Mi pequeña colita bien, gracias (Parte número 03).

Tercera parte de esta historia, con contenido escatologico, en la que su protagonista, contandonos su vida, pretende animar y homenajear a los muchos varones que, por desgracia, no se encuentran demasiado bien dotados. Confío en que sea del agrado de todo el que lo lea.

Los comentarios de la gente me llegaron a hacer desear el acabar mis estudios en el instituto para poder irme a vivir a la capital con intención de cursar mis estudios universitarios. Antes de que esto sucediera mis padres adoptivos decidieron adquirir y amueblar con lo más básico una amplia, céntrica y luminosa vivienda para que residiera en ella y cuándo me desplacé para matricularme, aproveché para encontrar trabajo con el que, aunque al estar a media jornada me pagaban poco, me podía costear parte de los gastos. Al disponer de los fines de semana libres al principio los pasaba en el pueblo junto a mis padres adoptivos pero, a medida que fui haciendo amigos en la facultad, esos viajes se fueron distanciando cada vez más hasta que tuvieron que ser ellos los que vinieran a verme.

Aunque hice amistad con varias compañeras que me gustaban a rabiar, mi “colita” impidió que llegara a entablar una relación estable con alguna de ellas puesto que todo iba bien hasta que, a pesar de que lo intentaba evitar, comenzaban a demostrar interés por el sexo y me veía obligado a enseñar a la guarra de turno mis atributos sexuales y en cuanto me los veía, se sentía tan decepcionada que la que no rompía conmigo de inmediato hacía todo lo posible por evitarme. Por ello, mi único consuelo sexual continuó siendo el “darle a la zambomba”.

A partir del segundo curso comencé a notar más interés entre las chicas por mi persona lo que me animó bastante hasta que comprobé que eran unas falsas y que pretendían juntarse tres ó más para dedicarse a juguetear con mi pirula, poder observar como, con bastante esfuerzo, se me iba poniendo tiesa y como, en cuanto lucia erecta, descargaba una cantidad impresionante de lefa para, un poco después, mearme delante de ellas lo que las encantaba a pesar de que me solían llamar cerdo. Se reían a carcajadas mientras me veían copular y orinar y las oí comentar que no se podían imaginar que un pito tan pequeño pudiera dar tantísima leche. Sólo algunas, muy pocas, se lo tomaban con algo más de seriedad y accedían a menearme y a chuparme la polla, que con sus mamadas se me ponía tiesa con rapidez y las más decididas, se esmeraban con sus felaciones para que culminara dándolas “biberón” y me meara en su boca, aunque casi todas escupían tanto mi leche como mi pis, pero ninguna se decidía a abrirse de piernas y a poner su “arco del triunfo” a mi disposición para que pudiera joderla.

Dos de las jóvenes más asiduas a efectuarme las felaciones me solían recompensar, después de que las diera “biberón”, quedándose en bolas ante mí con intención de que las magreara y las mamara las tetas; las “hiciera unos dedos”; las comiera la almeja; las lamiera el ojete y las metiera la lengua lo más profunda que podía en su orificio anal para intentar limpiarlas las paredes réctales. Ellas me fueron instruyendo en todo aquello que las daba placer y aunque me decían que era realmente bueno y que las hacía “romper” con celeridad e intensidad, cada vez que salíamos en grupo me dejaban de lado ó se limitaban a usarme como water personal ya que, cuando tenían ganas de mear, no se cortaban y sin importarlas demasiado donde estuviéramos, se subían la falda ó se despojaban del pantalón, se separaban el tanga ó la braga del potorro, me obligaban a arrodillarme delante de ellas para que colocara mi boca en su raja vaginal y me daban su lluvia dorada. Aunque me encantaba el olor y el sabor de la orina femenina, muchas veces tuve que ingerirla en plena calle delante de los locales nocturnos que solíamos frecuentar por lo que, mientras ellas lo veían como lo más natural del mundo, me llegaba a sentir de lo más humillado y ridículo bebiéndome su pis mientras un montón de jóvenes, la mayor parte de ellos ajenos a nuestro grupo, disfrutaban del espectáculo hasta el punto de que, al acabar, siempre había alguna pareja dispuesta a imitarnos ó a “darse el lote”.

Intenté solucionar el problema haciendo amistad con chicas a las que, aunque las gustaba lucir su “delantera”, su canalillo y sus piernas vistiendo pronunciados escotes y cortas faldas, evidenciaban ser bastante estrechas y púdicas a la hora de compartir cama con un varón pero que no tardaron en demostrarme que no eran tan recatadas como aparentaban y que estaban deseando chuparme el miembro viril y hacerme cubanas antes de acostarse conmigo para poner sus encantos a mi disposición con intención de darnos mutua satisfacción sexual pero que, en cuanto me veían la “colita”, se sentían desilusionadas, me decían que querían sentir una buena “pistola” en su interior y que la mía las iba a dejar indiferentes y huían despavoridas. Peor me fue con las jóvenes, digamos, poco agraciadas físicamente puesto que, con tal de excitarse y de llegar a dar satisfacción a su cuerpo, no las importaba el tener que emplearse a fondo para lograr que el rabo se me pusiera erecto ni que explotara en cuanto se lo metía mientras que a mí, a pesar de estar convencido de que ninguna hembra “es fea por donde mea”, no me estimulaba el tener que relacionarme con muchachas con escasos atractivos físicos por mucho que las agradara que las mojara la cara, las tetas y la cueva vaginal con mi leche.

Harto de sentirme humillado y usado de aquella manera consideré el consejo que, en su día, me había dado Laura cuándo me vio la salchicha y decidí probar fortuna con el sexo homosexual pensando en tener más éxito que con el hetero por lo que comencé a frecuentar “locales de ambiente” y “cuartos oscuros” en los que otros jóvenes con más experiencia me hacían menearles y chuparles la tranca para poder darme “biberón” que, a pesar de las arcadas que me originaba el ingerirlos, me tuve que acostumbrar a tragar íntegros. Pero lo peor llegaba después puesto que a algunos machotes les apetecía dar debida cuenta de su virilidad metiéndome su larga y tiesa verga por el culo con intención de poseerme analmente dándome unos envites impresionantes hasta que me echaban toda la leche y la orina que les era posible lo que originaba que acabara sumamente escocido, con el orificio anal enrojecido y sufriendo colitis y un buen número de molestias al defecar.

Una noche conocí en uno de aquellos locales a dos hermanos de mediana edad a los que les debí de agradar puesto que decidieron sacarme de aquel ambiente para que me dedicara, en exclusiva, a darles placer. A pesar de que entre mi trabajo y mis estudios no disponía de mucho tiempo libre tenía que hacerles todos los días un hueco para chuparle la chorra a uno de ellos mientras el otro me poseía por el culo. Una vez que me daban su “salsa” intercambiaban su posición por lo que diariamente me veía obligado a tragarme dos lechadas y una buena meada así como a recibir otros dos polvos con su consiguiente micción dentro de mi cada día más dilatado ojete. Los fines de semana les gustaba desfondarse en una actividad sexual frenética e intensa que originaba que el lunes, además de escocido y despatarrado, padeciera los efectos de unas persistentes diarreas que, entre las miradas y las sonrisas de mis compañeros y compañeras de estudios, me obligaban a abandonar con frecuencia y con prisas las clases.

No me encontraba a gusto inmerso en una actividad homosexual en la que me sentía un juguete en manos de aquel par de cabronazos pero, en cuanto me planteaba dejarles ya que consideraba que era preferible verme sometido por unas pedorras, se acordaban de mi “colita”, me la sobaban y se la metían en la boca junto a mis huevos para succionarme la abertura con lo que conseguían darme tanto gusto que me habían ganado de nuevo antes de que se turnaran para “cascármela” con movimientos enérgicos y rápidos hasta que se me ponía tiesa, echaba una portentosa descarga y acto seguido, me meaba. Les agradaba que mis explosiones y mis micciones fueran tan largas y masivas por lo que, en varias ocasiones, intentaron sacarme más de una lechada pero, en cuanto el cipote perdía la erección, era imposible que se volviera a poner tieso por mucho que intentaran estimularme metiéndose, de nuevo, mis atributos sexuales en la boca y usando sus dedos para hurgarme analmente.

C o n t i n u a r á