Mi paseo a Bago
Los primeros días fueron un poco pesados porque Juan debía reunirse con su cliente y, a la noche cuando nos reuníamos para nuestro reencuentro, no era lo apasionado que esperaba. Mi sorpresa era que no era él sino yo. Había anulado mis ganas...
Había terminado mis estudios de sociología y mis padres realizaron una reunión para festejar, no solo mi egreso, sino también sus 25 años de casados. La reunión la realizamos en una pequeña villa a las afueras de la ciudad de Montevideo, Uruguay.
El grupo era bastante heterogénea porque se encontraban algunos amigos y compañeros míos junto con familiares y amigos de mis padres. Como ocurre este tipo de reuniones la separación generacional y por intereses se produjo a lo largo de la noche, a pesar de esta separación se pudo disfrutar de la velada.
Entre los amigos de mi padre había un empresario que tenía como hobby el turismo de aventura. Su nombre es Juan Alberto, tenía 38 años, era alto y elegante con un cuerpo atlético; su pelo es castaño claro su piel siempre se encuentra bronceada y con sus ojos azules le dan un aspecto muy seductor. Estaba vestido con un camisa color celeste claro un pantalón gris claro, zapatos negros…. Un bombón para comerlo.
Después de dos años de novio con Juan, nos casamos y empezamos la hermosa aventura del matrimonio. Al principio era una película, él era muy romántico, flores todas semanas, cenas en los aniversarios y salíamos a recorrer lugares exóticos del mundo. En esos primeros años de convivencia aprendí a ubicar los lugares más extraños del planeta.
Al acabo de 5 años de matrimonio, nos dimos cuenta que no podíamos ser padres porque Juan tenía un problema congénito que no le permitía madurar sus espermatozoides. A pesar de recorrer diferentes centros de salud nacionales e internacionales, su problema no se podía resolver. Al darnos cuenta de su incapacidad le propuse a Juan dos alternativas, adoptar un bebe o que me hiciera una inseminación artificial, pero Juan rechazó ambas propuestas dando diferentes razones. Lo adoraba y por tal motivo acepté la propuesta de seguir viviendo nuestro matrimonio sin hijos.
Pero las cosas no eran tan sencillas, su impotencia lo llevó a alejarse cada día más de mí. Nuestras relaciones amorosas se transformaron en sesiones rutinarias de sexo y a pesar de estar siempre dispuesta y abierta a todo lo que él pudiera desear, nuestro matrimonio entró en una meseta primero y luego en curva descendente.
Juan estaba cada día metido en su trabajo y cuando disponía de algún momento libre se dedicaba a realizar viajes de aventuras, desierto de Atacama, recorrer en canoa la selva amazónica peruana, navegar en velero el lago Titi-Caca entre otros. En cambio yo había conseguido una cátedra en la universidad y trabaja con un grupo de investigación estudiando los problemas de la droga en las comunidades marginales de la ciudad de Montevideo.
Al llegar nuestro séptimo año de casados, Alberto me pidió que lo acompañara visitar un cliente en Paraguay, el señor era productor de soja en una ciudad que se encontraba a más de 100 km de Asunción, limitando con Brasil, que se llamaba Capitán Bado. La zona era muy interesante, consideraba que me iba a gustar porque era una región selvática y había muchos atractivos como una zona de cuevas con inscripciones rupestres y, además, había otros atractivos naturales que iban a ser reconfortantes y nos permitiría redefinir nuestro matrimonio.
La idea me pareció maravillosa y decidí empezar a reorganizarme, por empezar, había aumentado mucho de peso y quería disminuir mi talla y endurecer mi musculatura, debido a que con la vida sedentaria que llevaba mi cuerpito se había deteriorado. Ha, no le había contado como soy físicamente… soy una mujer típica de mi Montevideo, altura aproximadamente 1,70 m, de tez blanca, pelo castaño oscuro, de ojos verdes, mis cejas y pestañas sirven de marco a mis ojos que lo hacen atractivo, soy de rasgos pequeños y armónicos, mi cuerpo es esbelto, cintura marcada y un buen trasero, uno de mis grandes defectos son mis tetas, eran grandes y a tal punto que me afectaban la espalda y como tímida que era en la adolescencia trataba de ocultarlo encorvándome. Debí de recurrir a la cirugía quitándome masa y realizar ejercicios posturales para mejorar mi presencia que, con la ayuda de una tía que era modelo me permitieron no solo mejorar mi postura sino que pude modelar e incluso participar en concurso de belleza en la playas de Punta del Este.
Llegó el momento del viaje y partimos por avión hasta Asunción y luego por tierra con una cuatro por cuatro hasta Bado. El viaje fue muy lindo, en especial cuando íbamos llegando a nuestro destino con la vegetación bien exuberante, lamentablemente, la época del año no era la mejor para visitarla, principio de diciembre, el calor y la humedad se hacía sentir, cuando bajábamos de la cuatro por cuatro para tomar estirar las piernas.
Llegamos a la ciudad, realmente no era como me lo imaginaba, pero al estar con Juan y con la promesa de disfrutar nuestra estancia, me pareció más bello el lugar. Los primeros días fueron un poco pesados porque Juan debía reunirse con su cliente y, a la noche cuando nos reuníamos para nuestro reencuentro, no era lo apasionado que esperaba. Mi sorpresa era que no era él sino yo. Había anulado mis ganas por disfrutar del sexo, me resultaba gracioso, esos últimos años de matrimonio habían servido para transformar mi lívido. Deseaba estar con Juan, pero no tenía ganas de tener sexo con él, ni siquiera me atraía la idea de hacerlo con otra persona, por más morbosa que me pusiera.
Esa situación me produjo un efecto negativo en mi ánimo. Juan trataba de rehacer nuestro matrimonio, había vuelto a ser romántico, trataba de hacerme sentir la mujer más hermosa del planeta, cuando nos encontrábamos solos en la habitación del hotel él me besaba con ternura y recorría con sus manos todo mi cuerpo tratando de llenarme de placer y al unirnos yo solo deseaba terminar. Juan intuía que algo pasaba pero no se atrevía a preguntarme nada y yo tampoco abordaba el tema.
Una mañana recibió una llamada de la oficina de Montevideo pidiéndole que visitara a un pequeño productor que estaba en las afueras de la ciudad, cerca de la ruta III, ese día estaba muy pesado, y el cielo anunciaba una fuerte lluvia. Juan decidió hacer igual el viaje a pesar de que en el hotel le recomendaron no hacerlo porque si llovía ese camino se hacía intransitable y podía quedar varado por días.
Emprendimos la marcha, pero después de andar media hora y, al encontrarnos en un camino secundario de tierra, se levantó un viento intenso con mucho polvo y a los cinco minutos empezó a llover muy fuerte. No sé si fue la intensidad de la lluvia o la desesperación de mi esposo, empezamos a movernos por una zona bastante sinuosa y rodeados de una gran vegetación que nos servía de protección frente a la gran lluvia. Después de una hora la lluvia cesó en su intensidad pero nos encontrábamos perdidos. Anduvimos un par de kilómetros hasta que encontramos un claro y una pequeña vivienda que se encontraba habitada.
Nos detuvimos, nos bajamos de la camioneta y buscamos la protección del alero de la casa. Golpeamos y nos abrió un hombre de unos 45 años que amablemente nos permitió entrar y protegernos de la lluvia. Su nombre era Pablo, vivía junto a su señora, Clara, una hija, Antonia y su suegra, Anahí. Eran personas muy cordiales y en poco tiempo nos hicieron sentir que éramos como viejos conocidos y bien recibidos.
Mi esposo les comentó que estaba buscando a un señor Gómez que era productor de la zona, rápidamente se dieron cuenta de quien se trataba y se ofreció Pablo a llevarlos pero si permitía que su señora los acompañara porque tenía que hacer algunas tareas para señora de Gómez. Decidimos, con beneplácito mío, que yo me quedaría con Antonia y con Anahí hasta que ellos retornaran. Rápidamente Clara recogió unas cosas de un armario, se peinó, se puso un chal y se marcharon los tres. La lluvia era tenue.
La casa era humilde, estaba fabricada con ladrillos de barro y recubierta con un revoque rústico. Constaba de una habitación central que hacía de cocina y comedor, había dos habitaciones, una era la matrimonial y la otra el lugar en donde dormía la abuela con la nieta. Lo que me llamó la atención era que los dos catres estaban unidos y formaban una cama de dos plazas.
Anahí era una mujer de unos 60 años, más alta que yo, tenía un cuerpo macizo fruto del trabajo del campo, era algo rellena pero no era gorda, tenía un trasero parado a pesar de la edad y las tetas daban idea de ser grandes y algo turgentes, sus facciones eran duras su piel más bien oscura y era una mezcla africana con español y guaraní. Antonia era lo opuesto de su abuela, pelo castaño, tez bronceada, tan alta como yo, delgada pero con algunos rollitos que la hacían encantadora, sus rasgos eran muy femeninos al igual que su comportamiento, tenía 17 años, a pesar de ser adolecente tenía un cuerpo muy bien formado, diría que demasiado para su edad, me resultaba una niña atractiva. Se encontraba de vacaciones en la casa de sus padres, estudiaba en la ciudad de Bago y permanecía todo el año escolar con unos tíos.
Anahí preparó torta fritas y mate y nos dedicamos a conversar las tres toda la mañana. Al llegar el mediodía la llovizna continuaba, Juan me llama por el celular informándome que se quedarían a almorzar con los Gómez. Anahí y Antonia se pusieron hacer la comida y luego de almorzar ellas decidieron hacer una siesta. Yo por mi parte me recosté en la habitación matrimonial a leer una revista de moda vieja que había en la casa.
En un momento la lluvia se intensifica, los relámpagos iluminan toda la estancia y los truenos parecen que estallan dentro de la casa. Me produce cierto temor, me levanto y lentamente me acerco a la otra habitación. Al acercarme a la puerta siento ciertos gemidos, no pienso en nada, en el momento que miro hacia la habitación, de pronto esta se ilumina por un relámpago y lo que mis ojos ven jamás me lo hubiera imaginado. En ese momento creo que era un sueño y lo que me pareció ver no era cierto, porque fue solo unos segundos y la imaginación puede jugarte una mala pasada.
Me quedo apoyada en el marco de la puerta, la lluvia continúa con frenesí, mis ojos se van acostumbrando a la oscuridad y mis oídos identifican los sonidos de la habitación. Otro relámpago ilumina la habitación y lo que vuelvo a ver confirmaba lo que había visto. Anahí estaba desnuda acostada sobre Antonia. Se estaban besando en forma apasionada. No sé si fue el morbo de lo que estaba viendo o ver directamente a dos mujeres amándose lo que me dejó paralizada y me quedé, era una espectadora privilegiada.
En un momento Anahí se desplaza hacia un costado y queda acostada de espalda y Antonia se incorpora con la cabeza dirigida hacia su amante, la besa, en ese momento otro relámpago ilumina la habitación y Antonia mira hacia donde estoy yo. El terror me recorrió el cuerpo y sin hacer ruido me voy hacia la otra habitación.
Pasada una hora o más, se levantan las amantes y en la cocina preparan la merienda. Antonia se asoma en la puerta y me dice si no quiero tomar un mate cocido con leche, acepto y me voy hacia donde estaban ellas hablando como si no hubiera ocurrido nada especial.
No veía la hora que llegara Juan con los padres de Antonia, las pasaban y no llegaban. En un momento dado suena el celular y me dice Juan que con la lluvia se inundó el camino de entrada a la plantación y que recién mañana podrían pasar si la lluvia paraba esa noche.
Mi corazón se comprimió y me produjo cierta angustia, pero al ver que el trata de ellas hacia mi persona era el mismo, enseguida en mi cabecita sonó una frase que mis compañeros decían: “no te comportes como una mina histérica”, me empecé a reír y enseguida surgió otra “relájate y goza”. Ambas mujeres me miraban asombradas sin entender lo que pasaba.
Pasaban las horas, seguíamos conversando y pensé que lo que había ocurrido no era cierto y, por el otro lado, si era verdad la relación entre abuela y nieta yo no era quien para juzgarlas y, además, era probable que Antonia no me hubiera visto. Esa postura me tranquilizó y para cena se había ido los pensamientos siniestros que pudieron haber en mi cabecita.
La lluvia hacia horas que se había detenido, pero el calor se mantenía, la humedad y la baja presión se hacían sentir, por lo menos, yo lo sufría. Me ofrecieron darme una ducha, lo cual acepté y lo disfruté a pesar del lugar. Me puse una batón que me ofrecieron y decidí no usar el corpiño para sentirme un poquito más fresca. Sería cerca d la medianoche cuando Anahí y yo decidimos ir a dormir, cada una a su habitación. Antonia se quedó leyendo un libro.
La tranquilidad de la noche se empezó a plagar de ruidos que me ponían nerviosa, la selva parece revivir con más fuerza a la noche, no podía dormir y sentía miedo. A tal punto que me levanté y fui hasta donde estaba Antonia, creo que se dio cuenta de mi situación porque sae ofreció acostarse conmigo par que me sintiera acompañada. El miedo podía más es así que acepté sin problemas.
Lentamente me fue ganado el sueño y me quedé profundamente dormida. De pronto siento una mano que me acaricia mis piernas, eran suaves y lentamente iban subiendo hasta mis caderas, luego siguieron por mi vientre hasta llegar a mis tetas, todo fue lento suave y yo me dejé llevar. Sabía que era Antonia, sabía que me había visto en la siesta, sabía que sentía curiosidad y sabía que me había gustado desde el momento que la vi y en ese momento supe que yo también le gustaba.
Ella se dio cuenta por mis movimientos que me había despertado y al notar mi pasividad acercó sus labios a mi cuello y empezó a besarme mientras sus manos acariciaban mis pechos, los masajeaba muy dulcemente logrando que mis sensibles pezones se pusieran muy duros. Si hay algo que me agrada sobremanera es que me acaricien dulcemente mis tetas. Incliné mi cabeza y busqué sus labios para fundirme en un beso. Me di vuelta y me abracé a ella, su cuerpo juvenil estaba desnudo, disfruté acariciarlo y mis manos se dirigieron hacia sus nalgas, las apretaba mientras nos besábamos, notaba que a ella le gustaba mis pechos y yo … en el cielo.
Mientras nos estábamos mimando siento que alguien se ubica detrás de mí, empieza a besar mi cuello, acariciar mi espalda y luego mi vientre, era Anahí. Entre ambas lograron que disfrutara de una noche cargada de erotismo y sexo. Mis manos recorrieron ambos cuerpos y las manos de ellas no me dejaron ningún rincón sin explorar, no respetaron ni siquiera mi colita, la cual fue dulcemente abordada varias veces. Fui su amante hasta que el cansancio nos cogió a las tres y nos dormimos entrelazadas.
Nos despertamos bien avanzada la mañana, era calurosa, con un hermoso sol y la humedad se hacía sentir. Nuestros cuerpos estaban mojados por la transpiración y nuestro aroma, por cierto, no era agradable. Desayunamos y luego Antonia me invitó a darnos una ducha.
Al medio día llegaron Juan Alberto con los padres de Antonia, apenas pude despedirme que emprendimos la marcha hacia Bado. En el trayecto mi esposo me preguntó como lo había pasado, como respuesta le dije que bien pero que lo había extrañado mucho. Me miró frunció la nariz y nos dimos un hermoso beso. No se por qué pero me agradó este toque de romanticismo y pasé mi brazo sobre su cuello y así continuamos la marcha hasta llegar a la ciudad. Retiramos nuestro equipaje y nos dirigimos a Asunción.
Era de noche cuando llegamos y muy agotados por el viaje y luego de una reconfortante cena nos fuimos a dormir. Hicimos el amor como hacía tiempo que no lo hacíamos. Me sentía plena y lo a mi hombre lo hice sentir todo un semental.
En el avión rumbo a Uruguay, Juan me preguntó se me había gustado este viaje y si me sentía feliz estar casada con él. Lo miré, le di un beso, le dije que lo amaba y me apoyé en sus hombros. Mientras el avión volaba, mi recuerdo fue hacia Antonia y Anahí, mi corazón les agradeció esa hermosa aventura…gracias amigas… Luego pensé que sería de mi vida ahora y se ocurrió una simpática analogía, Juan sería como mi almuerzo diario, reconfortante con sabor a hogar y con lo otro sería una cena en un restaurant de lujo, una vez cada tanto para romper la rutina… me apreció simpático y me acurruqué sobre mi marido y cerré mis ojos …¿que tal?...