Mi pequeña colita bien, gracias (Parte número 01).

Comienzo a publicar esta historia, con contenido escatologico, en la que su protagonista, contandonos su vida, pretende animar y homenajear a los muchos varones que, por desgracia, no se encuentran demasiado bien "armados". Confío en que sea del agrado de mis lectores.

NOTA INICIAL DEL PROTAGONISTA.

Desde que conocí a mi actual pareja, Perla, a la que realizó un par de exámenes ginecológicos antes de que se fuera a trabajar a los Países Bajos y que era la que conocía su faceta de escritora, me han atraído las historias que escribe Alba centrándose en la actividad sexual que desarrollan sus protagonistas, generalmente machos bien “armados” y con una potencia sexual encomiable, con féminas ardientes, cerdas y viciosas. Aparte de tener localizadas casi todas las historias que publica en Internet, en nuestro domicilio disponemos de algunos libros suyos, en francés y en inglés y hasta hemos conseguido hacernos con un relato, editado en manga y en japonés, que conservamos como si fuera una reliquia pero aún no hemos conseguido encontrar un libro suyo en castellano ya que, aunque Alba nos ha indicado que todas sus historias las escribe en español y que es su editorial la que se encarga de traducirlas a otros idiomas, parece que su editor no tiene demasiado interés en publicar los relatos en su idioma original. A Perla y a mí siempre nos ha gustado leer y releer sus historias puesto que nos motivan para poder llevar una vida sexual frecuente e intensa.

Un día comenté con Perla que consideraba que había llegado el momento de que, a través de Alba, hiciera un pequeño pero merecido homenaje al buen número de varones que, por desgracia, nos encontramos dotados de una chorra fofa, lánguida y pequeña y que no tenemos la suficiente potencia sexual como para poder echar varios polvos seguidos pero que, de una forma ó de otra, cumplimos en la cama y como no la desagradó la idea, después de lograr ponerme en contacto con ella a través de su editorial, me dispongo a contar lo que, hasta ahora, ha sido mi vida sexual para que, luego, Alba lo adapte a su estilo y lo publique con intención de que, todo aquel al que le interesen, pueda conocer mis andanzas.


Por lo que sé de ella, Luna, mi madre, era una agraciada joven “brasileira” que nació y creció en un poblado situado cerca de la selva amazónica. De acuerdo con las costumbres de la tribu cubría su cuerpo con un minúsculo taparrabos que la tapaba la almeja y la raja del culo pero que la dejaba al descubierto el “felpudo” pélvico y los glúteos. Cuándo tuvo su primera regla se vio obligada a proclamarlo a los cuatro vientos y se celebró una fiesta que fue el preludio de una velada nocturna en la que perdió la virginidad y delante de sus progenitores, la cubrieron tres hombres que las echaron cinco lechadas. Desde ese día y continuando con las tradiciones, supo que su misión principal era la de engendrar hijos con el fin de asegurar la continuidad del poblado por lo que tenía que abrirse de piernas para los miembros masculinos, debiendo dar prioridad a los jóvenes más viriles, que quisieran cepillársela y que, después de darla su “salsa”, dejaban que otro ocupara su lugar. Al ser atractiva se encontraba muy solicitada y a lo largo del día la solían penetrar más de media docena de varones que se presentaban ante ella tan empalmados que su abierto capullo y la punta de su monumental “plátano” lucían espléndidos por un lateral del taparrabos.

Pero, a pesar de la gran cantidad de leche que la habían echado en el interior del chocho, al cumplir los quince años aún no había fecundado por lo que, de acuerdo con sus costumbres, el resto del poblado la repudió y se tuvo que ir a vivir a una aldea ocupada, exclusivamente, por jóvenes que se encontraban en su misma situación. Como sabía que sólo saldría de allí luciendo “bombo” tenía el mismo interés en engendrar lo antes posible que las otras nueve chicas con las que convivía. Pronto descubrió que allí los días eran monótonos y que se la hacían eternos puesto que sus únicas ocupaciones eran asearse, atender su chamizo, buscar frutas y verduras con las que poder alimentarse y esperar la llegada de los hombres más viriles de los poblados próximos a los que les gustaba dar debida cuenta de su potencia sexual follándose al aire libre a una joven tras otra hasta vaciar sus huevos por lo que llegó a controlar mucho mejor el número de polvos que la echaban en el interior del coño que los días que iban transcurriendo.

Debió de pasar más de un año hasta que un grupo de europeos descubrió la aldea y decidieron montar su campamento en un lugar elevado y próximo para poder observarlas comprobando que se encontraban allí para dar satisfacción a los varones que las visitaban. Como se la tiraban al aire libre pudieron ver que las jodían de una manera rudimentaria y tradicional puesto que se las trajinaban permaneciendo echados sobre ellas y en cuanto acababan de eyacular, las extraían su erecto cipote e impregnado en “baba” vaginal y en leche, se lo metían a otra. Después de pasarse varios días observándolas, una mañana, cuándo se encontraban solas, los europeos arrasaron la aldea y se zumbaron a las ocho muchachas que, en ese momento, se encontraban en ella.

Al terminar y suponiendo que nadie se iba a molestar en buscarlas, decidieron llevárselas con ellos haciéndolas viajar un montón de kilómetros en un destartalado camión antes de que, en bolas, las encerraran en una especie de corral. En cuanto amanecía las hacían ingerir dos pastillas, que más adelante las dijeron que eran “anti babys” de largo efecto y a lo largo del día las visitaban con frecuencia. Excepto los más salidos, no las solían penetrar vaginalmente pero las enseñaron a efectuarles unas exhaustivas felaciones y las obligaban a colocarse a cuatro patas con intención de que se mostraran bien ofrecidas para poder darlas por el culo hasta que conseguían que se mearan y se cagaran delante de ellos. A pesar de que aquellas experiencias eran nuevas para ellas y que se encontraban bastante confusas y perplejas, no las desagradaban tanto como el que, manteniendo a los animales con las patas atadas, las obligaran a menear con su mano el ciruelo y/o a hacer felaciones a los caballos ó a un buey con el propósito de que, después de su descarga, le pudieran ver arrastrar su descomunal minga; poner peras laxantes a las conejas, a las gallinas y a las vacas hasta que, a base de hacerlas “jiñar”, las dejaban de lo más predispuestas para la fecundación ó a abrirse de piernas para que unos perros adiestrados las lamieran con intención de que, por la noche, se encontraran de lo más finas y salidas de cara a pasar la velada retozando con sus secuestradores que, además de “clavársela” por el potorro y de joderlas una y otra vez, no solían privarse de hacerlas el “bocadillo”, al introducirlas dos de ellos la “pistola” al mismo tiempo por su orificio anal y vaginal.

C o n t i n u a r á