Mi padre y yo. Cap. 1 (Relato de Macrofilia)

Nuestro protagonista es encogido por su padre

Apenas pude dormir aquella noche. ¿Sería cierto lo que decía mi padre? Mi mente se resistía a creerlo. Pero solo pensarlo ya me producía una excitación infinita. ¿Podría ser diminuto y convertirse entonces mi padre en un gigante? ¿Podría adorar su cuerpo como tantas noches había soñado?

Durante todo el día siguiente tampoco pude dominar mi excitación hasta que mi padre llegó del trabajo.

-¡Lo tengo Hugo! -me dijo a modo de saludo, mientras me enseñaba un maletín médico. Creí morir de la emoción -. Voy a cambiarme y lo haremos.

Se fue y al poco rato volvió, vestido ahora con una camisa informal y unos vaqueros cortos que me volvían loco, al amoldarse perfectamente a sus piernazas y a su deseada entrepierna. Como muchos hombres heterosexuales, creo que no era en absoluto consciente del deseo que provocaba. No perdió el tiempo y enseguida estaba poniendo un líquido que sacó del maletín en una jeringuilla. Mientras empezó a explicarme, adoptando su mejor tono científico:

-Como te dije, en este líquido están los nanobots. En cuanto te los inyecte entrarán a tu torrente sanguíneo y posteriormente se unirán a todo tu ADN celular, tomando como si dijéramos “el control” sobre tu cuerpo y permitiendo alterarlo a voluntad. Esa alteración puede ser de muchos tipos, pero de momento solo utilizaremos la que nos permite controlar tu tamaño. Una vez que se haya completado el proceso podremos con este dispositivo -me mostró un pequeño aparato del tamaño de un teléfono móvil- enviar el mensaje a los nanobots del tamaño que queremos que tengas y ellos se encargarán de reducirte o agrandarte en consecuencia.

Estaba completamente anonadado y sin habla por la explicación de mi padre. También -no voy a negarlo- tenía un poco de miedo. ¿Y si algo iba mal? Sin embargo, mi padre no me dio opción a pensármelo. Se dirigió a mí decididamente y tomando mi brazo desnudo (estábamos en verano) me inyectó la aguja.

-Solo un pinchacito, como las vacunas que te poníamos de pequeño -bromeó.

El líquido entró en mi cuerpo como si fuera fuego. Un segundo después fue como si ese fuego se hiciera enorme y se extendiera por todo mi cuerpo. Me sentí morir.

-Tranquilo -me dijo mi padre-. Son los nanobots extendiéndose a todas las células de tu cuerpo. Pasará pronto. Siéntate y respira hondo.

Hice lo que mi padre me decía y afortunadamente tenía razón. En un par de minutos el ardor insoportable se fue calmando y poco después ya me sentía bien, y así se lo hice saber.

-Bueno -dijo-. Entonces supongo que es el momento de probarlo. ¿Te parece? Según tus relatos -sonrió con complicidad- tu tamaño favorito es de unos 10 cms, ¿verdad? Pues eso es lo que vamos a poner -añadió tecleando el dispositivo. Luego se volvió hacia mí-. Ya está, ¿listo?

Asentí porque ni siquiera pude encontrar mi voz para hablar. Mi padre pulsó un botón, sentí un cosquilleo por todo el cuerpo y súbitamente todo mi mundo cambió. No creí en ningún momento que pudiera ser un proceso tan rápido. Sentí como si todo a mi alrededor creciera y como si el sofá en el que estaba sentado se acercara vertiginosamente. De repente me vi completamente envuelto en la ropa que llevaba. En escasos segundos el proceso había acabado y me vi luchando por salir de debajo de la inmensa carpa en que se había convertido mi camiseta.

Cuando logré salir por el cuello, lo que vi me dejaría marcado de por vida. Mi padre, que aún estaba de pie, se acercó al sofá. No puedo describir lo que sentí cuando lo vi convertido en un gigante colosal. Mis ojos quedaban a la altura de sus enormes muslos, embutidos en aquel short vaquero. Seguí hacia arriba reparando, naturalmente, en el considerable bulto de su bragueta, lo que me dejó sin aliento, para seguir por su poderoso pecho, su barba y sus ojos, que me miraban con una mezcla de curiosidad y regocijo.

Mi padre se agachó y puso su cara a mi nivel. Al mismo tiempo alargó una mano gigantesca hacia mí. Retrocedí instintivamente, aunque eso no lo detuvo.

-Dioss… ¡eres tan pequeño! No podía imaginármelo así -. Su dedo índice, casi tan grande como yo mismo, me tocó con cuidado. Parece que temía que me fuera a romper.

Lo cierto es que, a pesar de haber soñado con aquello tantas veces, yo tampoco podía haber imaginado cómo me iba a sentir al verme así. Efectivamente, era estar viviendo realmente un sueño. Intenté hablar a mi padre, pero no me oyó. Cuando vio mis esfuerzos, sin previo aviso su puño se cerró sobre mí. A pesar de que lo hizo con una delicadeza infinita, sentí de nuevo cómo mi respiración se agitaba. ¿Sabéis la sensación que es estar LITERALMENTE en la mano de un hombre? Y si ese hombre es alguien a quien habéis deseado en secreto durante mucho tiempo, los sentimientos pueden ser abrumadores. Mi padre me puso junto a su cara. Era como estarlo viendo en una pantalla gigante de cine. Me fijé en cada detalle de su cara, pequeñas arrugas, manchitas, cosas que nunca hubiese podido ver siendo de mi tamaño normal. Me faltaba el aliento: aquellos enormes ojos color miel que me miraban fascinados y chispeantes, la nariz perfecta y los labios… dios, aquellos labios tan deseados ahora eran dos montañas de carne que me atraían como un poderoso imán.

Estaba absolutamente tan fascinado que había perdido la noción del tiempo cuando mi padre habló. Su voz, habitualmente profunda, ahora parecía un sonido sobrenatural, incluso hablando en voz baja para no herirme.

-Bueno, mi niño -me dijo-, ¿qué te gustaría hacer ahora?

-Nada -le contesté-. Solo tenme en tu mano y déjame mirarte.

Soltó una carcajada que hirió mis oídos. Sin decir nada más se sentó en el sofá y se relajó. Abrió la mano y me dejó libremente adaptarme a la situación. Yo sencillamente no podía creer que estaba en la palma de la mano de mi padre y en un momento dado caí de rodillas solo deseando adorar a mi padre, a mi dios, porque no otra cosa era él en aquellos momentos.

A lo largo de la noche le pedí algunas cosas, como que me dejara estar sobre su pecho, incluso me atreví a pedirle que me pusiera junto a sus pies gigantescos. Él, por supuesto, accedió a todo. Sin embargo, aun llevando yo toda la iniciativa, no me atreví a pedirle algunas cosas que me hubiesen encantado, al ser más de índole sexual. Temía incomodarlo. Habría que ir poco a poco.

Cuando llegó la hora de dormir, mi padre pulsó nuevamente el mando y, tras sentir un ligero cosquilleo en todo mi cuerpo, rápidamente crecí hasta mi tamaño normal. Él me abrazó con calor.

-Bueno, ¿cómo fue? -me preguntó interesado.

-Ha sido… ha sido… increíble -mi padre rio de buena gana y nos fuimos a dormir.

Continuará...