Mi padre: Intercambio de favores.
Un hijo es capaz de todo por obtener de su padre aquello que busca.
Deseaba poder ir a aquella excursión por encima de todo. Pero mis malas notas en el último semestre, y alguna que otra trastada llevada a cabo en los últimos días, habían conseguido que mi madre jurara y perjurara que no iba a disfrutar de ninguna actividad de ocio programada por el colegio -ya no digamos extraescolar- hasta que me centrara de nuevo en los estudios y enmendara mi mal comportamiento.
Aquella tarde, por lo tanto, no me quedó más remedio que tratar de convencer a mi padre. De modo que, en busca de su consentimiento escrito, me acerqué hasta la casa en obras cuyo equipo y él estaban reformando.
Los albañiles a su cargo me recibieron amablemente, como siempre hacían, devorándome algunos de ellos con sus ojos por lo joven y hasta un punto femenino de mi constitución. Ya me había acostumbrado a aquello. Por lo que, sin sentirme demasiado incómodo por ello, avancé fugazmente como un pececillo nadando entre tiburones. Y lo hice en dirección al segundo piso, hacia el cuarto de baño en el que según uno de los trabajadores encontraría a mi padre. El capataz.
Y allí estaba, alicatando personalmente sus paredes desnudas. Pude comprobar una vez más que se mantenía en muy buena forma pese a rozar casi la cincuentena, con unos brazos fuertes que serían la envidia de muchos de mis compañeros de instituto y el objeto de deseo de no pocas compañeras. Su camiseta blanca de tirantes hacía destacar aún más lo bronceado de su piel y el oscuro vello que le asomaba por el escote. Su viril rudeza, un recio cuello y aquella poblada barba que lucía le conferían un aire de guerrero medieval que yo, triste efebo adolescente, siempre había envidiado.
-Hola, chaval. ¿Qué haces aquí?
Acostumbrado a sus matices de voz supe enseguida que no le había pillado de buen humor ni en el mejor de los momentos.
-Necesito que me firmes algo. Tu autorización para la salida de mañana.
-Sabes que tu madre…
-Lo sé. Por eso te lo estoy pidiendo a ti. Por favor, papá.
Mi padre dejó de golpear con un gran mazo de goma una de las baldosas a fijar, resoplando después con hastío.
-Puta vida… Me recuerdas a mí anoche, chaval. Rogando por un poco de diversión.
-¿De qué estás hablando?
Le pregunté haciéndome el inocente, aun sabiendo perfectamente a qué se refería. No era la primera vez que mi madre y él discutían por ciertas “carencias” reprochadas en el lecho conyugal, ni sería la última. Aquello, como a cualquier otro hombre, le afectaba. Hasta tal punto que incluso algunas mañanas, durante el desayuno, había creído percibir esa misma mirada lasciva de los albañiles en los ojos de mi padre.
-Hablo de mis necesidades. Pero mejor déjalo… Y pídele eso a tu madre, joder. ¿No ves que estoy currando?
-No.
Sí le veía. Pero no pensaba tratar de convencer a mi madre. Ambos sabíamos que sería inútil.
-Papá, yo…
Respiré hondo, mirándole a los ojos.
-¿Hay alguna manera en la que pueda conseguir esa firma? Haré lo que sea. Cualquier cosa que me pidas…
Tragué saliva.
-…y que mamá no te haga.
Mi padre se quedó inmóvil y me miró fijamente. Luego, sus ojos se entrecerraron.
-¿Qué coño me estás proponiendo? Habla claro.
Barrí con mi mirada aquella habitación desnuda antes de echar un vistazo a la entrepierna del hombre que me negaba su autorización, encogiéndome después de hombros con una sonrisa tímida.
Silencio. Los segundos pasaron.
-Ya veo… Cierra la puerta y ven aquí.
Sentí una sacudida en el estómago. Mis piernas temblaron al girarme hacia la puerta para cerrarla presto y correr después el pestillo. Tratando en todo momento de ignorar la vocecita dentro de mi cabeza que no dejaba de gritarme: ¿Qué estás haciendo?
Mirando cualquier sitio menos a los ojos de mi padre, me acerqué hacia él. Mi corazón latía con fuerza, pero no en mi pecho, más bien en la garganta. Centré mi mirada en la sucia tela de sus pantalones de trabajo, opacada por la cal y con manchas de pintura.
-De rodillas.
Me ordenó entonces con la voz de un sargento. Obedecerle y dejarme caer de rodillas fue casi un alivio, como de inestables estaban mis piernas.
Tomó entonces mi barbilla con los dedos y me echó la cabeza hacia arriba, obligándome a encontrarme con su mirada de hielo.
-Debería darte un buen par de hostias por esto. ¿Acaso eres marica?
Tras preguntarme eso me lanzó una mirada con tanto odio que consiguió estremecerme.
-Tengo hombres a mi servicio que nunca faltan a sus obligaciones y trabajan muy duro para conseguir lo que quieren. Y luego están los blandengues amariconados como tú. Cabezas de chorlito que piensan que chupando pollas van a conseguir todo aquello que se proponen.
Sentí que mi cara se encendía. Escuchar la palabra “polla” viniendo de mi padre era extraño y francamente violento. También un punto excitante.
El agarre en mi barbilla se intensificó, resultándome casi doloroso.
-¿Te parece justo, chaval?
Tragué, obligándome a sostener su mirada con firmeza.
Su otra mano se hundió en mi pelo y me tiró más cerca de su entrepierna.
-Bien, quieres que te firme esa mierda. Adelante. Trata de impresionarme.
Tomé una aspiración. Mi padre sonrió. Pero no era una sonrisa agradable.
-¿Ya te has acojonado?
-No.
Negué firmemente antes de alcanzar la cremallera de sus pantalones, diciéndome a mí mismo que era sólo un pene. Chuparía la polla de mi padre y obtendría a cambio lo que había ido a buscar. ¿Qué tan difícil o traumático podía ser?
Probablemente tendría un sabor desagradable, pero no me mataría ni nada. Así que lentamente le bajé la cremallera y luego… me detuve. No importaba lo que me dijera a mí mismo, no podía moverme, mirando con fijeza, paralizado, el bulto debajo de sus calzoncillos blancos.
Mi padre dejó escapar un sonido irritado.
-Como yo pensaba… Lárgate cagando leches. Y no vuelvas a…
-¡No!
Pasé una mano por los boxers y presioné su miembro. Sentí un latido, su calor, mientras me debatía entre reír histéricamente o entrar en pánico. Estaba sobándole el paquete a mi padre. Su polla se sentía cálida y palpitante bajo mi mano. Ese fue mi primer pensamiento. Después fue creciendo, hasta convertirse en una barra más gruesa con cada segundo que pasaba. Me asustó un poco, pero también me dio confianza. No importaba lo que mi padre dijera, lo estaba deseando.
Mirándolo, seguí acariciando la polla cubierta de tela hasta su dureza total, viendo un cambio sutil en la respiración de mi padre. El ángulo era incómodo, así que la saqué, siendo golpeado por intensos efluvios con aroma a macho.
-¡Joder, papa! No sabía que…
-¿Calzará este pollón?
Concluyó mi padre con una mueca vanagloriada, de orgullo por poseer una herramienta de semejante calibre y que yo supiera valorarlo.
Era una polla grande y gruesa, venosa, y su glande a medio desenfundar estaba ahora muy cerca de mi cara. A pulgadas de distancia. Me lamí los labios nerviosamente, sin poder apartar la vista. Tenían que ser por lo menos veinte centímetro de largo, aunque lo más intimidante era su circunferencia.
Mi padre suspiró, como si empezara a impacientarse, y se movió un poco. La cabeza de su polla presionó contra mis labios.
-Ahora chupa.
Inhalé cuidadosamente. No olía tan mal. Tentativamente lamí la cabeza. El sabor era… extraño, pero nada tan terrible como había esperado. Pasé la lengua de nuevo y le oí gruñir, su mano agarrándome el pelo con más fuerza.
-Abre la boca.
Fue una orden. Hice lo que me dijo y entonces empujó la gorda cabeza dentro de mi boca. La chupé suavemente. Una parte de mi mente estaba todavía atrapada en el hecho de que tenía la polla de mi progenitor en la boca. No podía creerlo, pero el calor y la pesadez de su polla estirando mis labios ampliamente lo hicieron muy real.
Sentí como empujaba su polla más profundamente, con su mano firme en mi nuca. Encontré su mirada y me sonrojé, cerrando los ojos, decidido a centrarme sólo en conseguir aquella firma. Cuanto más pronto acabara, más pronto esto habría terminado y antes podría olvidarme de ello.
Pero con los ojos cerrados, mis otros sentidos volvieron a la vida y podía sentir todo con más intensidad.
Era… tan extraño. Mi padre estaba duro y grueso en mi boca, sabiendo a piel y a algo más. Era raro, pero no estaba siendo terrible. Vacié mi boca, respiré y chupé la cabeza de nuevo, bajando un poco más, probando mis propios límites. Tuve un instante de preocupación al pensar que quizás no lo estaba haciendo correctamente, pero me dije a mí mismo que no fuera tonto: que no existía algo parecido a una mala mamada.
Tragué un poco más, tratando de tomar la mayor cantidad de esa gran polla como me fuera posible. Hacia adelante y luego atrás, una y otra vez, marcando un ritmo cadencioso y esforzándome por acostumbrarme al mismo. Tan centrado estaba en mi labor que me tomó un tiempo percatarme de que mi padre me estaba diciendo algo.
Saqué aquel pollón de mi boca con un pequeño “pop” y miré hacia arriba, saboreándolo todavía en toda mi lengua. Mi padre carraspeó con una mirada gélida y tuve que reprimir las ridículas ganas de preguntarle si estaba haciéndolo bien, como un alumno deseoso de complacer a su maestro.
-¿Qué?
Le pregunté. Como de costumbre cuando estaba nervioso, mi voz sonó un poco arrogante.
Mi padre se limitó a atusarse la barba y a mirarme por lo que pareció toda una eternidad, sus ojos oscuros acristalados, con los párpados pesados. Finalmente me dijo:
-¿Esta es tu primera polla?
Su voz era áspera y gutural, con un tono cansado pese a que él simplemente se había pasado los últimos minutos con su polla en mi boca. La respuesta a su pregunta era afirmativa, pero no le iba a dar el gusto de que supiera que él había sido el primero.
-¿Acaso importa?
-No. Pero eso explicaría por qué eres tan jodidamente malo comiéndote un rabo.
Fruncí el ceño y apreté su erección empuñada.
-Pues tu rabo parece pensar que no lo hago tan mal.
Mi padre se burló.
-Eso sólo demuestra lo gilipollas que somos los tíos.
Dijo con la mirada puesta en mis labios pringosos y ligeramente enrojecidos.
-Anda, sigue chupando. Que no tengo todo el puto día.
Lo fulminé con la mirada, pero asentí con la cabeza.
Le propiné unas cuantas lamidas al glande antes de envolver nuevamente mis labios alrededor de su polla y hacer lo que él quería. Tragué tanto como pude sin ahogarme, retrocediendo y engullendo otra vez, lamiendo una larga franja hasta la parte inferior de su miembro y lamiendo después la abertura, degustando su salada amargura.
Traté de no pensar en lo obsceno que probablemente me veía, como una puta bombeando la hinchada cabeza y goteando saliva a través de las comisuras mientras succionaba el tremendo pollón de mi padre.
Le oí gruñir mientras su mano empujaba mi cabeza, por lo que claramente estaba haciendo algo bien. Más tranquilo seguí chupando, trabajando ahora más rápido, ignorando el dolor en la mandíbula y acelerando el movimiento de mi mano a lo largo de la parte de su polla que no podía caber en mi boca.
-Abre los ojos.
Espetó mi padre desde las alturas. Eso hice y elevé la vista hacia él. Nuestros ojos se encontraron. Me sonrojé aún más de lo que probablemente ya estaba por el esfuerzo de mamar un pedazo de carne tan abrumador, muy consciente de que mis labios todavía estaban envueltos firmemente en torno a la polla de mi padre.
-Voy a follarme tu boca ahora-.
Me dijo en tono de conversación, como si no tuviera metida su tranca en la boca de su propio hijo.
-Échate hacia atrás y déjame hacer el trabajo. Tú sólo mírame.
Sentí mis mejillas y cuello enrojecerse, pero hice lo que me fue dicho. Mi padre se movió, sus fuertes, callosas manos acunando mi rostro. Su polla se deslizó fuera de mi boca hasta que sólo la cabeza permaneció adentro. Le miraba a los ojos tal y como me había ordenado. Él me devolvió la mirada y de manera súbita empujó profundamente, enterrándose en mi boca. Me quedé sin aliento, luchando contra mi reflejo nauseoso y tratando desesperadamente de respirar alrededor de aquel grueso pedazo de carne masculina, pero sosteniéndole aún la mirada.
-Esto ya me gusta más…
Le escuché susurrar. Mis fosas nasales se dilataron, mientras mis ojos llorosos vagaban por toda su cara. Su expresión de animal en celo me habría dejado sin aliento si no lo hiciera ya su polla. La sacó y empujó de regreso adentro. Luego otra vez. Y otra. Todo el rato mirándome. Estaba convencido que le ponía cachondo verme sofocado, al borde de la asfixia, lo cual me hizo sentir increíblemente sucio. Era el marido y amante de mi madre, el hombre que me había engendrado, quien estaba usando mi boca para aliviarse.
-Aguanta campeón. Ya falta poco.
Musitó entrecortadamente. Todo se sentía demasiado abrumador: el gusto, el peso, la sensación de la polla de mi padre en la garganta, el repiquetear de sus balanceantes huevos contra mi barbilla a cada arremetida, las manos fuertes sosteniendo con firmeza mi cara mientras empujaba dentro y fuera de mi boca, su respiración cada vez más trabajosa, sus ojos oscuros e intensos fijos en los míos.
-Voy a correrme. Joder, voy a…
Con un sonoro rugido impulsó sus caderas y casi me ahoga, sintiendo el calor líquido golpeando la parte posterior de mi garganta, saliendo a borbotones en rápida sucesión. Tosiendo, dejé que su polla levemente ablandada saliera de mi boca.
-Trágalo.
Me ordenó al verme con cara de asco. No me quedó otra alternativa más que hacer lo que me dijo, no sin cierta dificultad. Afortunadamente, su leche no sabía tan mal como había esperado.
Mirándome hacia abajo a través de ojos con párpados pesados, respiró hondo. Al momento su rostro recuperó su impasibilidad habitual. Quitó las manos y se acomodó a sí mismo.
-Pasable.
No supe si reír o golpear al hijo de puta en la cara. Me puse de pie, limpiándome los labios hinchados antes de decir:
-Gracias, papá.
Mi voz sonó áspera y rasposa, de acoger en mi garganta aquel demoledor glande.
-Entonces… ¿Qué pasa con esa firma?
Un músculo palpitó en la mejilla de mi padre. Se veía francamente enojado.
-La tendrás esta noche.
No dije nada. No insistí. Simplemente salí de aquella habitación por terminar.
Mientras la puerta se cerraba tras de mí, exhalé. No podía creer que en realidad lo hubiera hecho. Chupar la polla de otro hombre. La de mi propio padre.
Tosí nerviosamente, aún sonrojado, y miré a mi alrededor. Me sentí paranoico mientras me dirigía a la salida, pensando que todo el mundo pudiera adivinar lo que acababa de suceder en aquel cuarto con tan sólo mirarme. Pero ninguno de los trabajadores allí presentes le estaban prestando atención alguna. Nadie sabía nada.
Todo estaba bien. Lo hecho, hecho estaba. Y en el fondo… Creo que me había gustado.
Ahora sólo podía esperar a que mi padre mantuviera su parte del trato.