Mi pequeña colita bien, gracias (Parte número 02).

Segunda parte de esta historia, con contenido escatologico, en la que su protagonista, contandonos su vida, pretende animar y homenajear a los muchos varones que, por desgracia, no se encuentran demasiado bien dotados. Confío en que sea del agrado de mis lectores.

Aunque las obligaban a desarrollar una actividad sexual a la que no estaban acostumbradas, las alimentaban bien, las compraron ropa con la que poder ocultar sus encantos y las comenzaron a “llenar la cabeza de pájaros” diciéndolas que, con sus excepcionales físicos, tendrían un gran porvenir en el viejo continente trabajando como azafatas, modelos e incluso, actrices. Se lo pusieron todo tan bien que, meses más tarde, por propia voluntad y sin oponer ninguna resistencia, las ocho jóvenes les acompañaran en su viaje de regreso.

En cuanto llegaron a su destino las quitaron la documentación y bajo amenazas, las obligaron a prostituirse en burdeles situados en lugares estratégicos del centro de Europa. A mi progenitora la tocó en suerte uno en el que la mayoría de los hombres la maltrataban y la trataban sádicamente lo que les reportaba tanto placer que algunos se llegaban a mear y a cagar de autentico gusto. Un par de años más tarde decidieron enviarla a otro prostíbulo en el que se recompensaba a los varones que eran capaces de echar a la misma furcia más de dos polvos en cuarenta y cinco minutos dejándoles permanecer en compañía de esa ó de otra golfa todo el tiempo que fuera necesario hasta que sus huevos no dieran más “salsa” lo que ocasionaba que las jóvenes se tuvieran que emplear a fondo para que, de acuerdo con las directrices que las iban dando las “madames”, su vaciado tardara en producirse el menor tiempo posible.

Una vez que la estrujaron al máximo decidieron vendérsela a un chulo español. Para entonces Luna estaba casi segura de que no podía engendrar pero, unas semanas después de llegar a nuestro país, descubrió que uno de los últimos clientes que había disfrutado de su “arco del triunfo” en el burdel “había dado en el blanco” y que como hacía varios meses que no la daban anticonceptivos, había logrado dejarla preñada. Pretendió abortar pero su chulo se lo prohibió al considerar que, una preciosidad como ella luciendo “bombo”, le iba a permitir elevar considerablemente los ingresos que le estaba reportando. La obligó a prostituirse hasta que, cuándo se encontraba en pleno coito, “rompió aguas” mientras el varón culminaba en su interior por lo que tuvo que ser el cliente el que la llevara al hospital en donde, como no había estado bajo control médico durante el embarazo, consideraron que el parto podía llegar a ser de alto riesgo y para evitar cualquier tipo de complicación, optaron por hacerla la cesárea.

Después de parirme decidió ponerme el nombre de Bruno, en recuerdo al joven que se la había cepillado con más asiduidad durante su estancia en la aldea en la que permaneció marginada. Dos días más tarde y para poder librarse del chulo, decidió escapar del hospital sin esperar a que nos dieran el alta. Lo pasó realmente mal hasta que exhausta, hambrienta, sedienta y semidesnuda llegó a un municipio castellano en donde un matrimonio sin hijos se compareció y nos acogió en su domicilio en el que Luna se ocupaba de las labores domésticas mientras la pareja atendía la actividad agrícola y ganadera que les servía de sustento. Nos trataron muy bien, se desvivían para que no nos faltara de nada e incluso, la buscaron un “noviete” con el que solía retozar en un pajar y al que, desde que descubrió que “tragaba” de maravilla por el culo, le agradaba introducirla el nabo por el orificio anal pero Luna no se terminaba de aclimatar a su nueva vida al no estar acostumbrada a fregar retretes ni a lavar las bragas y los calzoncillos que usaba el matrimonio y la atormentaba la idea de que, si su chulo la localizaba, la marcaría de por vida y lo que era peor, me causaría algún daño irreparable ya que, antes de parirme, la había indicado que no dudaría en descuartizarme si me convertía en un obstáculo para que continuara prostituyéndose puesto que, después del “bombo”, pretendía obtener una alta rentabilidad de ella mientras sus tetas dieran leche.

Como quería evitar a toda costa que la pareja que nos había acogido se viera afectada por la cólera del chulo un día que tuvo que trasladarse a la capital para que me realizaran una revisión médica rutinaria decidió internarme en un orfanato con intención de seguir huyendo. Nadie supo más de ella pero el matrimonio, al enterarse de lo que había hecho conmigo, empezó a gestionar el adoptarme legalmente por lo que sólo pasé algo más de cuatro meses en el centro de acogida.

Junto a mis padres adoptivos, a los que cambié la vida después de que hubieran intentado una y otra vez sin éxito tener descendencia, viví los primeros años de mi vida en una localidad con un número bastante limitado de habitantes lo que ocasionaba que todo el mundo se conociera y se encontrara perfectamente informado de los dimes y diretes del resto del vecindario. Estudié en el colegio y en el instituto existente en la población y como el resto de los jóvenes, me integré en un grupo de chicos y chicas residentes en el municipio que, sobre todo durante el verano, salían y se divertían juntos. Como en mi grupo el número de setas era superior al de penes casi siempre teníamos que hacer lo que ellas pretendían aunque lo más normal era que pasáramos la mañana en la piscina bañándonos, tostándonos e intentando, sin demasiado éxito, “meter mano” a las chavalas mientras “lucían palmito” en bikini y que por la tarde nos desplazáramos andando ó en bicicleta hasta alguna de las localidades cercanas con el propósito de pasar unas horas en compañía de los jóvenes que vivían en ellos y de los que allí veraneaban.

Un día, al volver de uno de estos desplazamientos, sentí una imperiosa necesidad de mear por lo que me separé un poco del grupo y me dispuse a regar con mi orina a un árbol. Mientras lo hacía, Laura, una joven del grupo, se acercó con tanta cautela que, cuándo me quise dar cuenta, la tenía delante de mí mirando con los ojos bien abiertos como expulsaba mi lluvia dorada. Al percatarse de que mi “colita”, que es como me gusta llamarla, era un autentico colgajo se rió a carajadas mientras me decía que se había acercado pensando en verme y en sobarme los atributos sexuales antes de proceder a pajearme y a chuparme el “mástil” pero que no se atrevía ni a intentarlo ya que mi “cosita” no merecía la pena y seguramente, no llegaría a dar leche por lo que no iba a tener otra opción sexual que la de volverme marica y ofrecer mi boca y mi culo a otros varones. Desde aquel día me sentí sumamente acomplejado y cohibido a cuenta de mi miembro viril.

Pero Laura no se contentó con dejarme en ridículo y reírse en mi cara y como lo proclamó a los cuatro vientos, el resto del vecindario no tardó en enterarse de que mi picha dejaba mucho que desear. Las chicas se agrupaban y me coaccionaban para que, a cambio de enseñarme las tetas y de permitir que las tocara el culo a través de su ropa, las mostrara mis atributos sexuales y las dejara sobármelos mientras se reían de mí. La noticia, poco a poco, se fue distorsionando hasta el punto de llegar a escuchar ciertos comentarios en el sentido de que sufría “gatillazos” y de que era impotente lo que no era verdad puesto que, como los demás chicos, me solía pajear en solitario hasta que me sacaba la leche y aunque me llevaba su tiempo, mi diminuta pilila, a base de estimularla, llegaba a reaccionar y tras hincharse los huevos, engordaba, comenzaba a ponerse tiesa y en cuanto alcanzaba unos doce centímetros de longitud, eyaculaba echando a borbotones y en medio de un gusto muy intenso tal cantidad de leche que me quedaba maravillado de que mis pequeños cojones pudieran mantener en su interior tanta “salsa”. Una vez que se producía la descarga se me volvía a quedar arrugada y lánguida con lo que sentía una imperiosa necesidad de mear y expulsaba unas impresionantes y largas micciones que se solían repetir, a intervalos de aproximadamente hora y media, una ó dos veces después de cada una de mis explosiones.

C o n t i n u a r á