Mi padre y yo. Cap. 5 (Relato de Macrofilia)

Hugo, aunque sigue experimentando intensos placeres, empieza a darse cuenta de que aquello no es para nada como él había imaginado en sus fantasías...

Allí me quedé, en la oscuridad, con la boca y el culo totalmente doloridos y, sobre todo, profundamente herido. ¿Cómo podía mi padre haberme dejado allí encerrado para toda la noche? A pesar de mis horribles pensamientos y de no tener nada blando en lo que recostarme, estaba tan cansado que me dormí pronto tirado en el suelo de la jaula.

Me despertaron las primeras luces del día. Esperaba que mi padre viniese a liberarme enseguida, pero aún tardó mucho tiempo. Al fin apareció, con ojeras y poniéndose la mano en la cabeza. Estaba claro que tenía un poco de resaca. Como dije, no estaba acostumbrado a beber. Enseguida me sacó de mi prisión y me devolvió a mi tamaño normal, eso sí, sin olvidar su obligación, aun con la resaca, de decirme antes: “Puedes relajarte”. Cuando lo dijo, sonreí con amargura. ¡Esta manía de mi padre de ser tan cumplidor de sus compromisos…!

En cuanto crecí me encaré con él:

-¡Papá! ¿Cómo has podido…? Dejarme ahí toda la noche, encerrado…

Él sacudió la dolorida cabeza y me contestó: -Vamos Hugo, recuerda que nos comprometimos a esto. ¿Qué pensaría Jose si te hubiera liberado? Le di mi palabra de seguir sus instrucciones -. No podía creer lo que escuchaba. ¿Le importaba más lo que un extraño pensara que el bienestar de su propio hijo? Mi padre prosiguió: -Y tú también te comprometiste, no me eches toda la culpa a mí. Y estás disfrutando como nunca, lo sé, algún precio había que pagar por ello… -.En eso tenía razón, estaba disfrutando como nunca en mi vida, pero, ¿por qué tenía que pagar un precio por ello?.

-Papá, creo… creo… que no quiero seguir con esto.

Mi padre pareció impacientarse un poco, pese a su naturaleza tan afable, en su estado resacoso: -Hugo, ¿te vas a rajar ahora? Con todo lo que nos estamos esforzando. ¡Sé un hombre! Tampoco te vas a morir por haber tenido que dormir en una jaula -parece que la violación de mi culo no contaba para él-. Tú no eres así, no eres de los de rendirte a la primera de cambio. Lo estamos pasando muy bien, tienes que aguantar un poco… -en ese momento sospeché que había disfrutado demasiado lo de la noche anterior como para renunciar a ello tan pronto. Su alegato tenía mucho de egoísta…

-Vamos, campeón -hacía siglos que no me llamaba así-. No seas nenaza y prepara el desayuno. Voy a ducharme -. Y dándome una cariñosa palmadita en el hombro zanjó la conversación. Me quedé allí plantado, de piedra por lo que acababa de oír. Pero no me atreví a sacar más el tema. Mi padre se había puesto muy serio y no me gustaba verlo en ese estado, menos aún enfadarlo. Lo amaba demasiado. Bueno, si había que aguantar un poco más, aguantaríamos. Siempre habría tiempo para dejarlo. Infeliz de mí, aún pensaba entonces que tenía algún poder sobre aquello. Me dirigí a la cocina a preparar el desayuno. Durante el mismo, mi padre me dijo que Jose le había mandado por email una cierta cantidad de material erótico sobre BDSM, y que iba a mirarlo cuando terminase de desayunar. Se metió en su cuarto y yo, tras fregar los cacharros, me intenté relajar.

Mis sospechas de la mañana quedaron confirmadas cuando a mediodía, mientras yo leía junto a la piscina, mi padre se acercó a mí, con aquel short vaquero que tanto morbo me daba. Como yo estaba en una hamaca, su paquetón quedó a la altura de mi cara. Me tomó de la barbilla en su mano:

-Hugo, he pensado, bueno, si te apetece… -el rubor cubrió su rostro y evitó mirarme-. Si te apetece podrías hacerme una mamada como la de anoche. Estuvo tan rica…

Aún me sentía bastante resentido con él, de forma que fruncí el ceño. Sin embargo, mi padre pareció en ese momento olvidar completamente su vergüenza, acercó su paquete directamente a mi cara y, tomándome de la nuca, me apretó contra él. Sentí que ya estaba bastante duro.

-Vamos, mi niño. Sabes que lo estás deseando…

Me quedé estupefacto. ¿Cuándo había aprendido mi padre a comportarse así? Pensé en el material que le había mandado Jose. ¡A saber qué contendría! Lo que sí que puedo decir es que funcionó. Toda mi sangre abandonó mi cabeza y se fue a mi polla, y con ella mi raciocinio. Me vi arrodillándome ante mi padre, abriendo ávidamente su bragueta y metiéndome su adorado tesoro en la boca. Esta vez, al estar en mi tamaño pleno, su polla me resultó mucho más manejable y pude dar rienda suelta a toda mi maestría mamando rabos, al tiempo que acariciaba sus pelotas con mis dedos húmedos. Mi padre, por su parte, no se cortó y, volviendo a poner su mano en mi nuca, comenzó a marcar el ritmo de la mamada y a follarse literalmente mi boca. En escasos minutos estaba gimiendo de indescriptible placer y, con ese grito gutural que ya le conocía, vaciando toda la leche de sus huevos directamente en mi garganta, sin parar de follarla hasta que salió la última gota. La situación fue tan excitante para mí, por otro lado, que me corrí violentamente sin tocarme siquiera.

Cuando al fin sacó su pollón de mi boca me miró y señaló con sus ojos el enorme miembro, ya desinflándose, en una clara invitación (¿o más bien una orden?). Lo entendí enseguida y con mi boca limpié todos los restos de semen hasta dejarla inmaculada, tras lo cual, mi padre se limitó a abrocharse de nuevo el pantalón y, dedicándome una sonrisa no sé si cariñosa o lasciva (o ambas), volvió a meterse en la casa. “¡No me da ni las gracias!”, pensé.

Allí me quedé, mudo de asombro por lo que acababa de pasar. Casi me parecía irreal. Solo el salado sabor del semen de mi padre en mi boca y la mancha en mis pantalones denotaban claramente que sí había ocurrido. Pensé irónicamente que ese mismo esperma era el que me había dado la vida a mí hacía 18 años…

No pasó nada más reseñable durante el día, si exceptuamos el hecho de que me tocó otra vez hacer todas las tareas de la casa. A la hora acostumbrada esperábamos la llegada de Jose. Esta vez no parecía haberle dado a mi padre ninguna instrucción concreta, ya que este no hizo nada especial hasta que el timbre sonó. Eso sí, yo ya tenía la consigna de esperarlo desnudo para no tener que pelear con mi ropa en los cambios de tamaño. Mi padre abrió y en el umbral apareció Jose, con su habitual jovialidad y su increíble sonrisa. Llevaba una nueva botella de vino y una pequeña bolsa. En ese momento recordé mis deberes y me arrodillé apresuradamente en el suelo.

-Bien, bien… -aprobó sonriéndome-. Quédate ahí por ahora, tu padre y yo vamos a tomarnos una copa.

Sirvieron el vino, mi padre trajo unos snacks de la cocina y de nuevo se sentaron en el sofá y comenzaron a charlar amigablemente, ignorándome. Me sorprendió una vez más comprobar cuán fácilmente entraba mi padre en el juego. Parece que no lo conocía tan bien como yo pensaba. Estuvieron así mucho rato, mientras mis rodillas me estaban matando. No obstante, no me atreví a moverme, temía demasiado la reacción de Jose.

Al fin, este se volvió y se dirigió hacia mí:

-Esclavo, no he olvidado tu comportamiento de ayer, faltándome al respeto y molestando con tus constantes lloriqueos. Hoy lo vas a pagar con unos buenos azotes -me estremecí. ¿Acaso el castigo no habían sido los bofetones de la noche anterior? Segundos después sentí mi cuerpo agitarse con el conocido cosquilleo y vi que Jose había tomado el mando y me estaba encogiendo. Cuando hube alcanzado mi tamaño de 10 cms, me vi alzado en su titánica mano y me dejó tumbado bocabajo sobre su muslo.

El corazón me latía con fuerza cuando con la yema de su dedo índice empezó a golpear mi pobre culo desnudo. La fuerza de un simple dedo suyo era tan tremenda para mí que sentí un dolor intensísimo, creí que moría. Intenté por todos los medios contenerme, pero no pude evitar un aullido de dolor tan fuerte que llegó a oídos de los gigantes. Mi rostro debió de contorsionarse tanto que mi padre me miró con gran preocupación, algo que no pasó por alto Jose.

-Lo imaginaba -dijo con seriedad-. Con esta diferencia de tamaño es muy difícil controlar la fuerza que aplicas. No seguiré de esta forma, no quiero dañarlo de gravedad. Afortunadamente me temía algo así y he venido preparado.

Se levantó y se dirigió a la bolsa que había traído. Mientras le pidió a mi padre que me hiciese crecer hasta el tamaño de la noche anterior. Mientras crecía vi lo que Jose sacaba de la bolsa. A pesar de mi poca experiencia en BDSM lo reconocí enseguida. Eran unas correas de cuero y una mordaza, de esas con una bola en el medio. Me estremecí. La idea de ser atado no era precisamente una de mis fantasías.

A Jose naturalmente aquello le importó poco. Me hizo inclinarme sobre una mesa auxiliar algo alargada que teníamos y pidió a mi padre que me sujetase, con el torso sobre la mesa, de forma que mi culo quedaba completamente disponible. Una vez así procedió metódicamente a atar mis brazos y mis piernas a la mesa. Se veía que tenía mucha práctica. A continuación, me puso la bola de la mordaza en la boca y la anudó tras mi cabeza diciendo: -Esto es porque no queremos oír tus lamentos de nena-.  Quedé completamente inmovilizado y sin poder emitir sonido alguno. Mi padre observaba el proceso mientras me sujetaba (como si hubiese podido zafarme de aquellos enormes brazos suyos siendo la mitad de mi tamaño normal), creo que una vez más con una mezcla de aprensión y de fascinación.

Cuando Jose me tuvo firmemente amarrado, se puso a mi costado y dijo:

-Bueno, pues ahora viene tu castigo. Espero que lo recuerdes para no volver a incumplir las normas nunca más.

Al instante golpeó con increíble fuerza de nuevo mi culo, esta vez con toda su mano abierta. Me retorcí de dolor, sin embargo, la mordaza impidió que gritase. Jose continuó azotando rítmicamente mis nalgas, con todas sus fuerzas. Creí de nuevo morir, pero esta vez nada lo detuvo y siguió golpeándome hasta que se cansó y dijo a mi padre:

-Sigue tú, Luis. Al fin y al cabo, el castigo se lo debes infligir tú. Eres su Amo, yo solo soy el adiestrador.

Respiré aliviado. Estaba seguro de que mi padre no iba a hacer una cosa así. Sin embargo, me equivocaba totalmente. Sin la menor objeción, mi padre ocupó el lugar de Jose y comenzó a pegarme. Tuvo, eso sí, la decencia de susurrar una vez más en mi oído: “Lo siento”, pero después no tuvo la menor piedad por mi pobre culo ya bastante enrojecido y lo azotó con fuerza metódicamente. No puedo describiros el dolor, físico y moral, que sentía a cada golpe de mi padre. Además, no parecía ir a acabar nunca. Al fin perdí el conocimiento.

Cuando lo recobré seguía atado a la mesa, entumecido y con un dolor indescriptible en el culo. La mordaza, por otra parte, apretaba con tanta fuerza mi boca que me provocaba una gran incomodidad. Pensé que estarían preocupados. Sin embargo, para nada. Los dos estaban sentados en el sofá, bebiendo tranquilamente otra copa y charlando. Me pregunté cuánto tendría que ver ese vino en el comportamiento de mi padre. No podía concebirlo. No presté demasiada atención a su charla, mis pensamientos estaban en otro sitio, sin embargo, sí que no pude dejar de oír que Jose, en un momento dado, le decía otra vez a mi padre, en tono casual:

-¿Has visto lo patético que resulta tu hijo ahí atado? ¡Qué piltrafa de hombre, por llamarlo de alguna manera, porque desde luego para mí no es un hombre, ni un animal casi! Solo un objeto de placer. ¿Cómo puede alguien degradarse así voluntariamente? Yo no podría soportar tener un hijo así. Creo que lo repudiaría.

De nuevo estas horribles palabras habían sido dichas en un tono tan jocoso e intrascendente que parecían algo completamente insustancial y nada a tener en cuenta. No obstante, a mí me hirieron hasta el fondo del alma y aún más cuando vi que mi padre, aunque de nuevo en un cierto shock al oír aquello, se limitaba a mirarme con gesto serio, sin contestar nada. Jose, por su parte, se apresuró a cambiar de tema, como si aquellas palabras nunca se hubieran pronunciado.

La noche acabó pronto, supongo que para compensar lo que se había alargado la sesión del día anterior. Pese a ello, no dejaron pasar la oportunidad de follarse los dos mi culo herido, teniéndolo tan a punto de caramelo. Luego al menos tuvieron la decencia de aplicarme una crema que Jose había traído, y que calmó un poco el ardor de mis pobres nalgas.

Cuando Jose anunció que se marchaba, pronunció de nuevo las palabras que tanto temía:

-Creo que es conveniente que lo dejes ahí esta noche. Le ayudará a reflexionar sobre no hacer caso a las normas la próxima vez.

Y ya no tuve ninguna duda de que mi padre cumpliría. Incluso aún estuvo un rato, después de irse Jose, sin prestarme atención, viendo la televisión hasta que llegó su hora de dormir, ante mi estupefacción. Entonces se acercó hasta la mesa y una vez más me dijo:

-Lo siento hijo. Espero que no pases muy mala noche.

Y dándome un cariñoso beso en la frente, salió y apagó la luz. La mordaza impidió que diera el enorme grito que me ardía en las entrañas cuando mi padre se fue. Quedé allí atado, terriblemente magullado y sintiéndome completamente mancillado en aquella oscuridad que me penetraba hasta el alma.

Continuará?...