Mi pequeña colita bien, gracias (Parte número 06).
Sexta parte de esta historia, con contenido escatologico, en la que su protagonista, contandonos su vida, pretende animar y homenajear a los muchos varones que, por desgracia, no se encuentran demasiado bien dotados. Confío en que sea del agrado de todo aquel que lo lea.
Esther y Susana me indicaron que las gustaría ser más jóvenes para poder evitar los “efectos secundarios” y recuperarse mejor de un día para otro con intención de entregarse a mí sin condiciones pero que no las quedaba más remedio que ajustar su actividad sexual a su aguante y a su edad y que, por ello, íbamos a tener que espaciar un poco nuestros contactos para mantenerlos a días alternos con intención de disponer de más tiempo de recuperación entre una y otra sesión aunque, para que pudiera seguir “entreteniéndome” los días en que no me ocupara de ellas, habían hablado con Vega, una amiga suya, de la que habían obtenido el compromiso de poner todos sus encantos a mi disposición para que la diera placer y dármelo ella a mí.
Vega resultó ser una mujer separada de cabello rubio y preciosos ojos verdes, alta y delgada, físicamente muy apetecible que todavía estaba en edad de fecundar. Era tan “pechugona” como Esther y Susana y se encontraba dotada de un culo más bonito y menos voluminoso que el de sus amigas y al mantener nuestro primer contacto me demostró que, al igual que ellas, era una “yegua” ardiente, cerda y viciosa. Al contrario que Esther y Susana no pretendía esconder nuestra relación por lo que solíamos ir juntos a todos los sitios sin importarla que nos vieran agarrados de la cintura, besándonos ó cogidos de la mano y aunque la encantaba que la diera satisfacción masturbándola, hurgándola en el ojete y forzándola con mis puños, lo que más la agradaba era sentirse penetrada y jodida antes de que descargara en su interior. Comencé a decantarme por ella desde el momento en que no se opuso a evacuar delante de mí ni a permitirme ingerir su caca según iba apareciendo por su ojete con lo que logré entrar en contacto con la mierda femenina. A Vega, que era de fácil defecación y la más cagona de las tres, la gustaba verme “degustar” e ingerir sus excrementos, sobre todo cuándo eran sólidos en forma de bolas ó de “chorizos” más ó menos gordos y largos, que la hacían apretar con ganas para poder depositarlos en mi boca.
Su evacuación, a pesar de su olor y de su sabor amargo, se convirtió en un manjar exquisito por lo que en varias ocasiones, aunque siempre sin éxito, intenté convencer a Esther y a Susana para que me dejaran hacer lo propio con la suya pero alegaban que su mierda no era tan apetecible como la de una guarra como Vega que era más joven que ellas; que su intestino no se encontraba en tan buen estado como el de su amiga por lo que, si la ingería, podían trasmitirme alguna infección y que se las revolvía el estómago sólo de pensar que fuera capaz de hacer algo tan sumamente asqueroso y repulsivo. Aunque me quedé con las ganas, no tuve más remedio que aceptar sus deseos para que nuestra relación no se enturbiara.
A Vega la gustaba salir conmigo a cenar, a tomar una copa y de vez en cuando, al cine aunque no la agradaban los lugares ruidosos y llenos de humo en los que había que hablar a gritos por lo que descarté llevarla a discotecas y salas de fiestas. En el verano la agradaba que la madrugada de los sábados y los domingos, después de “descargarme la pistola” al aire libre, nos diéramos un paseo por las márgenes del río ó por algún parque para mirar a las parejas que aprovechaban esos lugares y aquellas horas para darse satisfacción sexual. No nos resultaba muy difícil el poder ver retozar a algunas parejas de jóvenes manteniéndonos a una distancia prudencial con el propósito de no delatar nuestra presencia. A Vega la gustaba observar a la chica en acción mientras efectuaba una felación al muchacho para, en unos casos, ingerir su leche y en otros, evitarla ó escupirla después de recibirla en su boca ó realizándole una cabalgada mientras, introduciendo mis manos por debajo de su falda y por su braga, la “hacía unos dedos” y/o la hurgaba analmente con lo que la seta se la ponía, enseguida, muy jugosa y al llegar al clímax, se meaba. A mí me agradaba observar al muchacho cubriendo a la joven para poder zumbársela echado sobre ella y recrearme viendo el trasero a la chica mientras cabalgaba a su pareja aunque algunas, al llevar falda, se limitaban a separarse el tanga ó la braga de la raja vaginal y a menos que fuera muy corta ó que el muchacho colaborara manteniéndosela subida, no podía disfrutar mirándola el culo.
Me animaba mucho el comprobar que la mayor parte de los jóvenes se encontraban tan salidos que explotaban con tanta celeridad como yo, el poder verles la salchicha tiesa cuándo la muchacha se incorporaba para extraérsela del potorro y como la goteaba y se deslizaba por sus piernas la leche que la acababa de echar su pareja según la iba devolviendo su almeja. Lo bueno de aquello era que, cuándo llegábamos a su domicilio ó al mío, había transcurrido el tiempo suficiente como para que mi tranca volviera a lucir en las condiciones más idóneas para asegurar a Vega que la iba a dar una nueva lechada por lo que no solía quedarse con las ganas de realizarme una buena cabalgada. Gracias a ella y a aquel doble polvo nocturno, mi “plátano” aumentó ligeramente su longitud y solía tardar algo más en explotar y en perder la erección tras darla la “salsa”.
Durante más de tres años continué inmerso en la actividad sexual que desarrollaba con aquellas tres cerdas. Con el paso del tiempo y sin que Esther y Susana lo supieran, conseguí convencer a la cautivadora Vega para que me visitara en mi centro de trabajo con intención de darla tralla y de poner a prueba a mi verga, una vez que me efectuaba una felación para ponérmela tiesa, penetrándola unos días por vía vaginal y otros anal. A pesar de que conseguía retener un poco más la salida de mi leche, continuaba descargando con rapidez aunque a Vega no la importaba e incluso, parecía agradarla que fuera así puesto que me decía que la era suficiente con recibir mi lefa y mi lluvia dorada sin tener en cuenta el que tuviera que emplear más ó menos tiempo en dárselas.
A cuenta del polvo diario que echaba a Vega en mi trabajo, sin que me importara metérsela los días en que se encontraba con la regla a pesar de que a ella la daba cierto “repelus” que lo hiciera, mi chorra siguió ganando en grosor y en largura y mis eyaculaciones se retrasaban cada día un poco más. Me sentía en la gloria al hacerlo con ella y como “tragaba” muy bien por el culo, me agradaba “clavársela” por detrás colocada a cuatro patas pero, cuándo más a gusto y más integrado me encontraba en nuestra frecuente e intensa actividad sexual, Esther y Susana, que llevaban un tiempo sospechando que nos estuviéramos “dando el lote” a sus espaldas, nos sorprendieron “in fraganti” y a pleno rendimiento en la cama de mi habitación. Recuerdo que ocurrió un domingo por la tarde y que, además de “cortarnos el rollo”, a Vega se la contrajeron de tal manera los músculos vaginales que, desde ese día, la costaba bastante más que su cueva vaginal se convirtiera en un autentico río de “baba”. Las hermanas nos montaron un “numerito” de cuidado, seguramente con intención de que se enteraran los vecinos y nos llamaron de todo antes de enfadarse con nosotros por lo que me quedé sin los servicios de unas asistentas tan eficientes como ellas. Vega, a la que la costó recuperarse del sobresalto, me dijo que no la importaba perder la amistad que la unía con Esther y con Susana con tal de que la continuara dando satisfacción sexual y para asegurarse de que iba a ser así, decidió ocuparse, al acabar su jornada laboral, de las distintas labores domésticas de mi domicilio en el que solía pasar más tiempo que en el suyo lo que daba lugar a que, en cuanto se presentaba la ocasión, me “sacara brillo” con su mano a la “lámpara mágica” ó me efectuara una cubana ó una felación con intención de que culminara empapándola las tetas con mi leche y con mi pis ó dándola “biberón”.
Contando con la inestimable ayuda de Vega, con la que siempre me sentía sumamente motivado, me acostumbré a darla más de una lechada diaria. Para favorecer que fuera así, siempre que podía me visitaba en el trabajo; solíamos comer juntos para, al terminar, acostarnos con intención de poder darnos mutua satisfacción, generalmente a través de una de las cabalgadas en las que tanto la gustaba prodigarse e intentábamos compaginar las tardes que teníamos libres en nuestros respectivos trabajos para, a media tarde, poder “merendar”. Lo normal era que, tras haberla dado mi leche al acabar de comer, mi cipote no reaccionara a sus estímulos pero me recreaba un buen rato ingiriendo su pis y su caca y haciéndola un montón de cochinadas para vaciarla. Pero, con el paso del tiempo, el desgaste que sufría a cuenta de las exhaustivas penetraciones vaginales y anales que la realizaba con mis puños la fue pasando factura hasta ocasionar que perdiera peso y parte de su lozanía. No lo di mucha importancia puesto que estaba convencido de que era a causa de la tralla que la daba mientras Vega bromeaba diciéndome que tendría mucha gracia que, después de no haberlo conseguido su cónyuge en sus casi veinte años de convivencia, la hubiera dejado preñada precisamente ahora que tenía que estar a punto de iniciarse su “retirada”.
C o n t i n u a r á