Mi padre y yo. Prólogo (Relato de Macrofilia)
Relato que explora el fetiche de la Macrofilia gay
Nota para los lectores: la presente historia va a contener muchos temas: incesto, dominación, escatología..., pero se basa sobre todo en el fetiche único de la macrofilia/microfilia, que consiste en la excitación que producen las interacciones (obviamente, solo en la imaginación) entre personas con diferencias extremas de tamaño, gigantes (de muchos metros de altura) o personas diminutas (menores de 20 cms o similar). Por favor, no sigas leyendo si el tema no te interesa o te produce una cierta curiosidad. Sé que es algo que no es para todos los públicos
MI PADRE Y YO
Acababa de cumplir 18 años, había terminado la secundaria pocos días antes y el próximo curso iría a la Universidad, donde quería estudiar periodismo. Me sentía por primera vez adulto y dueño de mi destino. Me ilusionaba la vida que veía delante y estaba lleno de felicidad.
En aquel momento vivía solo con mi padre, Luis. Mi madre había muerto hacía pocos años y solo tenía un hermano mayor, que por razones de trabajo vivía en otra ciudad, bastante lejos de la nuestra. Éramos una familia acomodada, mi padre trabajaba en un laboratorio bioquímico y vivíamos en un chalet en una urbanización cercana a Pozuelo de Alarcón (un pueblo próximo a la capital de España, Madrid).
Mi relación con mi padre no podía ser mejor. Tras quedar viudo no se había vuelto a casar ni le conocía ninguna nueva relación. Mi padre me amaba profundamente, estoy seguro de que habría dado la vida por mí. Cuando le dije que era gay, me había apoyado completamente y su cariño hacia mí había incluso aumentado, unido a unas tremendas ganas de protegerme de cualquier peligro.
Por mi parte tengo que confesar que tenía fuertes sentimientos hacia él, pero estos no eran solo de naturaleza paterno-filial. Mi padre era un hombre aún muy joven, no había cumplido aún 45 años, guapo, fuerte, con una barba que le otorgaba un aire de virilidad increíble y además se mantenía en forma, aunque con una incipiente barriga cervecera que lo hacía si cabe más atractivo aún. Aunque me empeñaba en negármelo a mí mismo, sabía perfectamente que mi padre me atraía sexualmente, y frecuentemente me masturbaba pensando en su masculino cuerpo. Estos sentimientos me producían bastante miedo. ¿Me rechazaría mi padre si se enteraba? Por ello los mantenía en el más absoluto de los secretos.
Todo comenzó una noche en que, al volver yo de tomar una copa con amigos, mi padre me estaba esperando.
-Hola Hugo. ¿Te lo has pasado bien? -dijo con su habitual sonrisa cariñosa.
-Sí, Papá, gracias. ¿Cómo estás levantado aún? Es tarde.
-Verás, tengo que hablarte, es un poco delicado -desvió la mirada, un poco avergonzado. Me extrañé. ¿Qué estaba pasando?
-Papá, ¿qué ocurre? -me senté frente a él.
-Verás -repitió-, el otro día… lo siento de veras, Hugo, yo… yo…
-Papá, tranquilo, puedes contarme lo que sea. Nosotros no tenemos secretos, ¿no? -le dije, aunque era consciente de que esto, al menos por mi parte, era una mentira como una catedral de grande.
-Quería mirar una cosa con rapidez y vi que tu ordenador estaba conectado. Supongo que había funcionado mal el bloqueo de pantalla y no me pidió contraseña… -empecé a sudar, me imaginaba lo que mi padre me iba a decir después.
-Entonces entraste en mi ordenador -dije con un hilo de voz-, y supongo que viste…
-Pues sí, lo siento de veras hijo, pero vi las páginas que tenías abiertas y no pude evitar mirarlas. Todas las webs sobre dominación, amos y esclavos, y sobre todo la página sobre “Macrofilia”. Ni siquiera había oído esa palabreja en mi vida.
Efectivamente, mi sexualidad era tremendamente fetichista y leía y veía mucha pornografía y relatos sobre esos temas. Incluso había escrito varios relatos. En ellos yo siempre me reducía a un tamaño diminuto y era dominado y humillado por un hombre normal, que, lógicamente, era un gigante para mí. Sentí que mi cara se encendía de rubor.
-Lo siento Papá, te lo hubiese contado, supongo que… no es el tipo de cosas de las que uno habla con su padre.
-No tienes nada de que avergonzarte Hugo. Lo comprendo perfectamente y cada cual vive su vida y sus deseos del modo que quiere siempre y cuando no haga daño a nadie. Aquello no cambió para nada el concepto que tengo de ti. El caso es que ni siquiera pensaba comentártelo, pero, y repito que lo siento por la invasión en tu privacidad, no pude evitar seguir indagando sobre el tema este de la Macrofilia, y quería hablar contigo porque… el caso es que…
Aguardé expectante a que mi padre se decidiera a hablar. Parecía estar muy avergonzado.
-El caso es que… yo podría hacer realidad esas fantasías tuyas.
-¿Cómo? ¿De qué estás hablando Papá? -sentí mi corazón ponerse a mil.
-En el laboratorio hemos llegado a un alto grado de desarrollo en la tecnología de los nanobots. Son unos dispositivos microscópicos que, inyectados, se unen al ADN de una persona y pueden alterar su cuerpo en muchas maneras distintas. Bueno… -vaciló-, una de ellas es que pueden cambiar la medida de esa persona en un amplio rango de tamaños.
Mi corazón ahora iba a diez mil. ¿Me estaba mi padre sugiriendo que…?
-Efectivamente, podríamos inyectarte los nanobots y hacerte del tamaño que quisieras, tan diminuto como pones en tus relatos. Podrías vivir REALMENTE esas fantasías.
-Dios, Papá, eso sería… -me quedé sin palabras.
-Pero hay algo que debo advertirte hijo. Yo no podría dejarte realizar tus fantasías con cualquiera. En ese estado serías tremendamente vulnerable. No puedo ni pensar en que te pudiese suceder algo por estar con un extraño. No lo puedo permitir. Realmente me moriría.
-¿Entonces? -pregunté.
-Entonces… bueno… pues… -balbuceó y bajó la mirada, tremendamente turbado-, lo he estado pensando y… ese gigante de tus fantasías solo podría ser… yo mismo.
Mi boca se abrió de par en par. ¿Era posible lo que mi padre me estaba proponiendo?
-Hijo, no voy a andar con rodeos – parecía haber recuperado totalmente su compostura-. Sé perfectamente desde hace tiempo que te gusto, que mi cuerpo te excita. ¿Crees que no me he dado cuenta de las miradas furtivas que me echas siempre que puedes? No eres tan bueno disimulando -me sonrió con tal cariño que sentí un inmenso deseo de abrazarlo-. Evidentemente yo no tengo ese tipo de atracción por ti y tampoco sé absolutamente nada sobre dominación ni nada de ese tipo, pero después de mucho meditar creo que podríamos intentarlo, ¿no crees? No me importa nada lo que piense la gente. Los dos somos adultos ya. Y lo que tengo claro es que quiero que seas muy feliz y estoy dispuesto a aprender a hacerte disfrutar.
-¡Oh, Papá, yo… yo…! -me lancé a sus brazos, llorando sin poderlo evitar. Él me abrazó con ternura. Cuando pude recomponerme le dije: -¡Eso para mí sería un sueño!
-Estupendo, mi pequeño -me dijo reconfortadoramente mi padre-, ¡pues hagamos ese sueño realidad!
Continuará...