Mi pequeña colita bien, gracias (Parte número 05).
Quinta parte de esta historia, con contenido escatologico, en la que su protagonista, contandonos su vida, pretende animar y homenajear a los muchos varones que, por desgracia, no se encuentran demasiado bien dotados. Confío en que sea del agrado de todo aquel que lo lea.
Desde que llegué a la capital y hacía tiempo de ello puesto que había cumplido treinta años, mis padres adoptivos decidieron contratar, como asistentas, a dos hermanas maduritas, llamadas Esther y Susana, a las que encomendaron la misión de encargarse de las distintas labores domésticas de mi domicilio, de las compras de alimentación y de dejarme preparada, a falta de calentar, la comida y la cena. Vivían cerca de mí y accedieron a hacerse cargo de la vivienda para poder mantenerse ocupadas durante la mañana. Como no me cobraban mucho las solía hacer frecuentes regalos y mis padres, siempre que venían a verme, las surtían de embutidos y de legumbres. Con el paso del tiempo habían logrado convertirse en una parte importante de mi familia y tenía tanta confianza en ellas que muchas veces las consultaba para que, con su mayor experiencia, me asesoraran sobre lo que tenía que hacer en tal ó cual situación. Ambas me recalcaban que debía de dejar un poco más de lado a mi trabajo para poder dedicarme más tiempo puesto que estaba llegando a una edad en la que lo más importante era encontrar a una chica que me agradara y que me diera satisfacción en la cama para, si congeniábamos, plantearnos el vivir en pareja.
Un sábado por la mañana, pocas semanas después de que mi relación con Carmen se hubiera ido al traste, me estaba tocando en la cama mientras ojeaba una revista de alto contenido sexual cuándo llegó Esther. Como disponía de llave para acceder a mi vivienda no la oí entrar y como era una persona muy sigilosa, tampoco la oí dirigirse a mi habitación con intención de airearla por lo que me sorprendió meneándome la pilila con el pantalón del pijama y el calzoncillo en los tobillos. Esther tosió para denotar su presencia y al verla, me apresuré a cubrirme con la sabana pero ella se acercó, se sentó en el borde de la cama, me destapó y sonriéndome, procedió a “cascarme” la pirula con su mano. Estaba empalmado y aunque le “dio a la zambomba” muy despacio, no tardó en sacarme una gran cantidad de leche. Sin perderse el menor detalle de mi explosión me la continuó meando pero, en cuanto terminé de echar la “salsa”, el pito se fue convirtiendo en un colgajo y comencé a sentir una imperiosa necesidad de mear por lo que la pedí que me lo soltara para poder levantarme e ir al cuarto de baño. Esther me sorprendió puesto que, sin dudarlo, se introdujo mi “colita” y mis huevos en la boca y me succionó la punta hasta que consiguió que la soltara mi abundante y larga micción que ingirió íntegra entre evidentes muestras de agrado y satisfacción. Aquella fue la primera vez que una dama se bebía mi lluvia dorada por lo que, al acabar de dársela, quedé muy complacido.
Aunque, evidentemente, la iba a resultar complicado lograr que se me volviera a poner tiesa, me continuó “cascando” la polla en cuanto se la sacó de la boca. Después me efectuó unas breves pero muy intensas “chupaditas” y mientras me la miraba con detenimiento, intentando mantener abierto el capullo, me dijo que nunca había visto echar tanta lefa en una eyaculación ni tanta lluvia dorada en una meada y que como no era cuestión de que la leche y la orina siguieran desperdiciándose al meneármela en solitario, podía darlas satisfacción y echársela a ellas hasta que encontrara una fémina más joven que me supiera complacer. En aquel momento llegó su hermana, que se encargaba de las compras y de la cocina y Esther la dejó ocupar su lugar con intención de que me efectuara unas nuevas “chupaditas” y me magreara mientras la iba contando lo sucedido y la propuesta que me acababa de hacer. Susana, haciéndome permanecer con el culo ligeramente elevado para poder acariciarme al mismo tiempo la masa glútea y los huevos, la escuchó antes de explicarme que podía conseguir que sus noches fueran bastante más gratas y placenteras a cambio de que me menearan y me chuparan la “lámpara mágica” hasta que las diera “biberón” y una de mis exquisitas meadas.
Me dejaron claro que, a su edad, no pretendían que las penetrara pero sí que las diera gusto a través de la masturbación; de comerlas el chocho; de lamerlas el ojete; de introducirlas mi lengua en el orificio anal antes de forzárselo con mis dedos para intentar provocarlas la defecación y de beberme sus meadas siempre que me apeteciera. Al no tener otra “yegua” mejor con la que satisfacerme y no ser capaz de negarme después de todo lo que habían hecho por mí, no me lo pensé y acepté su propuesta.
Esa misma noche comencé a desarrollar con ellas la actividad sexual que me habían demandado no tardando en darme cuenta de que, a pesar de su edad, había dado con unas hembras ardientes, cerdas y viciosas de las que, aunque de momento no me planteara el penetrarlas, podía obtener una gran satisfacción sexual puesto que, con sus intensas mamadas, conseguían que mi rabo tardara menos tiempo del habitual en lucir en condiciones de darlas mi leche. Unas semanas más tarde me enseñaron a rematarlas introduciéndolas bien profundos a las dos al mismo tiempo mis puños en el coño para que, con enérgicos movimientos circulares, se lo forzara con ganas con el propósito de vaciarlas mientras disfrutaba y me recreaba viéndolas expulsar flujo y unas masivas micciones al más puro estilo fuente hasta que las dejaba reventadas y convertidas en una autentica braga. Me decían que, gracias a mí, estaban disfrutando del más elevado número de orgasmos de su vida casi a las puertas de la vejez a pesar de que, al forzarlas con mis puños casi todos los días, sufrían un desgaste excesivo para su edad por lo que empezaron a sufrir las consecuencias de una vida sexual demasiado activa, sobre todo a cuenta de la flojedad de su “muelle” lo que las ocasionaba frecuentes pérdidas urinarias y la salida del pis en cuanto sentían ganas de mear, poniéndolas en situaciones bastante comprometidas, por lo que decidimos alternar las penetraciones vaginales con mis puños con otras anales pero, en cuanto lograba metérselos por detrás, se “jiñaban”.
C o n t i n u a r á