Mi padre me cuidó (2)

Mi embarazo fue el detonante de una explosiva y morbosa relación entre mi padre y yo, que dura todavía.

Hola otra vez. Aunque suene a tópico, no tengo palabras para agradecer las lecturas y comentarios que ha recibido mi primer relato. Doy las gracias también a los que me hicieron ver el error en el resumen, cuando decía que me separé dos meses ANTES de quedarme embarazada. Algunos pensaron acertadamente que se trataba de un lapsus y que en relidad quise decir, dos meses DESPUÉS. Por otra parte, no era mi intención escribir un segundo relato ni tampoco una continuación del primero, pero la inesperada acogida de mi primer relato, merecía, cuando menos, un segundo, sin otra pretensión que la de incluir este mensaje de agradecimiento, ya firmado.

En mi anterior relato conté como los cuidados que mi padre me prodigaba durante mi embarazo, encendió en nosotros una atracción brutal entre macho y hembra que nos llevó a una relación en la que el sexo y el morbo dominaban por igual. Hoy contaré algunos detalles de esta relación para que vean como nos "acoplamos", en todos los sentidos del término, mi padre y yo.

Mi padre, como ya conté, llevaba varios años viudo y desde la muerte de mi madre se había vuelto más solitario aún de lo que ya era cuando ésta vivía. Según me confesaría en una de nuestras interminables charlas íntimas, mi madre no le satisfacía sexualmente y desde tiempo antes de quedarse viudo, se había refugiado en un mundo interior poblado de fantasías sexuales.

-Hija, me dijo, si no me he casado ya ni he buscado con quién hasta este momento es porque ya después de tanto tiempo fantaseando, las relaciones "normales" con mujeres "normales" no me satisfacen, sólo el morbo me satisface. Si tu me pones tan caliente, es porque eres mi hija, porque eres el morbo supremo.

-Oh! -exclamé yo un poco desilusionada- entonces mi cuerpo no te gusta?

-Pero Sara, qué dices! Tu cuerpo me vuelve loco, amor...-me decía tocándome las nalgas- pero no es sólo el cuerpo de la mujer que eres lo que me me transporta, es sobre todo el cuerpo de mi hija.. Y como para sellar lo que decía, acercaba su boca a la mía diciéndome:

-Dame tu lengüita...

Yo sacaba un poco la lengua con la boca entreabierta y él me la chupaba con amor mientras sus manos se apoderaban suave pero firmemente de mis tetas por encima del vestido. Mientras me las acariciaba suavemente y me las presionaba, mi padre continuó:

-El morbo que he sentido al mamar y ordeñar las tetitas de mi hija, no lo ha igualado nada hasta el momento, amor.

Y ronroneaba mientras llevaba su mano por debajo de mi vestido hasta mis nalgas, atrayéndome hacia sí y frotándose con mi pubis. Metía su mano desde atrás llegando hasta mi rajita, ya húmeda, y me la toqueteaba entera, me la pellizcaba, me metía la puntita del dedo corazón, mientras me decía ya totalmente excitado:

-Y esta rajita, amor, mmmm, esta rajita...

(En esas ocasiones, a mi padre le encantaba ponerse de rodillas ante mí, separarme las piernas, apartarme un poco las bragas, si las llevaba, hacia un lado, y meter su lengua entre los labios de mi coñito excitado.)

Ya dije que desde aquella primera vez en que, estando embarazada, mi padre sintió el contacto de mi vagina húmeda y yo el de su inmenso rabo erecto en mi interior, nos entró tal calentura que no paramos de hacerlo, y de locura por cierto. Pero creo que los acoplamientos propiamente dichos, aunque fuesen excelsos, eran el simple desenlace de situaciones de máxima excitación que hacíamos durar el mayor tiempo posible. Porque todavía no he dicho que yo, como mi padre, sentía una enorme excitación con las situaciones morbosas.

Un día me preguntó mientras me acariciaba las piernas y los muslos estando él sentado en el sofá y yo recostada con mis piernas encima de las suyas. (Debo aclarar que a mi padre le encantaba que charlaramos así, en esa posición. Le encantaba acariciarme las piernas, sobre todo por la cara interna de los muslos. Con un movimiento suave, me las separaba un poco y me levantaba un poco la falda o el vestido para mirarme el coñito a través de las bragas y, subiendo su mano por mis muslos, pellizcarme suavemente los labios por encima de la tela).

-

-Sara, cuéntame tú...

Yo le conté brevemente que era (o había sido) bastante retraída en el sexo, que como en casa nunca se hablaba de sexo ni se mencionaba directamente nada que tuviera que ver con él, había crecido en la creencia de que cada vez que follaba, incluso con mi marido, estaba haciendo algo malo. Pero como las relaciones con éste habían resultado al final (y al principio) bastante frustrantes, me refugié también en un mundo de fantasías calientes que avivaba mis noches, incluso mis días. Así que yo, como mi padre, necesitaba una relación especial . Descubrimos pues una calentura común reprimida que se desató a poco que nuestros cuerpos se acercaron. Con mi padre me sentía libre para mostrar mi deseo en cualquier momento, en cualquier situación, porque sabía que verme excitada lo volvía loco. Y viceversa. A veces, estando yo ocupada en cualquier cosa y creyéndolo ocupado también a él, me llamaba desde donde estuviera. Yo iba a ver qué quería y me lo encontraba excitado, con el miembro erecto y temblando de deseo. Me miraba acariciándose y me decía:

-Estaba pensando en tu chochito y mira como se me ha puesto, hija...

A veces yo se la chupaba con toda la lascivia de la que era capaz, otras me la metía, otras se corría entre jadeos mientras me sobaba las tetas metiendo su mano por mi escote o bajandome una tiranta del vestido. Si me quedaba con los pechos desnudos, solía decirme:

-Muéveme esos pechitos, Sara...

Y yo se los movía y lo provocaba con ellos, sobándomelos yo misma delante de su boca...

Así pues, entre mi padre y yo se selló un pacto secreto de complicidad morbosa que vivimos plenamente. Nos contábamos nuestras fantasías y nuestros gustos e inventábamos situaciones y personajes con los que dábamos rienda suelta a nuestra caliente imaginación. Nos gustaba decirnos cositas obscenas o hacernos gestos provocadores, especialmente con la lengua, cuando estábamos a cierta distancia cada uno ocupado en algo (la lengua de mi padre me hacía vibrar incluso de lejos!). Aunque yo no era ninguna niña, mi padre había vivido más que yo, amén de conservar un poder simbólico por ser mi padre, que nunca perdió, así que era él el que me conducía a mí por los caminos más retorcidos del placer. Eso sí, jamás abusó de su poder como padre para dominarme o humillarme, al contrario, él me liberaba haciendo aflorar mis deseos reprimidos, mis inclinaciones inconfesables o inconfesas.

Es así como, por ejemplo, mi padre me condujo al placer induciéndome a mirar. La primera vez fue durante el verano, meses despues de nacer mi primer hijo. Fuimos de vacaciones a la costa y mi padre me propuso que pasáramos unos días en una playa nudista. Así que nos fuimos, él, mi hijo, la canguro y yo. Me confesó que le gustaba muchísimo mirar y que también le excitaba que me miraran a mí. El primer día, estabamos en la playa tomando el sol. Laura, la canguro, cuidaba de mi hijo bajo la sombrilla. Al poco veo que mi padre sentado en una hamaca leyendo el periódico, tiene una erección visible y momentos despues me dice: voy al agua, vienes? Medio se fue tapando conmigo hasta llegar al agua aunque semejante polla tiesa era dificilmente disimulable. Nos metimos en el agua y cuando estuvimos dentro, me agarró las tetas por detrás y me colocó el rabo entre las nalgas mientras me decía, mirando hacia la sombrilla donde estaban la canguro y mi hijo:

-Has visto las tetitas que tiene la chica?

Yo me quedé muy sorprendida del comentario y le dije un poco ofuscada que no me había fijado.

  • No te has fijado? Pues tiene unos pechitos que ummmmmm....

Me decía mientras excitaba los míos y se abría camino por mis labios hasta el interior de mi vagina, haciéndome gemir... Allí en al agua, mi padre me penetró e hizo que me corriera diciéndome obscenidades sobre las tetas y el conejito de Laura.

Despues de haberme dicho eso, puse atención en los pechos de Laura, que a decir verdad, eran una maravilla pero me molestaba que mi padre mirara a otras y se pusiera tan caliente con ello. Este sentimiento cesó cuando me percaté de que le gustaba mirar... pero quería hacerlo conmigo. Esa misma noche despues de cenar, Laura se llevó el niño a su habitación y nosotros fuimos a tomar algo. Cuando volvimos, entramos en la habitacion para ver si todo iba bien, si el niño dormía. Ambos dormían como troncos. El niño en su cuna y Laura en la cama, medio destapada, con un camisoncito corto del que se había bajado un poco por un lado hasta dejar su pecho justo por encima del pezón, que casi asomaba. Mi padre se acercó a mí por detrás, como cuando estabamos bajo el agua y empezó a sobarme y a restregar su paquete con mis nalgas, ambos mirando los pechos de Laura.

-Mira que tetitas, cielo...

Diciendo esto, se inclinó sigilosamente sobre Laura, acercó su mano, metió un dedo hábil e imperceptible por la tiranta del camison y tiró delicadamente de ella hacia abajo hasta que el pezón, un poco ancho y rosadito, quedó al descubierto. Laura no se inmutó pero yo sí. Y de qué manera. Ganas me dieron de que mi padre me cogiera allí mismo mirándola. Lo que sí hicimos allí antes de irnos a nuestra habitación a comernos vivos, fue besarnos glotonamente imaginando que era el pechito de Laura lo que chupábamos, sellando así nuestro pacto de mirones. Los días sucesivos, en la playa, ni mi padre ni yo le quitábamos ojo a Laura. A veces ella nos ofrecía el espectáculo de su rajita en diversas posiciones, cuando se ponía a cuatro patas para atender al niño o cuando tomaba el sol con las piernas semiabiertas. Yo no sé cómo Laura no se dio cuenta de nuestras miradas ni del meneo que se daba mi padre en la polla por debajo de la toalla o del periódico que se ponía encima de las piernas para disimular. El caso es que cuando ya no podía más, se acercaba a mí diciéndome al oído: quiero cogerte... Y nos íbamos al agua o al hotel. Para acallar mi desconfianza, mi padre me decía mientras permanecíamos pegados, como perritos, durante largo rato, gimiendo y jadeando:

-Sara, Laura me pone a mil pero a ti es a quién quiero coger dia y noche...

En ese veraneo no fue Laura la única que nos proporcionó excitación extra, mi padre y yo disfrutamos igualmente excitando a un señor que se ponía siempre cerca de nosotros en la playa. Aunque debo reconocer que también se le iban los ojos detrás de nuestra canguro, era principalmente a mí a quién miraba un tipo que tendría la edad de mi padre pero bastante peor conservado. Mi padre lo miraba de soslayo y cuando veía que el tipo se cubría las piernas con una toalla, me decía al oído:

-Sara, levántate que te vea bien, lo tienes a mil...

Yo hacía lo que me pedía mi padre. Incluso a veces, me ponía a cuatro patas, jugando a hacer un pozo en la arena, de manera que aquel hombre pudiera verme bien la rajita por detrás. A mi padre se le ponía como un palo de tiesa al ver como el tipo casi babeaba mirándome y tocándosela cada vez más rápido por debajo de la toalla.

En otra ocasión, si teneis paciencia para seguir leyendo, os contaré más detalles de ese veraneo, pero antes quisiera aclarar algo. En mi anterior relato dije que contaría una historia que sucedió cuando me fui a vivir con mi padre tras mi separación, pero que esta situación duraba todavía. Sin embargo, la lectura de mi relato, escrito en pasado, pudiera dar la impresión de que se trata de una situación acabada, de algo que sucedió pero que no tiene que ver con el presente. En realidad, ambas cosas son ciertas en parte, es decir, ya no vivo con mi padre ya que éste, poco después de mi segundo embarazo empezó a hablarme de la conveniencia de regularizar mi situación con otro hombre, al que no le diríamos, claro, quién era el padre de mi segundo hijo. Eso no tardaría en suceder y ahora estoy casada nuevamente. Pero, por otra parte, mi padre y yo seguimos teniendo relaciones íntimas. En realidad, más que por motivos de conveniencia social, yo creo que le le llevó a convencerme para que me casara fue el deseo de llevar el morbo al extremo, cogiéndome en mi propia casa y a veces incluso mientras mi marido duerme o sale a hacer algún recado. Afortunadamente sólo viene a pasar los fines de semana con el pretexto de estar con los nietos, porque a veces temo que mi marido nos sorprenda en actitud impropia de un padre y una hija. Sólo os diré, para que os hagáis una idea, que un día, mientras mi marido podaba el cesped, mi padre y yo hicimos un 69 de infarto. Él estaba leyendo en el estudio de mi marido y yo me había puesto a ordenar unos libros en la estantería. Lo creí absorto en la lectura cuando me dijo:

-Como sigas moviendo el culito como lo estás haciendo, no respondo de mis actos!

Yo le respondí:

-Papá, por favor, que está Jaime en el jardín, qué cosas tienes...

No bien hube acabado mi frase cuando veo que mi padre se saca la polla y se la empieza a menear. Yo, al ver su mirada lujuriosa y su polla tiesa, pensé: "mientras oigamos la máquina cortacesped, no hay que preocuparse". Así que me arrodillé ante él, que permanecía en el sillón con las piernas abiertas y la polla en la mano, y empecé a mamársela lentamente. Con un gesto decidido, me tumbó en la alfombra, se tumbó sobre mí metiendo su cara entre mis piernas y su polla en mi boca. De repente, oímos que la máquina cortacesped se para. Permanecimos quietos, atentos, yo con la polla de mi padre palpitándome en la boca, él mordiéndome el chochito y conteniendo la respiración. El corazón se me iba a salir hasta que volvimos a oir el ruido tranquilizador de la máquina cortacesped. Así estuvimos chupándonos no sé cuanto tiempo, al ritmo de las paradas de la máquina, que se repitieron, aumentando nuestra calentura. Los huevos de mi padre estaban repletos de leche y yo ya me había corrido una de las veces que mi padre dejó la boca quieta en mi rajita abierta, con su lengua rozándo imperceptiblemente el clítoris. Pero quería más. Cómo os podreis imaginar, la corrida de mi padre fue monumental e hizo que me corriera otra vez oyéndolo a él correrse y sintiéndolo en mi boca:

-Hija, qué bien mamas...! Me dijo todavía entre jadeos...

Y así vamos tirando, con nuestra doble vida y con nuestro doble pecado de incesto e infidelidad. A veces mi marido me coge por la noche y mi padre por la mañana, apenas sale aquel de casa, o a la hora de la siesta. Pero los fines de semana que viene mi padre a casa suelo pretextar algo para no follar con mi marido, lo cual no siempre me resulta fácil porque cuando está mi padre en casa yo siempre ando con los pezoncitos empinados por su causa y mi marido lo nota y se excita. Lo cierto es que no puedo renunciar a papá y, a pesar del riesgo que corremos, no me resisto a complacerlo cuando en una breve ausencia de mi marido, me toca los pechos y me dice:

-Hija, dame de mamar...

Cómo en el tiempo en que lo amamantaba, yo me desabrocho el vestido, me bajo el sujetador y le ofrezco mis tetas. Y puedo decir que ningún hombre me las ha excitado con la amorosa lujuria con que lo hace mi padre.