante varios años Isidro venía desarrollando durante su jornada laboral y que este continuaba manteniendo relaciones periódicas con la mayoría de ellas para tener asegurado el echar en su centro de trabajo un mínimo de tres lechadas diarias. Pero, temiendo sus represalias ó que el asunto transcendiera hasta el punto de que sus parejas ó familias se enteraran de lo sucedido, ninguna de las afectadas quiso denunciarle por lo que lo único que hicieron fue despedirle.

La que sí se enteró fue Celia que, tras aquello, consideró que el vaso de su paciencia estaba a punto de desbordarse y a pesar de que decidió evitar que la diera más “mandanga”, Isidro la llegó a maltratar para conseguir que continuara poniendo su boca y su culo a su total disposición. Para complicar más las cosas, Flor, una tía suya que había enviudado dos años antes, al enterarse de que se había quedado sin trabajo le ofreció ocuparse, por un sueldo ridículo, de administrar unos comercios textiles que, en régimen de franquicia, había heredado de su marido. Aquella fue la disculpa para que el hombre tuviera que pasar más tiempo con ella que con Celia hasta que le consiguió seducir y para poder mantenerlo a su lado y obligarle a vivir con ella, convenció a sus dos hijas, primas de Celia, para que, como ella, le complacieran sexualmente en todo y se abrieran de piernas para él que no tardó en hacer un “bombo” a la hija menor lo que ocasionó que tuviera que tramitar rápidamente su separación para poder casarse con la joven con intención de guardar las apariencias puesto que siguió acostándose con Flor y con sus dos hijas.

Celia, aunque daba por buena su separación, no fue capaz de asumir que miembros de su propia familia la hubieran arrebatado a su marido por lo que se deprimió y acabó convirtiéndola en una hembra estrecha y llena de rarezas que decidió repudiar a los hombres para dar y obtener placer a través de la relación lesbica que, desde hacía unos meses, estaba manteniendo con una estudiante bollera a la que había alquilado una habitación con derecho a cocina en su domicilio pero, como con la mínima pensión que Isidro la pasaba para mantener a sus hijos y con el dinero que la daba su pareja sentimental por el alquiler de la habitación no la llegaba para subsistir, se tuvo que poner a trabajar como asistenta. Fui el primero en contratarla y aunque no solía coincidir con ella, a diario me encontraba con muestras bastante evidentes de que era sumamente activa y de que sabía desarrollar su cometido pero quiso abarcar demasiado y además de la mía, llegó a ocuparse de otras cuatro viviendas por lo que, al final, se vio desbordada y no pudo atender a ninguna en condiciones lo que ocasionó que, después de más de ocho meses a mi servicio, tuviera que prescindir de ella.

C o n t i n u a r á