Mi papá, mi mamá y yo

Linda y su mamá estan en plena cogida cuando llega el hombre de la casa, el papá de Linda.

Entre jadeos estentóreos, mamá intentó gritar, pero sólo le salió una voz entrecortada, fuerte sí, pero no como el grito de alegría y felicidad que quiso emitir. "Ven, amor, ven, quiero que... veas cómo... me coge tu hija, mi hija, nuestra hija... Dios, que intensidad de... placer, ven viejo lindo... dame tus besos, tus mamadas...", sus gritos se mezclaban con los míos que decían a papá que viniera a sumarse, que viniera a completar nuestro amor y nuestro placer, que nos diera la ternura tan hermosa que sabe dar, en fin gritábamos, queríamos, necesitábamos la participación de papá.

Por mucho tiempo, papá permaneció viéndonos; veía, suspiraba, enrojecía de placer, placer en ese momento del mirón privilegiado viendo a sus más caros y cercanos amores cogiendo como locas; no se movía; estaba anonadado, completamente perplejo en el placer y en la inmovilidad que la divina visión le proporcionaba; mamá subida en la mesa, abierta de muslos y piernas, soberbiamente erguida, con los ojos cerrados, concentrada en el placer que tenía montando mi seno prodigioso que yo aguzaba con mi mano, con los labios verticales de su pucha perfectamente abiertos y la intromisión de mi pezón en su vagina, emitiendo gritos en cada orgasmo que se le presentaba, acezando, gimiendo, jadeando ininterrumpidamente. Yo, sobre mi espalda y mis nalgas hermosas en el borde mismo de la mesa, con los talones sobre la mesa y los muslos abiertos a toda su capacidad, con lo que mis lindos pelos y mi hermosa cueva del placer se exponían en su inmensa belleza, acezando, gimiendo y jadeando como mamá y una de mis manos metida entre los pelos para que los dedos pudieran acariciar mi clítoris.

Por fin, papá inició los movimientos, movimientos que, primero, lo despojaron de toda la escasa ropa que vestía, y después empezó la caricia de la enorme erección que palpitaba, saltaba como otra loca más. Desnudo, agitado por la enorme excitación que lo tenía en el quicio del delirio, papá se acercó a la pareja que gritaba y gemía el placer, placer que solo el sexo puede proveer. Veía mi pucha abierta y expulsando abundantes líquidos. Sus ojos antecedían su avance. Al llegar a la mesa de las delicias, primero besó y mamó las chichis de mamá que gritaba, ahora más, porque las mamadas estimularon sus orgasmos, más bien el orgasmo interminable que desde hacía eones la estremecía continuamente, en sus gritos decía,

"Sí, sí, papacito de las dos, mama, mama mis chichis, muerde mis pezones, ¡dame una nalgada!",

claro, papá la nalgueó, sin decir nada, no podía hablar de tan caliente que estaba, con cariño con ternura, mientras la besaba en los labios con beso de entrega total del amor; para, después, con una de las manos acariciar mi pelo, mi rostro; delineó mis labios para luego besarlos metiendo su lengua casi hasta mi garganta, y luego empezó a golpear mi rostro con su enorme erección, golpes que tuvieron la virtud de encender el cohete de mi enésimo orgasmo. Suspiré, casi con contrariedad, cuando la verga de papá dejó de golpear. Volteé, papá ya no estaba. Pero, en segundos, sentí la boca, la lengua de papá luchando con mi mano, mano que de inmediato se retiró comprensiva y presurosa para dejar el campo a la boca deliciosa que besó apasionadamente mi pucha deseosa, y que agradeció la caricia, al tiempo que yo gritaba:

"Sí, papá, sí, papacito, mama, mámame, te lo ruego. Bebe mis jugos; mete tu lengua preciosa hasta que tu mentón se entierre en mi culo, mama, mama, Mamaaaaaaaá", y grité de nueva cuenta transportada por el orgasmo hasta el borde mismo de la galaxia. Mamá se retorcía gritando como loca al escuchar mis gritos

extasiada por el hecho que papá me estaba mamando rico, muy rico.

"Mámala mi amor, mámala, mete la lengua hasta taladrarla..." gritó mamá por completo fuera de sí por el tremendo orgasmo que ahogaba cualquiera otra sensación. Ya no sabía que sentir, o las pucha de mamá, o la gran lengua del experto mamador que es papá; finalmente, mi cuerpo dio la respuesta: conectó uno con otro mis órganos que recibían caricias y fueron uno solo para proporcionarme el increíble, el inmenso placer del orgasmo doble; sí, doble, porque uno era el que mi pezón mojado, cogido por la pucha de mamá experimentaba, y otro, tal vez más potente, el que la divina lengua de nuestro macho producía en mi capullo que, de tantas mamadas, estaba en la posibilidad de desaparecer perdido entre tanto gozo.

Entonces, sentí que las nalgas de mamá volaban. Es que mamá se dio la vuelta, sin dejar su asiento en mi seno que ya estaba bien embarrado de jugos y viscosidades. Veía arrobada la cabeza de papá clavada entre mis maravillosos muslos, y se relamía los labios. Yo estaba desquiciada por sentir la lengua fabulosa de papá. Retiró su pucha de mi chichi, volteó risueña, me besó con lengua larga y bailadora, luego dijo:

"yo también quiero ser mamada, ¿no te opones?", pero reía.

Adiviné que solo bromeaba para aumentar nuestra excitación. Yo sin poder decir nada, preñada como estaba mi boca de tantos y tantos gritos, solo atine a decirle con los ojos que adelante, que no se detuviera, que fuera en busca de la lengua que tanto deseaba. Se colocó sobre mi cuerpo, maniobra que bendije porque no quería perder la divina carga que era ese esplendoroso cuerpo de mamá. Se fue recorriendo hasta que sentir que su pucha chocaba con la cabeza de papá. En ese momento, colocó sus dos manos en mis primorosas chichis, y apretó los pezones con sus dedos. Papá, enajenado en la mamada, sintió las nalgas sobre su cabeza, la levantó para enterarse de qué o quién se atrevía a sacarlo de tan sabroso deleite. Vio que eran las nalgas, los pelos de la vagina, la vagina misma, y el culo de mamá.

"También quieres mi lengua, ¿no es así madre de esta preciosidad que estoy mamando?, pues también te la mamo a ti", dijo, y jaló las nalgas de mamá para que las puchas se emparejaran. "Qué maravilloso paisaje, amadas mías, que maravilloso. Pelos y más pelos, jugos a raudales, olores incontrolables, excitantes, lindamente cachondos...", decía papá al tiempo que bajaba parsimonioso la cabeza para poder colocar su boca en la radiante pucha de mamá. Supe que la estaba mamando por los gritos, los gemidos increíbles que ella daba. Sentí envidia y abandono, pero no celos, sabía que mamá gozaba lo mismo que yo... y que papá. Pero, luego de unos segundos, la lengua increíble regresó a mi sensible raja y mamó de nuevo mis almíbares que tanto le gustaban. Así estuvo, un minuto arriba – mamá – un minuto abajo – yo – otro arriba y otro abajo, hasta que las dos prorrumpimos en tremendos aullidos de placer expulsando líquidos abundantes que papá bebía como beduino del desierto a medio día en el Sahara. Yo gritaba más, porque los sabios dedos de mamá no dejaban de acariciar mis pezones, sensación que, aunada a la de la lengua de papá, me llevaban a los aullidos de loba en celo; por supuesto mi manos estaban apretando los senos y los pezones de la autora de mis días. "Ora me las cojo, cabronas!", gritó papá tratando de estimularnos también con la voz.

Las nalgas de mamá iniciaron un ,movimiento como para retirarse, pero papá la detuvo, y le dijo: "No te me muevas corazón porque la cogida, como la mamada, va a ser doble, doble... ¡carajo, doble!, si señor, una vagina arriba, otra abajo, ¡Carajo, que delicia!", y, sin mayor tardanza, me la metió, y eso porque era la pucha que estaba mejor colocada. Sentí su verga hasta el pescuezo; me contorcioné de regocijo entrando en un orgasmo fantástico que no había de terminar hasta mucho después que la verga de papá se puso a descansar. Nos cogió a las dos simultáneamente metiendo la verga en una y luego en la otra, como desde el inicio de la cogida que, sin descanso, nos dio por mucho tiempo, mucho, tal vez incontable. Mamá quedó despatarrada, sin moverse y sin permitir el menor movimiento de mi cuerpo apresado por el de ella que estaba arriba. Papá, con amor inmenso, la rodó para acomodarla a mi lado. Luego, con ternura exenta de erotismo, empezó a besar los senos de las dos, sin intentar parar los pezones.

Era de noche, cuando mamá recobró su conciencia y su alegría. Besó a papá que velaba su sueño, su descanso. Luego dijo:

"Viejito querido, ¡soy tremendamente feliz!, y lo soy porque eres todo un encanto, un cogedor incansable... ¡mamas como los merititos ángeles!, pero más que todo – volteó a besarme – porque te cogiste a... tu, mi, nuestra hija, esta hija endemoniadamente angelical que... chingada madre, ¡se cogió a su madre la muy cabrona, la muy puta! – era obvio para papá, y para mí, que sus palabrotas eran de elogio, no de insulto – ésta hija como no hay dos y que... nos ha puesto a coger como Dios manda. ¡Carajo!, tanto tiempo perdido... digo, para coger entre los tres... ¡Que amor maravilloso!, ¡que cogidas tan sublimes!, ¡viva el amor!...., ¡viva la cogida y la mamada y los chupetes, y las lamidas... y todo lo que da goce sin pechicaterías!

Bueno, ahora a comer... y a descansar... por fortuna ya nada ni nadie nos puede impedir coger a mañana, tarde y noche, como las tandas del Principal. Y menos ahora que tenemos todo el tiempo para dedicarlo, ¡madre mía, que rico!, a puro coger, si señor, sí, viejo lindo. Ni te asustes, cuando esa verga de maravilla y de acero, se doblegue, no importa, nosotras te daremos placer con nuestro amor, a besos y caricias, aunque tu verga este en el quinto sueño... o de mirón, viéndonos coger a mi sensacional hija... mi mejor amante, con la que te pongo los cuernos viejito lindo... ¿no sientes los semejantes cuernotes que te estoy viendo? – las carcajadas eran estruendosas, alegres, expresión de la felicidad total que nos embargaba, después de que papá nos había "envergado" tan conmovedora, tan gozosa, tan placenteramente.

Antes de cenar, nos metimos al mar, encuerados, para lavar nuestros sudores. Jugamos como adolescentes. Nos correteamos, tumbamos y besamos, a más de acariciarnos todo el cuerpo todos contra todos. Fue la plena felicidad, el disfrute del amor sin erotismo, como preparándonos para el amor pleno en los juegos y las caricias colmadas de sensualidad, lubricidad y lujuria desatada, incontenible, dichosa. Entre los tres hicimos la cena, pusimos la mesa y abrimos tres botellas, una cada una – de aquí en delante, por acuerdo con papá, cuando se trata de artículos u otras formas gramaticales que implican genero y machismo, nos expresaremos en femenino; aquí decimos "cada una, integrando a papá en ese una" – brindamos por nuestro amor, y papá nos besó a las dos, y nostras nos besamos lúbricamente, y tanto que papá nos nalgueó a las dos, cosa que hizo aparecer el erotismo un tanto ausente hasta ese momento. Mis manos fueron las primeras en reaccionar; fueron a las nalgas de mamá para aliviar su dolor – placer, y mamá, como ya nos entendíamos a la perfección hizo los mismo. Entonces, papá se carcajeó, y dijo:

"Ya, mujercitas, ya, no sean tan calientes... lo único caliente en este momento, debe ser la cena... tenemos toda la noche por delante. Vamos, siéntense... ¡no ven que estoy que me lleva la chingada de celos",

y sus carcajadas nos convencieron. Nos sentamos uno al lado de la otra en la parte más larga de la mesa; dejamos a papá en el centro porque eso nos facilitaba las caricias tiernas, un tanto lúbricas, que constantemente nos dimos todo el tiempo que duró la cena.

Pero lo principal fue el intercambio de sentimientos, de ideas, de pensamientos, de conceptos que estábamos descubriendo en ese mismo momento, todos relacionados con la maravillosa relación que esa noche, mejor esa misma tarde, habíamos inaugurado. Las dos me hacían la responsable del feliz acontecimiento, las dos me besaban, aunque mamá, mañosa como ella sola, aprovechaba que tenía que cruzar a papá para poder besarme, con una de sus manos se "apoyaba" en la verga de papá para poder hacer los movimientos; ¡claro, estábamos desnudos!, desnudez que nunca más nos abandonaría cuando estamos en la intimidad.

Las botellas se agotaron y todas nos sentíamos medio borrachas. Papá era el más sobrio; lo era, porque por tener las dos manos ocupadas, una en cada vagina y raja, acariciando tiernamente el contenido hermoso de ese lugar, no bebía igual a nosotras.

Mamá fue la primera en sentirse caliente al máximo. Besó frenética a papá, le mordió levemente los labios, se levantó de un salto, le jaló la barba a papá para levantarlo y lo besó con toda la pasión, la lujuria y la excitación que tenía. Yo, me levanté y tomé a papá desde atrás y él quedo apretado entre las dos. Su verga era ya un poste reluciente. Mamá, sorpresivamente, se separó del abrazó con los ojos muy abiertos; una de las manos llegó de inmediato a la pucha, la otra a los senos. Nosotras, papá y yo, recuerden el machismo, la veíamos extasiados pensando en que las hostilidades placenteras se reiniciaban. Para una nueva y más desternillante sorpresa, mamá retiró las manos de los propios encantos, se arregló el desgreñado pelo y, casi gritando, dijo:

"Alto la música!", gritó, se carcajeó, jadeando su excitación; levantó las manos en un gesto reforzador de su expresión verbal, y continuó, tenemos la noche por delante, queridas, y también el montón de cosas por hacer para subsistir... digo, con los arrestos suficientes para poder extenuarnos cogiendo, por tanto, hay que hacer la comida de mañana... porque no pienso que yo, ustedes, nosotras, tengamos ganas de perder el tiempo en pendejadas y dejar los placeres que podemos tener durante el día de mañana. Por tanto, por decreto de las machas, el viejo tiene que hacer la comida en este preciso momento", se carcajeaba, y tanto que su discurso duró eternidades porque se interrumpía para reír. Caminó a la cocina, tomó un delantal, se lo puso a papá, y dijo:

"por estar menos borracho, y por ser el único que gozó a dos el mismo tiempo, se le condena a freír lo que haya que freír", y se remolineaba de gozo y alegría. Papá, feliz, reía como todas nosotras, se amarró el delantal, abrió el refrigerador, sacó muchas cosas de él, las colocó sobre el pretil y, rascándose la cabeza, nos dijo:

"Bien, mandonas, ¿qué se les antoja... ya sé que una buena mamada, pero no se trata de eso, digo, qué se les antoja de comer, comida por supuesto, no otra cosa?".

Se lo dijimos riendo alegremente. Pero cooperamos. Nosotras picamos lo que había picar, digo, las verduras, los jitomates, los chiles... vegetales, claro, bueno, lo necesario para hacer la comida, porque eso de picamos se presta a pensar en agujeros. Nos sentamos a observarlo como chef internacional preparando guisos que tal vez comprobaríamos que eran incomibles – la verdad, guisó muy rico; al día siguiente comimos cuando nos dio la gana, pero comimos muy sabroso – yo me senté en los bellos muslos de mamá y ella me acariciaba mis senos portentosos, y yo hacía lo mismo con los de ella, pero eran caricias tendientes a darnos placer sin que nos moviera a dejar al pobre de papá solito y preparando con atingencia los sagrados alimentos; de vez en cuando íbamos a besarlo, a darle alguna caricia a la verga semidormida, a darle nalgaditas de cariño, en fin, a decirle que éramos justas y que no lo excluíamos de los placeres de la carne humana, no la que él cocinaba. Sería la media noche, cuando, agarradas cada una de lo que podía del cuerpo de las otras, subimos a la recámara... que por primera vez sería de las tres. En el umbral mismo de la recámara, mamá hizo que nos detuviéramos, nos besó por turnos, luego pidió que nos besáramos, y por fin se unió al beso para hacerlo a tres. Luego, bajó las manos; tomó la verga parada de papá, metió un dedo en mi vagina, y nos jaló al interior.

Adentró, volvió a abrazarnos a los dos, y nosotras la abrazamos. Enseguida, mordió y jaló los pelos del pecho de papá, y lamió mis tetas adorables, deteniéndose en morder mis pezones uno a uno. De plano, en ese momento, se dedicó a mi cuerpo, aunque de vez en cuando, una mano iba a la verga enhiesta y la acariciaba; papá acariciaba lo que podía poniendo enorme ternura en cada cariño que nos hacía. Mamá, con los dientes prendidos de uno de mis pezones, me jaló hasta que me hizo caer en la cama boca arriba. Luego, sin dar tiempo a nada, se colocó para quedar en el celestial 69; nuestras conchas ya estaban inundadas, y nuestras bocas horizontales chuparon las verticales. Entre chupada y chupada, mamá pudo decir:

"Viejo lindo, tu eres el condimento de esta soberbia mamada que nos damos mi amorcito femenino y yo... ¡que esperas para condimentarnos!",

y siguió mamando. Papá dijo,

"te voy a encular, vieja; te la voy a meter toda en el culo", pero era una broma que siempre se hacían entre ellos – luego me explicaron, porque las desfloración de nuestros culos sucedió tiempo después – se acercó a mamá que era la que estaba arriba, y empezó a lamer toda la parte posterior del maravilloso cuerpo de su esposa, para dejar la lengua por mucho tiempo entre las nalgas, lamiendo el culo – esto se lo hacía con frecuencia a ella, y a mí desde que nos amamos y nos mamamos, cada que pudo – y se alojó con la lengua profundamente en la concha de mamá.

Metió las manos entre los dos cuerpos y acarició mis senos, apretando mis pezones de una deliciosa manera. Así continuamos: él tras mamá, yo debajo de ella, y ella arriba de mi y delante de papá. Mamaba mi pucha era mamada por papá. Entonces, mamá se dio la vuelta con lo que ahora fui yo la que quedo arriba. Papá, sin tardanza, me besó en la boca horizontal, metió la lengua hasta mis amígdalas, y apretó mis chichis quitando las manos de ella que lucharon por no perder tan preciosas presas. Luego, papá me ofreció su verga, y yo la lamí primero, y luego le di una mamada monumental.

Cuando mi primer orgasmo de la sesión se presentó con la lengua de mamá matándome de placer, papá corrió al otro lado de la cama y me metió la verga tremenda en la concha. El mete y saca colosal que inició me hizo pegar de gritos, gritos que me hicieron suspender la mamada, momentáneamente, que daba a mamá, para, con gritos y todo, regresar a ella cuando la sentí que se estremecía a la llegada de su orgasmo; mi mamada fue tan eficaz, que mamá hasta brincó de placer, gritó como lo seguía haciendo yo. Entonces sentí que papá se aferraba más férreamente a mis ingles y me jalaba, y yo recaudaba la eyaculación de papá, eyaculación que inundó mi raja, inundación desbordada que fue a parar a la boca de mamá, que ahora gritaba con el histerismo propio del placer multiplicado por mil. Papá se derrumbó. Nosotras continuamos en el 69 hasta que la leche de papá dejó de salir de mi chocho y el clítoris de mamá protestó emitiendo calambres eléctricos casi dolorosos de tanto placer tenido. Enseguida quedamos mamá y yo en sólo 34.5 cada una del 69 divino, juntas lo hacíamos momentos antes. Luego de gemir y jadear nuestro enorme placer, fuimos por papá que estaba acezando como si estuviera tremendamente fatigado.

Lamimos, las dos al unísono, el cuerpo entero de papá, sin dejar de compartir sincrónicamente con nuestras boca la grandiosa verga. Lo alineamos a lo largo de la cama, y nos situamos una a un lado y otra al otro lado de él. Lo acariciamos tiernamente; nos alternábamos para besarlo y meterle la lengua profundamente en la boca, lamíamos una un lado de su rostro y la otra el opuesto. Mamá, que parecía querer convertirse en la guía del encuentro, le dio la vuelta al cuerpo yaciente, y ahora, ambas, lamimos el sudor del torso de papá. Pero mamá metió la lengua entre las nalgas, y no descansó hasta que, con mi ayuda desde luego, pudo besar amplia y glotonamente, el culo de papá.

Con esa caricia, el hombre ordenó a la verga que ya era tiempo de despertar, que ya había descansado demasiado, que se pusiera en acción – todo esto dicho en voz alta por él – y sí, empezó a besarnos con lujuria desatada, caliente, excitado. Fue él el que ahora se puso sobre mamá y le mamó la pucha. Mamá, se metió la descomunal verga en la boca, yo aplaudí frenética, excitada al ver ese maravilloso 69 reinstalado... con un nuevo actor en él. Pero mamá ya quería verga... no en su boca, sino en su vagina. Tumbó a papá, lo levantó como loba hambrienta, se colocó con su frente hacia donde yo estaba sonriendo excitada, roja como sangre derramada, con una de sus manos apuntó el ojo único del palo a la cueva, y se sentó sobre él. Yo aplaudí con mayor frenesí, caliente como volcán en erupción. Cuando estuvo bien sentada y bien cogida, extendió los brazos invitándome a que me incorporara. Yo estilaba, mi corazón brincaba como loco, mis muslos temblaban cuando se abrieron para dejar la cabeza de papá entre ellos y, a mi vez, me senté sobre la lengua que estaba afuera de la boca, como esperando la pucha preciosa y llena de pelos anhelante de caricias linguales.

Cuando estuve bien sentada y la lengua dentro de mi raja, besé a mamá con uno de mis más fúricos y excitados besos: fue la primera vez que nos besábamos cuando estábamos una con la verga de papá adentro, y la otra con la lengua hasta donde podía llegar dentro de la espléndida vagina. Ella apretó mis pechos, yo acaricié con dulzura sus senos; ella apretó el beso y mis pezones, y yo pellizqué los suyos. Fue uno de los palos – polvo, dicen en España – más fabulosos que empezamos a conocer y que es uno de nuestros preferidos para alternarnos en la boca y en la verga de papá. Los gritos de papá fueron acallados por mi conejito, los nuestros fueron gritados a todo pulmón, todos casi sincrónicos.

"Ay, amorcito, que caliente estás... mira que tu verga sigue dura a pesar de la ordeñada que le di", decía mamá entrecortadamente entre suspiros, gemidos y grititos de placer. Y siguió:

"Soy una egoísta, mira que adueñarme de la única verga que tenemos... ¡carajo, no se vale!",

y entonces intercambiamos; yo fui a sentarme en la verga, ella en la lengua... y se reiniciaron los lúbricos movimientos de las seis nalgas, pero sólo la boca de papá comía: se alimentaba de la leche que escurría del chocho grandioso de la esposa. Y los besos entre nostras, los agarrones de chichis y pezones, y yo inauguré los frotamientos en nuestros respectivos clítoris con nuestros ya sabios y ágiles dedos. Si la primera vez el orgasmo colectivo fue tremebundo, el que tuvimos después del cambio de palos para nuestras vaginas, fue terrorífico; casi nos desmayamos de placer... ¡los tres!. Mamá y yo caímos despatarradas a la cama, fundidas en un beso tierno e interminable, abrazadas dulcemente. Así permanecimos por quien sabe cuanto tiempo.

Fui yo, tal vez por mi juventud, la que reinició todo el juego y el placer. Del abrazo dulce, pasé a la caricia cachonda en las nalgas de mamá, misma que me vio con su sonrisa más expresiva de su amor, y también mandó sus manos a mis nalgas. Los pellizcos arrancaban suspiros de las dos; papá se reanimó, aunque la verga era solo recuerdo del poste terrible y cariñoso que se nos había metido hasta las entrañas mismas. El viejo descendió de la cama, se sentó en el piso, y tomó nuestros pies para besarlos, chuparlos todos: cada dedo, las plantas, los dorsos, para regresar a los dedos y metérselos a la boca uno por uno por mucho tiempo. Nosotras nos mamábamos los senos, mordíamos los pezones, nos dábamos nalgaditas a cada tanto. Cuando papá vio que nuestros cuerpos se separaban un poco para dar paso a las manos que se dirigían a la pucha contraria, se carcajeó, y dijo:

"Míralas, ya van a hacerse dedo como buenas adolescentes... ya verán... las voy a enseñar"

Entonces, se levantó, me jaló de los pies hasta hacer que quedara alineada en sentido contrario al cuerpo de mamá, para luego jalarla a ella igualmente de los pies, levantar un muslo de ella, otro mió, para luego hacer que nuestros pelos se acercaran y nuestros jadeos ya eran tan ruidosos como una discoteca. Él se encargaba de juntar nuestros chochos, nosotras nos veíamos con excitación creciente, sabíamos lo que papá deseaba hacer y nos complacía... era algo que queríamos intentar desde los primeros besos: juntar nuestros pelos, nuestras rajas, nuestros jugos, nuestras baba viscosas, y papá hizo el deseo realidad. Cuado sentí los pelos y la humedad de la pucha materna, me fui a la gloria de la gloriosa sensación inédita, tan cachonda, tan excitante y también enormemente placentera... esa sensación de sentir otra pucha con la propia es, en definitiva, uno de los mayores placeres que se puede obtener en el amor sexual... vamos, ni siquiera la metida de verga gruesa, larga, es comparable con esta fantástica sensación. Más, cuando se inicia el frotamiento de un chocho contra el otro, de un hociquito de un conejito, contra el otro conejito que solo movía las naricitas, que ahora las degustaba aportando los jugos propios para el placer del otro conejo. Luego, papá hizo que cada una tomara la pierna de la otra y jalara a ésta contra sí misma para apretarse una concha contra la otra y aumentar así el frotamiento de pelos, pliegues y vaginas. Cuando nos dejó bien ocupadas en el cachondo movimiento circular de nuestras nalgas y puchas, él se puso a mamar todo lo que podía mamar, desde nuestros heroicos seno, hasta nuestros coños apretados uno contra el otro y, por eso, llenos de jugos que bañaban totalmente los pelos para deleite de la boca de papá.

Es posible que esos jugos tuvieron algo sustancioso, porque papá mismo se sorprendió con la tremenda erección que surgió entre los gritos de nosotras y las miradas arrobas que papá gozaba viéndonos en la espectacular "tijera" que él mismo había forjado. Gritó de orgullo, satisfacción y placer, cuando con la mano comprobó la dureza de la verga, y las palpitaciones que la hacían saltar. Entonces mamá la pidió, pidió la verga para mamarla, para chuparla con mayor fruición que si fuera un caramelo de donde obtendría la vida eterna. Así estuvieron por varios minutos, él viendo como mamá se tragaba la verga, y ésta jalando desesperada mis piernas porque ya le veía el orgasmo, y yo gritando sacudida por el placer de las estrellas salidas de mi pucha.

Entonces mamá dijo, entre suspiros precursores de sus orgasmos, "no seamos egoístas, mi amor, dale verga a nuestra niña inocente que también debe querer adorar con la boca al falo de nuestra dicha", y sí, se acercó y me metió la verga en mi boca, con algún trabajo porque la boca estaba apretada por los efectos del tremendo e interminable orgasmo que estaba teniendo y que, con la verga ya metida hasta mis amígdalas, se hizo como trueno de las erupciones volcánicas que aturden anunciando la salida de la lava hirviente. La excitación de papá era ya exuberante. Nos veía, miraba nuestros pelos revueltos, los muslos tensos y bañados de tantos jugos, y quiso sentir nuestros pliegues vaginales, con su tremenda tranca. Pero en la posición en que estábamos mamá y yo eso era imposible; simplemente la verga no se podía meter a ningún lado que no fueran las boca de las dos. Sin embargo, la calentura sexual despierta el ingenio. Papá se subió a la cama, se colocó sobre nuestras puchas fusionadas con sus piernas abierta y, forzando la pegadura de nuestros coños, metió la verga entre los dos conejos, entre las dos rajas abiertas al máximo para poder sentirse mutuamente, y entonces nuestras hendiduras sintieron al mismo tiempo el poste clavado entre las dos. No cesaron nuestros movimientos a pesar que ahora el contacto directo se había roto, pero no nos importaba puesto que el contacto continuaba por intermedio de la verguísima de papá. No cogía a las dos por los húmedos precipicios tan juntos. Así tuvimos el movimiento de la verga de papá estrujando nuestros clítoris de una sensacional y lujuriosa manera.

Estallamos al unísono los tres... la leche de papá, con un ágil movimiento de su dueño, nos bañó a las dos. Cuando los hermosos estertores del placer se aplacaron un tanto, y la verga de papá volvió al punto del nacimiento, se puso a lavar con la lengua las superficies bañadas con leche, lamidas que contribuyeron a que nuestras puchas volvieran al movimiento, al frotamiento mutuo, mientras la lengua iba de los rostros a las chichis, y de estas a los ombligos llenos de leche, y de estos, a los pelos lindísimos que tenemos mamá y yo. Al terminar papá la tarea, mamá aflojó mi pierna; no pudo continuar agotada como estaba de tanto y tanto placer y tanto esfuerzo para jalar mis piernas y empujar y mover las nalgas para que el placer nos inundara. Yo solté las bellas piernas de mamá y, desfalleciente, cerré los ojos. Creo que mis padres y amantes hicieron lo mismo... y dormimos el sueño de los justos saturados de placer sexual. Mamá fue la que me despertó con besos tiernos, lentos, sensuales. Después se agregó papá a esa tierna manifestación de amor de ellos para mí. Me sentí en la gloria por la adoración que estaba recibiendo. Lloré de emoción, de alegría, de amor.

"Nuestro querido querubín, nuestro ángel maravilloso, nuestra niña que nos sacó lo rancio, para llevarnos a la resurrección de nuestras glorias",

decía mamá llena de amor. Así estuvimos, ellas besándome como expresión de todo el amor que sentían, y yo respondiendo al los besos con igual ternura y mismo amor.

Papá se fue a preparar el desayuno, mamá pasó de los besos tiernos, a los besos pasionales, lujuriosos, inacabables. Mi cuerpo respondía alegre, dichoso, con el alma saturada de amor. Claro, yo también lamía y mordía pezones y nalgas. De un momento a otro estábamos ya, en nuestro insustituible 69; nos mamábamos como desesperadas, yo con los ojos cerrados para concentrarme en las sensaciones de mi boca horizontal y mi lengua de esa cueva, y más en la boca vertical y la lengüita escondida entre ninfas que mamá golpeteaba tiernamente con su lengua. Cuando mi primer orgasmo venía, abrí los ojos y vi el ojo negro de mamá que estaba a unos centímetros. Mi orgasmo aumento la velocidad, la intensidad y el estruendo ante la divina visión. Yo creo que recordé la broma de papá – "te voy a encular, vieja" – porque mi imaginación ordenó que uno de mis dedos explorara el culo fantástico de mamá que por primera vez veía con ojos de lujuria. Puse el dedo, mamá respingó, continuó moviendo las nalgas, como que el orgasmo venía. Empujé el dedo tratando de meterlo, mamá suspendió los movimientos pero no la mamada que me daba el cielo, la gloria del placer y frunció el culo, como oponiéndose a la penetración del dedo impertinente. Mis gritos hicieron que abandonara la concha que mamaba, no el intento de meter mi dedo. El circulo del culo estaba mojado de jugos y saliva, por eso, cuando el orgasmo de mamá estalló, un poco aflojó el culo y mi dedo se metió, solo una falange. Mamá entre los sollozos del placer, decía:

"No hija, no, eso no, te lo ruego...", entrecortadamente. Pero yo estaba decidida a "culearla" y empujé. Mamá respingó, sus nalgas brincaron de la cama y el culo se apretó en un vano intento de expulsar el dedo invasor. No le sirvió; mi dedo continuó avanzando, mientras yo regresaba a la mamada; me apliqué al clítoris tan sensible de mamá, pero lamiéndolo tiernamente sobre el capullo, no directamente, que no protestara. Mamá, que salía del orgasmo, sintió la mamada y las nalgas, sin su voluntad consciente, empezaron a moverse y mi dedo a avanzar dentro del culo.

"No hija, no, en el culo no, por Dios, el culo no...", gritaba mamá al mismo tiempo que las nalgas aumentaban el ritmo de los movimientos. Sonreí para mis adentros pensando en las muchas hipócritas que dicen no y abren las piernas para que se las metan; así pensé que estaba haciendo mi adorada madre. Por eso fue que di un empujón soberbio hasta que mi dedo se metió todo y empecé a moverlo circularmente al tiempo que metía dos dedos de la otra mano a la pucha de mama. Mamá ya no me mamaba, como que se concentraba en desentrañar el placer de la caricia desconocida, sentí que apretaba los dientes de placer y que sus nalgas se movían como queriendo que la penetración de todos los dedos fuera mayor. Entonces, sin dejar de lamer el clítoris de mis desvelos y placeres, intenté insertar un nuevo dedo en el culo que ya no sentía duro, lo percibía relajado, gozando. El dedo segundo, inició la invasión del culo. Poco a poco se fue metiendo y las nalgas de mamá se movían con una rapidez y una intensidad inédita; entonces metí un tercer dedo en la vagina y completé la introducción del segundo en el culo. Mamá ya no pudo permanecer en silencio, gritó:

"Así hija, así, méteme todos los dedos, mételos por tu madre que tanto te quiere, mételos hasta los nudillos... ¡los del culo te estoy diciendo!", enfurecida de placer.

Como pude, metí el tercer dedo en el culo y aumenté los círculos y el mete y saca con más brío, con más frecuencia en el ir y venir... mi madre ya enardecida, movía las nalgas como salvaje en el momento del parto... pero no quería parir los dedos, al contrario, quería retenerlos hasta el fondo de la vagina y del culo. Me vino el orgasmo de solo pensar en que mamá hiciera lo mismo con mi culo, pero no quise pedírselo porque quería que por si misma deseara replicar la caricia que la estaba llevando al máximo placer. Ya mis dedos entraban y salían del culo como Pedro por su casa, cosa que me hacía sentir la delicia de meterlos y sacarlos sin ninguna resistencia y sí demasiado placer hasta ese momento inédito.

Fueron tanto los gritos de mamá, que papá subió presuroso, más por curiosidad que por preocupación: eran claros gritos de éxtasis placentero. Gritábamos las dos, yo con el orgasmo del placer de mi boca horizontal y mis dedos llenos de jugos unos, y de mierda otros. Escuché que papá subía, por eso saqué los dedos, no sin la protesta de mamá que entre sollozos decía que no, pero ahora que ¡no los sacara!; no quise que papá se enterara que era desplazado en su deseo de ser el primero de desvirgar el bello culito de mamá. Nos reprendió, dijo que éramos unas perras calientes, que se nos iban a raspar las puchas, que no fuéramos ingratas que también el quería participar, pero que en ese momento había que comer... claro, estaba feliz de vernos en el sempiterno 69 estilando de las puchas, gimiendo como verdaderas perras después de la metida de la verga del perro. Nos nalgueó a las dos entre risas alegres y cariñosas, nosotras incrementamos nuestros desfallecientes orgasmos y expulsamos jugos que papá se apresuró a sorber, pero sin intentar nada más. Cuando la boca no pudo recoger más líquidos, se levantó, y dijo:

"Ya mis amadas mujercitas, ya. Hay que comer, porque sino, se me mueren y luego que hago...", se carcajeaba, cuando logró terminar: "las espero abajo, cabronas, perras calientes, putas".

Desayunamos alegremente, entre ternuras generalizadas, con besitos leves y dándonos unas a otras alimentos en la boca. Reíamos haciendo remembranzas de los laces del día y la noche anteriores. Expresábamos cómo fue la obtención nuestro placer y cómo lo habíamos dado a las otras. No dejamos de tocar nuestros cuerpos, hasta en momentos lamíamos donde se nos antojaba lamer. Pero todo era expresión de amor, de ternura, de un afecto maravilloso. Lavamos los trastes, y nos fuimos al mar. Pasamos ese día entre arrumacos de amor, entre besos de afecto, con contactos pensados y sentidos como manifestación amorosa solamente. En ningún momento, ninguna de las tres, sentimos la necesidad de la lujuria. Y no porque estuviéramos agotadas, sino porque el amor había sustituido fabulosamente toda la lujuria del día anterior, y los de más atrás, que fueron toda una fiebre de sensualidad, lujuria y sexo. Era el último día que pasábamos en el paraíso donde nuestro amor verdadero se expresó con la intensidad, con toda la alegría y la sinceridad que solo el amor completado con el placer del sexo puede hacer patente, cierto, abierto y fuerte.

Esa noche, la ternura amorosa imperó. Con papá en el centro, las caricias, los besos, las palabras susurradas de todas para todas, nos arrullaron hasta que nos quedamos dormidas con brazos, muslos, piernas y pies entrelazados en una milagrosa maraña de amor.

Regresamos. Cuando entramos a casa, las tres nos apretamos en un beso ardoroso que dejaba a un lado la exclusiva ternura. Tiramos las maletas, y nos encueramos. En el triple abrazo, nuestros cuerpos se calentaron, se excitaron de fábula Allí, sobre la alfombra de la sala de estar, nos dimos al placer de la lujuria, repitiendo todas las maravillosas caricias que nos habíamos prodigado desde que descubrimos que podíamos coger todas contra todas. Papá nos cogió sin descanso, y nosotras nos mamábamos todo el cuerpo, cayendo siempre en el 69 insustituible.

Posición que acabo por ser la preferida de papá porque así podía cogerse a una y luego a la otra, bastaba con dar la vuelta a la cama o a los cuerpos para ensartar a la otra. Nos llenó las puchas de leche, leche que luego, como avaro, succionó, lamió, bebió y trago sin permitir que ninguna de nosotras le robara ni la más mínima gota del lácteo atole. Cuando la verga de papá quedó convertida en una astillita, obtuvo placer de vernos en el inacabable 69, en la intermitente "tijera", y en los besos de amor que dábamos en nuestras puchas cuando los clítoris se ponían eléctricos. Entre postreros jadeos de las dos, papá vino a meterse entre nostras y, con besos tiernos acalló nuestra fatiga amorosa. Luego nos dormimos. Desde esa noche, papá duerme entre las dos, y nosotras siempre dormimos agarradas con una mano de la verga de papá, y con la otra mano acariciando la chichi del cuerpo del otro lado.

La tarde del día siguiente, juntas las tres, fuimos a comprar una recámara con una inmensa cama. En la noche la inauguramos amándonos intensa, frenética, interminable y amorosamente; y, también, iniciamos nuestra vida en el amoroso coloquio de almas y cuerpos funcionando como una sola. Tal vez unos tres meses después, tuvimos una nueva inauguración... pero esa es otra historia que luego les contaré.

Linda.

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