Mi padre y yo. Cap. 3 (Relato de Macrofilia)

Hugo continúa viviendo experiencias increíbles...

Las horas del día siguiente se me hicieron larguísimas. Solo pensaba en la felicidad que sentía y en la tremenda excitación que lo que estaba por venir me producía. Al fin el timbre sonó y apareció Jose con su exultante sonrisa. Saludó a mi padre, que inmediatamente le pasó el mando de los nanobots, y dirigiéndose a mí dijo firmemente, aunque aún con tono de broma:

-¿Qué haces que no estás en posición, esclavo? ¿Quieres ganarte un castigo?

Con gran alegría me arrodillé y Jose me sugirió que me desnudara, para no tener que pelear con mi ropa. Vacilé…

-Vamos, ¿te vas a cortar ahora? -se burló Jose entre risas. Tenía razón e inmediatamente me quité la ropa. Quedé desnudo frente a los dos hombres, muerto de vergüenza. No obstante, no tuve mucho tiempo de estar incómodo, ya que enseguida vi a Jose tomar el mando y a la vez que lo hacía mi cuerpo se agitó con el consabido cosquilleo. En pocos segundos medía de nuevo 10 cms. Miré hacia arriba y me faltó el aliento. Era la primera vez que estaba en aquella perspectiva, diminuto y con aquellos hombres titánicos ante mí erguidos en toda su inmensa estatura. Realmente no parecían hombres, sino verdaderos dioses. La visión, tantas veces soñada por mí en mis fantasías, era indescriptible.

No tuve mucho tiempo de disfrutarla. Jose se agachó y una de sus manos gigantes me envolvió. Lo hizo con bastante menos cuidado de lo que lo había hecho en días anteriores mi padre y sentí un poco de miedo. Su mano era cuidada, grande -incluso en términos normales- y de dedos gruesos y fuertes. Pese a todo, verme de nuevo en la mano de un hombretón me puso en éxtasis.

Jose pidió a mi padre que fuéramos al dormitorio. Una vez allí le pidió que ambos se desnudaran. Mi padre vaciló incómodo…

-Vamos Luis, no me digas que no has estado mil veces en vestuarios, baños y sitios donde los hombres se ven unos a otros desnudos. Los dos somos heterosexuales. No tengas ninguna aprensión -le reprendió cariñosamente Jose.

Mi padre se decidió y se quitó la ropa, como así hizo también Jose. La visión de sus titánicos cuerpos desnudos me embriagó, tanto más cuanto descubrí que ambos estaban muy bien dotados, aunque mi padre aún más. Yo nunca le había visto la polla a mi padre hasta entonces, por más que me hubiese gustado hacerlo.

Jose indicó a mi padre y ambos se tumbaron sobre la gran cama. Entonces me llevó con su mano a su peludo sobaco izquierdo y me mandó lamerlo. No contento con ello me frotó vigorosamente contra él. Me vi empapándome del sudor de aquel hombretón. El olor no era muy fuerte, se veía que Jose era un tío limpio, pero en mi tamaño resultaba obviamente mucho más intenso.

-¡Eso es! Vete acostumbrando al olor y al sabor de tus Amos -dijo el gigante-. Tiene que ser para ti el mejor manjar -.¡Y tanto que lo era! Jose añadió, poniéndome momentáneamente junto a su cara: -Pero que mono eres, tan pequeñito -se burló-. ¿Quieres ser la mascota de tu padre, chiquitín? -sin esperar respuesta me devolvió a su sobaco.

Así me tuvo un rato, para a continuación pasarme a mi padre y sugerirle que hiciese lo mismo. Me vi entonces en los sobacos gigantes de mi padre, lamiendo su sudor y aspirando con fruición su aroma. Estaba en la gloria. Al rato Jose le pidió a mi padre que me pusiese en sus genitales. Mi padre reaccionó con aprensión, pero, por la promesa que había dado, se sintió impelido a cumplir. No puedo describir lo que sentí al verme junto a la colosal polla, incluso fláccida mayor que todo mi cuerpo, y los titánicos huevos de mi padre. ¡Tantas veces había soñado aquello! Toqué y lamí apasionadamente aquellas montañas de carne. Me embriagué con su sudor y con su olor, ese olor característico que solo tiene la entrepierna de un hombre y que en mis circunstancias se veía increíblemente amplificado. Me sentí infinitamente insignificante ante el poder de aquella virilidad gigantesca. ¡Aquello era para mí lo más cercano al paraíso!

Jose me ordenó después que recorriera los dos cuerpos, adorándolos como debía. Así lo hice, pasando por aquellas montañas de músculos que llamaban piernas y brazos, por los inmensos pechos peludos con sus enormes pezones, los pies, las poderosas manos… Era como estar recorriendo un paisaje impresionante, conocido y completamente desconocido a la vez, e infinitamente fascinante.

En un momento dado Jose me tomó en su mano de nuevo y levantando las piernas me puso justo junto al agujero de su culo. Entonces, sin previo aviso, se echó un pedo monstruoso directamente sobre mi cuerpo. El vendaval maloliente azotó furiosamente mi cara. Mientras reía a carcajadas, Jose me mantuvo allí, tragando irremediablemente el olor increíblemente nauseabundo. Incluso mi padre se relajó un tanto y también esbozó una sonrisa, divertido.

-¡Eso, eso! El olor de tus Amos -repitió Jose entre risas.

Tras esto comenzó a frotarme con sus genitales e inmediatamente sentí que algo estaba pasando. Algo infinitamente poderoso estaba despertando. En efecto, su polla enorme estaba empezando a crecer y a ponerse dura. Si ya fláccida era impresionante no os puedo decir cómo resultaba estando erecta. Parecía un inmenso obelisco. La inmensa mano de Jose empezó a frotarla vigorosamente, aún conmigo en ella. Durante unos minutos me vi violentamente sacudido entre su polla y su mano, hasta que noté que crecía aún más. Llegaba lo inevitable. Entonces Jose me cambió de posición y me puso directamente frente al monstruoso agujero que inmediatamente empezó a soltar enormes chorros blancos, con increíble fuerza, sobre mí. También mi excitación llegó al máximo en ese momento y, sin tocarme siquiera, hice mi insignificante contribución a aquella inmensa viscosidad. ¡Menos mal que Jose no estaba en condiciones en ese momento de darse cuenta! Tal vez me hubiese ganado un castigo.

Jose se relajó, lanzando un enorme suspiro, y me dejó caer sobre la cama, empapado de arriba a abajo en su semen. La increíble experiencia me había dejado completamente agotado y volví los ojos en silenciosa súplica hacia mi padre. Él, que había contemplado todo esto levantado en la cama con una mezcla de incomodidad y fascinación, me comprendió enseguida y dijo a Jose:

-Bueno, yo creo que ya ha tenido bastante por hoy, ¿no crees?

-Vale, de acuerdo -concedió José, irguiéndose-. Sin embargo, esto me da pie a poner una norma más -continuó-. Evidentemente las sesiones se van a desarrollar mientras yo esté aquí, pero no tienen por qué durar solo ese tiempo, no tienen que acabar cuando yo me vaya o empezar cuando yo llegue. Obviamente -se dirigió directamente a mí-, decidir cuándo empieza o acaba una sesión no va a ser prerrogativa tuya en ningún caso. Corresponderá SIEMPRE a tu Amo. Y en este caso sí vamos a utilizar una fórmula para terminar -añadió con la seguridad de alguien muy experimentado-. Esa fórmula serán las palabras: “Puedes relajarte” -. Miró a mi padre y después a mí, con cierta severidad: -Hasta que no escuches estas palabras de tu Amo, de tu padre en tu caso, seguirás comportándote en todo momento como esclavo y guardando las normas que hemos marcado. Igualmente, si tu Amo desea empezar la sesión antes de que yo llegue, bastará con que se dirija a ti llamándote “esclavo” para que tú asumas inmediatamente esa posición, ¿de acuerdo? -Nos miró a los dos enarcando las cejas.

-Claro, de acuerdo -dijo mi padre.

-Sí, Señor -respondí yo.

Tras esto, los dos gigantes se levantaron y se vistieron. Oí a Jose despedirse y marchar, prometiendo volver al día siguiente. Entonces mi padre volvió a entrar en la habitación, donde yo me encontraba aún en un charco de semen sobre la cama.

-Puedes relajarte -dijo mi padre, sonriendo con complicidad. Yo le devolví la sonrisa. Él me tomó en su mano, no sin antes protegerla con un poco de papel (a un hombre hetero normalmente le da mucho asco tocar la lefa de otro) y me llevó al baño. Allí me estuvo lavando en el lavabo, frotando suavemente el jabón sobre mi cuerpo, con tal delicadeza, con tal cariño, que creí morir de afecto y gozo. Una vez que me hubo devuelto a mi tamaño normal me abrazó una vez más y me preguntó cómo lo había pasado.

-No puedo explicarlo con palabras, Papá -le contesté-. Ha sido… maravilloso. ¡Gracias! ¡Mil gracias por lo que has hecho por mí! -y caí en sus cariñosos brazos.

Continuará?...