Mi padre y yo. Cap. 6 (Relato de Macrofilia)

Nuevos descubrimientos sorprendentes para Hugo...

Mi padre sí apareció esta vez con las primeras luces del día y se apresuró a desatarme. Noté que, aunque volvía a estar un tanto resacoso, esta vez sí estaba preocupado por haberme dejado en esas condiciones toda la noche. Cumplió, eso sí, estrictamente con el protocolo y me dijo las palabras “Puedes relajarte” mientras me desataba y devolvía a mi tamaño normal. Cuando me quitó la mordaza mi boca estaba tan entumecida que tardé un buen rato en poder moverla. Todos mis músculos estaban doloridos y completamente agarrotados. Aquello había sido inhumano, y, lógicamente, me apresuré a decírselo a mi padre:

-Papá, tenemos que acabar con esto ya… -sin embargo, no obtuve en absoluto la reacción que esperaba.

-Vamos Hugo -dijo con impaciencia-. ¿Otra vez con eso? Ya lo hablamos ayer. Nos comprometimos y somos gente seria. No nos vamos a rajar ahora -¡mi padre y su estricto sentido del deber! Nunca pensé que esa forma de ser suya, que hasta entonces había admirado, se volvería directamente contra mí.

-Pero Papá -continué agitado-, esto ha sido inhumano. No tiene nada que ver ya con mis fantasías -en cuanto dije esto, me di cuenta de que había metido la pata.

-Con tus fantasías, claro -rezongó mi padre-. Aquí todo tiene que girar en torno a ti. ¿No te parece que eres muy egoísta? Estamos todos aprendiendo cosas nuevas y disfrutando, tú el primero de todos -me recordó en tono de reproche-. No vamos a tirar la toalla ahora.

-Pero Papá -repuse un tanto desarmado por sus palabras-, este hombre es un sádico, ¿no te das cuenta? ¡Me da miedo que pueda hacerme daño en serio!

-¿Un sádico? ¿Jose? ¿Por lo de anoche? No digas tonterías, Jose es la mejor persona que conozco. Y lo de anoche fue algo completamente normal en el mundo BDSM. Creía que tú lo sabrías mejor que nadie -. No podía creerme lo que estaba oyendo. ¿Cuándo se había vuelto mi padre tan experto en BDSM? Sin embargo, lo que dijo a continuación sí que me dejó sin habla: -De hecho, ni siquiera fue idea suya, fui yo quien lo sugerí.

Me quedé petrificado. Me di cuenta, por otra parte, de que mi padre se arrepentía al instante de haberme contado eso.

-¿Cómo…? ¿Qué fuiste tú…? -balbucée ahogadamente. Mi padre se recompuso como pudo y añadió, claramente avergonzado:

-Sí, probablemente no debería habértelo contado, pero es cierto. Como sabes Jose me pasó bastante material BDSM con el objetivo de que me diera ideas y me pidió encarecidamente que hiciera sugerencias para nuestras sesiones. Ya sabes que él insiste en que solo es el instructor, y que el verdadero Amo soy yo, así que debo tomar la iniciativa. Cuando me pidió ideas para castigarte le sugerí lo de anoche, aunque es cierto que no esperaba que la cosa llegara tan lejos. Dejarte ahí toda la noche atado ha sido muy cruel.

Bueno, al menos me concedía eso. Mi cabeza bullía tratando de asimilar aquello. Comprendí también que hubiera habido que rectificar los azotes cuando me encontraba de tamaño diminuto, por miedo a herirme seriamente. Me había costado creer que un maestro como Jose hubiese cometido un error. Probablemente esa había sido la idea primigenia de mi padre, creyendo -quise pensar- que azotarme con la yema de un dedo no sería algo demasiado doloroso. Él no estaba acostumbrado -nadie lo estaba- a lidiar con aquellas tremendas diferencias de tamaño.

Viendo el estado en el que quedaba después de sus revelaciones, mi padre me tomó del hombro, sonrió y cambió el tono:

-Vamos Hugo, campeón, aguanta un poco y seguiremos disfrutando. Jose me ha dicho que no quedan muchas sesiones de tu periodo de entrenamiento. Después quedaremos solos y podremos hacer lo que nos plazca -estas palabras me produjeron un infinito alivio- . Siempre has sido un tipo fuerte y cumplidor. Hasta ahora siempre me había sentido muy orgulloso de ti -el sentido que podía tener esta última frase me inquietó de nuevo. ¿Es que ya no se sentía orgulloso de mí? Sin embargo, la calidez que tenían ahora sus palabras me resultó muy tranquilizadora. Me parecía que aquel era mi padre de nuevo.

-Bueno, voy a ducharme -dijo mi padre, dando por zanjada la conversación. Entonces me dedicó una mirada intensa, aunque burlona y añadió en tono firme: -¡Esclavo! Ve a cumplir tus tareas -sentí un escalofrío-. Jajaja, es broma, hombre. Puedes relajarte -. Y sonriendo se dirigió al baño.

Me quedé pensando que sí, aquello podía ser una broma, pero estuve seguro de que llevaba intencionadamente implícito un recordatorio de que ya no éramos iguales y de lo que podía pasar si seguía importunándolo.

El resto del día transcurrió sin novedades, excepto que una vez más mi padre me hizo chuparle la polla. No cabía duda de que se había aficionado completamente a ello. Esta vez ni siquiera me lo pidió. Se acercó directamente hasta donde estaba sentado y me puso el paquete en la cara. Naturalmente, no pude resistirme a cumplir sus deseos…

A pesar de que quería ser prudente no pude resistirme a preguntarle, mientras comíamos:

-¿Hoy también le has hecho alguna sugerencia a Jose para la sesión? -balbuceé tímidamente. Él sonrió.

-Sí -me contestó-, pero obviamente no te la voy a decir. Tiene que ser una sorpresa para ti -me guiñó un ojo y no me atreví a indagar más.

A media tarde apareció Jose, con su inmensa alegría contagiosa. Me preguntaba con frecuencia como alguien tan encantador podría mostrarse por momentos tan cruel e inhumano. Yo le esperaba en mi posición, desnudo y de rodillas.

-Vamos a la faena -dijo. Me indicó que me pusiese en medio del salón, en la parte donde apenas había muebles. Una vez allí noté el familiar cosquilleo y el mundo volvió a hacerse gigantesco para mí. Mi padre y Jose -ahora colosales- se situaron junto a mí y se quitaron los zapatos, lo que me hizo temblar. Elevé la vista hacia sus enormes cuerpos, sintiendo otra vez esa mezcla de terror y absoluta excitación que encontrarme en aquella situación me producía.

-Hoy vamos a jugar a un juego -dijo jovialmente Jose con su voz ahora de trueno-. Se llama “aplasta a la hormiga” -un espantoso sudor frío se apoderó de mi cuerpo, aún más al oír la inmensa risa de Jose-. Jajaja… sí, es lo que estás pensando. La hormiga eres tú.

E inmediatamente uno de sus colosales pies se alzó sobre mí. Corrí frenéticamente para evitar que me aplastara, solo para encontrarme pocos centímetros más adelante (muchos metros para mí) con otro enorme pie, esta vez de mi padre, que también se alzó para pisarme. Corrí en dirección opuesta y de nuevo otro pie gigante se cruzó en mi camino.

-¡Corre, corre, hormiga, si no quieres que te aplastemos! Jajajaja… -gritó Jose desde la inmensa altura.

Así me tuvieron mucho tiempo, jugando al gato y al ratón conmigo mientras yo huía desesperado. No sabía si serían capaces de aplastarme, pero no estaba dispuesto a exponerme a comprobarlo. Al final, completamente agotado, caí al suelo y me volví, para ver al instante como el inmenso pie de Jose bajaba sobre mí despacio, como saboreándolo, mientras veía, muy arriba, el rostro infinitamente burlón de este.

El enorme pie cayó sobre mi cuerpo, aunque no aplicó presión. Se quedó ahí, simplemente sujetándome al suelo. Me envolvió el calor, el sudor y el olor de aquella monstruosa extremidad. ¡No podía respirar! La inmensa masa de carne sudorosa que me retenía me impedía tomar aire. Cuando mis pulmones parecía que iban a estallar, el pie se levantó un poco, lo suficiente para que pudiese tomar una bocanada de aire, y al momento volvió a bajar aprisionándome de nuevo, para volver a levantarse otra vez cuando ya no podía más de asfixia. Jose repitió este juego infinitamente cruel varias veces, y seguidamente invitó a mi padre a hacer lo mismo. Mi padre no puso ninguna pega y, con cara de estar disfrutándolo, para mi desolación, bajó su inmenso pie sobre mi pobre cuerpo diminuto. Jose tuvo, no obstante, que controlarlo, ya que al ser mi padre mucho más inexperto, estuvo en más de una ocasión a punto de asfixiarme de veras o aplastarme. Se veía que Jose, en su maestría, conocía perfectamente cuánto tiempo puede estar un cuerpo sin respirar, cosa que mi padre no dominaba en absoluto.

Al final el juego acabó, sin embargo, quedaba mucha noche todavía…

Continuará?...