Mi padre y yo. Cap. 2 (Relato de Macrofilia)

Luis y Hugo buscan ayuda

A pesar de las maravillosas sensaciones que había experimentado al empequeñecer, durante los días que siguieron tanto mi padre como yo nos dimos cuenta de que aquello no daba mucho de sí. Mi padre volvió, por supuesto, a reducirme a ratos, probamos diferentes tamaños e hicimos algunas cosas más atrevidas, como ponerme sobre su cuerpo desnudo (no del todo, llevaba sus calzoncillos) para que pudiese recorrerlo, o dejarme adorar sus enormes pies. Yo estaba feliz, pero quería algo más sexual y estaba demasiado cortado para pedirlo. Mi padre, por otro lado, me dejaba toda la iniciativa y, aunque en alguna ocasión intentó parecer dominante para cumplir mis fantasías, aquello no iba nada con su carácter gentil y quedaba muy forzado. También -estoy seguro- le daba miedo entrar en terrenos más íntimos, y quedó evidente que aquello no funcionaba como habíamos previsto.

Así de frustrante fue la cosa hasta que un día mi padre, al volverme a mi tamaño después de un rato reducido me dijo:

-Hugo, no sé qué piensas tú, pero yo tengo claro que esto no funciona. Ni de lejos estoy cumpliendo tus expectativas, y parece que no soy capaz de hacer nada de lo que expresabas en tus fantasías. Estoy fracasando del todo.

-Papá, para nada. No te preocupes. Yo estoy contento. Eres increíble y me encanta ser pequeño a tu lado. No podría desear más -traté de parecer convincente, pero era evidente que estaba mintiendo y mi padre se dio perfectamente cuenta, me conocía demasiado bien.

-Te lo agradezco, pero sé que solo lo dices para no herir mis sentimientos. Hugo, me conoces muy bien, sabes que no puedo sufrir un problema sin poner todos los medios para solucionarlo, ¿verdad?

-Verdad, Papá.

-Eso es que lo he hecho. Verás, anoche no me dormía y me puse a buscar en el ordenador páginas de esas que te gustan. Encontré el perfil de un hombre que decía ser maestro en BDSM y que se ofrecía para asesorar a parejas que quisiesen probar este mundo -aquello despertó bastante mi interés-. Bueno, nosotros no somos realmente una pareja, claro, pero el caso es que me puse a chatear con él y me dio tan buen rollo y tanta confianza que terminé contándole todo sobre nuestra situación. No sé… quizá no fui muy prudente, pero es que de verdad sentía como si estuviera hablando con un buen amigo. Él se ofreció a ayudarnos, asegurándome que podía hacer que la cosa funcionara. Me dio tantas esperanzas que al final acabé quedando con él para que venga esta tarde. Además, vive muy cerca de aquí, en la urbanización de al lado, lo que es una verdadera suerte.

Me quedé un poco cortado. ¿Íbamos de repente a incorporar a nuestro juego a un completo extraño? Sentí una cierta aprensión, que mi padre percibió inmediatamente.

-Tranquilo, solo se trata de conocernos, me aseguró que no nos comprometíamos a nada. Y ya verás, creo que lo vas a apreciar enseguida. Es un tipo genial. Pero, de todas formas, si no estás de acuerdo, podemos cancelarlo.

-No, no -negué enseguida. Tampoco quería ser el aguafiestas y además, confieso que a estas alturas el tema había también despertado mi curiosidad-. Sin problema. Nos conocemos y a ver qué pasa.

-Estupendo -sonrió mi padre-. Vendrá hacia las 6, me dijo.

Cuando el timbre de casa sonó a esa hora estaba nervioso. Todo aquello tenía tanto que ver con mis más íntimos deseos que me inquietaba que estos se estuvieran haciendo tan públicos. Mi padre abrió y un hombretón tan grande como él, aunque algo mayor de edad, apareció en el umbral.

-¡Hola! José, ¿verdad?

-Jose, con el acento en la “o” -repuso el recién llegado con una sonrisa-. Mi nombre es José Antonio, pero siempre me han llamado Jose, acentuado de esa manera.

-De acuerdo, Jose entonces -dijo mi padre con una pequeña risa y lo invitó a pasar, a sentarse y a tomar algo, después de presentarnos a los dos. Jose estrechó mi mano con firmeza y calidez.

Comenzamos a hablar de cosas intrascendentes. En seguida me di cuenta de lo que hablaba mi padre de aquel hombre. Era de una simpatía radiante, arrolladora. No era guapo ni tenía un buen cuerpo. Estaba tirando a gordo y se veía que no se cuidaba mucho. Lucía una poblada barba ya con mechones blancos y vestía una camisa ligera y un short de tela, que dejaba al descubierto unas grandes piernas peludas, rematadas por unos grandes pies en sandalias. A pesar de no ser un adonis tenía un impresionante magnetismo que enseguida atraía. Transmitía una impresión de fuerza, de seguridad en sí mismo y de poder que lo hacía muy atractivo. Creo que incluso mi padre sintió ese magnetismo.

Nos contó, entre otras muchas cosas, que había ganado mucho dinero en su juventud y que ahora estaba retirado, lo que le permitía dedicarse a lo que le gustaba. Estaba divorciado y sus dos hijos, ya mayores, estaban independizados, por lo que tenía mucho tiempo libre y, al vivir tan cerca, no tendría ningún problema en venir a visitarnos cada día para, lo que él llamó, el “aprendizaje”. Mi padre le dijo que yo había acabado las clases y él acababa de tomarse las vacaciones, por lo que también dispondríamos de todo el tiempo necesario.

En pocos minutos la sonrisa y las maneras de Jose nos tenían completamente cautivados a los dos. Y esto se acentuó cuando, de una forma suave, casual, fue llevando la conversación hacia el tema que le había llevado hasta allí. Nos contó que, aunque era heterosexual, su afición por el BDSM le había llevado a explorar muchos campos, y de esa forma había dominado tanto a mujeres como a hombres. No obstante, ahora se dedicaba sobre todo a ayudar a gente, principalmente parejas, que querían experimentar con estos temas. Había tenido muchas experiencias, sin embargo -nos dijo-, nunca había estado en esa situación, con un padre y un hijo, aunque por supuesto le merecía todo el respeto. Comprendía los problemas que estábamos teniendo y nos aseguró que estaba seguro de poder ayudarnos. Yo le expresé mis naturales miedos a introducirme en un mundo que hasta entonces solo había estado en mis fantasías y, con esa simpatía radiante suya, me tranquilizó completamente, asegurándome que todo era un juego, que se trataba de pasarlo bien y que no había nada que temer. Le creí totalmente.

En este punto y llegados a este grado de confianza le mostramos el funcionamiento de los nanobots. Mi padre me redujo a varios tamaños delante de él y me volvió a mi estatura normal. Él quedó completamente fascinado y afirmó que aquello era un instrumento increíble para el BDSM. Asimismo, nos prometió la máxima discreción.

Y así, de la manera más natural del mundo, nos preguntó si queríamos empezar en aquel preciso momento. Nuestra confianza en él había crecido de tal forma en aquel rato que los dos asentimos sin pensarlo siquiera. Entonces se puso un poco más serio:

-Tengo que pediros algo antes de empezar. ¿Confiáis en mí? -. Los dos asentimos de inmediato-. Necesito que me prometáis que vais a cumplir en todo momento mis instrucciones. Es absolutamente necesario para que esto funcione-. Me miró directamente y continuó con una sonrisa- tú, Hugo, no vas a tener mucha opción al respecto, pero necesito que tú, Luis, te comprometas a hacerme caso en todo lo que te sugiera.

-Claro, por supuesto -repuso al instante mi padre. Y como Jose quedó callado, como invitándole a continuar, mi padre añadió muy serio llevándose su mano al pecho: -Tienes mi palabra Jose y además… mientras estés aquí te doy todo el control-. Le tendió el mando de los nanobots. Yo también se lo prometí, pese a que sus palabras anteriores sobre mí me habían producido una cierta aprensión. ¿No iba a tener opción?

-Está bien -volvió a aparecer su radiante sonrisa-. Pues vamos a empezar por unas reglas elementales. Hugo, levántate y ponte de rodillas. Cuando estemos en una sesión siempre adoptarás esa posición, a menos que te mandemos otra cosa. -Obedecí, no sé si más tembloroso o excitado. Jose siguió su instrucción:

-Igualmente cuando estemos en sesión tu padre ya no va a ser tal, sino que será tu Amo -sentí un escalofrío al oír esto-. Yo también, aunque en mi caso será algo no permanente, seré tu Amo mientras esté aquí con vosotros. Así que en todo momento nos hablarás de usted, con el máximo respeto y dirigiéndote a nosotros como “Señor”, ¿entendido? -se volvió hacia mi padre-. La verdad es que prefiero el apelativo “Señor” al de “Amo”. Es más natural, menos elaborado y les cuesta menos a los sumisos que empiezan -se dirigió hacia mí de nuevo y repitió: -¿entendido?

-Sí, Señor -dije sonriente, para demostrarle que había adoptado mi papel. Él me devolvió la sonrisa.

-De todas formas -continuó-, tienes prohibido hablar a menos que te preguntemos. Si tienes algo urgente que decir levantarás la mano y, si nos apetece, te dejaremos que hables. Por otra parte, nosotros tampoco te vamos a llamar más Hugo. Utilizaremos los nombres que nos apetezca, pero, eso sí, que denoten tu condición. Así podremos llamarte “esclavo”, “chico” o, si tu padre se siente cómodo haciéndolo, cosas más fuertes, como “basura”, “escoria”, “cosa”… además, en nuestro caso podemos acudir a algún nombre que nunca he usado pero que nos va a venir muy adecuado a la situación, como “gusano” o “insecto”.

-Por supuesto -siguió instruyéndonos- cumplirás todas las órdenes que te dé tu padre -tu Amo- o yo sin rechistar, por molestas o absurdas que te parezcan. Nos obedecerás absoluta e inmediatamente en todo. Si no recibirás un castigo. Y creéme que eso es mejor que no pase -fue la primera vez que sentí miedo de aquellos chispeantes ojos-¿Entendido?

-Sí, Señor -dije inmediatamente. Todas aquellas palabras Jose las había pronunciado en un tono bajo, calmado, casi hipnótico. Yo no puedo expresar lo que sentía al oírlas. ¿Miedo? ¿Excitación? Lo que estaba claro es que había soñado con aquello muchas veces y mi polla estaba empezando a despertarse simplemente con sus palabras. Vi que mi padre escuchaba con atención, muy concentrado. Conociéndole como le conocía estaba seguro de que estaba metódicamente grabándose en la cabeza todo aquello. Mi padre se lo tomaba todo muy en serio.

Había un tema que quería tratar antes de seguir. Levanté tímidamente la mano. Jose me miró con un cierto disgusto, pero accedió:

-Pronto empiezas a incumplir, pero bueno, por estar empezando tendré paciencia. Dime.

-Señor, ¿tendré una palabra de seguridad? -conocía lo suficiente del BDSM como para conocer este recurso, que me daría un poco más de confianza. Mi padre nos miró extrañado.

-Una palabra de seguridad -le explicó Jose- es un término que el esclavo puede utilizar como último recurso cuando aquello que se le está obligando a hacer no puede soportarlo, para que el Amo pare -. Se volvió a dirigir hacia mí: -No, no creo en palabras de seguridad y, ¿sabes por qué? Porque un esclavo debe tener absoluta confianza en su Amo y saber que este nunca va a hacerle ningún daño o trauma permanente. El esclavo tiene que ponerse totalmente en sus manos, sin reservas. Así lo he hecho siempre con todos mis sumisos y sumisas y nunca he tenido el menor problema. Así que la respuesta es NO.

Mi padre asintió, pareciéndole completamente lógica la explicación de Jose. A mí también me lo pareció, pero no pude dejar de sentir una cierta inquietud al quedarme sin ese recurso, con el que había contado.

-Bueno, pues sin más preámbulos vamos a la faena -dijo Jose, y apretando el botón del mando sentí el ya familiar cosquilleo e inmediatamente me encogí hasta medir poco más de 10 cms de tamaño, por lo que tuve que luchar de nuevo para escapar de mi ropa, lo que provocó una carcajada de Jose, que continuó: -. Tu padre y yo vamos a ver la tele un rato -invitó a mi padre a conectarla-, y mientras vas a masajear mis pies. Igual están un poco sudados -sonrió con malicia mientras se quitaba las sandalias.

Me quedé petrificado cuando aquellos pies descalzos del tamaño de autobuses quedaron frente a mí. Al estar en sandalias no olían muy fuerte, pero aún así en mi tamaño era un olor muy poderoso.

-¡VAMOS ESCLAVO! -gritó Jose. Y al momento fui hacia aquella enorme masa de carne, más de tres veces mi tamaño, hundí mis diminutos brazos en ella y me puse a masajear con todas mis fuerzas. Debí de hacerlo bien, porque sentí al gigante estremecerse y gemir de placer.

-Mmmmmm, nunca había tenido unas manos tan diminutas dándome placer. ¡Qué gusto! Usa tu lengua, vamos…

Comencé, a la vez que masajeaba, a lamer la inmensa suela. El sabor salado, característico de los pies sudados de un hombre me invadió… y me sentí en éxtasis. ¡Había deseado tanto encontrarme así! Inconscientemente acerqué mi polla al pie y me froté un poco. A pesar de lo diminuto de mi tamaño Jose lo notó. Retiró su pie y me dio un golpe con su enorme dedo gordo que, aunque no muy violento, me hizo caer al suelo.

-Otra norma elemental: jamás, jamás te tocarás mientras estás sirviendo a tu Amo. Su placer y solo su placer es lo que importa. Si vuelvo a pillarte haciendo algo así recibirás un castigo ejemplar.

-Perdón Señor -balbuceé, aunque dudo que me oyera. Su enorme pie volvió a plantarse ante mí y, ante la muda orden, continué con mi trabajo. No pude ver la cara de mi padre, estaba demasiado alta para mí en aquel momento, pero a poca distancia de mí se encontraban sus gigantescas zapatillas de deporte. Las miré con deseo mientras masajeaba los enormes pies de Jose.

-Bueno, creo que te toca, no voy a disfrutar yo solo -dijo Jose a mi padre. Este, sin decir nada, desató sus zapatos y se quitó los calcetines. Mi corazón se puso a mil. Jose continuó: -creo que debes ordenárselo. Que empiece a saber quién manda aquí.

-Hugo… -empezó mi padre vacilante- ven y…

Jose lo cortó en seco y con aquella voz tan suave e hipnótica le dijo:

-¿Esperas que te obedezca así? Vamos, tienes que mandárselo con autoridad. Eres su Amo, ¿recuerdas? Y no lo llames Hugo. Vete haciendo a la idea de que ahora no es tu hijo. Ya sabes cómo dirigirte a él.

Miré a mi padre, parecía bastante incómodo. Evidentemente aquella no era su naturaleza. Sin embargo, con su gran sentido del deber y comprendiendo que era lo que se esperaba de él hizo el esfuerzo. Tragó saliva y dijo en un tono mucho más firme:

-¡Esclavo, ven a mis pies! ¡Masajéalos y lámelos!

Creo que él mismo se sorprendió de cómo le había salido la orden. Yo, desde luego, lo hice, pero en ese momento me encantó ver salir aquella faceta de mi padre, que no había sido capaz de sacar hasta ahora, gracias a Jose. Por supuesto, me dirigí inmediatamente a aquellos pies tan deseados y hundí mi cabeza y mis manos en ellos, aspirando con fruición aquel aroma tan repugnante y a la vez tan excitante de los pies de un macho. Los pies de mi padre, al haber estado en zapatillas, olían mucho más que los de Jose y yo me encontré en la gloria. Estuve adorando los pies de ambos gigantes mucho rato, en el cual me sentí como si hubiese encontrado mi lugar en el mundo. ¡Sí! ¡Eso era lo que tanto había deseado en tantas noches masturbándome! Servir a aquellos hombres colosales, a aquellos machos superiores parecía ser mi más sagrada misión en la tierra.

En un momento dado, mucho antes de lo que me hubiera gustado, Jose se levantó y dijo:

-Bueno, es suficiente por hoy. Volveré mañana y continuaremos.

Mi padre lo acompañó a la puerta, agradeciéndole infinito lo que estaba haciendo por nosotros. Luego volvió hasta donde estaba e inmediatamente sentí aquel cosquilleo que se estaba haciendo familiar y me vi de nuevo en mi tamaño normal. Mi padre me abrazó cariñosamente:

-Hueles a pies -rió-. Bueno, ¿cómo ha ido?

-Ha sido -dije aún embriagado por la experiencia- sencillamente increíble…

Continuará...