Mi padre y yo. cap. 4 (Relato de Macrofilia)

Aparecen algunas sombras en el paraíso de Hugo...

Nota del autor: esta historia, hasta ahora bastante amable, va a tomar a partir de aquí un rumbo mucho más oscuro, con considerables dosis de crueldad y maldad en estado puro. Puede resultar perturbadora para mentes sensibles. Solo quería avisarlo. ¡Gracias mil a los que estáis siguiendo el relato!


La mañana siguiente la pasé como en una nube. Estuve tranquilamente vagueando en la pequeña piscina de nuestro chalet, con una sonrisa que no se me quitaba de la boca. ¡Me sentía tan feliz! Mi padre pasó por allí un par de veces y me sonrió. Vi tanta ternura en esa sonrisa que casi me derrito. ¡Qué suerte tenía de tenerlo a mi lado!

No sabía aún que ese día me deparaba sorpresas desagradables…

La primera de ellas llegó después de comer. Había cocinado la comida para mi padre y para mí. Desde que vivíamos solos tratábamos de repartirnos las tareas domésticas lo más equitativamente posible. Cuando acabamos la comida mi padre me dijo:

-Hugo, friega los platos, por favor.

-¡Para nada! -repuse jovialmente-. Te toca a ti-. Una de las reglas que habíamos adoptado era que si uno de los dos cocinaba el otro fregaba los platos y viceversa.

-Ya, pero…verás -mi padre vaciló un poco-. Antes me ha mandado un mensaje Jose y me ha dicho que desde hoy deberías hacer tú todo el trabajo en la casa. Como parte de tu entrenamiento, dice que tienes que aprender a servir. De hecho, le he dicho a Alicia que se tome un descanso, que no venga de momento hasta nuevo aviso -. Alicia era nuestra asistenta, venía dos veces por semana a hacer el trabajo más pesado: limpieza, colada, plancha, etc. -Tú te encargarás de todo ahora.

Me quedé petrificado. ¿A qué venía esto? Al ver mi turbación, mi padre continuó: -Bueno, ya sabes que prometimos seguir todas sus instrucciones, ¿no?

-Pero Papá… -no supe qué argumentar contra eso, pero sí repuse: -había quedado con Pedro y Alejandro para tomar un café. Tendría casi que irme ya…

-Bueno… esa es otra -mi padre bajó la cabeza, un poco avergonzado-, también me ha dicho que mientras dure tu instrucción no deberías ver a nadie. Que debes estar totalmente concentrado en el aprendizaje.

Me invadió el abatimiento. Mi padre trató de animarme: -Vamos Hugo, tampoco es para tanto, ¿no? Nos comprometimos a esto y suponíamos que no sería tan fácil. Además… -me guiñó un ojo de forma cómplice-, parece que la cosa compensa, ¿verdad? Hacía tiempo que no te veía tan feliz.

-Sí… tienes razón Papá -balbucí recordando los buenos ratos que había pasado-, de acuerdo-. Mi padre me dio una palmadita cariñosa y se fue, no sin antes señalarme con la vista los platos sucios, en una clara invitación.

Tuve que cancelar mi cita y me puse a fregar los platos. Me sentía turbado. Aquello no me hacía ni pizca de gracia. Odiaba profundamente las tareas domésticas y, aunque no era un chico muy social, me gustaba como a todos disfrutar de una salida con mis amigos. Pero, sobre todo, me dolía que mi padre y Jose hubiesen estado hablando a mis espaldas. ¡Mi padre incluso había despedido a la asistenta sin consultarme siquiera! Hasta ahora todo aquello, salvando las jerarquías del juego, había sido una cosa de tres. Ahora, de repente, me sentía totalmente ninguneado. Sentía que mi destino había pasado a depender de aquellos dos hombres, que era una marioneta en sus manos. Y descubrí con disgusto que eso que en mis fantasías parecía tan excitante, en la realidad no era para nada agradable.

Al cabo recordé los buenos ratos que había pasado efectivamente las tardes anteriores y traté de olvidarlo y animarme. Otro suceso vino a sorprenderme. Poco antes de la hora a la que debía llegar Jose vi a mi padre bajar las escaleras del desván con un objeto completamente inesperado. Era la antigua jaula de un periquito que habíamos tenido mi hermano y yo de niños, con la percha que la sostenía. Tuve un mal presentimiento y miré a mi padre interrogativamente. ¿Por qué había bajado aquello? Mi padre contestó:

-Tranquilo, es que Jose me ha preguntado si teníamos algo parecido a esto. Por lo visto quiere incorporarlo al juego. Y de hecho… -se detuvo, un tanto cortado.

-¿Qué? -indagué alterado. Mi padre lo soltó, incómodo:

-Quiere que para cuando llegue estés ya reducido y encerrado en la jaula.

-¡Oh, vamos Papá, eso…! -no pude seguir. Por lo visto mi padre había decidido no discutir más el tema y, para mi desolación, vi que ya tenía en la mano el mando fatídico. Antes de que pudiese añadir nada sentí el cosquilleo habitual y me vi del tamaño de un ratón. Mi padre, sin más consideraciones, se agachó, me tomó en su ahora gigantesca mano y me metió en la jaula. Me lancé enloquecido a los barrotes gritando que me dejara salir, pero mi voz era ahora tan débil que creo que mi padre ni siquiera me escuchó.

Me quedé allí, encerrado, balanceándome colgando de la percha, mientras mil pensamientos me bullían el cerebro. Creo que fue en aquel momento cuando tomé conciencia real de mi vulnerabilidad, de cómo había puesto totalmente mi vida en manos de mi padre y, ahora, también de Jose, que no dejaba de ser un completo extraño, por muy majo que fuese.

A poco apareció nuestro invitado. Traía consigo una botella de vino. Saludó efusivamente a mi padre, miró a la jaula y sonrió, satisfecho de encontrar cumplidas sus instrucciones. En ningún momento se dirigió a mí.

-Vamos a relajarnos y beber un poco, ¿te parece? -propuso a mi padre. Este aceptó, trajo unas copas y ambos se sentaron. Me sorprendió que mi padre bebiera, lo hacía muy muy ocasionalmente y solo en fiestas y cosas parecidas. Supongo que le pareció descortés no aceptar.

Durante un rato que para mí fue larguísimo charlaron animadamente de mil temas. Se estaban haciendo buenos amigos. Lo único relativo a mi persona que escuché fue cuando al principio mi padre le hizo un gesto a Jose señalándome, como para que reparara en mí, a lo que este repuso:

-Tranquilo. Déjalo ahí por ahora. Una de las cosas que tiene que asumir un sumiso es que él no significa nada para su Amo, es solo una mera posesión, y este puede ignorarle todo el tiempo que quiera. De hecho, es quizás uno de los peores castigos que se le puede dar a un esclavo. Que su Amo pase totalmente de él.

La verdad es que casi prefería no haber oído aquellas palabras, pues me sentí muy dolido, sobre todo porque mi padre parecía contemporizar totalmente. Al fin, al cabo de lo que para mí parecieron horas, Jose se levantó y se acercó a la jaula.

-Bueno, parece que ha llegado el momento de ocuparnos de ti -dijo-. Estos días lo has pasado muy bien, ahora nos toca pasarlo bien a nosotros. Vas a aprender hoy a dar placer a un Amo -abrió la jaula (era de resorte, sin llave) y me tomó en su mano. A continuación, me dejó en el suelo y tomó el mando de los nanobots-. Vamos a necesitarte un poco más grande para esto -añadió.

Pulsó el mando y sentí que crecía. No llegué a mi tamaño normal, me detuve cuando medía un poco más de un metro. A pesar de no estar en mi estatura me sentí un poco menos vulnerable. Vi entonces a Jose quitarse el short que llevaba, así como los calzoncillos y se sentó de nuevo cómodamente en el sofá antes de ordenarme:

-Esclavo, ven a comerme la polla. ¡Vamos!

La petición me sorprendió sobremanera. También mi padre debió pensar lo mismo porque lo miró con extrañeza. Jose le dijo:

-¿Qué ocurre? ¿Algún problema?

-No, no… -se apresuró a decir mi padre-, es solo que eso es… tan… tan… ¡gay!

Me hirió el comentario de mi padre. Me di cuenta de que, por muy abierto y tolerante que sea un heterosexual, en el fondo de su corazón sigue despreciando a “los maricones” y a lo que hacen. De hecho, estoy seguro de que utilizó la palabra “gay” y no otra más ofensiva únicamente porque yo estaba delante.

-¡Tan gay! -rió de buena gana Jose-. Esto no tiene nada que ver. Es un hombre usando a un maricón -él estaba claro que no tenía problema en usar la palabra-. Bueno, más bien usando a un esclavo. Mientras no haya nada de afecto no tiene nada de gay.

Mi padre se calló, aunque no muy convencido, y Jose se volvió otra vez hacia mí. Hizo un simple gesto hacia su entrepierna y yo obedecí al instante. Me arrodillé y me metí su miembro aún fláccido en la boca. Enseguida me olvidé de mi turbación anterior. ¡Me gustaba tanto dar placer oral! Y era bueno, de hecho, la polla de Jose se endureció casi al instante. Lo malo es que en ese momento me empezó a dar problemas. Era una polla enorme en circunstancias normales, con mi reducido tamaño era casi inabarcable para mi boca. Intenté apartarme, pero la manaza de Jose se puso en mi nuca y no me lo permitió. Empezó a follarme la boca sin piedad. Me ahogaba, no obstante lo cual, mi propia polla se puso como una piedra. Me encantaba ser usado así. Oí que le pedía a mi padre que se desnudara. Este debió vacilar, porque Jose añadió en tono severo:

-Vamos, ¿sigues con remilgos? No me jodas, Luis, ostias…

Aquel lenguaje soez en un macho como aquel me excitó aun más. Jose me soltó y me señaló a mi padre, ya desnudo después de la amonestación de su amigo. En ese momento entendí lo del vino. Creo que mi padre nunca se hubiera prestado a algo así de no llevar una cierta cantidad de alcohol en el cuerpo. No cabía duda de que Jose sabía lo que hacía.

-Es hora de que le des placer a tu Amo. ¡Venga! -dijo empujando mi pequeña cabeza. Sin vacilar me arrodillé frente a mi padre y tomé su polla en la boca. La emoción volvió a abrumarme y todas mis reservas anteriores desaparecieron. ¡Había soñado tanto con aquello! Me sentí, con la boca llena por la polla de mi padre, de nuevo en mi lugar, en el sitio que me correspondía en el mundo. Me puse a chupar con todas mis ganas, loco por dar placer a mi padre, a mi macho.

Su polla inmediatamente creció a un tamaño inabarcable. No era más larga pero sí más gruesa que la de Jose y me ahogaba. No obstante, me esforcé y seguí chupando todo lo que mi boca permitía, aunque solo me entraba una tercera parte de ella. Mi padre empezó a retorcerse y a gemir de placer.

-¡Oh, dios, diosssss, qué gusto! ¡Esto es increíble! Nunca había sentido algo así.

Deduje que a mi padre se la habían chupado pocas veces en su vida o que quien lo había hecho no debía de ser muy experto, y ello me animó aún más. Seguí succionando como si me fuera la vida en ello y además empecé a tocar con mis hábiles dedos -aunque ahora bastante diminutos- sus enormes huevos. En ese momento mi padre ya no aguantó más:

-¡AAAAAAAAAAH! -con un grito gutural explotó en mi boca. Chorro tras chorro la fue llenando de una cantidad increíble de semen. Parecía que no iba a acabar nunca. Seguí chupando y acariciando sus huevos mientras me tragaba aquel infinitamente delicioso manjar. Al fin terminó y se dejó caer en el sofá, sudando y exhausto.

-¡Dios! Ha sido increíble. Creo que podría acostumbrarme a algo así a menudo.

-Y lo harás -sentenció Jose, con una carcajada. En ese momento vi que se había puesto tras de mí, me hizo levantar el culo y comenzó a manosearlo. Me espanté tanto que me olvidé de las normas.

-¡No, por favor, por favor…! ¡Por ahí no, te lo suplico! ¡Soy virgen!

Jose me volvió bruscamente y me dio una bofetada. Afortunadamente no fue demasiado fuerte. Lo que más me dolió fue mi orgullo.

-¡Maldito gusano! ¿Qué te he dicho de hablar sin permiso? ¡Y ni siquiera me has tratado de usted! Vas a pagar por esto -se dirigió a mi padre-. Tú eres su Amo, dale tú. Una buena torta.

Mi padre me miró desconcertado. Vi que lo que le pedían le horrorizaba, pero una vez más su sentido del deber prevaleció. Levantó su mano y me dio una bofetada bastante débil.

-¡Con dos cojones, ostias! ¡Como un hombre! ¿Quieres ser de verdad un Amo o no? -bramó Jose.

Mi padre respondió esta vez. Con su manaza abierta golpeó mi cara, esta vez bastante fuerte. Pese a ello, lo que más me dolió fue que mi padre me pegara. Nunca jamás lo había hecho, ni siquiera de niños. No obstante, me reconfortó que, tras la violenta bofetada, acercó su cara a la mía y me dijo en voz muy baja:

-Lo siento, mi niño.

Jose, por otro lado, seguía trabajando mi culo. Se acercó a sus pantalones y sacó un pequeño frasco.

-Para que no digas que soy muy malo esta vez te voy a lubricar. No siempre será así, de modo que vete acostumbrando a estar bien abierto y dilatado para que te puedan usar.

Después de untarme el culo de forma bastante poco cuidadosa, sin esperar más clavó violentamente su miembro hasta mis entrañas. El dolor fue tal que pensé que me desmayaría. Jose empezó a moverse furiosamente dentro de mí. Grité una y otra vez de dolor.

-Métele la polla otra vez en la boca para que esté calladito -le dijo a mi padre. Este obedeció, se puso de pie y puso otra vez su pollón en mi pequeña boca. A pesar del infinito dolor, empecé otra vez a chupar el miembro de mi padre con fruición. En unos momentos estaba duro y su dueño gimiendo de nuevo. Entonces sentí como la polla de Jose explotaba, llenando de su líquido mis intestinos, con un inmenso gruñido de satisfacción. La sacó inmediatamente y le dijo a mi padre:

-¡Ven! ¡Ven aquí! ¡Tienes que probar esto!

Mi padre obedeció y en un segundo estaba metiendo su polla, ya completamente tiesa por mi mamada, en mi dolorido agujero. Enseguida empezó a moverse y de nuevo pareció entrar en éxtasis.

-¡Dios! ¡Está tan estrechito! ¡Qué gusto! ¡Dios, qué placer…!

Afortunadamente era tal el placer que estaba sintiendo que no duró ni dos minutos. Volvió a dar aquel grito gutural y llenó por segunda vez mis intestinos de lefa. Cuando me soltaron, caí al suelo derrotado y sangrante, pero al mismo tiempo sabiendo que acababa de tener la experiencia de mi vida.

No terminó ahí la cosa y Jose me hizo limpiar con mi boca las dos enormes pollas, llenas de semen, mierda y sangre. Casi vomito. Luego cambió bastante de actitud y preguntó a mi padre si tenía algo para curarme el culo. Mi padre trajo un poco de alcohol y gasas y Jose me lo aplicó con cuidado, casi diría que cariñosamente. Me sentí reconfortado, pero todo cambió al oír el siguiente comentario de Jose dirigido a mi padre:

-¡Desde luego, hay que ser maricón! ¡Debería darle vergüenza!

Mi padre, arqueando las cejas extrañado, contestó: -Creía que respetabas todas las formas de vivir el sexo.

-Y las respeto, jajaja… -rió Jose de buena gana-, pero eso no quiere decir que no me parezca lamentable ver a un hombre comer con esa ansia la polla de otro y dejarse usar de esa manera. Si uno de mis hijos hiciese eso, para mí sería una verdadera vergüenza.

Dijo aquello con tanta ligereza y de una forma tan natural, con su exultante simpatía, que pareció que no hubiese dicho nada, como si hubiese sido un comentario totalmente casual e inocente. Mi padre lo miró de una forma extraña, pero no comentó nada más. Yo, por mi parte, me sentí profundamente herido, sobre todo de que mi padre no hubiese replicado nada. No obstante, todavía no habían acabado mis sorpresas aquel día.

Cuando Jose anunció que se iba le dijo a mi padre que creía muy conveniente que esa noche la pasara en la jaula, para irme acostumbrando a la esclavitud. Mi padre puso una cara totalmente de horror, pero no se atrevió a contradecirle y asintió. Jose, supongo que para asegurarse de que sus instrucciones eran cumplidas, antes de irse me redujo de nuevo a 10 cms y me metió él mismo en la jaula, lanzándole una mirada de advertencia a mi padre. Luego se despidió y se fue. Era ya bastante entrada la noche.

Vi que mi padre se preparaba para ir a dormir, evitando mirarme. No podía creerme que pudiera dejarme toda la noche allí encerrado. ¿Cómo podía? Pero tras unos minutos me quedó perfectamente claro que lo iba a hacer. No obstante, antes de apagar la luz y salir del salón me dijo cariñosamente:

-Lo siento de veras Hugo -y me lanzó un beso a través de los barrotes, desapareciendo a continuación.

Continuará?...